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Evocando a Margarita Naranjo (Salitrera «María Elena», Antofagasta)

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Margarita Naranjo (Salitrera “María Elena”, Antofagasta)

Araucaria de Chile. Nº 28. Madrid 1984

Estoy muerta. Soy de María Elena.
Toda mi vida la viví en la pampa.
Dimos la sangre para la Compañía
norteamericana, mi padre antes, mis hermanos.

(Pablo Neruda. «Margarita Naranjo», en «La tierra se llama Juan»,
Canto General, cap. VIII. Barcelona, Ed. Lumen, 1976, pp. 309-310.)

El capítulo VIII del Canto General es un capítulo de testimonios. Se trata de Juanas y Juanes cuyas vidas Neruda recoge con el propósito de extraer de ellas su significación total, es decir, a la medida de la historia de las clases sociales y de los pueblos.

Diríase de estos testimonios que ellos muestran un privilegio propio del poeta: formularlos sin que haga falla confrontarse a documentación alguna, aunque, no obstante, no se la rechace. Quien se apoye en ella, por otra parte, porque quiere conocer la historia, necesitará siempre salir al encuentro del poeta. (1)

La lucha por la democracia comprende todos los fenómenos de valoración cultural, entre ellos, el desarrollo de la memoria colectiva del pueblo. Por eso proponemos el testimonio que viene a continuación, como una forma de contribuir en algo a los trabajos de historia oral del movimiento popular chileno.

Carlos, esposo de Margarita Naranjo, cuenta:

¿La primera vez que escuché el poema de Neruda?… Hubo un acto en la Universidad de Chile, ahí la compañera María Maluenda leyó el poema. Oiga, parece que me había atravesado una cuestión a mí. ¿Cuándo fue eso? No me acuerdo de la fecha, pero fue en el tiempo bravo de la represión, debe haber sido como en el mes de junio del mismo año 48. Fuimos a ese acto nosotros, porque andábamos metidos en todas partes; entonces yo lo escuché… hay algunas observaciones que tengo que hacerle al poema. Dos cosas: Margarita no fue sepultada en Coya, porque los compañeros creían que la habíamos sepultado en la Pampa; y, por lo demás, yo soy Carlos y no Antonio…. Entonces una cosa me aceptaron: que no había sido enterrada en la Pampa; pero lo demás, nosotros quisimos que se hiciera así, «porque tenemos que cuidarte a ti», me dijeron. Con el poema, compañero, parece que se me habían saltado las lágrimas. Y todavía me emociona, líjese, han pasado ya cuántos años del 48….

Mi marido ha trabajado, tanto para la Compañía.
…………………………………………………….
nadie tiene nada que decir de él, él lucha
por sus ideales, es puro y honrado
como pocos…

El salitre que se cristaliza en las paredes del estanque se hace una capa dura. Ahí se utilizan niños, yo trabajé en esa cuestión de «mata»; al «matasapos» le dan una maceta y un rastrillo y a medida que van vaciando el carro arriba -los «farqueadores» se llaman ésos- uno, con el gancho, empieza a correr pa’abajo el salitre duro; con la maceta se golpea para molerlo y facilitar después la llenada de sacos.

Se van vaciando los estanques y llenando nuevamente… permanentemente esos, porque el precio es según la capacidad de los «cachuchos» y de las «minas» que tienen hasta cien bateas, cien estanques chicos, para que haya tiempo y se desagüe todo eso y no vaya al montón de salitre muy demasiado mojado.

Después llega un barco a recibir tantas toneladas de salitre. Entonces viene el proceso de llenar sacos y cargar los carros. Yo trabajé de cosedor de sacos -«costura», le llamábamos- y me cosía diez carros, cada carro hace ciento ochenta sacos y ganaba hasta once pesos… que era mucha plata. Yo hacía el trabajo de las once de la noche hasta las seis de la mañana. Dormía un poco y a la escuela; tenía 14 años. Todos estos trabajos los hacían niños… después me cansé y dejé de ser «mata-sapos» porque ganaba poco, tres pesos, y era muy bueno para coser sacos. Hablados o tres «colleras» y yo alcanzaba una y me iba a la otra… entonces en un ratito cosía y me iba a la otra y, así, dando la vuelta.

