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Teología de la Reconciliación

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Conferencia presentada por el P. José Comblin en el Congreso de Teólogos
Moralistas de América Latina realizado en Sao Paulo en 2002 y, que
merece reflexionarse hoy en Chile a raíz del tema Indultos, Impunidad y
Derechos Humanos.


I. La Reconciliación como Problema Ético

La reconciliación de Dios con la humanidad incluye evidentemente la
reconciliación de la humanidad consigo misma y, por consiguiente, la
superación de todas las formas de opresión y dominación causantes de los
conflictos, incluidas las guerras. Pero eso no significa que esta
reconciliación se hará espontáneamente o por un milagro, intervención
forzada de Dios, por ejemplo, con el envío de miles de ángeles. El reino
de Dios y la reconciliación se realizan a través de los actos humanos.
Éstos reciben la inspiración y la fuerza del Espíritu, pero nunca actúan
sin la libertad humana. Tienden a liberar esta libertad y por tanto a
aumentar la responsabilidad de los agentes humanos.

Dada la diversidad de la humanidad, los conflictos son diversos y
múltiples. Ninguna actuación puede resolverlo todo al mismo tiempo, ni
siquiera resolver un solo problema para siempre. Todos los actos humanos
son limitados: alcanzan objetivos limitados durante un tiempo limitado.

La búsqueda de la reconciliación supone una multitud de proyectos
parciales y limitados. Todos y cada uno proceden de decisiones,
opciones, actos de libertad humana, aunque ésta no se da de modo
absoluto y definitivo. La libertad es algo que siempre se va
conquistando.

En primer lugar, la libertad supone el conocimiento, del pasado y del
presente que no es más que la resultante del pasado. Las ciencias
históricas y humanas suministran fragmentos del conocimiento del pasado y
del presente. La libertad actúa a partir de tales fragmentos, pero
siempre sujetos a la revisión y de hecho siempre revisados por el propio
progreso de las ciencias, sin que nunca se pueda llegar a un
conocimiento exhaustivo o definitivo.

Sin embargo, vimos que no hay leyes de la historia que permitan
reducirlo todo a elementos simples. El punto de partida es una
diversidad bastante desorganizada. Por eso, toda decisión parte de un
conocimiento probable, provisorio, pero no obstante con cierto valor.
Sin esta ciencia, las decisiones serían irracionales y normalmente deben
llevar a desastres.

Los proyectos y las decisiones están sujetos a error. Nunca superan el
estadio de la probabilidad. Además, como todo es parcial, cualquier
proyecto o decisión trae consecuencias positivas o negativas. Ninguna
actuación es siempre puramente positiva, incluso puede cambiar de
sentido con el tiempo. Lo que fue bueno en una determinada época puede
ser nocivo en la siguiente.

En segundo lugar, un proyecto de verdadera reconciliación precisa
proceder de personas realmente libres de ataduras ideológicas o de
intereses particulares. Sin embargo, todo proyecto supone alianza y
colaboración de muchas personas o grupos. ¿Cómo garantizar que todos
estén exentos de motivaciones espurias?

Sin embargo, hay que actuar. Lo peor es no hacer nada y dejar todo como
está. Por tanto, estamos obligados a promover proyectos afectados de
muchas posibilidades de error, y además contaminados por intereses
particulares de individuos o clases sociales.

Por todas estas razones, ningún proyecto humano puede coincidir con la
reconciliación de Dios. Pero hay proyectos que pueden estar en gran
parte inspirados y pueden contribuir al establecimiento de una paz
verdadera.

La reconciliación supone la intervención de la ética. En primer lugar,
para escoger el proyecto más adecuado en todos sentidos: mejor
contenido, de más fácil aplicación, mayor eficiencia, y con mayores
posibilidades de ser ejecutado. En segundo lugar, la ética tendrá que
juzgar la medida de las concesiones a la injusticia que sea tolerable en
un asunto determinado. En un mundo en que reina la corrupción, sería
iluso pensar que se puede formar un partido de puros y justos, ambición
de todos los partidos que se inician, pero que la historia muestra
irrealizable.

