El príncipe Mulay Hicham, de 46 años, tercero en la línea de
sucesión en el trono de Marruecos, considera, en entrevista telefónica desde
París, que el mar de fondo que recorre el sur del Mediterráneo llegará a su
país. Autor de artículos académicos sobre el mundo árabe, el príncipe mantiene
una tensa relación con su primo hermano, el rey Mohamed VI.
Pregunta. ¿Es 2011
para el mundo árabe lo que fue 1989 para el comunismo?
Respuesta. El curso de la historia ya cambió con la caída
del régimen de Ben Ali, cualquiera que sea el desenlace de la crisis egipcia.
El antiguo régimen ya no podrá ser mantenido tal cual. El verbo
"cambiar" se conjuga en presente y no en futuro. El muro del miedo
que imposibilitaba cualquier sublevación popular, erigido en la cabeza de cada
ciudadano, se desmoronó. Eso abre paso a movimientos de protesta democráticos.
A decir verdad, la crisis que experimentan los poderes autoritarios podía
adivinarse desde hace tiempo. Se percibía hasta hace poco a través de un
profundo malestar. La novedad son estas erupciones populares, que ponen de
manifiesto un mar de fondo de descontento en toda la región.
P. Las revoluciones
tunecina y egipcia no guardan relación con experiencias anteriores.
R. Son una ruptura con los esquemas anteriores que
inspiraban a los movimientos de protesta árabes desde hace más de dos décadas.
El conflicto árabe-israelí ya no está en el corazón de los nuevos movimientos
democráticos. El islamismo radical tampoco les inspira. El acto fundacional de
la revolución jazmín en Túnez fue la inmolación de un joven licenciado, lo que
no tenía ningún carácter religioso. Los nuevos movimientos ya no están marcados
por el antiimperialismo, el anticolonialismo o el antisecularismo. Las
manifestaciones de Túnez o de El Cairo carecen de cualquier simbolismo
religioso. Rechazan así la tesis de la excepción árabe. Suponen una ruptura
generacional. Además, las nuevas tecnologías animan a estos movimientos.
Ofrecen un nuevo rostro de la sociedad civil en la que el rechazo del
autoritarismo se compagina con el de la corrupción. Estos movimientos son a la
vez nacionalistas y antiautoritarios. Son panarabistas pero con un nuevo
enfoque que da la espalda a la versión antidemocrática de esa ideología que
prevaleció antaño.
P. ¿Qué lecciones
debe sacar el Magreb y, concretamente, Marruecos de lo sucedido en Túnez?
R. Marruecos no ha sido aún alcanzado, pero no hay que
equivocarse: casi todos los sistemas autoritarios resultarán afectados por la
oleada de protestas. Marruecos no será probablemente una excepción. Queda por
ver si la contestación será solo social o será también política, y las
formaciones políticas, animadas por los últimos acontecimientos, se animarán.
Más vale curarse en salud y prácticar la apertura antes de que llegue la ola de
protestas y no después. Así se dispondrá de un margen de maniobra. Los tiros,
sin embargo, no van por ahí. La dinámica de liberalización política iniciada a
finales de los noventa está casi agotada. Redinamizar la vida política marroquí
en el contexto regional, evitando los radicalismos, será un gran desafío.
P. ¿Se parece
Marruecos a Túnez?
R. Marruecos disfruta de un mayor grado de mediación social
entre el poder político y el pueblo. Ahora bien, esa mediación está ampliamente
desacreditada. Lo demuestra la bajísima participación en las elecciones. Hay
otras diferencias importantes con Túnez. La población de Marruecos es más
variopinta, su anclaje en la historia más antiguo y sus diferencias sociales más
acentuadas. El abismo entre las clases sociales socava la legitimidad del
sistema político y económico. Las múltiples modalidades de clientelismo en el
aparato del Estado ponen en peligro su supervivencia. Si la mayoría de los
actores sociales reconocen a la monarquía, están, no obstante, descontentos con
la fuerte concentración del poder en manos del Ejecutivo. Los nuevos
movimientos sociales en Túnez, Yemen, Jordania, Argelia y Egipto colocan la
dignidad del ciudadano en el centro de la política.
La amplitud del poder monárquico desde la independencia es
incompatible con la nueva dimensión fundamental que reivindica el ciudadano. Es
así cualesquiera que sean las cualidades humanas del individuo, incluso si este
es un rey ilustrado.
P. Usted es un atento
observador del mundo árabe. ¿Le han pedido algún consejo en Rabat?
R. Nadie, oficial u oficiosamente, me ha solicitado mi
opinión. Al país le sobran recursos intelectuales y políticos. Quiero además
preservar mi autonomía intelectual. Tengo además mis obligaciones en el marco
de varias instituciones internacionales.
P. ¿Tiene algo que
temer Europa por lo que sucede en la orilla sur del Mediterráneo?
R. Ni Europa ni Occidente en general son determinantes. Las
protestas han pillado por sorpresa a esos regímenes mimados por Occidente,
sobre todo por Francia en África del Norte. Es la primera vez desde la etapa
colonial que el mundo árabe se autodetermina para alcanzar una democracia
mediante manifestaciones callejeras sin el respaldo de Occidente. Europa debe
despertarse, dejar de apoyar a dictaduras no viables y apoyar a fondo los
movimientos que aspiran a un cambio plural. Hay que acabar con la dicotomía
maniquea que consiste en asustar con el islamismo para poder así preservar el
status quo.
En los nuevos movimientos sociales la religión no desempeña
ningún papel. Es una generación más bien secularizada la que reivindica la
libertad y la dignidad ante regímenes que vulneran los derechos humanos. Eso no
significa que el islam político no desempeñará un papel en el futuro de esas
sociedades en vías de democratización. Será un elemento, entre otros, del
tablero político. El principal problema de esos movimientos no es el islamismo,
sino la ausencia de liderazgo político.
Madrid – 31/01/2011
*Fuente: El
País
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