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Valorizando la importancia de nuestra herencia cultural

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A muchos les parece que el jardín del lado es más verde que el nuestro, que el vecino heredó algo misterioso que lo hizo surgir y yo no heredé nada, que somos abandonados por el Destino o la Providencia. Éste sentimiento va generalmente acompañado de la ceguera por los propios recursos o por la no valorización o desvalorización que hacemos de ellos.  Por eso hoy día deseo escribir sobre el patrimonio que hemos heredado y que la mayoría de las veces no reconocemos y que es nuestro idioma español castellano. El  único patrimonio que no nos pueden quitar las presiones de los tratados de Libre comercio si nosotros nos resistimos.

Hablo de Español Castellano, porque en España conviven cinco idiomas españoles:  El  Castellano, el Catalán, el Gallego y el Euskera y el Valenciano, idioma oficial de esta Comunidad autónoma.

Nosotros hablamos un castellano en una modalidad  de tipo Extremeño/Andaluz/Canario en que no pronunciamos la” z “ni las” c “en su sonido original, sino como “s “y las eses finales las aspiramos en vez de pronunciarlas. (No sé qué dirán los entendidos, pero en el Norte de España siempre piensan que soy de Andalucía) Además en el campo chileno a veces pronuncian s, c y z, como si fuera la “z” española.

Así como somos descendientes de nuestras abuelas americanas, somos también descendientes de abuelos españoles en su mayoría, de los cuales heredamos uno de los idiomas más ricos y hablados de la tierra, idioma que lleva inserta toda una historia en sus vocablos,  idioma que incluye una forma de pensar y de ver el mundo.

Hay  399 millones de Hispanoparlantes en el mundo  y la población de origen hispano en USA es de  45 millones siendo el 2º país de habla hispana del mundo, por detrás de México y por delante de Colombia, España y Argentina. Es la lengua materna del mayor número de personas después del Chino Mandarín, y es el idioma más estudiado del mundo después del Inglés.

Resalto estas circunstancias, para mostrar que la herencia es grande y buena.  Hay países geniales, como Hungría, que no tienen a nadie más que hable su idioma en el mundo. Esto los ha obligado, por generaciones, a aprender otros idiomas desarrollando tremendamente sus capacidades intelectuales y su conocimiento de otros pueblos y otras culturas, lo que les da una flexibilidad impresionante de pensamiento.  Porque lo que hace humanos a los hombres, es su capacidad de reflexionar respecto al pasado y el futuro, planificar sus acciones y poder comunicar estas vivencias a sus congéneres a través del habla y así coordinar su acción. Mientras más vocablos tengamos para designar la realidad, lo que vemos, olemos y tocamos, lo que gozamos, sufrimos y sentimos, más rico es nuestro mundo. Mientras más homogéneo sea y los conceptos estén definidos con precisión, mejor nos entendemos y hay menos margen de error.

Como ser los esquimales tienen numerosos vocablos para la palabra “blanco” y “nieve” y al enseñarlas a sus hijos les están  transmitiendo un mundo de observación y reflexión que les permitió sobrevivir por miles de años en zonas terriblemente inhóspitas. El que no entiende la palabra nieve, cuando se refiere a nieve blanda o dura, puede quedarse empantanado y morir.

Así en los idiomas quedan enquistados los afectos, los odios, los tabúes morales, las leyes, las modas y los valores, los desarrollos científicos, el humor, y la visión del Universo de una cultura.

La lengua castellana viene básicamente del Latín hablado por los romanos que conquistaron la Península Ibérica  hace unos 2300 años, lo que llevó a la desaparición todas las lenguas nativas excepto el Vasco, que se conserva hasta el día de hoy.

Ellos dominaron la península unos 750 años, imponiendo su cultura y civilización, dejando una lengua, el Latín, con la cual se podían entender desde España  e Inglaterra hasta  Iraq y desde Palestina hasta Marruecos.

Con la caída del Imperio entre el 400 y 500 después de Cristo (porque los Imperios también se caen…) cada país empezó a pronunciar distinto y a entenderse cada vez menos.  Así entre medio llegaron los Visigodos y los Suevos a España que aportaron poco en materia de lenguaje y de cultura, y unos 250 años después, las huestes del Islam, herederas de la cultura más antigua del mundo, la de Persia, Babilonia, Grecia, y Egipto, ya que los árabes en su afán religioso dominaron ideológicamente desde  Afganistán  hasta España, vertiendo al árabe toda la cultura que venía desde el comienzo de la civilización.

