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No exageró  el Presidente Lula cuando sostuvo que la 39ª Cumbre de Jefes
de Estado del Mercosur celebrada en la ciudad argentina de San Juan,
“fue la más importante y productiva que tuvo el bloque desde la de Ouro
Preto”, en 1994, cuando se firmó el protocolo que le dio larval
institucionalidad. No sólo por la obviedad de concluir y firmarse (tras
seis años de arduas pujas y negociaciones) un instrumento jurídico como
el Código Aduanero Común, comenzando de este modo a estructurar la unión
aduanera, sino por las perspectivas que abre para continuar en una
dirección de mayor integración económica e inclusive política entre
gobiernos progresistas. Será además una contribución para saldar más
rápida y efectivamente la inmensa deuda social que pesa sobre los países
del Mercosur, además de los restantes latinoamericanos.

Las críticas e impaciencias por la dilación de este resultado no
resultan injustas, sobre todo en lo que a la última etapa refiere, una
vez que el giro a la izquierda comenzó a tomar visos de realidad y
cierta encarnadura concreta en un gradual proceso acumulativo. El
Mercosur no podía seguir siendo lo que fue, ya que se formalizó en un
contexto histórico de abrumadora hegemonía neoliberal y fue ejecutado
desde la partitura de la desconfianza y dirigido con la batuta de la
timidez y la desidia. Eran épocas de entregas y relaciones carnales con
los poderosos, admitidas o encubiertas, de búsquedas de tratados de
libre comercio autónomos, inconsultos y oportunistas. A lo sumo, esta
institucionalización regional respondía contradictoriamente a algunos
intereses de fracciones de las burguesías industriales y comerciales
emergentes, sobre todo brasileras, deseosas de expandir sus mercados y
consolidar sus conquistas. A los verdaderos poseedores de las riquezas
nacionales (las oligarquías rentistas y extractivas de cualquiera de los
países, dueñas de los suelos, los subsuelos y los cielos, cuyo norte
siempre fue y es el norte) en el mejor de los casos les resultaba
indiferente o directamente conflictiva toda expansión mercantil y del
ámbito de debate y decisión. Las oligarquías exportadoras están
acostumbradas a tener una llegada directa y familiar con el poder,
justamente porque son parte de él, lo producen y moldean a base de
palmadas paternales y gauchadas cómplices. Las institucionalizaciones se
les presentan como molestas e innecesarias mediaciones formales, ajenas
a la calidez de los negocios de entrecasa y del reconocimiento de los
linajes y tradiciones. El avance del Mercosur sólo podía darse con el
ascenso de las izquierdas y los sectores populares.

El primer síntoma de que algo nuevo podría gestarse en materia de
integración y, sobre todo, de vuelta de campana respecto a la
genuflexión cipaya, se dio en Mar del Plata, donde el ex presidente Bush
recibió una paliza diplomática precisamente de los jefes de estado
mercosureños, que determinó el naufragio de su proyecto ALCA,
incentivando la expectativa de avanzar en dirección al Mercosur. Por tal
razón no es contradictorio señalar tanto el enorme paso dado en la
última cumbre como subrayar a la vez la magnitud de las tareas
pendientes y de las dificultades aún irresueltas. Todavía falta
retraducir en términos de gestión concreta y transformación
socioeconómica de cada uno de los países y de la región, el ideario
izquierdista, aunque muy desigual, que nutre y anima las expresiones
políticas que hoy gobiernan los países integrantes del Mercosur. Hay que
ir por más porque los modestos resultados logrados lo exigen y porque
ahora están dadas las condiciones objetivas y subjetivas para ello. No
luchamos cuatro o cinco décadas sólo para mejorar las aduanas, sino para
terminar con las desigualdades sociales e inclusive con la explotación
humana misma. 

