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Advertir el crecimiento de la hierba

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Un par de noches atrás, admirado, embelesado y entusiasmado, escuchaba a dos amigos comentar los infaustos sucesos de esto insoportable que llamamos vida. Nos contaba Micheline de una conferencia dictada por un ex-funcionario de la ONU, quiero recordar que hablaba de Jean Ziegler, él conoce de primera mano al plan que los gringos de USA implementan en Irak.

Los soldados invasores sitian una ciudad, cortan la luz, el agua y otros suministros y se ponen a esperar que la gente venga hacia ellos a pedirles comida y denunciar a la resistencia. Nada de eso ocurre. La gente responde resistiendo con mayor encono y prefieren morirse de hambre a pedirles nada a los invasores.

Mi conclusión emocionada es que una actitud de esta naturaleza tiene la fuerza de mover montañas, pero al margen de la connotación poética de la frase y del hecho, esta actitud de todo un pueblo tiene la virtud de demostrarnos que los invasores están derrotados. Es una actitud de valerosa dignidad y de una ética irreprochable. Este ejemplo da ánimos para continuar en la tarea de hacer posible los cambios que el mundo necesita.

Por su parte Luciano nos  evocó una frase del conferencista atribuida a Carlos Marx, este habría dicho en otro contexto, pero con la misma intención que nosotros la mencionamos hoy: “debemos advertir el crecimiento de la hierba”. Aquí me di el palmazo en la frente, como hemos sido tan ciegos y sordos para no ver el lugar que la poesía de los actos tiene en la poética de la vida.

Advertir el crecimiento de la hierba no puede tener otra interpretación que no sea ver, sentir y hasta intuir lo leve, lo mínimo que debe ser el cambio de una situación  a otra distinta; ver, sentir y hasta intuir la dirección del movimiento y por lo mismo prever el próximo cambio y lo que es mil veces mejor, apoyar ese cambio con nuestra decidida participación

Esta conversación entre amigos que comparten unas cuantas ideas se proyecta hacia otras latitudes y se nos hace imposible no comparar la resistencia en Irak con la protesta en Francia o la actitud en Nueva Orleáns. Tres situaciones distintas y un solo denominador; tres respuestas ante un mismo discurso, tres maneras imperiales de pretender aplastar, tres maneras de resistir.

En Irak, en Francia, en Nueva Orleáns percibimos el crecimiento de la hierba. Los primeros se atrincheran en su dignidad, en su modo de vida, en sus razones; los segundos en su odio a todo lo odiable de quienes los han arrinconado en la pobreza; los terceros son un caso de laboratorio: el imperio ha demostrado que su propio pueblo no cuenta para el poder y ha condenado a los pobres de Nueva Orleáns a la ignominia del desprecio, y lo que es peor, estos no han reaccionado, pues ya no tienen capacidad para percibirse como iguales en su miseria y unirse en su desesperación. Este es el destino que nos tiene reservado el poder. La respuesta está en Irak, en Francia y en todo lugar donde crece la hierba.

En Francia como en Irak hay una respuesta desde la gente que sufre y la respuesta es coordinada, organizada, común, pues hay un algo superior que les une y moviliza. En Nueva Orleáns hay una actitud de solitarios viendo un barco que se aleja. El sistema ha logrado romper toda capacidad de reaccionar como grupo, lo cual también es (mala) hierba que crece. Nos encontramos ante personas arrinconadas que perdieron la capacidad de reconocerse en otras personas arrinconadas y reaccionar como grupo.

En este aquí y en este ahora concreto, percibir la hierba creciendo significa aprender a ver con ojos nuevos la realidad siempre cambiante, ver los procesos y en lo posible adelantarnos en la respuesta necesaria. Tanto Francia como Irak son laboratorios de acción humana con los cuales hay que contar. En uno y otro caso se constata que ya no hay nada que perder, entonces nos podemos dar el lujo de arriesgarlo todo, que nada puede ya ser peor.
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