Ellos trajeron casi todas esas palabras que empiezan por “Al” y otras que denotan ciencia y refinamiento cultural y que corresponde al 17% de los vocablos, unas 4000 palabras. Así álgebra, almohada, almácigo, alquimia, algoritmo, albóndiga, almacén, alcalde, berenjena, sandía, zanahoria, azúcar, alcohol, alcachofa, son palabras que vienen del árabe y quizás algunas de ellas del Persa, como azul, diván y jazmín.

El último Reino Islámico  fue Granada, y cayó en Enero de 1492 meses antes del descubrimiento de América, dejando un gran contingente de campesinos islámicos, llamados moriscos en el sur de España en situación bastante desfavorecida.  De estas guerras y otras habidas en el Norte de África, los españoles cristianos obtuvieron numerosos esclavos que pasaron a América, sobre todo a los Virreinatos donde había más riqueza.  Las esclavas moriscas eran las que cocinaban, y nos legaron las empanadas, las arvejas, la albahaca, el sésamo, los duraznos, los damascos, los granados, y mucho de lo que actualmente se cocina en el Perú y que pasó a Chile, que son legados de la cultura árabe.

En ese mismo año, en Agosto, unos 150.000 judíos españoles cuyas familias habían vivido en el país  quizás 2000 años, son expulsados por causas religiosas de los reinos de Castilla y Aragón y como único patrimonio del cual no pudieron ser despojados, se  llevaron con gran orgullo el Castellano “Ladino” a sus lugares de exilio Holanda, Italia, Grecia y Turquía, donde desarrollan la cultura sefaradí.  Es impresionante oírlos hablar en castellano medieval y cantar “cantigas” en un castellano antiquísimo aún en días de hoy, y usar sus apellidos españoles de los cuales jamás se desprendieron.

Así que sin saber leer ni escribir, nos encontramos que somos herederos de las  grandes culturas de la antigüedad que nos vienen por vía paterna a través del idioma.

Los idiomas van cambiando con los cambios culturales.  Quién descubre e inventa es el que nombra lo nuevo, y así hemos visto que los países anglosajones en su desarrollo tecnológico han  bautizado en su idioma las innovaciones que han hecho.

En materia de filosofía, los alemanes a través de su pensamiento reflexivo profundo, han nombrado los matices más sutiles del pensar filosófico, haciendo que sea aconsejable a los filósofos aprender este idioma para expresar sus ideas con más exactitud y justeza, aún cuando se puede filosofar perfectamente en Castellano, como lo demostró Unamuno, Ortega, Zubiri, Dussel en Argentina y otros.

Con la caída de los mercados financieros, salieron a flote una serie de términos referentes a instrumentos mercantiles y su respaldo por compañías de seguros en negocios cruzados, que tienen nombres que el común de los mortales que no es del gremio, no domina ni en Inglés ni en Castellano, revelando nuestra gran ignorancia sobre este aspecto de la cultura.

Así la ignorancia del idioma deja en claro nuestros vacíos culturales, la parte de la realidad que no vemos y sobre la cual no podemos pensar, porque no la conocemos .Al tener un vocabulario pobre, somos escasos de conceptos y matices, nuestra visión del mundo es pequeña y borrosa, y esto  nos dificulta manejar nuestras circunstancias y encontrar caminos creativos.

Hace algunos años viví en el campo cerca de Rancagua y me topé con la realidad del idioma en nuestras zonas rurales. Acostumbrada a que mi abuela, que era de campo, hablaba un hermoso castellano, conocía los nombres de los árboles nativos, y podía contestar todas mis preguntas, me asombré muchísimo cuando nadie del campo era capaz de identificar un árbol o una planta que no fuera obvio, como las parras o el trigo.

¿Qué es eso, Juan?  -Árbol-¿Pero cómo se llama? –Aahh, no se ná, puh

Contratamos, para que nos ayudara, a una chica muy bonita hija de madre Mapuche y padre chileno, que llegó con un contingente de braceros para hacer la vendimia.  Se embarazó y se quedó viviendo con otro joven sureño (El Chico), tractorista, y tuvieron una hija.

Todo los días venía con su niña, la que tenía 3 o 4 años y no hablaba ni media palabra.  Me empecé a preocupar porque tenía que entrar al colegio, y quizás era lenta y no la admitieran.

