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El desprestigio universal de la política

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Con el mal tiempo, la política parece haber entrado en sus cuarteles de invierno; este fenómeno no es nuevo: se arrastra desde los textos de los críticos del Centenario de la república, que atribuían la decadencia de Chile a una crisis moral provocada por la súbita riqueza del salitre, conquistada en la Guerra del Pacífico, donde habíamos heredado el veneno del caliche peruano.
MacIver, en su discurso sobre la crisis moral de la república, hace una pintura de la realidad chilena que, considerando las diferencias de contexto, podría ser perfectamente transpuesta a la actualidad. No somos felices, tenemos más escuelas, pero peor educación; las municipalidades están corrompidas y los intereses particulares de los políticos se anteponen al bien común. El país que no avanza, retrocede.
Luís Emilio Recabarren, en su obra Ricos y Pobres, folleto que sintetiza una conferencia dictada en Rengo, en septiembre 1910, relataba la miseria de las cárceles, que eran verdaderas universidades del delito. El destino de los pobres la ignorancia y la cárcel. Recabarren denunciaba los conventillos y las piezas redondas, la insalubridad y el alcoholismo que diezmaban a los proletarios.
Julio Valdés Canje (Alejandro Venegas), retrataba la miseria de los partidos políticos, en la época del parlamentarismo: el mismo reparto de cargos que en la actualidad; se trataba de conquistar y mantener el poder por el poder a toda costa; el Estado estaba tan separado de la sociedad civil como en la actualidad.
El fenómeno de separación entre la timocracia y los ciudadanos no sólo se repite entre dos Centenarios, sino que también hoy es global En Inglaterra, los laboristas están completamente desprestigiados. En Italia, los partidos históricos han desaparecido: la Democracia Cristiana fue diezmada por las fracciones, que desde la izquierda, hasta la ultraderecha, sumando las relaciones de sus líderes la mafia. En el fondo, la Democracia Cristiana comenzó su aniquilamiento cuando los jueces emprendieron, valientemente, las causas penales contra los políticos. El antiguo Partido Comunista, de Togliatti, ha desaparecido del Parlamento; los socialistas de Betino Craxi han sido reducidos a su más mínima expresión.
En la última elección parlamentaria los italianos se pronunciaron a favor del audaz mercader y millonario de las comunicaciones, Berlusconi, y todo el conjunto de partidos políticos tuvo que formar un partido para la democracia, que agrupa un amplio arco iris de antiguos políticos demócrata cristianos, independientes y socialistas.
América Latina también ha entrado en el invierno de la política: en Venezuela murieron –y difícilmente resucitarán- los partidos históricos, (Acción Democrática y COPEI), incluso, el MAS, de Teodoro Petkoff, que pretende encabezar la oposición, no logra levantar cabeza. En Brasil, los socialdemócratas, de  FernadoHenrique Cardoso, están bastante diezmados, incluso, el Partido de los Trabajadores, de Lula, han sufrido, durante estos últimos años, escándalos de corrupción. En Argentina, los Justicialistas se han convertido en un partido personalista, casi un coto de familia. En Perú, el APRA, uno de los pocos partidos históricos que ha resistido este oleaje antipolítico, está cada día perdiendo más apoyo.
En Chile, varios indicadores nos han ido demostrando el deterioro, no sólo de la casta política de los partidos, sino también de las instituciones. El año 2002, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicó un libro, Desarrollo humano en Chile. Nosotros los chilenos: un desafío cultural, en el cual se mostraba, en base a indicadores, que sólo el 40% de los jóvenes adhería a la democracia; al 36% le daba lo mismo el régimen político, y el 18% prefería un régimen autoritario que, en este caso, sería de derecha, por ser la única experiencia que tenían. En las elecciones de 1997, una amplia mayoría se abstuvo, votó nulo o en blanco, queriendo demostrar un sordo resentimiento a la clase política. En el año 2004, el PNUD publicó otro libro titulado El poder para qué y para quién, donde se vuelve a comprobar que no existe casi ninguna variación desde el 2002 al 2013, con respecto a la percepción y adhesión a la democracia: un 44% la considera preferible a cualquier otro régimen político; el 17% es partidario de un régimen autoritario, bajo circunstancias especiales, y el 35% le es indiferente el régimen político.
Un conjunto de Fundaciones políticas realizó una encuesta sobre varios temas referidos a los Partidos e instituciones: el 45% considera la democracia preferible a cualquiera otra forma de gobierno; el 29% le da lo mismo que sea un régimen democrático o autoritario; el 18% se pronuncia por un régimen autoritario, bajo algunas circunstancias. El 91% no tiene confianza en los partidos políticos: el 82% en Congreso y el 80% en los Tribunales de Justicia. Todos los partidos y combinaciones obtiene menos de la nota 4 (cuatro), por consiguiente, son reprobados por la opinión pública
El cuadro está claro: en el Chile de hoy, al igual que en el Centenario, la casta política chilena está completamente separada de la sociedad civil; los ciudadanos desprecian a los políticos y en su sola mención, lo asocian a la corrupción, la malversación de fondos fiscales, la ineficacia e, incluso, el ocio. Estos resultados, personalmente, no me alegran: el desprestigio de la política sólo favorece a líderes autoritarios y aventureros que, seguramente, cometerán más barbaridades y robos que los políticos que pretenden reemplazar.
Desgraciadamente, la característica del período de transición a la democracia no ha sido sólo la transacción permanente entre la Concertación y la derecha, el uso del Estado como botín – como lo denunciara Enrique Correa, la eminencia gris de los gobiernos concertacioncitas- la falta de ideas, la exclusión de los ciudadanos y un pragmatismo miserable, sino el extremo inmovilismo, propio de las castas conservadoras, satisfechas de los bienes que le ha dado la sociedad. La idea central es no cambiar nada, o lo menos posible.
Llevamos 33 años de Constitución pétrea, casi imposible de cambiar y la Concertación se ha conformado sólo con recaucharla. La mezquindad de los políticos, en especial de derecha, pero también de la Concertación, ha hecho imposible reformar el sistema electoral. Tenemos senadores y diputados casi vitalicios, en un alto porcentaje, y si alguien se lo enrostra, ponen cara de palo, como si hubieran comprado el sillón parlamentario como un bien personal. Los partidos políticos son la posesión de grupos feudales, con líderes que se reparten la jefatura.
La clase política, en lo que nos compete, se ha buscado por sí sola el desprecio ciudadano. Lamentablemente, al igual que en 1910, el pueblo mira su accionar con indiferencia musulmana, sin reaccionar convenientemente ante tanta desidia e incapacidad de la casta política.
Noviembre 2013

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