Nada más ridículo y siútico que aquella frase sobre la majestad del
cargo. Es cierto que, en Chile, el presidente es un rey, pero el tipo de
gobierno no constituye una monarquía absoluta y, en nuestro caso es
electiva: no es Dios quien le confiere el poder, sino los súbditos, sin
embargo, no han faltado los presidentes un tanto amantes de sí mismos
que, desde la infancia han estudiado para ser el supremo hacedor; baste
recordar a don Jorge Alessandri y a Ricardo Lagos.
La sátira ha crecido junto con el poder: en las monarquías absolutas el
bufón jugaba un papel muy importante como salida a las tensiones que el
monarca creaba en su corte. Molière pagó un alto precio por introducir,
en Versalles, la ironía, en su famoso Tartufo. A los dueños del poder no
les agrada la crítica, sobretodo si esta se presenta bajo la forma de
sátira.
En la historia de Chile ningún presidente o alto dignatario ha podido
escapar de la sátira, que tiene sentido de equilibrio e igualdad al
recordar, permanentemente, a quien tiene el poder, que sólo es un
hombre. En la época de la Independencia O´Higgins y San Martín fueron
víctimas de caricaturas, que los presentaban en un mal pié. ¿En qué
grado aquellos textos habrán influido en la persecución autoritaria de
ambos, que llevaron a la muerte a los tres hermanos Carrera y a Manuel
Rodríguez?
El presidente José Joaquín Pérez fue objeto de burla de sus
contemporáneos a causa de su blandura y su carácter populachero, que lo
llevaba, por ejemplo, a acariciar la cabeza de los niños pordioseros y
otras manifestaciones como hacer sus propias compras en La Vega. José
Manuel Balmaceda fue ridiculizado como el “champudo”, el “bailarín”, y
su ministro Bañados, como un siútico metido a caballero.
En la época parlamentaria, la sátira política no tuvo ninguna compasión
con el presidente Federico Errázuriz Echaurren, un gran “putero”, de
elefantiásicas orejas que, a punto de morir, se hicieron las peores
caricaturas a su costa. Con Pedro Montt los humoristas fueron aún más
crueles: presentaban el trío – el presidente, su esposa, Sarita del
Campo con su amante, el senador Guillermo Rivera- en la comedia humana
el dueño el italiano Lacquannitti recibió una paliza propinada por la
policía. Ramón Barros Luco era presentado salvándose del hundimiento del
Blanco por la cola de una vaca, firmando los decretos con los dedos de
los pies
Don Arturo Alessandri fue una de las víctimas predilectas de la revista
Topaze, donde escribían los Sanhueza, Carlos y Gabriel. Un dibujo que
representaba al “León” dominado por Ibáñez le costó a “Coke” el decomiso
de esta revista; a raíz de este acto de autoritarismo, Bernardo
Leigthon renunció a su cargo de ministro de Educación.
Topaze también captó el carácter fatuo de Gabriel González Videla, a
quien lo presentaba como un bailarín de zamba, más dicharachero que un
compuesto presidente. Ni siquiera, el narcisista don Jorge Alessandri
pudo escapar de las garras de los escritores y caricaturistas de esta
revista.
La sátira política ha inspirado una obra histórica, de alta calidad,
como la de Ricardo Donoso la sátira política en Chile (remito al lector
que quiera profundizar sobre este tema). Ningún presidente, después de
don Arturo Alessandri se ha atrevido a censurar a la Prensa, mucho menos
a hacer decomiso de una revista u otra publicación.
Es cierto que Sebastián Piñera no ha dejado tontería por hacer, como
aquella de los chistes malos en Pinto Durán cuando se refirió al
lacónico Marcelo Bielsa como “loco”. No creo que se le pueda achacar al
presidente la estupidez de censurar al humorista y genial imitador
Stefan Kramer, me atrevo a asegurar que esta persecución corresponde a
sus asesores, que pertenecen a una derecha autoritaria, que tiene poca
idea de cómo se hace política en una república. El incidente con el
rector de la Universidad de Chile es imputable a un conjunto de
gobiernos que han destruido la universidad pública, comenzando por le
tirano Augusto Pinochet y, a continuación, los gobiernos de la
Concertación y, ahora, la derecha.
Sebastián Piñera ostenta el récord de que, en apenas cuatreo meses de
gobierno, ya tenga un poderoso senador de sus filas que se declara
díscolo – Andrés Allamand -, otrora jefe de la “patrulla juvenil”. Su
gabinete de gerentes no ha logrado atraer a la jefatura de los partidos,
y tiene un verdadero desorden en el equipo parlamentario, y sus
ministros son incapaces de dar conducción política – es lógico, pues su
formación sólo sirve convencer a los accionistas de las rentabilidades
anuales de la empresa- la última metida de pata del ministro de Minería
no es más que el corolario de este sino de incapacidad de los gobiernos
de derecha para gobernar en democracia.
Personalmente, creo que Sebastián Piñera actúa tal cual es su
personalidad; a ninguna persona mayor de sesenta años se le puede pedir
que cambie radicalmente, lo único que hay que hacer es estar atento a
los espolonazos contra la libertad de prensa, muy propio de una derecha
soberbia y con visos de autoritarismo.
12/07/2010
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