Este es un problema de ética. La pura religión no basta y la experiencia
muestra que el sentimiento religioso puede provocar desastres terribles
como ocurrió en el pasado. La historia de la cristiandad está llena de
pecados cometidos por santos y de proyectos desastrosos apoyados también
por santos. La mística no coincide frecuentemente con la ética. Por
eso, la reflexión crítica es indispensable: en primer lugar, para
controlar a las personas muy religiosas porque seducen con mucha
facilidad a los pueblos y los llevan a fracasos y pecados.

Veamos un ejemplo. Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001
llevaron al gobierno de Estados Unidos, apoyado por todo el mundo
occidental, a entrar en una guerra contra el gobierno de los Talibanes
que dominaba la mayor parte de Afganistán. Esta operación fue legitimada
como plan de lucha contra el terrorismo mundial. Como pueblo cristiano,
los Estados Unidos deben defender la moralidad internacional y luchar
para eliminar el terrorismo: una obra sumamente loable, digna de un
pueblo cristiano.

Ahora bien, en primer lugar, la interpretación dada por los gobiernos
occidentales no es correcta. No corresponde a la verdad, sino que es
producto de la ideología norteamericana, compartida – voluntaria o
involuntariamente- por otros gobiernos occidentales. La operación era
sólo la represión del terrorismo, según la interpretación oficial dada
por los gobiernos. Pero todo el mundo musulmán le da otra interpretación
y ni los pueblos occidentales creen en lo que dicen sus gobiernos. Para
el Islam, esta guerra es un nuevo episodio de la guerra de 1300 años
entre cristianos y musulmanes. De nuevo los cristianos entran en guerra
contra el Islam, aprovechando la superioridad militar y económica. De
modo particular, el mundo musulmán asocia este episodio a la guerra de
Israel contra los palestinos, a la guerra permanente de los Estados
Unidos contra Irak, desde hace más de 10 años, la guerra contra Irán, la
presencia de tropas americanas en Arabia Saudita, para citar sólo
acontecimientos recientes.

Además, la lucha contra el terrorismo es selectiva. Los Estados Unidos
nunca consideraron las operaciones de terrorismo que hicieron en
Nicaragua, en Chile. No lucharon contra el terrorismo de Estado de las
dictaduras latinoamericanas: promovieron, ayudaron y defendieron a los
peores dictadores que practicaron el terrorismo de estado. Los Estados
Unidos no mandan soldados para luchar contra la ETA en España, o contra
el IRA en Irlanda, o contra los croatas. Buscan la alianza del gobierno
ruso que practica el genocidio contra los chechenos, o del gobierno
chino que practica genocidio contra el pueblo ugur y contra el pueblo
tibetano, alianzas que permiten dudar de su sinceridad.

Aparte, los intereses del petróleo están de tal manera unidos a los del
gobierno norteamericano que cualquier intervención en Oriente Medio es
sospechosa. Finalmente, Osama Bin Laden es saudita y su primer objetivo
es acabar con la escandalosa dinastía que gobierna, domina y explota al
pueblo saudita en alianza con el petróleo norteamericano. La presencia
del petróleo es tan visible que vuelve sospechosa cualquier
intervención. ¿Es una lucha contra el terrorismo o una lucha para
defender el control norteamericano del petróleo?

II. Los Proyectos de Reconciliación en América Latina

En todos los continentes, las guerras y los conflictos llevan a buscar
la reconciliación y la paz, y abundan los proyectos de reconciliación.
América es un continente cristiano, y por tanto es normal que los
proyectos de reconciliación tengan muchas veces un ropaje cristiano.

Históricamente, los proyectos de reconciliación pueden tener diversos
significados. En varias circunstancias, la preocupación por la
reconciliación puede ser sincera. En otras ocasiones, constituye un arma
psicológica para luchar contra un adversario. Quién habla de
reconciliación, ¿quiere la paz, o quiere la derrota del adversario? El
contexto mostrará la realidad. Muchas veces las situaciones permanecen
ambiguas.

En los años 1985 y 1986, en Chile, el pedido de reconciliación fue hecho
por los partidos de oposición a la dictadura de Pinochet con el apoyo
de la jerarquía católica. Por eso, la reconciliación fue rechazada con
violencia e indignación por Pinochet. El dictador entendió muy bien que
lo que sus adversarios querían con la reconciliación era el fin de la
dictadura.

