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Historia minera desde la perspectiva de un trabajador

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Después de largos años vinculado a la actividad minera como un de tantos trabajadores de Codelco, he querido contar la historia desde la perspectiva de un simple trabajador, aquella que se construye desde los que no hacen la historia oficial, desde los que siempre son el soldado desconocido, el que muere en el dolor silente de sus más cercanos y sus familias, los que disparan las balas y ganan las batallas que hacen la gloria de los generales, los que construyen con sus manos mal pagadas las torres y edificios de lujo que llenan de esplendor a ingenieros y arquitectos, desde los que perforan la roca para extraer la riqueza que financia las necesidades de nuestros hermanos los más pobres de Chile y que también, lamentablemente, engordan las carteras y los fondos de inversión de las corporaciones multinacionales.  Es decir, la historia desde los trabajadores de mi patria.

He estado en Codelco desde la gloriosa época en que Chile alcanzó la Nacionalización del Cobre, el entonces llamado “Sueldo de Chile” y que hoy sigue siendo un capital de primera importancia en las exportaciones que se hacen desde nuestro territorio y de primera importancia para financiar las políticas sociales del Estado.  Desde que Chile se veía obligado a comprar a los gringos los repuestos e insumos para evitar las represalias del capital extranjero.

Sobreviví a la época oscura de la dictadura militar, con sus despidos masivos y la persecución de dirigentes sindicales, particularmente durante el movimiento del año 1983 que lucho -como tanto otros chilenos- por la recuperación de la democracia que hoy parece una lucha inútil a la luz de la interminable y restringida transición que vivimos.  Muchos de nuestros compañeros de trabajo y lucha terminaron en el doloroso exilio acogidos por países extranjeros en Australia y Canadá principalmente.

He visto cómo incluso hubo generales de la dictadura –Gastón Frez y Luis Danus- que defendieron nuestra riqueza mineral de la ambición desmedida del capital extranjero, y supieron evitar la desnacionalización de nuestro oro rojo, a pesar de la presión que ejercieron desalmadamente la escuela de Chicago y los neoliberales que tanto ayer como hoy gobiernan las decisiones del Estado, para tragedia del pueblo chileno, y para tragedia del movimiento obrero.  No me deja de sorprender y frustrar que hayan sido los gobiernos “democráticos” por los que tanto luchamos, los que entregaran nuestra riqueza a las trasnacionales, renegando de la histórica lucha que dieran los trabajadores y el pueblo chileno para conquistar sus riquezas naturales.

Fui testigo del surgimiento de líderes destacados como Manuel Bustos y Rodolfo Seguel, este último hoy entregado sin escrúpulos a la decadencia  en el ejercicio del poder, dándole vuelta la espalda y desconociendo el esfuerzo y el apoyo que los trabajadores le diéramos para construir su liderazgo.  No me olvido de Hugo Estivales Sánchez quien, a pesar de ser un hombre de derecha, supo mantener al sindicato de los trabajadores de Andina en pie y siendo capaz de proteger los derechos de los trabajadores.

Sin embargo, si hay una parte de la historia que verdaderamente me duele y resiento, es esta última parte, la más reciente, la de estos tiempos de desarticulación y desunión de los trabajadores mineros, cuando desaprobamos a nuestros hermanos subcontratistas por su lucha, sabiendo o debiendo saber que la justicia no es un regalo de los dioses, sino más bien, esfuerzo, ayuno, dolor y trabajo incesante, es decir, el fruto de reconocernos hermanados en el sufrimiento y en el trabajo común para superar las siempre resurgentes cuotas de injusticia que caracterizan la vida de los hombres, más aún cuando esta vida esta gobernada por las ambiciones del capital indolente y tantas veces cruel en su afán de lucro y ganancia.

Me duele esta historia que había elegido a los trabajadores como sus hijos predilectos y los condenó nuevamente al abuso y al descarte, prefiriéndose a un Codelco más económico que social, más productivista que solidario y conciente de las necesidades y sufrimientos de nuestro pueblo.  Un Codelco que en vez de acoger a los trabajadores los expulsa con planes de retiro apresurados y bien pensados desde los intereses de la administración que, finalmente, no han servido sino para abrir paso al fenómeno de la subcontratación y a todos los problemas humanos y sociales que de allí se desprenden.

Cómo no me puede doler el estigma de “privilegiados” que debemos a uno de los prohombres de la actual y débil democracia, el ex presidente Patricio Aylwin, haciéndonos cargar con esta fama como una lepra contagiosa que nos aísla de otros trabajadores y nos niega el derecho a surgir y superar nuestras condiciones de vida.  Estos “privilegiados” trabajamos en turnos pesados, aislados, con enfermedades que, a pesar de los cambios en la medicina, aún pesan como pecados originales de nuestra actividad, la temida silicosis que afecta a tantos trabajadores de Codelco que hoy son negadas y desconocidas por las cifras oficiales, con viejos que a los 50 años tiene severas deformaciones óseas y musculares por el trabajo pesado y por las horas extraordinarias que debemos hacer para tener mejores sueldo.

Con esta historia en el cuerpo y con el peso de este mi último y más reciente dolor, creo tener el acervo moral para saludar a mis hermanos mineros, tanto contratistas como de planta, y pedirles que en el nombre de sus hijos y descendientes y en el nombre de nuestros compatriotas que esperan de nosotros mucho más que producir cobre, trabajemos unidos avanzando hacia la globalización de las organizaciones sindicales.  Si el capital se globaliza es también un imperativo político la globalización del trabajo y de la lucha sindical.

Nelson Soto
Dirigente Sindical
Sindicato Unificado de Trabajadores
División Andina

Codelco-Chile

* Fuente. Enviado a PiensaChile por el periodista Jordi Berenguer
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