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En el Centenario y Siempre, Seamos Como Allende

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Compleja y promisoria época la que nos toca vivir. Llena de obstáculos para avanzar, pero con horizontes luminosos que se asoman en la lejanía. En esta nueva realidad el legado político de Salvador Allende, según algunos tránsfugas de la izquierda, no tendría ninguna vigencia ni relevancia.

El estrepitoso derrumbe de los socialismos reales en la URSS y en Europa del Este, imprevistamente, nos despojaron de las imprescindibles utopías y sueños de que era posible un modelo de sociedad mejor que la capitalista para organizar el crecimiento de las fuerzas productivas y la convivencia humana. Nos habríamos quedado, como dice Tomas Moulian, sin “imaginario de la historicidad”.

La euforia del imperio y las burguesías fue tanta que llegaron a proclamar el fin de comunismo, el fin del socialismo y el fin del marxismo. Francis Fukuyama, ideólogo ultraderechista, fue incluso más lejos llegando a hablar del fin de la historia.

El capitalismo a simple vista había triunfado de manera decisiva y los modelos económicos neoliberales se propagaban por el mundo dando paso a la globalización. Ahora sí que la humanidad, gracias a la libre empresa y las privatizaciones, transitaría hacia una etapa de paz duradera, democracia, estabilidad y bienestar para todos.

Han transcurrido cerca de cuatro décadas desde los inicios de la globalización y las promesas del capitalismo no se ven por ninguna parte. Para entender la realidad actual no se necesita ser economista ni tampoco marxista, sólo basta con encender el televisor y observar lo que esta ocurriendo en el mundo. Los milagros ofrecidos por el capitalismo no se ven por ningún lado. Las guerras continúan azotando a varios países entre ellos Irak, Afganistán y el Medio Oriente, no se ha eliminado el terrorismo, la inestabilidad política se generaliza, y las promesas de prosperidad económica se han esfumado. Por el contrario, la crisis económica y social se profundiza, la brecha entre ricos y pobres aumenta. A la par con la globalización del neoliberalismo se globalizan también las desigualdades y aumentan, al mismo tiempo, las diferencias entre ricos y pobres dentro de los propios países desarrollados. (1)

En América Latina, en particular, el descontento de los pueblos y el rechazo de las políticas neoliberales y de las privatizaciones ha ido en constante aumento.

¿Deberíamos entonces, a estas alturas, concluir que el capitalismo ha resuelto los grandes problemas de la humanidad y que no es necesario imaginar alternativas políticas distintas? ¿O tendríamos que estar de acuerdo con la absurda idea de Fukuyama que se acabo para siempre la historia?

De ninguna manera. Seria una conclusión enteramente errónea, contraria a la lógica y a las evidencias que suministra la realidad concreta. Es en esta nueva realidad, precisamente, donde el legado político fundamental de Salvador Allende se hace más actual y vigente que nunca.

El estudio de la práctica política de Allende es una fuente indispensable para la reflexión y la acción creadora en estos días. Este es, en esencia, el gran desafió que tienen por delante quienes se proponen rescatar el legado político fundamental de Allende. Los monumentos oficiales, aunque alguna utilidad puedan tener, no han sido creados para incentivar la reflexión acerca de los problemas y la realidad existente, para educar ni menos para convocar a la acción.

Ser Allendista en estos tiempos marcados por una gran debilidad y dispersión de las fuerzas del pueblo, significa asumir resueltamente la ardua y prolongada tarea de reagrupar la izquierda y buscar sin descanso la unidad del movimiento popular.

Desde 1952, año de su primera postulación a la presidencia, hasta sus últimos días Allende fue un perseverante constructor de la unidad de socialistas y comunistas, principales partidos de la izquierda, en ese entonces. Ni por un instante claudicó en sus esfuerzos unitarios, a pesar de lo compleja y fatigosa que muchas veces, se tornaba esa misión.

