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Dios / el diablo / Benedicto XVI, tiras de un mismo cuero

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Caín, el último libro de José Samarago, de manera brillante entrega luces para volver a un tema y debate extremadamente necesario e indispensable. Ya estamos en el tercer milenio y son los tiempos más nefastos y podridos para el Vaticano, y posiblemente seamos los espectadores del comienzo del fin de la iglesia. 

Nos cuenta Saramago que cuando Adán y Eva sintieron a sus espaldas el ruido del pesado portón que les cerraba las puertas del paraíso, lo primero que pensaron fue dónde dormir aquella noche, dónde empezar a construir una vivienda, algún sitio para reiniciar su vida ya lejos de las comodidades que les habían dejado caer desde el cielo: regalos llenos de trampas, chocolate envenenado, y maleficios por doquier, elaborados todos por un Dios egoísta, malévolo, mentiroso, vanidoso y ególatra, que se construyó a si mismo para que nunca estuviera sometido a criticas, y lo más alejado de las sugerencias humanas.

La desatención a la que fueron sometidas las víctimas de los delitos sexuales por sacerdotes primero, y luego que éstos alcanzaran puestos de responsabilidades  en ese segmento de la sociedad, confirma el desprecio por la verdad amparándose en la mentira. Lo deleznable es conocer que después de haber cometido actos gravísimos, vienen a dar las lecciones de orden, y buen comportamiento, llegando incluso al atrevimiento de amenazar a medio mundo con el infierno.

Escuchar lo que dijo el obispo Felipe Arizmendi de San Cristóbal de las Casas (Chiapas) resulta asombroso: “ante la invasión de erotismo no es fácil mantenerse en el celibato y en el respeto a los niños”.  El fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, gozó de la profunda amistad y estrecho afecto de Juan Pablo II, quien se alegró cuando se enteró que Maciel se había retirado a  México para llevar “una vida reservada, alejada de las críticas y habladurías y en la profunda oración”.

Aquí ya no basta -no es creíble ni aceptable como explicación- la lectura de ofrecer el dolor y sufrimiento en la tierra para poder obtener la gloria eterna. Se repite el cuadro del paraíso: ¡fuera de aquí!, ¡a buscarse la vida como puedan!, y que no es otra cosa que el abandono, el no creerles, y no dar fe a la palabra de los afectados, es evidentemente más que un pecado, eso se denominan acusaciones, cargos en contra de… 

Para el común de los mortales cuando existe un delito están los Tribunales de Justicia y la cárcel, y se escucha de manera constante que nadie está por sobre la Ley.  

Cuando Dios decidió hacer desaparecer las ciudades de Sodoma y Gomorra, sabía perfectamente que en ambas vivían inocentes, había niños, hombres y mujeres que trabajaban en los oficios de aquellos tiempos, ganándose honestamente el pan de cada día, y que nada tenían que ver con las fiestas de la clase dominante o de las autoridades. En resumen Dios, si es que existiera, sin Dios ni ley sacrifica para placer personal, él así lo cree, lo piensa y así lo hace… lindo Dios es este, si es que existiera

Es tan fácil entonces entender así al número uno del Vaticano, defendiendo el pecado y entregando impunidad ante los hechos abominables cometidos por sus sostenedores y levantado la tesis de una campaña de carácter mundial para disminuir o menoscabar la fe en Dios. Y sus acólitos manifiestan que los hijos no pueden condenar al padre, que él no está sujeto a la crítica, y es un padre bueno, culto, inteligente, bondadoso, generoso… la luz del mundo.

Cuando Ratzinger era obispo en Múnich en 1980 supo de los delitos sexuales cometidos por el sacerdote pedófilo Peter Hullermann. El siquiatra Werne Huth que atendió como paciente a Hullermann entre 1980 y1992, en una carta enviada desde Essen a la diócesis de Munich alertó que este hombre “no debía volver a trabajar con niños”. La diócesis de Munich de la que era obispo el actual Papa, no escuchó, sencillamente guardó silencio ante estos delitos cometidos.

Notable es Saramago cuando narra en su libro, lo que posiblemente fue el dialogo entre Abraham y su hijo Isaac veinte años después que Dios le pidiera que lo amarrara como a un borrego y lo degollara en su honor, un acto de confirmación del amor hacia él.

Padre Abraham ¿por qué me maniataste como a un cordero, yo tu único hijo, y pensaste en degollarme sólo porque tu Dios te lo pidió como un signo de amor hacia él?, ¿qué tipo de Dios es ese, qué hubieras dicho en el pueblo si hubieras cometido ese crimen? Lo que podemos ver en este caso es que Dios se hace cómplice de un intento asesinato, con premeditación y alevosía. 

Lentamente van cayendo los gruesos altos muros con que la iglesia se ha ido construyendo para que nadie pueda ver en su interior tan privado, y donde tanta culpa y responsabilidad se puede encontrar. Se caen las cortinas de sus amplios ventanales que mantienen encerrado el viejo aire, ya viciado, tantas y tantas veces respirado.

En una carta escrita en latín, con fecha de 1985 y que firma el actual Papa  Benedicto XVI, se opone por “el bien de la iglesia universal” a la destitución del cura Stephen Keisle. Enterado de los delitos cometidos por este cura, Ratzinger le solicita al obispo de Oakland, John Cummins, que lo trate con “todo el cuidado paternal posible” 

Pero nada es casual, hay una estrategia al interior la Iglesia Católica para enfrentar situaciones delictivas como el abuso a niños y en algunos casos a discapacitados, y todos estos hechos han sido comprobados.

Darío Castrillón Hoyos, Cardenal colombiano -mientras ocupaba el cargo de Prefecto de la Sagrada Congregación del Clero- le escribía a un obispo francés “Os felicito por no haber denunciado a un sacerdote a la administración civil. Lo has hecho bien y estoy encantado de tener un compañero en el episcopado que, a los ojos de la historia y de todos los obispos del mundo, habría preferido la cárcel antes que denunciar a su hijo sacerdote”. El Cardenal Castrillón jubiló. El obispo fue condenado a tres meses de prisión por no haber denunciado al sacerdote de haber abusado sexualmente de nueve menores.

Y cuando el obispo Richard Williamson dijera que la cantidad de judíos muertos entre 1940-1945 no eran seis millones, sino solamente unos 200.000 a 300.000 posiblemente se hacía eco de la sordera con la que el Vaticano guardó aquel silencio cómplice cuando rumbo a Polonia partían trenes llenos de judíos y estos volvían vacíos, y claro que el destino final era conocido…..por ese supuesto Dios/Papa/Diablo. Pio XII en esos años conservó un criminal y cómplice silencio.

Pero es bueno también saludar al sacerdote Juan Guinart con su comedor para niños indígenas, en alguna parte de América Latina, recordar a Vicente Ferrer y a esos indispensables para hacer realidad el reino del bien acá en la tierra. 

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