En 2000 y 2001, el tema de la reconciliación fue lanzado con mucha
publicidad por los partidos de derecha, por la burguesía chilena y por
los defensores de Pinochet contra los movimientos de derechos humanos y
las organizaciones de defensa de los detenidos-desaparecidos. En este
caso, la reconciliación significaba el perdón a Pinochet y la amnistía
para quienes cometieron crímenes de tortura o desaparición de personas
durante la dictadura.

Hubo movimientos de reconciliación en Argentina después de la dictadura
militar en el sentido de crear un pacto de rechazo nacional a las
prácticas de terrorismo de Estado. La reconciliación exigía el castigo
de los generales, particularmente de los que dirigieron las juntas
militares, pero luego vino un movimiento de reconciliación para
amnistiarlos, lo cual fue realizado por el presidente de entonces,
Carlos Menem.

Hubo movimientos de reconciliación para dar término a la guerra civil de
Guatemala y en El Salvador. De hecho, hubo acuerdos entre las Fuerzas
Armadas y los movimientos guerrilleros para deponer las armas. No
obstante, existía, y aún existe, el temor de que las Fuerzas Armadas no
hayan realmente abandonado el poder y desistido del proyecto de eliminar
a cuantos se oponían a su propio proyecto. La reconciliación es un
programa para reprimir, en la medida de lo posible, a un ejército que no
aceptó realmente la paz que fue firmada. La reconciliación es un
intento para colocar a las Fuerzas Armadas dentro de un sistema legal o
constitucional, lo que es realmente difícil en América Central.

Hoy día estamos asistiendo al surgimiento de un movimiento de
reconciliación en Perú. Este movimiento reúne a la antigua oposición a
Fujimori, y los círculos ligados al actual presidente Toledo. Acaba de
nacer una Comisión de la Verdad y de la reconciliación del Perú. La
comisión fue creada por el nuevo gobierno para aclarar las violaciones a
los derechos humanos entre 1980 y 2000.

Cuando la reconciliación es el proyecto de la oposición a los
dictadores, incluye en primer lugar la publicación de la verdad sobre
los crímenes de la dictadura. Así hubo el informe de la comisión Rettig
en Chile, la publicación del libro "Nunca más" en Argentina, el ¡Nunca
más! en Brasil, obra patrocinada por el cardenal Dom Paulo Evaristo
Arns. El documento más famoso fue el de cuatro tomos publicado en
Guatemala, "Nunca más", por el arzobispado de Guatemala. Pocos días
después de esta publicación fue asesinado el obispo auxiliar de
Guatemala, Mons. Juan Gerardi, que había organizado la obra.

La idea de los movimientos de derechos humanos es que no hay
reconciliación aceptable, éticamente correcta, sin reconocimiento de la
verdad. Es necesario que los crímenes cometidos sean reconocidos,
castigados y reparados en la medida de lo posible. Sin eso la
reconciliación sería una fachada impuesta por los más fuertes a los más
débiles.

A partir de tales principios podemos afirmar que si las armas dejaron de
predominar en América Latina desde la década de los 90 – aunque sigan
actuando pero con menor intensidad-, no hay verdadera reconciliación en
ningún país. En Brasil hay una especie de olvido, tal vez porque los
crímenes de la dictadura no fueron tan visibles y tan contundentes como
en otros países, Argentina, Chile, Bolivia y América Central.

Cuando la reconciliación es pedida por los exdictadores y sus
partidarios, no reclama la publicación, quiere el silencio sobre los
crímenes cometidos; quiere que se desista de investigar el pasado. Es el
caso de Chile actualmente.

El proceso al general Pinochet en Chile constituye un caso típico. Los
defensores del general que son muchos -prácticamente toda la burguesía
que se vio tan privilegiada durante su gobierno y que impidió cualquier
movimiento de los trabajadores- defienden la tesis de que los cristianos
deben perdonar y por consiguiente un cristiano debe querer que Pinochet
sea perdonado, o amnistiado. Esto en nombre de la caridad, que en este
caso aparece no sólo como opuesta sino como superior a la justicia. Por
caridad, afirman ellos, es preciso suspender la justicia.