El 10 de agosto, el santo del diablo

En el año 1922 había en la mina El Toldo una organización, la Federación Obrera de Chile. Era un 9 de agosto, se llamó a una asamblea de mineros con el fin de buscar voluntarios para ir a trabajar el día 10. Asamblea muy discutida esa, porque todos los mineros viejos señalaban ejemplos que en Guantajaya y en las minas de Tamaya cuando se había trabajado ese día, hubo grandes accidentes. Entonces, era un mito que había que romper… Por eso es que nosotros tenemos el 10 de agosto el «día del minero», en homenaje al esfuerzo que se hizo para romper la superstición… El que estaba presidiendo decía que no quería presionar a nadie, pero que le agradaría mucho a él que se presentaran voluntarios… Mucha discusión, cambio de ideas, unos miraban el reloj porque había que ir a comer y, un poco desesperado el presidente, hacia muchos discursos. Nos mirábamos las caras, hasta que un joven -le decíamos el «Huaso»- le dijo al presidente que él iba de voluntario, pero que lo acompañaran unos diez más. Muchos aplausos… El presidente buscaba a los más jóvenes: «¿Usted quiere ir?». Nadie se atrevía a decir que no, porque al minero no le gusta que le digan supersticioso… A mi me dijo «¿Usted va?»-«claro que voy»-, le dije yo. La verdad es que esa noche no dormí mucho; me dijeron que no tomara desayuno en la cantina porque lo iban a ofrecer en la boca de la mina, con fiesta… Llegamos a la bocamina, tenían un gran fuego, café con aguardiente para el valor. Nos arreglaban las lámparas. (Como ahí no hay temor de gas grisú -era mina de cobre- se trabajaba con lámparas de carburo, antes, porque ahora todo es electrizado).

Cuál de todos llevaba la lámpara más bonita, limpiándole la pantalla para que quedara como espejo… Grandes vivas y burras nos lanzamos adentro de la mina. El «Huaso» adelante y nosotros atrás. Yo siempre he sido distraído y no me gusta andar adelante, siempre atrás, observando… Anduvimos como media hora para dentro cuando de repente se paró este joven que era el jefe y miró… Se le vieron los ojos muy grandes…, pegó la media vuelta y arrancó hacia atrás. Todos lo seguimos para no quedar de los últimos; no sabíamos de qué se trataba, pero el recorrido de media hora lo hicimos en cinco minutos, y todavía íbamos en repechada, subiendo. Cuando llegué, el jefe ya estaba desmayado. Todo meado, transpirado, casi la mitad de la gente se meó… porque alguna cosa se figuraron. El joven contó lo siguiente: cuando se iba aproximando al frente donde íbamos a trabajar sentía un ruido, como que estaban llenando carros de metal…, siguió hasta cuando enfocó hacia donde el ruido era más grande y dice que había un chivo… que metía los cachos en el cerro y sacaba el metal por arriba… llegaba a sacar fuego. Pensó que antes que el chivo lo viera a él tenia que arrancarse.

Para qué le digo la gente cómo nos hacía burla, como un año que no podíamos salir afuera, cualquiera nos decía: «Qui’hubo ¿no iban a corretear al diablo?».

El año siguiente el mismo 9 de agosto, otra reunión, salió un minero maduro que dijo «yo voy». También lo acompañamos diez jóvenes. Yo quería «matar el chuncho». A la entrada de la mina ese minero viejo nos dijo: «Miren, niños, aquí vamos a entrar metiendo bulla para que no escuchemos ninguna otra que la bulla nuestra». Cantábamos, ni supimos cómo llegamos, pero sacamos la jornada y no ocurrió nada. No apareció el chivo.

