El reloj marca las 17:20. La hora exacta en que el corazón de Eduardo Frei Montalva se paraliza. A su lado, una enfermera y el doctor Alejandro Goic. El segundo piso de la Clínica Santa María se agita como un panal de abejas. Minutos después, la noticia estalla por las calles de Santiago y el hall central de la clínica se va convirtiendo en un hormiguero. La gente llega corriendo, se abraza, se escuchan sollozos. La conmoción crece a cada minuto.
Tras la extirpación de una hernia al hiato (el 18 de noviembre de 1981), una operación que parecía simple, las cosas se complicaron dramáticamente hasta precipitarse este 22 de enero de 1982. Ahora todos esperan ansiosos noticias del cuarto piso, donde la viuda, Maruja Ruiz Tagle, rodeada de sus hijos y algunos nietos, inicia el camino de la pérdida. Nadie mira hacia abajo, hacia el subterráneo, allí donde en esos mismos minutos se inicia una extraña operación.
Dos hombres esperan impacientes en el estacionamiento subterráneo. Antes de las 6 de la tarde, una ambulancia aparece. Tres hombres con delantales blancos descienden. Transportan una escalera de tijera y algunos bultos. No hay apretones de mano. Sin perder un minuto, los hombres de blanco son conducidos hasta el ascensor. Descienden en el segundo piso. La pequeña comitiva va directo hasta el único acceso de la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica y traspasan la puerta sin que nadie los detenga. Nadie presta atención a que, a diferencia del resto del personal médico, ellos no llevan distintivo alguno que indique a qué institución pertenecen y tampoco su nombre.
El civil que los guía se detiene frente a una habitación. Los tres hombres de blanco ingresan. La antesala se despliega ante los ojos de los recién llegados. Allí susurran no más de cinco personas. Un breve intercambio de palabras y con la misma rapidez, el trío traspasa la puerta de la habitación habilitada para un paciente especial. En la cama yace Eduardo Frei Montalva. Aún está cubierto por un pijama y sobre su abdomen conserva una venda elástica.
El que se comporta como jefe del trío visitante cierra la puerta. Ninguno de los tres hombres pide la ficha clínica del fallecido, ni a los médicos del establecimiento ni a sus facultativos particulares.
Antes de las 18 horas se inicia la intervención. Lo primero que sacan es la venda del abdomen que cubre la herida infectada de la operación. Sin mediar tregua, proceden a colgar el cuerpo del ex presidente con ayuda de la escalera de tijeras. Uno de ellos coloca agujas en las arterias del cuello, brazos y piernas y le inyecta un líquido que han traído preparado para la ocasión. Dos horas más tarde, los 8 litros de formalina inundan el cuerpo de Frei Montalva, expulsando los restos de sangre y el último calor de su cuerpo.
Es entonces que dos de los tres hombres, los doctores Helmar Rosenberg y Sergio González, ejecutan un corte preciso en el tórax y otro en el abdomen. Y comienza el despojo: el riñón, el hígado, el corazón, el páncreas, los pulmones, el bazo… En ese momento, el tercer hombre en la pieza se percata de que el bazo tiene adosado un apósito.
Dos pisos más arriba la señora Maruja Ruiz Tagle no sospecha lo que está ocurriendo en ese preciso momento en la habitación especial donde está el jefe de familia recién fallecido. En el hall de la Clínica, entre los dolientes que llegan en una procesión creciente, se desplazan inadvertidos dos agentes de la unidad especial de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), cuyos integrantes han seguido paso a paso los movimientos del que hasta ese día era el líder indiscutido de la oposición a Pinochet. Sólo unos minutos bastan para confirmar el impacto demoledor provocado por la noticia de su muerte.
En el segundo piso, el trío continúa su tarea. Cada uno de los órganos extraídos por los dos facultativos va siendo entregado al auxiliar Víctor Chávez, quien los deposita en una bolsa plástica, la que luego acomoda en un container o balde metálico. Cuando el despojo termina, el cuerpo -ahora vacío- es rellenado con gasa. Todo se hace en forma precisa y rápida. Cierran primero el abdomen y luego el tórax y, por último, proceden al maquillaje. Han trascurrido casi cuatro horas. Aproximadamente a las 22 horas los tres hombres salen tan silenciosamente como llegaron.
