Hace algunos momentos el presidente del Movimiento por Aysén, Iván Fuentes, en medio de la indignación de la ciudadanía de la región, graficó en una frase lo ocurrido esta mañana con el desaire grosero del gobierno de desahuciar las conversaciones si el pueblo aisenino no desarmaba previamente el poderoso nivel de protestas, aquel que precisamente ha obligado al ejecutivo a sentarse a la mesa de diálogo.
Dijo el dirigente que mientras los gestos de buena voluntad de los aiseninos, como eran los de bajar los cercos menores y reducir las horas de los bloqueos principales, eran una forma de contribuir a echar un balde de agua a la hoguera de las protestas, el ejecutivo intempestivamente arrojaba un bidón de bencina al fuego al patear la mesa de negociaciones, en un acto de provocación e irresponsabilidad sin precedentes, aun viniendo de un gobierno que ya había demostrado una asombrosa incapacidad para manejar los movimientos sociales de la población.
La situación, al menos en las horas que transcurren, es, sin duda, de extrema tensión y, lo que es peor, de gran peligro cuando el propio ministro vocero, Andrés Chadwick, a nombre del presidente, se ha dirigido al país en un tono de sombría amenaza, recordando los años siniestros de la dictadura cuando este tipo de ultimátum se resolvían con la muerte de varios manifestantes que protestaban en las calles contra la tiranía.
A estas horas se hace fundamental la movilización nacional de la ciudadanía que pueda amarrar las manos de los represores, ya que no hay que olvidar que son los mismos que oficiaron de consejeros y gestores civiles del triste historial de represión y muerte que jalonó los años del gobierno militar. Está visto que la cordura no ha sido la característica de la derecha cuando está en el poder, ni durante la dictadura ni en la historia democrática de la nación. Las peores masacres, sobre todo en el siglo pasado, fueron obra de la oligarquía gobernante, de sus representantes más genuinos, originadas todas en el profundo desprecio que los poderosos tienen por las clases populares, en la subordinación incondicional que tienen las fuerzas armadas y policiales hacia la derecha, más aun si ésta accede al poder.
La hora de solidarizar de manera efectiva con los pobladores de Aysén llega de manera urgente cuando el peligro de una represión de consecuencias imprevisibles se hace más latente ante las amenazas del ejecutivo de aplicar la ley de seguridad interior, declarar el estado de emergencia y, como ha sido la tónica de la administración de Piñera ante los conflictos sociales, reforzar la represión con mayores contingentes de carabineros. Hay que recordar que ante el conflicto estudiantil del año pasado surgieron voces en la derecha que pedían acudir a los militares para acallar, al viejo estilo, las voces de las protestas.
Si se analiza con racionalidad la posición adoptada esta mañana por el gobierno, resulta inexplicable que hayan decidido jugarse otra vez el prestigio —ya de por sí muy deteriorado— a una sola carta, la de imponer una mal entendida autoridad cuyo fracaso contribuirá a derrumbar todavía más la imagen de una coalición, la de la derecha, que esperó más de medio siglo para acceder al poder de manera democrática, que prometió un cambio frente a las falencias demostradas por los gobiernos de la Concertación, y que antes de dos años en el poder concita el repudio de la inmensa mayoría del país.
La secuencia de chambonadas de una administración que parece formada por idiotas, se ha sucedido en cadena en las últimas horas respecto a la rebelión aisenina, como lo ha sido también ante los conflictos anteriores que tuvo que enfrentar. Retiran a los ministros de la zona y juran, con gesto autoritario, que desde ese instante será la intendenta de la región, Pilar Cuevas, la única interlocutora válida para solucionar el problema. El rechazo de la directiva del movimiento obliga a las pocas horas retroceder optando por enviar al ministro de energía Rodrigo Alvarez “empoderado” —la palabra de moda en la política— para solucionar el conflicto.
A renglón seguido el ministro asegura, al llegar ayer a Aysén, que no entregará a la prensa la respuesta del gobierno a las peticiones del movimiento sin que antes la conozcan sus dirigentes. Pues bien, hace pocas horas el señor Alvarez, sin que estas supuestas soluciones sean discutidas por los directamente involucrados, las reparte a los medios destacados en la región, desdiciendo así sus propias palabras.
La respuesta draconiana de La Moneda, que según palabras de Iván Fuentes dejó “desnudo” al ministro al cerrar la puerta al diálogo, repetimos, mete al gobierno en un callejón de inquietante salida ante la respuesta lógica de los aiseninos ante la prepotencia central. Al radicalizarse a estas horas la protesta con el cierre total de los accesos, las manifestaciones que recrudecen, la toma y retoma de caminos y puentes, ¿echará mano el régimen a la única opción que se autoasignó, esto es la de la represión de insospechado desenlace? ¿O tendrá que ceder, sobre todo si la rebelión de las regiones se extiende, como ocurre en este instante en Copiapó, Coronel y otros lugares de Chile?
Confiar en el criterio del descriterio es, sin duda, pedir peras al olmo. De ahí el peligroso terraplén por el cual se desliza la situación a estas horas. Detener la mano de los sectores más reaccionarios de la derecha que parecen imponerse en el gobierno, sólo puede hacerlo la movilización ya no sólo de Aysén si no que de todas las fuerza sociales en todos los rincones del país.
El gran artista Roger Water que nos visita en estos momentos, que se pusiera decididamente junto a las principales reivindicaciones del pueblo chileno, declaró anoche al término de su entrevista con Camila Vallejo: “En Chile la gente deberá decidir en las elecciones si gobierna la banca, o si de verdad gobierna la gente”.
Su sabio concejo nos ha llegado, por desgracia, un poco tarde: hace demasiado tiempo que nos gobierna la banca.
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