Con Recabarren el año 23

Yo escuché hablar a Recabarren más o menos a fines del año 1923 en la oficina Iberia. Venía de una gira que había hecho por los países de Europa e incluso había ido a Rusia, como se llamaba en esos años. Nos contó en esa conferencia la forma como se había hecho la revolución, el sacrificio que estaban haciendo los camaradas rusos… decía: «No habrá fuerza capaz en el mundo que derroque el poder obrero-campesino de la Rusia».

Cuando anunciaron a Recabarren en la oficina Iberia se juntó la gente en plena plaza, estaban desde el administrador pa’bajo, las mujeres, los niños, era una fiesta. Querían escucharlo, porque era un hombre que no aburría… Tan inteligente que entremedio de sus cosas serias que hablaba contaba anécdotas y hacía reír a los compañeros. Eso le significaba gritos de «Viva Recabarren», «Viva la FOCH»… En la Iberia no existían sindicatos, había Consejo local de la FOCH que se reunía con las oficinas Gruta, Prosperidad y Ricaventura, en plena pampa. También lo escuchábamos hablar con mucho frío en la pampa (cuando las compañías le prohibían la entrada al pueblo). De noche helada llegaban los trabajadores y las mujeres porque él les tocaba las fibras…; sabía cómo hacían las madres para educar a los niños, tenían que trabajar en cantinas, tener pensionistas porque en un olla grande tenían comida para los chiquillos…, no había salario mínimo. Había veces en que los pampinos no levantaban caliche y salían «contando rojo»: debe, debe, debe….

Siempre para esto se escogían compañeros solteros

Estábamos en huelga en la Oficina Iberia por la jornada de ocho horas. En el año 1925 de Iberia salió una comisión con ayuda para otra huelga, la de la Coruña. No se supo nunca más de ellos. Salieron tres compañeros solteros, tenían que embarcarse en el tren longitudinal (que partía de Calera hacia Iquique) hasta Pintados, y ahí tomar el tren a San José que recorría la parte norte de Iquique.

En el camino se encontraron con la cuestión de la matanza. Quisieron llegar allá y los tomaron también por huelguistas. La gente que escapaba se metía en las calicheras, pero los milicos se iban allí y al pampino que se asomaba para buscar agua lo mataban. Le llamaban «la caza de la paloma», porque el pampino usaba la «cota» de saco harinero en vez de camisa; porque con la transpiración y el salitre todo se ponía duro. Usaban cotas muy adornadas con pechera con hilo rojo o negro, bolsillos bien bonitos y esos se abrochaban aquí… Entonces, todos andaban blanquitos. Si yo echaba a trabajar estos pantalones, les ponía un «cayapo», un saco harinero en las asentaderas y en la parte de abajo.

Mataron muchos, está la pampa sembrada de cadáveres.

En las Sociedades Filarmónicas se hacía cultura

Los conjuntos obreros aficionados presentaban incluso obras de teatro de Recabarren. Para ser socio de la Filarmónica tenia que ser aprobado por la asamblea o por la asociación de Socorros Mutuos. Tenía que presentarme a mí otro socio, porque no faltaba alguien que dijera «no, ese cabro no, es un palomilla». Aceptado, había que hacer un juramento; no me acuerdo qué se decía, pero uno tenía que decir «si». Los comentarios se hacían en la pulpería -que era de la propia empresa-, durante las colas. Mi mamá se sintió muy contenta que a su hijo lo aceptaran «en sociedad». Los bailes los pagaban los mismos socios, con cuotas, se acordaba dar tres pesos. En ese tiempo los licores eran más agua que nada (unos barriles de vino con agua mineral -de la oficina Puelma o Ricaventura- y azúcar). Se acordaba cómo tenían que ir vestidos los socios, si con guantes o con pañuelo (dos pañuelos impecables, uno para tomar la mano de la bailarina y el otro se ponía atrás). Para los 18 de septiembre, zapatos de baile, con una humita.