Esta tesis provocó perturbación porque fue sustentada por el Cardenal
Medina, de quien todos saben que es el brazo derecho y portavoz del
Cardenal Angelo Sodano, cuya amistad con Pinochet nunca fue escondida,
mas se manifestó en documentos impresionantes. Conforme a esta tesis, la
reconciliación exige la suspensión de la justicia, la impunidad de los
criminales. Exige un perdón incondicional y completo de tal suerte que
el pasado quede totalmente olvidado.

Por esto conviene recordar la doctrina católica tradicional tal como fue
enunciada por ejemplo por el Papa Juan Pablo II en la encíclica Dives
in misericordia (30-11-1980): "Es obvio que la exigencia de ser tan
generoso en perdonar no anula las exigencias objetivas de la justicia.
La justicia bien entendida constituye, por así decir, la finalidad del
perdón. En ningún pasaje del Evangelio el perdón, ni tampoco la
misericordia como su fuente, significa indulgencia para con el mal, el
escándalo, la injuria causada o el ultraje cometido. En todos esos
casos, la reparación del mal y del escándalo, el resarcimiento del
perjuicio causado y la satisfacción por la ofensa hecha son la condición
del perdón” (14,10).

En la práctica, el ejemplo fue dado por el mismo Papa que perdonó a la
persona que quiso asesinarle y lo hirió gravemente, pero no pidió que no
fuese condenado y se lo dejara en libertad. Su perdón no excluía la
condena y la prisión. Por eso no excluye la existencia de la policía,
los tribunales y el código penal, así como la privación de libertad como
castigo. En el caso de Pinochet, muchos arguyeron que si había que
perdonar dejando la impunidad, era preciso comenzar abriendo las
prisiones para todas las personas que hubiesen matado menos que Pinochet
pero esta idea no fue aceptada por ninguno de los partidarios del
general.

La doctrina del Papa Juan Pablo II está en continuidad con la doctrina
de Santo Tomás de Aquino que trata esta cuestión en la IIa IIae, qu.
XXV, art. VI, ad 2. La cuestión es si debemos amar a los pecadores. El
autor responde: "Y, por tanto, a esos pecadores de quienes se presume
serán antes causa de daño que de enmienda para los otros, la ley divina y
la humana ordenan que sean condenados a muerte. El juez hace esto no
por odio a ellos, sino por amor de caridad que manda preferir el bien
público a la vida del particular. Y así, la muerte infligida por el
juez, aprovecha al pecador: si se convierte, para expiar la culpa; si
no, para poner fin a ésta, quedando así privado del poder de seguir
pecando".

No obstante, razones políticas, o sea razones de bien público, pueden
intervenir para interrumpir el curso de la justicia después de un largo
tiempo, o de un tiempo más breve. La reconciliación puede suceder en
forma de acuerdo en el que cada parte desiste de sus reivindicaciones,
de sus quejas y de sus acciones violentas por el bien de la
colectividad.

El ejemplo más famoso fue el acuerdo llamado de la Moncloa entre la
izquierda y la derecha española después de la muerte de Franco. Se
reunieron los líderes de todos los sectores de la sociedad española y
resolvieron dejar las heridas del pasado para comenzar una época nueva.
Ese acuerdo puso fin a una dictadura de casi 40 años para inaugurar un
régimen democrático. La burguesía franquista renunciaba a la dictadura
que, además, impedía la entrada de España en la Unión Europea. También
concedía una amplia legislación social a favor de los trabajadores. Con
esta condición, la clase trabajadora, derrotada por Franco en 1939,
aceptó colaborar lealmente con el nuevo régimen democrático.

En cierto modo, los acuerdos de la Moncloa sugirieron acuerdos
semejantes de reconciliación en varias repúblicas latinoamericanas.
Quisieron imitar lo que había sido un éxito en España. Pero, lo que
ocurrió en América no fue exactamente igual, porque las guerrillas
depusieron las armas, pero las Fuerzas Armadas de los gobiernos
dominantes no renunciaron realmente al ejercicio de la violencia
arbitraria: fue lo que aconteció en El Salvador y Guatemala. Cuando las
fuerzas populares son realmente muy inferiores, es difícil que un
acuerdo pactado bajo presión conduzca a una verdadera reconciliación.

