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Unas irreprimibles ganas de vomitar

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El “affaire” del alcalde Labbé en Providencia en contra del movimiento estudiantil y luego, el homenaje encabezado por éste al criminal Miguel Krassnoff, han puesto en el plano noticioso de las últimas semanas a dos figuras, directamente ligadas al ideario y a  los hechos luctosos que caracterizaron a la dictadura armada derechista. Uno de ellos condenado por la Justicia, el otro no tocado por ésta, pero que se identifica plenamente con su hermano de armas y de pensamiento. Ha sido el alcalde Cristián Labbé quien ha llevado la batuta en los hechos mencionados y que lo han colocado en el centro de la noticia, llevando luego de paso, la figura del criminal condenado como bandera reivindicativa. Los objetivos del alcalde con su reiterado espectáculo mediático son por ahora desconocidos y sólo podemos adivinarlos.

Sin embargo, su actuación le ha hecho un triste favor al gobierno de Piñera, a la Coalición y a toda la derecha civil de hoy. Y desde luego, a la comuna en la cual el Sr. Labbé funciona como alcalde. La escasa paz social en que vivimos ha sido sacudida de modo extra por los actos del Sr. Labbé. Ha actualizado en la conciencia pública y sobre todo en la de las nuevas generaciones, de manera efectiva y estridente, el pensamiento y el accionar de la derecha,  armada, violenta y homicida,  al asaltar el gobierno y el poder democrático y constitucional en 1973. Pues ambos personajes, Cristián Labbé y Miguel Krassnoff, son la prolongación en el tiempo y la presencia viviente, del execrable pensamiento político vigente en la DINA que sostenía que todo adversario político, por el sólo hecho de serlo, no tiene derecho a la vida y que debe ser atormentado y muerto de la manera más ejecutiva posible. Es el pensamiento más abyecto en el ideario de cualquier ser humano y en  la vida política y social de cualquier sociedad y siempre ha estado y estará fuera de todo derecho, de toda ética y de toda justificación.

Sin embargo, esa fue la divisa y la norma de acción de los protagonistas y partidarios de la dictadura que atormentó y asoló el país durante 17 años, unos actuando en el terreno de lo civil, otros en el de lo militar, como es el caso de Labbé y Krassnoff, pero todos unidos por el mismo credo y convicción ante los adversarios políticos que creían o luchaban por la democracia y la equidad social. Para aquellos, la necesidad de la eliminación física de éstos era una verdad absoluta y no existía ante ésta, barrera moral o humanitaria ninguna. El odio profundo contra quienes pensaban diferente y constituían una supuesta amenaza a sus privilegios de clase, inhibían la aparición de cualquier sensibilidad disuatoria.

Desde los comienzos de la acción golpista, se intentó justificar dicha política de exterminio personal y selectivo, con la presunta existencia de “una guerra”, una guerra entre dos fuerzas armadas. Esta imaginaria guerra naturalmente jamás existió. Siempre hubo sólo una fuerza armada, actuando en contra de una ciudadanía desarmada y desarticulada. De ninguna manera pueden llamarse actos de guerra, la tortura generalizada y sistemática de hombre, mujeres y niños entre cuatro paredes ni tampoco arrojar clandestinamente sus cuerpos al mar amarrados a trozos de riel, después de abrirles las entrañas a punta de corvos. Ninguna «guerra» podrá justificar jamás el sadismo, la crueldad y la barbarie gratuitas utilizadas en contra de ciudadanos indefensos.

Es esta realidad sufrida por el pueblo chileno durante 17 largos años, la que los personajes mencionados actualizan hoy en la memoria nacional. La dictadura de entonces ha adoptado formas llamadas democráticas, pero su estructura política, jurídica y social de servidumbre y expoliación del pueblo y del país, continúan vigentes. La hegemonía y el poder de la clase política y del empresariado, representativos del pensamiento derechista, crean el clima propicio para la expresión de personajes como éstos, los que aspiran a reinstalar en el centro de dicho pensamiento, el recuerdo y la desquiciada «gloria» de sus acciones del pasado.