Cuando empezaba el baile, el director ubicaba a las damas a un lado y al otro los varones; para bailar quince parejas, quince fichas; al hombre le tocaba un «bizcocho» y a la mujer un «corazón». Eran de bronce con un número… Cuando el director de baile hacía todo el recorrido, le preguntaba a la orquesta qué iban a tocar -un vals. una polca, que eran los bailes de antes- recién tocaba un timbre (lo llevaba en la mano) y todos los varones se paraban; otro timbre, giraban, y al tercero se empezaba a dar la vuelta: «Señorita, el tres».

-«No, tengo el cuatro…» Entonces, uno no podía bailar con la chiquilla que quería, era a la suerte de la ficha. Uno ofrecía el brazo para dar unas vueltas hasta que todos se ubicaban y a la pasada iba entregando las fichas al director. Un timbre, la niña se ponía adelante, otro partía la orquesta, que era un piano o una acordeón y un par de guitarras. No había que conversar con la pareja, si hablaba mucho el director le apuntaba «punto en contra»; se reunía el directorio y le designaban un castigo (por un baile o dos, castigado). Así era.

El año 36 en Cala-Cala, conocí a unos comunistas jóvenes

Yo jugaba fútbol con ellos; me rodearon mucho, yo los esquivaba. Una tarde, celebrando una partida, me invitaron a una reunión y me ofrecieron la ficha. Yo se las acepté y recibí mi primer carnet. No hice mucha actividad… El Partido no era como ahora.

El 39 me vine a la oficina Pedro de Valdivia. Por el fútbol me recibieron como casado. ¿Se acuerda del terremoto de Chillan? Ya había pasado, me mandaron a una carrocería muy grande. Entonces quería ser maquinista… En la tarde iba en la máquina a buscar a los mineros… Parecía racimo de uvas con todos los pampinos. «Ahí vienen bajando los «pata ‘e zorro»», decían por los calicheros.

En Pedro de Valdivia me repuse mucho. Porque tuve un accidente en Iberia que me produjo, con los años, un quiste… Cuando ganó Allende yo estaba hospitalizado. Eso venía del año 24; quedé enterrado en la mina, tragué mucho polvo. Ese día nos habíamos venido de Gatico (entre Antofagasta y Tocopilla). En la pampa estuve botando bolones con una barreta (porque las herramientas del minero son un «macho» de 25 libras, una pala, una barreta y un «respaldeador»: este es un martillito que tiene un hacha que se usa para limpiar la «cuota»). Estaba mirando para arriba cuando de repente ¡brrrom!… se siente la cosa… La idea mía fue oponer la barreta a un planchón grande; cuando ya me vi mal, me tiré detrás de la «pirca» (porque hace una «cancha» uno, donde va tirando todo lo malo… y eso queda más alto que uno y el cerro de caliche más alto todavía). La verdad es que sentí un apretón…, eso fue como a las diez, y me sacaron como a las cuatro de la tarde. El «costrero» -el jefe de la sección- dijo: «Hay que hacer un ‘cayo’ aquí no más y sacamos al cabro» (un «cayo» es hacer un hoyo despacito y poner un cartucho de dinamita para romper el caliche…).

Pero había «un niño» que me quería mucho a mi por la cuestión del fútbol; él empezó a sacar tierra hasta que me tocó los pies, yo los menié y dijo: «¡Está vivo, está vivo!…» Yo sentía todo, incluso cuando decían que había que hacer un «cayo». Me sacaron a la rastra, estaba lleno de tierra y me accionaron un poco aquí, la parte del estómago, tenia los brazos morados. Me llevaron en camilla a la botica. Y la gente esperando: «Es su hijo», le dijeron a mi mamá. Me examinó bien el practicante y me forró, parecía momia; me mandó para la casa. En la casa le dije: «Si estoy vivo, mamita».