En América Latina hay rupturas muy profundas que no se discuten y por
ello los procesos de reconciliación son muy limitados. Hay un
antagonismo histórico nunca superado entre los Estados latinoamericanos y
los indígenas descendientes de los pueblos que ocupaban el continente
cuando llegaron los conquistadores. En este momento, a pesar de la
insistencia de los movimientos indígenas, la mayoría dominante no está
interesada en una reconciliación. Considera que el problema indígena es
algo marginal que se resuelve sin cesar mediante concesiones más
simbólicas que reales. No se habla de reconciliación: el abismo es
permanente y no incomoda mucho a los poderes dominantes.

Existe el antagonismo entre la sociedad dominante encarnada en los
Estados nacionales y los negros descendientes de los esclavos africanos.
A pesar de los discursos, poco se hace para facilitar la integración de
los descendientes de esclavos en la sociedad dominante. No hay programa
de reconciliación entre blancos y negros y los mestizos no lo
facilitan, prefieren distanciarse de sus hermanos.

No hay reconciliación entre una minoría rica que monopoliza todas las
riquezas y crece sin cesar y una inmensa mayoría que sobrevive casi sin
progreso. Hay un abismo entre estos dos mundos. La reconciliación no
alcanza las áreas profundas de la sociedad. La separación continúa
siendo la regla. Nada se hace positivamente para reducir la creciente
desigualdad. Hay muchos discursos, pero el proceso continúa porque nada
se hace. Solamente se acepta promover a los que están abajo con la
condición de no tener que ceder nada de los privilegios adquiridos. La
idea de redistribución ni siquiera se puede mencionar.

Pero la reconciliación es una realidad escatológica que se desenvuelve
en medio de mil accidentes, avances y retrocesos en la historia. Ella no
excluye los conflictos exigidos por la justicia. Se trata de un juicio
ético, de apreciación de las exigencias de determinada situación: ¿cuál
es la reconciliación posible?, ¿cuál es la reconciliación aceptable?
¿Cuáles son las condiciones? Todo esto está localizado en el espacio y
tiempo y no puede seguir principios abstractos.

El evangelio anuncia una reconciliación realizada en la tierra bajo el
influjo de la reconciliación entre Dios y los hombres. Pero no fija los
plazos, las modalidades, ni las etapas. Todo esto queda sujeto a un
discernimiento ético. Hay momentos en que la reconciliación constituye
una real posibilidad histórica y es un bien. Hay otros momentos en que
es una mentira y no puede tener valores éticos. Hay proyectos de
reconciliación que son simplemente la exigencia de capitulación por
parte de las clases dirigentes a las fuerzas populares. Se da el nombre
de reconciliación a lo que en realidad es un estatuto de esclavitud. Es
la reconciliación que existe entre el amo y el esclavo cuando el esclavo
se cansó de luchar por la libertad. O es la reconciliación entre el
patrón y el trabajador cuando éste se muere de miedo de perder el
empleo.

Una reconciliación concreta en el tejido de la historia que pueda
encarnar realmente la reconciliación hecha por Jesús, supone que haya
una verdadera igualdad entre las partes. Sin igualdad no hay diálogo, ni
acuerdo libre ni compromiso auténtico. La reconciliación sería sólo una
figura de la tradicional paz imperial: la "paz romana" o la "paz
americana". Esta paz no es paz, sino sólo un estado de aparente
tranquilidad impuesta por la fuerza dominante. Esto no significa que la
paz de imposición no pueda ser un mal menor cuando no existe ninguna
posibilidad de establecer la justicia. Sin embargo, no deja de ser un
paliativo.

La verdadera reconciliación es un proceso escatológico que no alcanza su
perfección en la historia, sino que constituye una meta siempre
distante, pero siempre obligatoria.

Sao Paulo, BRASIL, Enero de 2002

Publicado en Revista Reflexión y Liberación, N°54, Junio-Agosto 2002, Págs. 25-31

Fuente:
Reflexión

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