Hace 35 años, el día 10 de septiembre de 1973, mejor dicho la noche de ese día, fue particularmente especial para mi.
Temprano, recibí un llamado telefónico desde Los Angeles, mi ciudad de origen, por largo rato estuve conversando con cada uno de los miembros de la Dirección Regional de mi Partido. Hacía tiempo que me encontraba en San Felipe como Intendente de la provincia de Aconcagua, nunca había existido la oportunidad de conversar y despedirme de mis compañeros. Parecía esta una buena ocasión.
En ningún momento pensé que sería una despedida por largo y tormentoso tiempo.
El día anterior al mencionado, los grupos fascistas que operaban en la Provincia de Aconcagua habían intentado destruir la vieja casona sede del Gobierno Provincial. Desde luego, fue un atentado muy sospechoso porque el teniente a cargo de la guardia había retirado al carabinero encargado de vigilarla justo cuando este se produjo.
El llamado telefónico desde Los Angeles tenía como objetivo conocer lo que había sucedido.
Un poco más tarde recibí información de una persona que tenía un familiar militar en Curicó, este le había dicho que ellos se estaban acuartelando, la situación no era muy clara. Los rumores y los hechos comienzan a suceder con rapidez, también se me informa que estaría sucediendo lo mismo en la Provincia de Aconcagua. A partir de entonces se produce un ambiente cargado de presagios y simbolismos, donde cada situación cobra relevancia y amerita una especial explicación. Además, hay que recordar que la Provincia de Aconcagua poseía dos grandes Regimientos y una Escuela de Artillería y que en general muchas familias tenían militares en su seno.
Luego de un breve análisis de la situación decidí comunicar estos hechos al Subsecretario del Interior, Daniel Vergara, mi contacto directo con la Presidencia. Para gran sorpresa mía no lo encontré. Por lo general hablábamos dos o tres veces por día y justo cuando más lo necesitaba, no aparecía. Dejé mensaje, quedé muy preocupado. Alrededor de una hora más tarde me llamó Rene Largo Farias de la Oficina de Información y Radio Difusión de la Presidencia, para conocer detalles de la información. Como se trataba de una situación delicada opté por ser breve y lo más preciso posible para que no existieran interpretaciones no deseadas.
Aproximadamente como a las diez de la noche me llamó el Ministro del Interior, Carlos Briones. Me dijo “aquí estoy con el Presidente de la República. El está aquí a mi lado. Necesitamos conocer la información que usted entregó a la Subsecretaría”. Le di la información que tenía en ese momento. luego hablamos dos veces más. La última fue a la una de la mañana. El Ministro me dio un número de teléfono y me señaló que allí habría una secretaria para recoger mi información. Hablé algunas veces con ella, la última fue a las seis de la mañana del día 11, le informé que un gran contingente del Regimiento “Guardia Vieja” de Los Andes se dirigía a Santiago, al mando del Teniente Coronel Luis Pedroza Alonzo. Militar que era nada menos que el Encargado por el gobierno para tratar de solucionar el paro de los camioneros en la Provincia.
Durante esa noche no dormí. Tampoco mis compañeros. Hacía algunos días que dos miembros del Partido, cuyas tareas eran otras, en la práctica habían pasado a dedicarse a solucionar problemas que surgían y debían ser resueltos rápidamente, como era este caso. Entregada la última información tuvimos un pequeño recreo. ¿Y qué pasa si todo esto no es más que una falsa alarma? Preferíamos eso, a una situación que vislumbrábamos muy dura. Estábamos dispuestos a responder por lo que estábamos haciendo. Pocos minutos más tarde la radio informa que el Presidente Salvador Allende se dirige a la Moneda y entendimos que la situación era delicada porque desde Santiago, al mismo tiempo, nos llaman para preguntarnos que esta pasando en Valparaíso, al parecer la Armada lo tendría aislado. En el inter tanto mi esposa y nuestra pequeña hija habían sido trasladadas a Los Andes.
