Algunas de las reacciones que ha suscitado el caso del general Santelices arriesgan el peligro de borrar de nuestro vocabulario público un puñado de palabras -culpa y responsabilidad, entre ellas- que hacen toda la diferencia del mundo entre una comunidad moralmente alerta y otra que, en cambio, se anestesia a sí misma.
Cuando ocurrieron los hechos que hoy se le reprochan, Santelices era un militar muy joven. Tendría apenas veinte años. Entonces -se ha dicho- desobedecer una orden se castigaba con la muerte. ¿Acaso su juventud y la posibilidad de un castigo tan severo no debe aminorar nuestro juicio de hoy acerca de su conducta? ¿No será una demasía echar sobre esos hombros, siquiera en parte, la culpa de ese crimen?
El vocero de la Iglesia -en ese tono suyo que es casi una fonética de la comprensión- ha recordado incluso que hubo quienes delataron a sus compañeros bajo tortura. Si somos comprensivos con ellos, ¿por qué no debiéramos serlo con quienes, como el general Santelices, actuaron por temor?
Temo que con ese tipo de reflexiones se arriesga el peligro de confundir el juicio histórico, el jurídico, el moral y el político.
Desde el punto de vista histórico (donde sin quererlo se sitúa monseñor Contreras) siempre es posible, claro, alcanzar la comprensión plena de la conducta. Es lo que Weber, si no recuerdo mal, llamaba Verstehen.
Situado en las mismas circunstancias de Santelices, usted es capaz de sentir el miedo que él sintió y entender su elección: eludir la pena participando de eso que hoy se revela como crimen. Este juicio, sin embargo, prueba que usted pudo ser Santelices; pero no prueba que Santelices deba ser exculpado o que usted haya participado de un crimen.
Si es un buen lector, usted puede comprender a Raskolnikov e incluso, mientras dura la lectura, ser él; pero eso no despoja al personaje de Dostoievski de su carácter criminal.
El juicio jurídico es radicalmente distinto al histórico. Desde el punto de vista del derecho no se trata, por regla general, de comprender los motivos del obrar, ni tampoco juzgar la justicia del fin que se perseguía. Se trata, simplemente, de evaluar la legitimidad de los medios empleados. El derecho proscribe el empleo de ciertos medios bajo ciertas circunstancias. Prohíbe, por ejemplo, privar de la vida a un sujeto indefenso, fueren cuales fueren los motivos de esa acción.
Todos comprendemos a Santelices -cualquiera de nosotros pudo ser él- pero eso no lo exculpa si participó de un crimen.
Distinto al juicio de comprensión histórica y al estrictamente jurídico, es el juicio moral.
Desde el punto de vista moral, juzgamos si acaso el sujeto en cuestión obró o no de manera imparcial, resistiendo sus inclinaciones, entre ellas el miedo. Si en cambio, enseña Kant, el sujeto actuó por amor o por odio (a estos efectos ambos son inclinaciones) entonces no obró de manera moral. Es el famoso rigorismo de Kant. Obrar moralmente supone obrar de una manera imparcial y por estricta consideración al deber. Es lo que no hizo Santelices.
Y es que si todos consintiéramos en que el miedo u otra inclinación exculpa, entonces la vida en común no sería posible.
Esto es, dicho sea de paso, lo que argumentó mañosamente Eichmann en el juicio que se llevó en su contra. ¿Qué se me reprocha? Arguyó. Actué sin ira, lo hice por simple consideración al deber que se me imponía; soy un lector de la crítica de Kant, dijo. Santelices no llegó al extremo de manipular a Kant; aunque ha insinuado que cumplió una orden de una autoridad legalmente investida. De acuerdo; pero hay ocasiones -como la quebrada del Way- en que el deber moral no coincide con el legal.
Por eso monseñor Contreras se equivoca cuando insinúa que si no hay libertad -entendida como ausencia de miedo u otra compulsión-, el sujeto puede ser excusado. Una libertad como esa no existe. Obrar moralmente supone hacerlo en medio de la imperfección y la necesidad. Fue, dicho sea de paso, lo que hicieron muchos que, a la misma edad de Santelices y puestos en circunstancias similares, prefirieron el castigo.
En fin, todavía se encuentra el juicio político. Este tipo de juicios son los que han inspirado los procesos de reconciliación como el de Sudáfrica. En ocasiones la subsistencia de la vida en común exige el olvido, hacer las paces, poner en paréntesis los agravios. Pero nada de eso se logra a costa de renunciar a una mínima justicia: individualizar a los culpables, a quienes no estuvieron a la altura del comportamiento que nos demandamos como semejantes.
Por eso, en todo esto no se trata de maltratar a Santelices. Después de todo, cualquiera de nosotros puesto en sus mismas circunstancias, pudo ser él. Se trata, en cambio, de salvaguardar los principios que hacen que cada uno sea hasta cierto punto responsable del otro, incluso en momentos en los que el miedo aconseje hacer algo distinto.
¿Que no sacamos nada con exigirnos tanto? Es probable; pero si cuidamos nuestra capacidad de juicio y no la perdemos por piedad o conmiseración, sabremos en el futuro cuándo nos equivocamos de nuevo.
* Fuente: El Mercurio
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