Me llamo Margarita Naranjo

Primero empecé a toparla por aquí, solamente tenía un chichoncito; entonces la llevé, ya estábamos cerca de la casa de ella.

-¿Cómo se llama?

-Me llamo Margarita Naranjo-. Ella ya sabía que yo me llamaba Carlos y, fíjese, esa niña no se olvidó nunca…

Esa zanja era para traer agua potable de la cordillera, en dirección a Tocopilla, para mantener el nivel se iba ahondando la zanja.

Bueno, como a las doce del día un avión empezó a revolotear y aterrizó… Vimos una «chusca» amarilla, colorada, que se ve cuando se levanta mucho polvo. Todo el pueblo se precipitó a ver el avión: «Oye, oye, cayó un avión»; -«¿Adonde?»; -«En la piscina». Cuando iba cruzando, siento un grito: -«Me caí». Una chiquilla que estaba abajo (en la zanja). Yo no hallaba cómo sacarla. -«Espérate, le dije, voy a buscar un cordel». Me la puse aquí y me planté para arriba; transpiraba… Cuando asomé con ella, arriba iba un veterano pasando: «¡Ehh! ¡Ayúdeme a sacar esta niñita!» Luego seguí corriendo y ella siguió gritando. Tuve que llevarla a su casa.

Como le digo, esa niña no se olvidó y fue creciendo. Una señorita…

Habían transcurrido muchos años de ese caso. Yo había enviudado. Me había quedado una niña, porque el niñito hombre murió… Una bronconeumonía fulminante…; ¡casi me morí!

Entonces fuimos a jugar fútbol con la mina María Elena. Me encontré con muchos conocidos que me llevaron a una casa… «No te vayas todavía, Carlos, que hay micro hasta las nueve». Bueno, me puse a mirar la casa, yo siempre soy novedoso, miro lo que miro, si hay cuadriles, en fin. Y veo una foto:

– Oiga -les dije-, yo conozco a esta gordita que hay aquí. Una de las hermanas de Margarita era la dueña de casa.

– Entonces, usted es Carlos, el que sacó a la niña de la zanja -me dijo-. Pero si no piensa más que en usted.

– Está hecha una señorita, ¿no? -dije-. Dígale que…, no, no le diga ninguna cosa; por último, cuéntenle que soy un chico recortao. Pero siempre le dijeron algo y cuando volví por el fútbol, Manuel Galleguillos (el esposo de la hermana) me llevó para la casa. Ahí estaba la Margarita. Cuando le pego la mira… ¡tremenda mujer!, ¡más linda! Ya no se despegó más, no había caso, era alta… Uno de los cabros míos es del porte de ella, tremendo monumento; con una mirada… ¡qué bella mujer!

Ya, entonces, yo le dije que yo era viudo, que tenia una pila de chiquillos, pero no hubo caso…

Después conseguí traslado a María Elena, ahí vivía con mi mamá. Los hijos de mi primera mujer ya habían volado, me quedaban las dos niñitas de la segunda. Margarita sabia toda la historia, la tragedia de los niños, qué se yo, mi mamá le conversó todo. No hubo forma de hacerla desistir, iba a la casa, le ayudaba a mi mamá y empezamos a vernos más. Un día mi mamá me dijo: «Esta niña, Carlos, sufre mucho, ¿por qué no te casas con ella? Tenía 19 años. Así que, ya está, armamos el paquete y nos casamos… La primera cuestión que noté en ella: usaba un tremendo taco, pues, y bajó a un taquito así, para no verse tan grande y yo me ponía sombrero, le llegaría por lo menos por aquí… Ese era el problema de Margarita.