La llegada del doctor Max Muller Vega, quien le saca una máscara mortuoria al rostro del ex presidente, ha sido una de las pocas interrupciones experimentada por el trío. Casi no sintieron a la enfermera que ingresó y se retiró en puntillas. Tampoco detienen su labor cuando se asoma la hija del difunto, Carmen Frei. Pero nadie los interpela.
El doctor Goic, quien aún está bajo el shock de la muerte del hombre que respeta y quiere, no puede olvidar el instante mismo en que debió constatar su fallecimiento. Con mano trémula firmó el certificado respectivo. Y entre la familia y la multitud que acude para expresar sus sentimientos, el doctor ve a dos personas en la habitación donde acaba de morir Frei, preparándose para ejecutar “un embalsamamiento”. Eso fue lo que dijeron. No se inquieta. Alguien de la familia debe haberlo pedido…
El cuerpo del ex presidente es entregado cerca de las 23 horas a sus hijos. A esa misma hora, el doctor Rosenberg, ya de regreso en el Hospital Clínico de la Universidad Católica donde trabaja, tiene todo preparado para iniciar el examen microscópico electrónico de las muestras. Las introducen en bolsas transparentes, las que Rosenberg procede a sellar sin rotular. Otras muestras las guarda en pequeños cubos de parafina sólida. Y lo más importante: hasta hoy nadie sabe lo que hizo con las vísceras.
Secretos sin respuesta
Cuando la familia de Eduardo Frei recibe su cuerpo, su rostro no tiene huellas de ninguna intervención. Es la misma cara, ahora con los ojos cerrados, que los ha acompañado durante toda su intensa vida familiar. Y ello porque lo único que el equipo del doctor Rosenberg dejó intacto fue el cerebro. Todos ignoran que el corazón de Frei, así como su hígado y otros órganos, ya están en tubos con formalina.
El doctor Rosenberg guardará rigurosamente el secreto de lo que hizo aquella calurosa tarde del 22 de enero de 1982, y que lo tuvo ocupado hasta el amanecer del día siguiente. Lo mismo que el doctor González. Diez años transcurren y nadie pregunta nada. Es el tiempo que tarda Rosenberg en decidirse a transcribir los resultados del procedimiento. Y diez años más deberán pasar hasta que alguien decida revelar la existencia del documento.
Porque dos décadas después de la muerte de Frei Montalva se recibe el mensaje de que existe una autopsia hecha minutos después de su muerte al ex presidente en la misma habitación donde murió. Carmen Frei, la hija del ex mandatario y ex senadora, la mujer que iniciara en 2000 la investigación sobre su posible asesinato ante la mirada escéptica de todos, de inmediato recoge la hebra. Sabe que es una pieza clave del proceso. Tiene la plena convicción de que nadie de su familia autorizó una autopsia. Lo primero será rehacer cada minuto a partir de la muerte del padre. Y lo hace.
Finalmente, se llega al Hospital Clínico de la Universidad Católica, el establecimiento hospitalario al que pertenecerían los patólogos que realizaron la autopsia. Dos años transcurren entre el primer indicio del informe -hasta ese momento desconocido- y su confirmación. En el primer documento escrito que habla de una autopsia, aparece la firma del doctor que dirigió la intervención: Helmar Rosenberg. Además la familia recibe un dato que la dejará sin aliento, el del nombre del hombre que la pidió: el pediatra Patricio Rojas, el ex ministro del Interior de Frei Montalva hasta el día en que le entregó el bastón de mando a Salvador Allende en 1970. El fiel colaborador de Patricio Aylwin entre 1990 y 1994. El hombre que en esos días dramáticos ofició de nexo entre el equipo médico y la familia Frei.
La indignación en la familia Frei se acrecienta. ¿Cómo fue posible que se le hiciera al ex presidente una autopsia en la Clínica y nadie les pidiera la autorización, condición indispensable para su materialización? Pero más importante aún: ¿por qué realizar la intervención en la habitación donde murió Frei? ¿Por qué no llevarlo a un lugar habilitado con mesa de mármol o de metal y agua corriente para que la autopsia se hiciera con un mínimo de garantías de salubridad? ¿Por qué la rapidez, el secreto, la violación de varios reglamentos médicos y legales? No hay respuesta.
Una de las primeras tareas que surgen entonces es identificar al médico de la Clínica Santa María que entre las 17 y las 23 horas de ese 22 de de enero de 1982 está a cargo del pasillo donde estaba ubicada la habitación donde Frei muere. Porque ese facultativo tenía la responsabilidad de resguardar el cuerpo del ex presidente. Y es el único que debió haber impedido o al menos interpelado a cualquier extraño que quisiera acceder a su cadáver.