Para ellos no existe nada más glorioso que haber «salvado» a la patria del marxismo y del izquierdismo en general. Y que ellos hayan asumido la patriotica tarea de realizar con creces, todas las atrocidades de que acusaban al izquierdismo que éste podría realizar algún día imaginario. Hay en ellos una ausencia total de capacidad de análisis de la realidad. Les es imposible asumir intelectualmente que toda su acción terrorista y criminal fue absolutamente gratuita y que jamás podría haber servido para impedir que las ideas que ellos llaman «marxistas» sobrevivieran y se multiplicaran. El 36% de «marxistas»  -según su criterio-  que llegaron al gobierno en 1973, ahora se ha multiplicado y alcanza ya el 80% de la población. Los valientes soldados, de uniforme o de civil, ignoran o prefieren ignorar que las ideas políticas no son una invención  extemporánea que surge aleatoriamente en el cerebro de gente más buena o más mala, sino se perfilan, se desarrollan y toman fuerza orgánica como resultado del peso de la realidad que circunda y que viven los individuos. Por ello, estos ilustrados personajes jamás supieron de la indestructible verdad de la frase famosa de Domingo F. Sarmiento: «Bárbaros, las ideas no se deguellan».

Consecuentemente, cualquier dictadura, consolidada ya con sangre, ya con la ley, sólo puede parir -inevitablemente- ideas de libertad, de democracia y de justicia social, ideas que crecen como una marea ineludible en el seno de la sociedad. Entonces, aparecen los portadores de esta ideas, aquellos a los que nuestros derechistas y valientes soldados  llaman «marxistas», los cuales han de multiplicarse naturalmente, sin que haya muerte o tortura que pueda impedirlo, pues su aparición está indisolublemente ligada a la supervivencia física y espiritual de la población. Los estudiantes y jóvenes que marchan por las calles pidiendo un nuevo sistema educacional, son hijos y nietos de la dictadura y saben tanto de marxismo como de idioma chino. Lo que exigen, lo hacen por necesidad de supervivencia de ellos mismos y de sus familias y no por seguir los consejos de un tal Marx.

Pero el caradurismo y la hipocrecía parecen ser «cualidades» íntrísecas de los adictos a la doctrina del garrote y del exterminio humano por diferencia de opiniones políticas, inaugurada por el golpe de Estado cívico-militar de 1973. Miguel Krassnoff afirma en su carta de agradecimiento a quienes le rindieron homenaje, que : «Asesinatos, brutalidades, ejecución de desapariciones de individuos u otras atrocidades no son conceptos propios de mi idiosincrasia ni de los antes mencionados y, si ello efectivamente ocurrió, categóricamente en ese tipo de situaciones jamás tuvimos participación alguna.» La carta no escasea en toda clase de epítetos denigrantes en contra de los familiares de las víctimas que se opusieron al acto de homenaje y son una prueba postrera del odio profundo que guió a Krassnoff en sus operaciones contra sus adversarios políticos. El odio vive aún en él sin restricciones. Con sus afirmaciones, el Sr. Krassnoff impetra no sólo una inocencia de blanca paloma, sino pretende que la DINA no era la organización criminal que era, sino una especie de jardín infantil donde los valientes soldados sólo jugaban «al pillarse» entre ellos. Y que los verdaderos deschavetados son los malvados jueces que lo condenaron.

Por su parte, el alcalde Labbé, en entrevista concedida al diario La Tercera, dice, respecto del “affaire” Krassnoff: “…hay una marca clarísima de intolerancia del sector de izquierda, en el sentido de que por estas vías de aplastamiento sicológico, comunicacional y violento, tu no dejas que otras personas piensen distinto a ti. Esto es inaceptable…» Más tarde ha reconocido ante CNN que “… la “guerra” hace que los  hombres buenos, hagamos  cosas malas…”

Las declaraciones de ambos personajes son propicias tanto para el llanto como para la risa y nos convencen que tal grado de falsedad y cinismo sólo pueden alcanzarse en niveles de claro desquiciamiento patológico. O en individuos ajenos a toda moral y respeto por sí mismos y por el ser humano en general. Y nos sobrevienen irreprimibles ganas de vomitar.

La irrupción de estos siniestros personajes en la actualidad noticiosa ha creado una situación embarazosa para el gobierno y para la derecha en su conjunto. Primero, el alcalde ha pasado por sobre la autoridad del Ministerio de Educación al clausurar con escándalo público, el año escolar y un liceo de  su comuna; luego, ha encabezado el homenaje al reconocido violador de los derechos humanos y con ésto, ha obligado al presidente de la República a emitir un comunicado especial para referirse a su invitación a dicho acto. Y ha convertido el mencionado homenaje en un acontecimiento noticioso de proporciones que sigue siendo actual en los medios de comunicación, en un evidente propósito de reivindicar el terrorismo de Estado planeado y dirigido por la Junta Militar y Augusto Pinochet, en el cual, tanto él como Krassnoff,  fueron dedicados y fieles sicarios. De paso, no se han detenido en provocar y ofender, deliberadamente, a los familiares de las victimas de tortura, asesinato y desaparición. Y tampoco, en cuestionar el proceder de los tribunales de Justicia al sostener la inocencia de Krassnoff en las veintitrés causas de violación de los derechos humanos que le han acarreado una condena de 144 años de prisión.