Ella era nacida en María Elena y los padres tocopillanos. Nuestros hijos: uno nació en María Elena y dos en Vergara. Recién nacida la Ana Margarita, volvimos a María Elena, yo como dirigente del sindicato. Allí Margarita se hizo popular… ella era evangélica; no decía «compañera»… la familia era presbiteriana. Ella leía El Mercurio y yo El Popular. De repente noté que El Mercurio no llegaba y comenzó a decirme: «Mira, El Popular dice esto y esto» (lo leía mientras yo estaba en el trabajo). Al principio no le gustaba que le dijeran compañera y después se enojaba si no le decían. Ya empezó a participar en el «Menche» (MEMCH: Movimiento Pro emancipación de las Mujeres de Chile). Y ahí nos pilló la represión del año 47… Empezó la pelea, ella me vio salir en la mañana a trabajar, el 22 de octubre del 47.

…Entonces vinieron a nuestra puerta,
mandados por el coronel Urízar,
y lo sacaron a medio vestir y a empellones
lo tiraron al camión que partió en la noche,
hacia Pisagua, hacia la oscuridad…

A mí no me alcanzaron a tomar antes, pero me pescaron en la sección de trabajo. El sargento habló de una «ley de defensa de la democracia». Al otro día en la noche nos llevan a Antofagasta y luego en tren a Pisagua. Llegamos el 25 de octubre como a las diez de la mañana. Setenta y dos compañeros fuimos encerrados en el hospital viejo, otros en el mercado y otros en una bomba. Como a los veinte días llegó del sur el Araucano, y Pisagua se llenó de presos.

La policía, para atemorizar a las mujeres, buscaba desesperarlas. Les decían que a todos los que estaban en Pisagua los iban a «fondear» (ahogar en el mar) y que ya estaban «fondeando».

…Entonces
me pareció que no podía ya respirar más. me parecía
que la tierra faltaba debajo de los pies,
es tanta la traición, tanta la injusticia,
que me subió a la garganta algo como un sollozo
que no me dejó vivir. Me trajeron comida
las compañeras, y les dije: «No comeré hasta que vuelva».

Entonces ella, desesperada, no quiso comer. No me querían avisar a Pisagua porque, decían, «éste se va a volver loco». Habían pasado treinta días ya y decidieron: «Se vuelva o no se vuelva loco, hay que decirle». Me explicaron: «El problema es que a tu compañera hay que hospitalizarla y ella no quiere hasta que tú llegues a la casa». Esa noche la pasé haciendo cartas. «De un momento a otro vamos a salir…», trataba de convencerla.

A los treinta días se hospitalizó. Ya no hubo forma de salvarla. Se había destrozado. Cuando ya no pudo andar se quedó en la cama. Mandaron a buscar a mi mamá a Tocopilla, que le preparaba bisteques con cebolla; se lo ponía ahí para que le llegara el olorcito…

Al tercer día hablaron al señor Urízar,
que se rió con grandes carcajadas, enviaron
telegramas y telegramas que el tirano en Santiago
no contestó. Me fui durmiendo y muriendo…

Dieron la orden de trasladarme a mí, pero siempre preso. Me notificaron: «Va a tener que irse a María Elena porque va a ser trasladado a Putaendo… Van a llevar a su señora al sanatorio de Putaendo». El gran miedo que tenían era que si ella moría en María Elena se les iba a armar el boche, porque la niña era muy conocida ahí. Durante el traslado. llegando en micro a Chacán, me las arreglé para entrar al hospital. El portero (para disimular) me dijo: «Quiubo, doctor». Y yo:

«¿Dónde está mi enferma…?» Estaba sólita en una pieza.

A mí, como relegado, me mandaron en tren a Putaendo. A ella también la trasladaron y la encontré en el hospital de esa ciudad. Después quisieron operarla en el hospital de San Felipe y al fin no se atrevieron.

Ella me había dicho: «Si me muero, Carlos, este vestido me vas a poner…»

Murió. Tenía 26 años.

Al funeral llegó poca gente. El Partido informó en su prensa.

