Las calles manchadas con sangre tienen y vienen desde hace muchos, pero muchos años. Siempre lo mismo, de este lado lo justo reclamado y del otro las balas, la tortura y la muerte, así es nuestra historia, así es nuestra memoria.
Por estos días recordamos la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, más de tres mil muertos entre hombres, mujeres y niños, sencillamente por pedir pan y una chauchas mas. Los que mataron hasta el cansancio en el norte calichero, fue el ejército chileno, valientes vencedores de una guerra que había recién doblado la esquina.
Y la memoria de la patria perdió la cuenta de tantas balas gastadas para tapar las bocas e impedir que no salgan los justos gritos, que no llegaban al idioma del futuro, eso era, sencillamente acostarse esa noche sin hambre. Y los patrones, esos señores que al chasquido de los dedos tenían a los uniformes ansiosos de cumplir lo que les pidan. Así ha sido siempre, desde allá las balas y acá el pecho, la mujer embarazada. Que vacío suena el Viva Chile en esos momentos, porque se grita que viva la patria como si de una consigna justa se tratara.
Cuantos han quedado en las calles mirando alguna nube pasar dispuesta para ese pasajero digno, justo, con su maleta de algunos sueños y dos suspiros de esperanza. Siempre están en el recuerdo, y se dice que siempre, porque así debe ser.
Tantos muertos y el culpable un militar…
Es que son sencillamente unos cobardes, y hay que serlo para vivir escondido dentro de un uniforme, ese que se paga con el impuesto de todos. Allí están esos valientes con sus grados, su música, sus casas donde descansan las aves carroñeras, con el odio a la espera del chasquido, como para ir a comer a la mano del amo, del que manda, del que le paga, del que coloca sus botas y el las lame con la alegría de la migaja.
Ellos piensan que tantos nombres no podemos recordar, y la verdad es que los conocemos todos, y sus casa con sus números, con los árboles de la plaza que queda en la esquina. El colegio y el banco donde conoció y leyó al Cabeza de Cobre, y también hacemos sonar la campana para que salgan al patio….los recordamos.
Pero también aprendimos el nombre de los esbirros, de lo que hicieron….
Nos alegra ver a unos cuantos tras las rejas, nos permite alegrarnos que no vayan a sus clubes de oficiales, a pasar las tardes riéndose y contándose batallas miserables. Justo es saber que la victoria de ellos es temporal, pírrica, eso es lo que nos da la razón y la certeza de que les ganamos, con todo el dolor que eso significa. Verlos encerrados es un aire fresco, es como si una ventana de alguna casa en el sur dejara que las cortinas hablen de sus propias historias.
Ustedes, viejos soldados oxidados y que caminan con olor a orin, allí están bien, es el lugar que la historia les tenía asignado. No se les ha cobrado el costo de la reconstrucción de La Moneda, sencillamente porque aún no ha sido realmente construida.
Y en esta hora y en este día y en este mes, pidan perdón, estrujen si quieren su podrido corazón que no se canse de latir, que dure lo más posible. Vean caer la noche, esa que empujan las causas justas con nombres y apellidos, tantos y tantos que quedaron debiéndole besos al amor.
Tenemos el privilegio, la razón, la historia y el derecho a decir que NO, que así no son los asuntos, las cosas que pasan hoy tiene también sus historias. En aquellos tiempos cuando Santiago era una Matadero Palma o una Santiago Puente Alto o Maipú, cuando un libro bajo el brazo era el pasaporte, por eso decimos que NO.
Y diremos que NO hasta y para que nunca el cansancio nos pille.
Pidan perdón, se lo concedemos porque eso los obliga a doblar la rodilla, eso que los coloca entre los vencidos, y así lo escribiremos en la historia, la más justa y solidaria. Tan bella como el mejor pan o como la lluvia que calmada se deja caer para que las semillas sigan creciendo hasta que la tierra decida un día partir, y arroparse de frio.
Pero el perdón no existe entre nosotros. Nosotros conocemos la justicia.
-El autor, Pablo Varas, es escritor
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