Me dirigí a la oficina de la Intendencia, relativamente temprano. Desde luego el teniente de carabineros no se encontraba. Las caras de asombro de los funcionarios que habían llegado lo decían todo. En particular recuerdo a Absalon Wegner, doctor, Director de los Servicios de Salud. Era un cuadro político extraordinario, me había hecho muy amigo de él. Incluso, más tarde cuando dejaba la oficina, le dije que fuera conmigo a la reunión. Recuerdo su mirada, no la entendí en ese momento, de profunda preocupación, si era por él o por mí. Algunos días más tarde fue asesinado.
Como a las nueve y media recibo un llamado, era el Coronel Montesinos, Jefe de Carabineros, cuya tremenda sorpresa lo hizo tartamudear. El suponía que le contestaría el Coronel Héctor Orozco. Se repuso rápido y me dijo: “Señor Ruiz, cayó el gobierno, le ofrezco protección”. “Muchas gracias -le contesté -no la acepto. Será el pueblo el que decida si cae o no cae el gobierno”.
Poco tiempo después me dirijo a la reunión de los Partidos de la Unidad Popular, que había sido citada el día anterior.
Nos encontramos en la casa de un funcionario de INACAP, militante del Partido Socialista. La reunión no pudo realizarse, porque cuando estaba por comenzar llegaron dos jóvenes extranjeros, altos, presumiblemente estadounidenses que preguntaban por alguien que el dueño de casa no conocía. La reacción del dueño de casa fue airada y echó a los “presuntos agentes de la CIA”, a empujones, quienes debieron además, escuchar epítetos de grueso calibre. Esta extraña situación nos pareció grave y los dirigentes allí presentes me aconsejaron trasladarme a una casa a la que me llevaron dirigentes del MOPARE. Veinte minutos más tarde, en el nuevo lugar, me informan que alrededor de sesenta militares estaban acordonando el sector en que me encontraba.
Logré salir del lugar, y más por casualidad que por previsión, pude retomar el contacto con las personas que me habían llevado donde los militares estaban llegando. Pude encontrarme con mis compañeros los que me trasladaron a Los Andes. Me informaron que el Coronel Orozco había sido nombrado Intendente. Los hechos ocurrían a gran velocidad. Ya en Los Andes pude observar como desde la cordillera un grupo de aviones de combate se dirigían hacia Santiago, luego de un tiempo no muy prolongado, volvieron por el mismo espacio aéreo.
Puedo agregar que estábamos restringidos pero no paralizados. Seguíamos teniendo cierta capacidad de movimiento: por ejemplo el obispo de Aconcagua, monseñor Enrique Alvear, se contacto con nosotros y me ofreció “refugio”. Acepté que lo hiciera para mi esposa y nuestra hija. Mientras nosotros tres buscábamos la forma de salir a Santiago.
Como no lograron capturarme se inició una implacable persecución en mi contra. Esta comprendía no sólo a la Provincia de Aconcagua sino que además las provincias de Bio-Bio, Santiago y Valparaíso. Esta última a raíz de que el mismo día diez de septiembre yo había asistido a una reunión regular de Intendentes y otros funcionarios de las provincias de Aconcagua, Santiago y Valparaíso. Fueron allanadas, por fuertes contingentes de carabineros, militares y policía civil, mi residencia, casa de familiares y amigos, y fueron detenidas personas que, por coincidencia, tenían el mismo nombre que el mío, tanto en la Provincia de Aconcagua como en Bio-Bio. Al mismo tiempo por la radio se decía que yo había sido detenido y que estaba enfrentando un “Consejo de Guerra”, lo que era falso.
Hace 35 años que sucedieron estos hechos. Hoy los relato pensando en las nuevas generaciones de luchadores sociales. La historia debe conocerse y escribirse tal cual fue, no existe otra forma: conocerla plenamente para no volverla a repetir.
Nota:
Publicamos este testimonio por ser parte de nuestra historia, esa que la reacción quiere borrar, quiere eliminar de las mentes de nuestro pueblo. Escribir los testimonios vividos es un deber, tan importante como los esfuerzos para reorganizar nuestras fuerzas, nuestros sueños, nuestros anhelos. Recordar nuestra historia es dar vida a las raíces de nuestra lucha por el futuro.
La Redaccíón de piensaChile
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