Ateos llaman a la puerta de las religiones
por Leonardo Boff (Brasil)
16 años atrás 3 min lectura
Si hay alguien que puede relatarnos con seriedad el estado de la vida en la Tierra, especialmente desde la perspectiva del calentamiento global, ese es Edward O. Wilson (*1929), uno de los mayores biólogos vivos, introductor de la palabra biodiversidad. Su libro La Creación: salvemos la vida en la Tierra (Kazt Editores 2007) es una llamada preocupada, diría que hasta desesperada para que hagamos esfuerzos ingentes y colectivos con el fin de salir de la crisis que nosotros mismos hemos creado. La Tierra, en su larga historia, conoció 5 grandes mortandades, la última al final de la era Mesozoica (la de los reptiles), hace 65 millones de años, en la cual desparecieron todos los dinosaurios. Dio lugar a la era Cenozoica (la nuestra, la de los mamíferos). Entre una extinción y otra, la Tierra necesitó diez millones de años para autorregenerarse.
Según Wilson, en los últimos siglos, los seres humanos, en su afán de procurarse bienestar y enriquecerse, han explotado de forma tan persistente y sistemática el planeta Tierra que, como consecuencia, ha comenzado la sexta extinción masiva. Exceptuando los meteoros rasantes que han devastado el planeta más o menos cada cien millones de años, la Tierra nunca conoció un ataque tan poderoso como el que está ocurriendo actualmente. Nos dice Wilson: «la tasa de extinción actual es cien veces mayor que la existente antes que los seres humanos aparecieran sobre la Tierra, y se prevé que se multiplicarán por mil por lo menos en los próximos decenios» (pág. 12).
El causante de esta devastación es el ser humano que se ha transformado en una verdadera fuerza geofísica destructora: ha alterado la atmósfera y el clima de la Tierra, ha difundido millares de sustancias químicas tóxicas por el mundo, ha represado casi todos los ríos, ha transformado en arables casi todas las tierras, que hoy están en buena parte desertificadas, y nos encontramos a punto de agotar el agua potable.
Sabemos que es la biodiversidad -especialmente los microorganismos, bacterias, hongos, pequeños invertebrados e insectos- quien garantiza las condiciones para que nuestra vida humana pueda continuar. Nosotros dependemos totalmente de ellos. Si continúa nuestra práctica biocida, a partir de mediados de este siglo nuestra propia especie comenzará a ser diezmada. ¿No estará en la lista de las condenadas a extinguirse? Esta vez no se puede esperar diez millones de años para que la Tierra recupere su equilibrio perdido. Tenemos que ayudarla, de lo contrario Gaia nos expulsará como un cuerpo letal.
En este contexto Wilson propone una Una Alianza por la Vida. Convoca a las dos fuerzas que para él son las más poderosas del mundo: la ciencia y la religión. Su libro es en realidad una carta abierta a un pastor evangélico, invitándole a sumar fuerzas, a desmontar prejuicios, a construir valores que puedan salvar la vida. Wilson se confiesa no-creyente, digamos un ateo, pero habla siempre con reverencia de Dios. Llama a la puerta de la Iglesia para pedir socorro. Ante un peligro planetario las diferencias desaparecen: esta vez creyentes y no creyentes tendrán el mismo destino. Pero ambos pueden trabajar juntos, porque «los que hoy viven en la Tierra tienen que vencer la carrera contra la extinción de las especies o, si no, serán derrotados, derrotados para siempre; conquistarán honra o deshora eterna».
Ciencia y religión deben cambiar. La ciencia, hasta hoy, no ha respetado la alteridad de los seres. Se colocó encima, dominándolos. La religión todavía no se ha librado de su fundamentalismo en la lectura de los textos sagrados. Manteniendo su fe puede reconocer la evolución de las especies. Ella aporta la reverencia ante la grandeza del universo y el respeto ante todas las formas de vida. Esta actitud convierte el poder en protección y cuidado. Y esta alianza sagrada podrá salvar la vida amenazada.
2008-10-10
* Fuente: Servicios Koinonia
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