Se han sentado esta semana las bases para concretar en el 2012 una unión
aduanera, es decir, una expansión unificada de las fronteras
comerciales exteriores a todos los integrantes del bloque y la
desaparición de las interiores, configurando las condiciones iniciales
para una futura área de libre comercio. Se trata de un peldaño en la
escala de la integración, o al menos de una traba a la aplicación de
políticas comerciales exteriores diferenciales y la consecuente
apelación a las zancadillas y maniobras para beneficio de algunos pocos
actores nacionales privilegiados. Una condición necesaria pero no
suficiente para otro paso indispensable. La existencia conjunta de la
unión aduanera y la instauración del libre comercio darían lugar a la
constitución de un mercado común, al menos tal como lo podemos
referenciar en la única experiencia consolidada hasta el momento en
Europa. Dicha experiencia es mucho más que una fijación común de
aranceles exteriores y de desaparición de los interiores. También
contempla la instauración del derecho al libre tránsito de personas, la
prolongación de los derechos laborales en todo el ámbito de su vigencia,
en suma, una extensión geográfica del ámbito de ejercicio de la
ciudadanía que hasta podría llegar eventualmente a la unión monetaria
como último paso.

Sin embargo, a diferencia de la integración europea cuyos pasos no
pueden disimular una clara pretensión imperialista y hegemónica, la del
Mercosur y en un futuro la de América del Sur se irá gestando en la
resistencia a la hegemonía imperial y en la derrota del chauvinismo y la
xenofobia, que sin embargo continúa siendo expresión corriente en el
viejo continente. Este pequeño gran paso es posiblemente la resultante
del proceso iniciado en Mar del Plata que logró acelerarse y
consolidarse una vez que la política exterior uruguaya del Presidente
Electo logró superar un conflicto estúpido cuya continuidad hubiera
impedido este resultado y muchos otros futuros. Sus efectos no son sólo
apreciables a nivel de las máximas instancias políticas y de las
formalizaciones diplomáticas y jurídicas, sino sobre todo en el seno de
las organizaciones de base que efectivamente comparten su condición de
trabajadores más allá de nacionalidades propias o del capital que los
explota.

Una trascendente reunión que expresa estos cambios, y que sólo encontré
reflejada en las páginas de este diario, tuvo lugar esta semana en la
sede del PIT-CNT de Montevideo con dirigentes de sindicatos de
Gualeguaychú que fueron recibidos por sus pares uruguayos. Los
entrerrianos Hugo Esteban Bruzzoni y Pedro Gustavo Vela, reconocieron
que el conflicto “generó xenofobia en las dos ciudades” y que ante esto
“debemos recomponer las relaciones porque somos hermanos, y empezar a
trabajar desde el movimiento obrero es fundamental. Las relaciones
humanas se han visto fuertemente afectadas, hay muchos ciudadanos que
eran de Fray Bentos que viven en nuestra ciudad y cortaron la relación
con su ciudad por un conflicto que los trabajadores no buscamos. Si bien
no generamos el conflicto, queremos trabajar para ver cómo se recompone
toda la parte humana que quedó deteriorada".

Por último, tampoco se hubiera logrado la unión aduanera si el
Presidente Mujica no hubiera aceptado la exclusión de la política
arancelaria en materia de exportaciones agrícolas, actualmente
reflejadas en las llamadas “retenciones” aplicadas en Argentina. Porque
implicaría la exaltación de divergencias en la aplicación de recetas
económicas, sin que un debate sobre el problema de la renta agraria, de
la distribución del ingreso y de la propiedad agrícola, haya tenido
lugar. Muy probablemente ese mecanismo de captación de una parte de la
extraordinaria renta agraria deba ser sustituido, total o parcialmente,
por algún otro dispositivo consensuado en una futura reforma del Código
Aduanero Común. Pero lo que no puede sostenerse es la ausencia de toda
política en materia de captación y distribución de la renta y la
propiedad. Sus beneficiarios no las van a ceder generosamente.

No tienen códigos.


– Publicado el domingo 8 de mayo de 2010 en La Repùblica, Uruguay, http://www.larepublica.com.uy/contratapa/419607-sin-codigos?nz=1

– El autor es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

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