Ocho páginas que acusan
A partir de ese momento se inicia un carrusel de contradicciones. El doctor Rosenberg dice que realizó “el embalsamamiento” y no una autopsia, por orden del doctor Roberto Barahona, a quien individualiza como el entonces director del Departamento de Anatomía Patológica de la Escuela de Medicina de la Universidad Católica. Y agrega que casi tres meses más tarde, en abril, también por orden de Barahona, le informó de los resultados a los médicos que él identifica como los tratantes de Frei: Patricio Rojas, Patricio Silva y un tercero de cuyo nombre extrañamente todos se olvidaron.
Se equivoca, porque Rojas, como él mismo lo ha repetido, nunca ofició de médico de Frei. Pero en los inicios de la investigación esto no tiene importancia. Y ello, porque los doctores Rojas y Silva niegan toda relación con la autopsia. Tampoco recuerdan la reunión de abril.
El doctor Barahona nada puede decir. Al momento de la muerte de Frei, él estaba enfermo en su casa. Murió siete meses después que el ex presidente. ¿Quién dirigía entonces el Departamento de Anatomía Patológica de la Escuela de Medicina de la Universidad Católica al momento de la muerte de Frei? Otro misterio a resolver.
Los dichos de Rosenberg son nuevamente despedazados cuando finalmente una copia completa del “embalsamamiento” que le hizo a Frei, llega a manos de la familia. Porque en la primera página de ese documento se lee: AUTOPSIA Nª 9/82. NOMBRE: EDUARDO FREI MONTALVA. PATOLOGO: Dr. H. Rosenberg. RESIDENTE: Dr. S. González. FECHA Y HORA: 18 horas. (Ver facsimil de la autopsia en PDF)
Es la primera prueba de que sí hubo autopsia. Tanto así, que fue archivada en los mismos libros en los que se guardan cuidadosamente empastados -de cien en cien- todos los informes de autopsia que allí se practican.
081Ese documento marca también el comienzo de otros descubrimientos. Porque cuando se procede a periciarlo, y casi a simple vista, se percibe que tiene características totalmente distintas a los otros informes que ese empaste contiene.
Rosenberg explica. Dice que guardó sus apuntes y la grabación de los análisis por aproximadamente diez años. Y que fue entonces que decidió transcribir los resultados, tarea que le encomendó a Carmen, la secretaria del Departamento de Anatomía Patológica e hija del extinto doctor Barahona.
Esa es la explicación del cirujano y patólogo Helmar Rosenberg Gómez, 74 años, de por qué el “Informe de autopsia N° 9/82” a Eduardo Frei Montalva, que se despliega en 8 páginas, no tenga el mismo tipo de letras que las otras empastadas en el mismo tomo. Y que sea evidente que fue pegoteada a destiempo. Más curiosa es la anexión del examen histológico, que se hizo en época totalmente distinta.
Las fotografías de microscopía electrónica también desaparecieron. Un pequeño desorden por cambio de sede –afirma- está en el origen. Y no existe ficha médica adjunta. Para esa irregularidad no hay respuesta. Tampoco hay explicación para la inexistencia de un diagnostico clínico. ¿Dónde están entonces los resultados que afirma haber informado en abril de 1982 a los doctores Patricio Rojas y Patricio Silva?
LA SOCIEDAD ROSENBERG-GONZALEZ
Si la autopsia de Frei demoró 20 años en ser descubierta, los misterios que la rodean han sido menos resistentes. Porque la versión de Rosenberg tuvo una contraparte brutal. Y ello porque Carmen Barahona no reconoció el informe de autopsia archivado. Y hubo otro recuerdo importante: su padre efectivamente estaba enfermo al momento de la muerte de Frei, por lo que no era el director del departamento. El jefe era el doctor Benedicto Chuaqui. Un problema: Chuaqui nunca vio el informe de la autopsia practicada a Eduardo Frei. Así lo afirmó en una muy temprana indagatoria. Peor: el doctor no podrá decir lo que logró descubrir cuando quiso saber por qué le habían ocultado el informe de Frei. Murió en 2003.
Un misterio que sigue sin resolver es cómo se explica que el equipo médico encabezado por Rosenberg llegara a la Clínica Santa María sólo minutos después de la muerte de Frei (17:20). Porque lo que Rosenberg y su equipo confirman es que partieron desde el Hospital Clínico de la UC a la Clínica Santa María alrededor de las 17 horas de ese 22 de enero. Y el informe de autopsia consigna la hora de inicio: 18 horas.
