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Soledad, vejez, muerte

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Hay determinadas noticias en la sección de Sucesos (ahora Sociedad) de los periódicos que son sumamente indicativas de la sociedad de la que formamos parte y de las pautas por las que se rige. En este sentido, las informaciones que tienen por razón el título que encabeza este post son relativamente frecuentes y suelen dejar en el lector un poso aprensivo de melancolía, mezcla de conformismo y fatalidad, que debería no ser el propio de la llamada sociedad de bienestar que tan superficial y estadísticamente se nos asigna.

El caso del matrimonio de ancianos octogenarios fallecidos en una populosa localidad catalana hace unos días constituye, por sus trágicas y desoladoras circunstancias, una auténtica y urgente llamada de atención a la conciencia social de nuestro presente y da fe de la imprescindible necesidad de la Ley de Dependencia que por fortuna ya forma parte desde hace meses de la cobertura de asistencia a las personas impedidas. Para don Manuel y doña María del Carmen esa normativa, sin embargo, llegó demasiado tarde.

Don Luis González Morán, sacerdote y profesor universitario, hace de tan impresionante como desgarradora noticia unas agudas reflexiones dignas de atenta lectura y reconsideración. No son otras que las debidas a un periodo de nuestra vida que a todos nos aguarda y para el que deberíamos rescatar los reconfortantes valores de protección y respeto que la ancianidad mereció siempre en las más viejas y reputadas culturas.

Celestina Tenerías

Nota de la Redacción de PiensaChile: gracias a nuestros amigos de Diario del Aire por estimularnos y hacernos ver esta realidad, que no puede ser aceptada en una sociedad que se dice desarrollada. Para nosotros, el Tercer Mundo, debe ser  esto una advertencia: ese no es el camino a seguir.


Morir en soledad

Durante estos días últimos, todos los periódicos y fuentes de información han golpeado a los lectores y/u oyentes con la noticia de la muerte de dos ancianos en una populosa ciudad catalana en circunstancias dramáticas.

Don Manuel y Doña María del Carmen eran unos esposos octogenarios, casados en segundas nupcias, contando él con 84 años de edad y ella con 82 en el momento de su fallecimiento. Ella era una persona impedida, que dependía totalmente de la ayuda de su esposo para la mera supervivencia. Hace un mes aproximadamente, Don Manuel sufrió un infarto, que terminó con su vida y Doña Carmen se quedó con su soledad, acompañada por el cadáver de su marido y por su propia impotencia y (quizá) desesperación: no tenía medio de comunicar con nadie y lo más dramático es que quizá no tuviera nadie con quien comunicar. Así que no le quedó más salida que enfrentarse a una muerte que puede ser calificada de auténtica tortura.

En esta situación, comienzan a pasar los días y comienza a apoderarse de su organismo el horror del hambre y la sed, con los dolores insufribles que esto conlleva: así hasta llegar a morir de inanición, en medio de una sociedad opulenta y hastiada de tanto tener. Es imposible poder imaginarse la angustia, el terror, la desesperación de esta pobre mujer, fatal y mortalmente amarrada a su incapacidad para sobrevivir, con la soledad aterradora de quien vive entre gente que son solo fantasmas en su delirio agónico.

Pasa un mes y no se crean que se van a encontrar los cadáveres porque alguien se preocupe por estas dos vidas, por lo que se ve, carentes de valor para todo el mundo: es el hedor, el insoportable hedor que despiden los cuerpos ya en corrupción lo que alerta a la bienpensante ciudadanía. La muerte por infarto, la muerte por inanición y agotamiento es soportable, lo que es imposible de sufrir es el mal olor: por eso, nadie se preocupó por los dos ancianos difuntos hasta que el hedor de sus cuerpos provocó la alarma.

Esta es la noticia que traen en estos días todos los periódicos. Y a mí, en este domingo curiosamente del Buen Pastor, me suscita una serie de preguntas, que no me atrevo a contestar, porque tampoco me corresponde, salvo en la pregunta final:

.- Por lo que dicen los periódicos, Don Manuel tenía dos hijos de un anterior matrimonio, aunque –añaden los periódicos- la relación “no era muy fluida” Pero ¿dónde estaban los hijos de este buen Don Manuel, mientras su padre fallecía de un infarto y su cadáver se corrompía junto al de esposa?

Y ¿dónde estarían los sacerdotes de la parroquia que no acudieron a visitar a los ancianos? Y los obispos y los vicarios y los arciprestes y los capellanes? Tal vez estuvieran preparando una buena homilía precisamente sobre el buen pastor…

Y ¿dónde estaría el alcalde de la localidad, que, como todos los alcaldes, tanto se preocupan del nivel y de la calidad de vida de sus conciudadanos? Y ¿dónde los gobernantes, pagados por la comunidad de tan alto nivel oratorio y mitinero? Y la responsable de los servicios sociales de la comunidad municipal ¿no estaría haciendo estadísticas sobre los dineros invertidos en la atención a los ancianos y discapacitados de la localidad?

Y ¿los responsables de Cáritas parroquial, que seguro que tienen montado un buen servicio para el cuidado de los ancianos, en qué habrán estado ocupados durante estos treinta días en que se pudrían los cuerpos de los ancianos?

También hay que preguntarse dónde estarían los vecinos de estos dos ancianos, cuya existencia ha finalizado tan trágicamente, en una sociedad ahíta de consumo y futilidades: es terrible que el único indicio inhumano que les conmueve es el terrible hedor que despiden los cuerpos en descomposición.

Y cuando digo “dónde” no me estoy refiriendo al espacio físico objetivable, donde cada uno se encuentra, me refiero al espacio “moral”, a los referentes existenciales y valores, o lo que sea, que mueven nuestras vidas. Porque quiero terminar haciéndome una pregunta que esta noticia ha removido en mi interior: “¿dónde estaba yo mientras agonizaban y se pudrían estos dos seres humanos?” Atrincherado en mi propio egoísmo. Y ¿de qué sirven, en ocasiones como éstas, las grandes palabras que todos decimos pero que muy pocos viven en su radical compromiso y exigencia?

Luis González Morán
El autor es sacerdote y profesor universitario especialista en Bioderecho
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