Ser Allendista, en esta nueva realidad, implica empujar creativamente distintas iniciativas de unidad a partir de las propias organizaciones sociales, para culminar en el diseño de un proyecto alternativo de sociedad.  En estos tiempos difíciles para la izquierda, se nos viene a la memoria una imagen captada en una fotografía de los años 60, que muestra a un Allende con megáfono en mano hablándole a un puñado de pobladores en plena labor de educación, creación de conciencia y movilización.

Ser Allendista en esta época de capitalismo globalizado y salvaje, significa refutar el modelo económico neoliberal, denunciar sus notorias inequidades económicas, sociales y culturales, y sus desastrosas consecuencias ecológicas. Requiere impulsar decididamente la lucha anticapitalista.

Allende a partir de la publicación de su libro La Realidad Medico-Social Chilena en 1939, pasando por sus innumerables intervenciones en el congreso en su calidad de diputado y senador, así como en sus campañas presidenciales y como presidente electo del Gobierno Popular mantuvo una constante denuncia de las desigualdades e injusticias del sistema capitalista.

Ser Allendista en estos días de neoliberalismo globalizado exige mantener una critica anticapitalista intransigente y una posición antiimperialista consecuente. Esta postura tiene afinidad con el ideario Allendista, y al mismo tiempo rescata el legado histórico de la izquierda chilena.

El latinoamericanismo y el antiimperialismo constituyeron rasgos sobresalientes del pensamiento y la acción política de Allende. Él tenia la firme convicción que el sometimiento, la expoliación, el atraso y la pobreza de los países de América Latina tenían causas conocidas y precisas. “Somos países dependientes, englobados en el proceso de desarrollo económico de las grandes metrópolis. La razón dialéctica se expresa con claridad. Existe el subdesarrollo porque existe el imperialismo. Existe el imperialismo porque existe la pobreza”, señalaría en cierta ocasión.(2)

Ser Allendista en el umbral del siglo XXI, por último, significa reconocer que el mundo ha cambiado, que se vive una nueva época y que existen condiciones distintas. Adecuarse a las nuevas condiciones, sin embargo, no conlleva a renunciar a la lucha contra el sistema capitalista ni menos abandonar la aspiración de superar dicho modo de producción, por un proyecto alternativo de sociedad auténticamente democrática, libertaria y humanista que ya comienza a vislumbrarse en el horizonte de América Latina con el nombre de socialismo del siglo XXI.

Ser Allendista hoy día consiste, justamente, en creer con pasión al igual que el Presidente Mártir en la posibilidad de un nuevo socialismo. Sin dudas, el legado político esencial de Salvador Allende, su contribución fundamental a la historia de lucha social en nuestro país, consiste en haberse dado cuenta mejor que nadie dentro de la izquierda que en la sociedad chilena existían las condiciones para la instalación del socialismo; y haber luchado con dicha convicción durante cuarenta años. (3)

La figura de Allende crece y se agiganta con el tiempo en la memoria de todos aquellos que luchan por un mundo mejor. Sus ideas, a pesar del empeño de sus enemigos, resurgen más convincentes y luminosas. Algunos quizás se atrevan a objetar sus conocimientos teórico-marxistas, pero lo que es imposible cuestionar es su ejemplo imperecedero de consecuencia; su consistencia entre su conducta y sus creencias, su valentía para defender sus convicciones con su propia vida.

Porque en estos días, hay una gran ausencia de esta especie de hombres, es que el legado de Allende esta más actual y vigente que nunca. No solamente en el centenario de su natalicio sino siempre, seamos como Allende.

– El autor es profesor e investigador del Latin American Research Institute (LARI), Canadá.

Notas:
1. Alan Woods, El Socialismo no es Utópico sino una Necesidad, Rebelión, 2004
2. Salvador Allende, Discursos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
3. Zalmak Alexander, (seudónimo de Hermes Benítez), Allende; Su Legado Político Esencial, Revista Entrelíneas, Edmonton, 1990.

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