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Carta abierta a Karla Rubilar

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Soy sobrino de Luis Emilio Recabarren González, hijo de Manuel Recabarren González, nieto de Manuel Recabarren Rojas, sobrino de Nalvia Mena Alvarado y primo de su hijo que estaba por nacer. Todos ellos secuestrados por la policía política de la Junta Militar y detenidos desaparecidos hace más de 32 años. Desde acá me gustaría decirle que a mí y a mi familia nos gustaría pensar que todo esto es mentira, que mi padre, mis tíos, mi abuelo acaban de pasar la Navidad junto a nosotros. Que en Año Nuevo compartimos todos juntos y nos dimos un abrazo. Primero a mi padre, luego a mi abuelo, luego a mi tío, que según su información hoy “vive” en Argentina. Decirle que con mucho amor y fuerza podría haber abrazado también a mi primo que hoy debe tener alrededor de 30 años, que éste a lo mejor también vive, con otra familia que no es la suya y no lo sabe. Que quizás tenga sus propios hijos que comparten con los míos, en fin. Pero no lo sé. Han desaparecido. Lo que usted dice que es mentira, le digo yo que es una gran verdad en mi vida, una verdad que me mata día a día.

Quizás usted tuvo el abrazo de sus padres hasta hace poco, yo no. Quizás sabe dónde están sus padres, sus abuelos, sus tíos, si están vivos o muertos, todo eso tal vez usted lo sabe. Yo no. Sólo supe que mi padre me fue arrebatado cuando yo tenía apenas dos años. La palabra mentira es muy fuerte, tan fuerte como esta verdad: los míos no están, fueron maniatados, torturados, violados, lanzados al mar… y esa verdad es más grande que nuestra cordillera. Señora Rubilar, a usted y sus correligionarios puedo verlos paseando por el Congreso, por la calles o ciudades de este país con sus hijos… su familia… esa es su verdad de amor, me alegro por eso. En nombre de eso le pido que no juegue con el dolor de mi madre, de mi abuela, de mis hijos, de mi persona. Sabe, no suelo llorar, pero en esta ocasión lo hago, porque me encantaría que todo esto fuera una mentira. Me encantaría que golpearan mi puerta y apareciera mi padre, que me dé todos esos abrazos que me debe, todas esas caricias que no tengo y todos esos consejos que se fueron por ahí. Sabe, señora diputada, él pensaba distinto a usted, él no quería el país que usted quiere, pero eso no le da derecho a herirnos ahora gratuitamente. No le da derecho a levantar las dudas para que se diga que todo lo que sucedió era mentira. La verdad es frágil, la mentira es abismante. Me encantaría que fuera verdad lo que dice, que fuera verdad que le importan los detenidos desaparecidos y todas las víctimas de la dictadura. Me encantaría que fuera verdad que usted, sus correligionarios y muchos de este país, se interesaran porque no se violaran los derechos humanos, por denunciar, por tener clemencia, por no negar, por abrirle las puertas a los familiares que buscaban a sus padres, madres, hermanos, hijos, esposos, tíos o sobrinos. Me encantaría que fuera verdad que las fuerzas armadas “cometieron errores”, pero los repararon con dignidad, que entregaron a los criminales, que entregaron los nombres de las víctimas, los lugares de detención, que dijeron dónde estaban los cuerpos de los muertos. Y sobre todo, me encantaría que fuera mentira que hubo hombres que entraron a mi casa, golpearon a mi madre, asesinaron a mi padre. Pero esos criminales son reales. No hemos visto a nuestros familiares en 30 años, esa es mi verdad… y su verdad, su semiverdad, es una gran mentira.

* Fuente: La Nación

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