Un apoyo importante le ha brindado a Rosenberg el doctor Sergio González Bombardiere. Los recuerdos de este patólogo de 55 años, jefe desde el 2000 del Departamento de Anatomía Patológica de la Escuela de Medicina de la Universidad Católica y quien lo secundó en la autopsia practicada a Frei, son casi idénticos a los de Rosenberg.
Lo que no calza es que Rosenberg, con 33 años en el Departamento de Anatomía Patológica de la Escuela de Medicina de la Universidad Católica, y González, con 27 años en el mismo, insistan en que no hay nada extraño en el embalsamamiento que se le hizo a Frei. Primero, fue una autopsia. Incompleta, pero autopsia. Segundo, los datos ciertos de ese centro médico indican que no hay registro de que alguna vez se haya hecho una intervención similar a la de Frei en otro establecimiento hospitalario y menos en la habitación del paciente. ¿Por qué la excepción y la urgencia? No hay respuesta.
La solidaridad entre ambos podría explicarse porque no sólo son compañeros de trabajo desde 1981, tres años después de que González se titulara, sino también socios desde 1993. La última empresa conjunta lleva por nombre “Profesionales e Inversiones Médicos Patólogos Asociados”.
En cuanto a Patricio Rojas, los recuerdos de Carmen Barahona han sido lapidarios. Porque sin titubear afirmó que, al momento de la muerte de Frei, su padre estaba en su casa enfermo, y que Patricio Rojas lo llamó para solicitarle la autopsia al cuerpo del ex mandatario.
En su declaración judicial del año 2003, publicada por La Tercera, Patricio Rojas reconoce el hecho que calló por dos décadas: “Efectivamente se hizo un protocolo de autopsia, realizado por un médico del Hospital Clínico de la Universidad Católica, tuvimos el cuidado de hacer el examen anatomopatológico y tuvimos los informes de este examen. Como yo no era el médico tratante, no fui yo el que recomendó a la familia que se practicara la autopsia, pero cuando me consultaron no me opuse, pudo ser el doctor Goic o el doctor Silva. También, comenté la necesidad de contar con exámenes tanatológicos para tener la certeza de la causa de su muerte, pero ignoro si se hicieron o no, y si así fue no tuve acceso a los resultados”.
La información oficial, que recibió también Rojas de parte de los médicos de la Universidad Católica, fue que la causa de muerte del ex presidente fuer una septicemia no controlada. Pero el documento que lo acredita no aparece, sino que sólo se conoce el informe anatomopatológico. Ante de la duda creciente de que pudo haber sido contaminado por agentes químicos en forma deliberada, su cuerpo fue exhumado en 2005 y las muestras enviadas a FBI, sin obtenerse resultados positivos. Pero después, otros importantes análisis se han practicado. Y de su resultado sólo sabe el ministro Alejandro Madrid, quien decretó desde entonces que ninguna de las partes tiene acceso al sumario.
Patricio Rojas se ha defendido de las dudas sobre su rol en los procedimientos que tuvieron lugar en las horas posteriores a la muerte del ex presidente. Y ha descartado las evidencias de una posible intervención de terceros, diciendo que sólo son “conjeturas”.
La réplica más dura que ha tenido Rojas ha sido de parte de Carmen Frei. El 31 de agosto de 2006, en entrevista con Radio Cooperativa, afirmó: “¿Conjeturas? ¡Por favor! Más que evidencia: yo vi la escalera en la pieza y me sacaron de ella porque a mi papá le estaban haciendo una autopsia”. Y concluyó reiterando una frase que aún hace eco: “¿A quien protege Patricio Rojas?”.
Dos años y medio más tarde, ninguna de las declaraciones de Patricio Rojas han convencido a los hijos Frei, los que no entienden cómo uno de los hombres de máxima confianza de la familia les ocultó por más de 20 años que se había hecho una autopsia cuyo procedimiento está lleno de irregularidades.
Por ello, el próximo paso que la familia Frei pedirá será la reconstitución judicial paso a paso de la autopsia. Una diligencia que seguramente podría despejar misterios y unir las pocas piezas que aún faltan para que el juicio sea caratulado como “asesinato”.
* Fuente: Ciper Chile
Vea también:
Médico de la DINA y CNI operó a Eduardo Frei Montalva
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