…sin comer, apreté los dientes para no recibir
ni siquiera la sopa o el agua. No volvió, no volvió,
y poco a poco me quedé muerta, y me enterraron:
aquí, en el cementerio de la oficina salitrera,
había en esa tarde un viento de arena,
lloraban los viejos y las mujeres y cantaban
las canciones que tantas veces canté con ellos.

Después, en un viaje a María Elena las compañeras me dicen: «Tiene que ir a hacer entrega de carnet a una nueva célula». Figúrese, tanto esfuerzo para mantenerme tranquilo. En Santiago hay varias células Margarita Naranjo, en Rancagua, en fin.

Hacía como tres meses que estaba en la cuenca del carbón y se hizo un ampliado para que yo diera una relación. Hubo mucha emoción. Ahí conocí a la compañera que tengo ahora.

Su nicho es el número 4 del pabellón 36, en el Cementerio General en Santiago. Siempre tiene florcitas. Los compañeros le hicieron una lápida muy bonita con su nombre: Margarita Naranjo.

Editado electrónicamente por C.D. Blest el 30mayo de 2003

 

*Fuente: Blest

Notas:

1. La recepción de la poesía de Neruda por parte del proletariado salitrero es temprana.

En 1923 Neruda publicó Crepusculario, que incluye poemas escritos probablemente desde 1919 y, entre ellos, Maestranzas de Noche. La aproximación del adolescente. hijo de ferroviario, a la condición obrera es natural. Lo que él probablemente no pudo sospechar fue la contrapartida de su impulso creativo: la aguda sensibilidad que llevó a los núcleos de obreros pampinos -fundadores del Partido Obrero Socialista y del Partido Comunista- a conceptuar aquel poema como algo propio de su clase. En efecto, otros jóvenes que, como Neruda, no sobrepasaban los 19 años de edad, publicaron en Antofagasta, también en 1923, una revista: La Llamarada. Aquel órgano de la Federación Juvenil Comunista -cuyo primer presidente fuera Salvador Ocampo- incluyó en sus páginas Maestranzas de Noche:

Fierro negro que duerme, fierro negro que gime… / Cada máquina tiene una pupila abierta / para mirarme a mí… / Y entre la noche negra -desesperados- corren y sollozan / las almas de los obreros muertos.

 

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1 Comentario

  1. libertad joan

    Muy bueno. He sentido la recreación en mi imaginación.Es cierto que Neruda está muerto, pero es alguien tan cercano, cuando podemos caer en esa complicidad de la juventud., Creo que hoy, a pesar del mundo tecnológico,a pesar del constante watsap que hacen todo el día , habrá más de algún niño o niña provinciana que en un obscuro día de lluvia , escribirá tímidos poemas libertarios, pincelados con deseos de justicia como los poemas mencionados en estos relatos,»Maestranzas de Noche y «Margarita Naranjo .»El relato que enriquece esta lectura, es poder aglutinar en la memoria sin olvido, como obreros del pasado construyeron sus ideales, escuchando a sus líderes los cuales creían en sus líderes extranjeros, me refiero a Recabarren en la forma como el creía en la Rusia de esa época y escondido en su coraszónb tendría en anhelo esperanzador de hacer de Chile algo parecido , o bien no, no sé lo que pensaba , tal vez sólo educar a los obreros de la pampa, esperando la maduración en un largo plazo.,Lo que haya sido, sirvió para respaldar los valores libertarios de un mundo mejor , de mejores condiciones laborales. De aquella época ,la historia es capaz de unir los trazos invisibles de quienes dieron su vida, para dejarnos un legado, un legado incorruptible de buenas razones para seguir creyendo que no todo está perdido, que bajo otras formas hay gente que sigue luchando por recuperar lo que se ha perdido..Buen texto que emociona, armoniza con el pasado pampino y nos hace más humanos, teniendo presente la poesía del gran Neruda, nuestro vate chileno.

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