Al  trabajar en la cocina junto a ellas, me di cuenta que la madre casi no tenía vocabulario en castellano,  tampoco hablaba mapudungun y que la niña sólo recibía órdenes muy simples.  Nunca una lectura, un cuento, una canción. La pobre había dado tumbos desde los siete años y tenía apenas 2º Básico y casi olvidado, hacía lo que podía y nunca había sido entrenada en nada, ni siquiera en cocinar.

Ahí cambió nuestro ritmo de trabajo y le agregué una o dos horas de clase.  Compramos diccionarios,  libros para aprender a leer, cuadernos de caligrafía, y matemáticas.  El silabario Matte ese del O-JO, en el cual yo aprendí a leer, nos sirvió muchísimo.
Esto duró un par de años, y la madre aprendió a tejer, a escribir, a leer y le empezó a leer cuentos a la niña, es decir se empezó recién a incorporar a la cultura y la niña aprendió a hablar.  No era lenta, era que no tenía la práctica.  Yo había recibido montones de libros de la casa de mi abuela que desarmamos y me los llevé al campo.  Pensaba donarlos a un colegio, pero no me decidía.  Entre medio se acabó mi matrimonio y me fui, pero antes de irme, le regalé toda la biblioteca a mi querida ayudanta que lloraba a moco tendido.

Mira, le dije, te los dejo para que tú y tu hija lean.  Para que no tengas que avergonzarte de no comprender algunas palabras, para que te acepten las viejas y no te miren en menos porque eres del sur. (Eso de ser medio mapuche en la Zona Central todavía es motivo de arriscar la nariz.)

Yo espero que los libros, que eran muy buenos, no hayan ido a parar a la salamandra; pero no lo creo, ya que esta niña, por primera vez estaba sintiendo que entendía algo y que estaba siendo aceptada por los otros.

Cuento esta historia, porque ha sido una de las grandes satisfacciones de mi vida el poder rescatar a  la Marisa de su ignorancia y darle una llave que ella agradeció profundamente.  Además la cuento porque tengo la impresión de que en Chile no existe ni agradecimiento ni respeto por nuestro idioma, ya que nos lo dieron gratis, no nos costó esfuerzo dominar el nivel básico. Muchas personas estarán en la misma situación que esta niña a la que nadie le enseñó nada y agradecerán cuando alguien les enseña.  Pero los jóvenes, que van al colegio y tienen la cultura al alcance de la mano no leen, no valoran lo que reciben y nuestro idioma coloquial es pobre, de modo que después no entienden la cultura escrita ni sus conceptos.

De eso se queja amargamente un amigo, profesor de Castellano que hace clase en un pre-universitario.  “Estos chicos no entienden conceptos, son incapaces de extraer la idea principal de un texto, y ni te figuras la Ortografía,” me cuenta.

La televisión se ha convertido en la gran maestra de idioma, de valores y de costumbres, y en el caso chileno sus dueños han sido terriblemente culpables, entregando basura y chabacanería. Se ha privilegiado el mal uso del idioma en una especie de alarde de desprecio hacia la cultura, popularizando la difusión de términos inventados por la misma tele o por algún grupúsculo, que luego es imitado por los jóvenes convirtiendo su habla en un dialecto inentendible, que los hace olvidar el verdadero idioma en el cual se pueden entender con la cultura de 400 millones de personas y enriquecer así a nuestra sociedad, y su mundo particular.

Los medios televisivos culpan al mercado y al “people meter” cuando está claro que quién posee un medio de difusión tiene una responsabilidad social de elevar a su auditorio y no envilecerlo.  Si yo fuera mal pensada, que lo soy, pensaría que al condenar  al pueblo a la pobreza de lenguaje, lo condenan a la pobreza de pensamiento y la incapacidad de reflexión, porque el sistema necesita personas que no piensen, que no cuestionen, para poder inyectarles valores que  sean funcionales a la filosofía mercantil imperante, que los enajene cada vez más para que su objetivo sea consumir, no ser persona consciente.

Ojalá que haya alguna reforma que dé esperanza a la educación y a los chilenos, porque es el colmo que la educación sea peor que hace 100 años, cuando éramos bastante más pobres y menos conectados con el mundo.

Mi homenaje va para los maestros mal pagados de escuelas primarias rurales y urbanas que se esfuerzan por cumplir una tarea que no es suficientemente valorizada por la sociedad ni por los gobiernos de turno, y que es la tarea de traspasar la cultura y la reflexión, con todas las fuerzas del mercado en contra.
31 de Julio, 2009

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