El alud de asociaciones negativas arrojadas sobre la derecha a causa de estos actos, es considerable y difícilmente podría ser superado en sus efectos destructivos por cualquier estrategia comunicacional de sus tradicionales adversarios políticos. Desgraciadamente para ella, el desastre se ha originado en el propio interior de la derecha y ello ha impedido a sus medios de comunicación tratar de sindicar como culpables de esta contrapropaganda a entidades políticas foráneas, por ejemplo, a los marxistas de siempre, los tradicionales culpables  -según la derecha-  de todo aquello que desnuda su cara moral y política. Pasando por alto que existen millones de chilenos que no son marxistas, pero igualmente capaces de ver, pensar, analizar y elaborar juicios y acciones  condenatorias para la política dictatorial de antes y de ahora. En este caso, sin embargo, la relevancia comunicacional negativa para el gobierno y la derecha no tiene otro origen ni otros protagonistas que el propio alcalde Labbé y su alma gemela Miguel Krassnoff.

La actitud provocadora y desafiante del alcalde para con la clase política a la que pertenece, en medio de una situación crítica y delicada para su gobierno y para su partido, parece incomprensible. Bien podría considerarse que obedece a una reacción instintiva, exasperada y visceral, representativa del mundo sicario de la dictadura, cuestionado y condenado hoy por sus atropellos a los derechos humanos, mundo con el cual, el Sr. Labbé se identifica plenamente. Aparentemente no existiría en los alardes alcaldicios, ninguna estrategia más lejana que la de vociferar en contra de su propia clase política y gobierno, que: “¡Ustedes y nosotros somos iguales! “¡Acuérdense que fue nuestro trabajo el que los hizo políticos poderosos y dueños de de la riqueza de Chile! “

Pero en el mundo de la política y de las ambiciones personales es peligroso dejarse tentar por lo que dicen las apariencias. El alcalde sabe que al nuevo poder lo único que le interesa es desmarcarse más y más de su origen golpista y terrorista. Y se podría concluir que, por eso mismo, el alcalde golpea la mesa para advertir de que es el momento de revalorar el aporte hecho por los violadores de derechos humanos al nuevo poder derechista. Quizás el alcalde crea que una revaloración en tal sentido, lo eleve a él como un nuevo hombre fuerte en la ultra derecha que representa la UDI, su partido. Y que si logra esto, el podría dejar la alcaldía de Providencia para exigir un cupo en las nominaciones para diputado (o de senador?) en las próximas elecciones parlamentarias. «Si la von Baer puede, puedo yo» -sería el pensamiento. Nadie lo sabe, pero aquí podría estar la verdadera nuez de todo el ominoso ruido creado por el alcalde. §

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2 Comentarios

  1. olga larrazabal

    Curioso que la «guerra hace que los hombres buenos hagan cosas malas». Estos santos de altar de repente se convirtieron en violadores y torturadores y sádicos para defender la propiedad privada de otros. ¿No sería que les gustaba la cuestión y la guerra fue un pretexto? Y los defendidos tenían muy claro que a sus sirvientes les encantaba el trabajo sucio, perdón, el guerrear por el honor patrio. Porque si yo repudio la guerra, no me meto ni a paco ni a nada que se le parezca.

  2. Alfredo

    Cada día es para creerle menos al alcalde. Todo lo tergiversa, en nombre de la diversidad, según él. ¿Qué les enseño a los agentes terroristas de la DINA cuando (según él) les impartía “educación física” no más? “¿Acaso es delito enseñar educación física?”, ha vociferado en varias oportunidades. Cínico, falso, mentiroso, son sus características personales…, y que no las va a cambiar, por miedo a la verdad. “Los hombres buenos a veces hacen cosas malas dadas las circunstancias de la guerra”. Sólo un psicópata puede repetir semejante aberración, y lo grabe, es que hay gente que le cree, sin darse cuenta de la gravedad del enfermo que repite estupideces así. En los videos, nunca mira de fijo la cámara, ¿por qué?
    Se escabulle, se esconde, huye, se arranca, cambia la lógica y, ¿todo normal? Para no creerlo. Si los criminales hubieran sido castigados como corresponde, no estaríamos asistiendo a este canallesco show de asesinos enfermos.

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