Entre 1958 y 1962 el gobierno de China impuso un paquete de medidas
sociales y económicas con el objetivo de modernizar su economía. Las
antiguas prácticas agrícolas, el delicado orden económico y cultural que
podríamos llamar “econosistema”, fueron modificadas casi por decreto en
un intento de industrializar una sociedad agrícola basándose en la
teoría de turno sobre las fuerzas productivas. Esta práctica radical se
conoció entonces como “El gran salto hacia adelante”.
Se calcula que debido a este gran salto, en tres años murieron de hambre
entre 15 y 30 millones de personas. El gobierno de la época,
refiriéndose a la sequía que afectó China casi en el mismo periodo,
llamó a esta catástrofe “Los tres años de desastres naturales”. La
tragedia recuerda una de las frases célebres de Augusto Pinochet para
celebrar su golpe de Estado en 1973: “Estábamos al borde del abismo y
dimos un paso hacia adelante”.
Hay muchos ejemplos históricos como éste, donde una sola decisión
autocrática, casi siempre basada en una teoría de turno y en la fe
infinita que algunos líderes se tienen a sí mismos, produjeron tragedias
similares.
Claro, también la dinámica del capitalismo incluye una serie conocida de
crisis periódicas. En estados Unidos, las recesiones se parecen a las
manchas solares que se producen cada once años y están dentro de otro
ciclo mayor de leves y peores crisis. Si se trata de un capitalismo
periférico, estas manchas no son simple desempleo o descenso del consumo
sino que incluyen, con demasiada frecuencia, hambrunas y violencia
social. Cuando en Estados Unidos hay crisis económica, la inflación y el
dólar bajan junto con la tasa de criminalidad. En los países que
antiguamente la izquierda llamaba “del capitalismo dependiente”, la
arrogancia del norte clasificaba como “tercer mundo”, los eufemistas
decían “en vías desarrollo” y ahora los eufóricos llaman “emergentes”,
cuando hay crisis económicas sube la inflación, el dólar y la
criminalidad, hasta convertirse en un problema social de primer orden.
Pero el capitalismo está lejos de ser una segunda naturaleza
(darwiniana), como pretenden sus ideólogos. Sus gobernantes son casi tan
escasos como en un país comunista al peor estilo burocrático y
autoritario del siglo XX, aunque no ocupen directamente los gobiernos.
Sus lugares naturales son las bolsas de valores, las centrales de
inteligencia y los directorios de bancos y de transnacionales. Sus
gremios son los temibles lobbies. No presionan en las calles sino en los
parlamentos, en los ejecutivos y en la prensa que disemina sus verdades
a cambio de apoyo publicitario. La paradoja radica en que la propaganda
va en las noticias y las noticias van en la publicidad.
La virtud de la China de hoy (vamos a usar los criterios de éxito
definidos por la posmodernidad que todavía nos engloba) consiste en un
eclecticismo intolerable para los antiguos modernos del siglo pasado.
Aunque veloz, la última etapa de desarrollo de China ha sido producto de
una moderación de casi cuatro décadas de comunismo capitalista. Sin las
libertades de las democracias burguesas y sin las igualdades del
socialismo proletario (dos anacronismos todavía en circulación), la
población china fluctúa entre la esclavitud de las factorías
administradas por el gobierno o por compañías extranjeras, el mayor
acceso a la modernidad de las nuevas generaciones y la euforia de una
nueva clase minoritaria de nuevos ricos.
Pero uno de los factores que más ha contribuido a ese desarrollo
económico es al mismo tiempo su amenaza más importante: el tamaño de su
población, que en términos marxistas funciona como un casi infinito
Ejército Industrial de Reserva. Casi infinito no porque sean cientos de
millones de desocupados sino por la abismal diferencia de ingresos entre
un campesino chino (o indio), potencial obrero citadino, y un obrero en
el mundo desarrollado.
Eso en números presentes. En términos históricos no tiene nada de
infinito, porque el reloj biológico es el mismo para un país de tres
millones que para otro de más de mil millones.
El envejecimiento de la población china, derivado de la política de “un
hijo por pareja” podría convertir al gigante ejército industrial en un
gigante geriátrico. Aunque esta política afectó a menos de la mitad de
la población, estimuló el feminicidio y en los noventa llevó a China a
situar su tasa de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo.
Advirtiendo que en algunos países la producción de capitales depende (en
un porcentaje creciente y, en casos, mayor que rubros como la
agricultura o la industria) de la producción intelectual en
universidades y en centros de investigación, el gobierno chino ha
invertido de forma agresiva en estimular el acceso de su juventud a las
universidades. Si bien ha logrado un incremento en el número de
matriculas, por otro lado aparece en el horizonte un signo contrario: el
número de estudiantes en las escuelas primarias ha descendido de 130
millones a 100 millones en los últimos quince años.
Aunque Estados Unidos tiene la mayor tasa de natalidad del mundo
desarrollado (sobre todo entre los conservadores, porque una alta tasa
de natalidad suele ir asociada a un modelo patriarcal), tiene un
problema semejante al de China, aunque en menor escala. La explosión
demográfica posterior a la Segunda Guerra (“baby boom”) también fue
parte responsable de las revueltas juveniles y culturales de los sesenta
y, consecuentemente, el declive de la rebeldía juvenil en los
conservadores años ochenta. No hay que subestimar este factor. El mismo
Ernesto Guevara, cerca de sus cuarenta, observaba un grupo de jóvenes
entusiastas y concluía que la edad puede significar una diferencia
revolucionaria aun mayor que la clase social. Seguramente por este mismo
factor y no por su condición física, los ejércitos que van a las
guerras están compuestos por una obscena desproporción de jóvenes,
adolescentes sin edad para consumir alcohol.
Ahora el retiro de los “baby boomers” es un problema para Estados
Unidos. El mismo factor, amplificado, también es la base de una futura
crisis en China, más lenta y más seria que una muy probable burbuja
inmobiliaria en curso.
A corto plazo, la principal carta china para atenuar esta crisis es
también su población: el incremento del consumo interno de la mayoría
aún en la pobreza, aún en la esclavitud asalariada de las factorías. El
aumento de los sueldos en China atenuará por un tiempo la crisis de su
envejecimiento, al mismo tiempo que atenuará en algo el impacto en otros
países exportadores. Pero también exportará inflación al resto del
mundo.
Y, como de costumbre, detrás de las crisis económicas vendrán los
replanteos existenciales.
Junio 2010
– El autor es académico uruguayo en la Jacksonville University
(EE.UU.)
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