Chile profundo: Por un feminismo anclado en las luchas populares II
por Correo de los Trabajadores/Red de Medios.
3 años atrás 18 min lectura
Entrevista con la activista feminista Nadia Poblete. Parte II.
Conversamos con Nadia Poblete, activista, militante social y feminista, partícipe de diversas experiencias de organización desde hace más de 20 años. Ha participado en organizaciones tales como La red chilena contra la violencia hacia las mujeres (2009-2010), Colectiva “La Huacha” de Valparaíso (2010-2017), Colectiva “Nosotras decidimos” de Valparaíso (2015-2020), participante de la “Campaña MISO pa´ Todas” (2016-2017) y actualmente integrante de las Asambleas territoriales de la zona poniente de Maipú, y por esa vía, del Referente Político Social, RPS, recientemente constituido en el mes de febrero de este año en Concepción. La conversación se realizó en Santiago en dos jornadas los días 16 y 17 de abril del año en curso, y su transcripción fue realizada por compañerxs de la red de medios populares a quienes agradecemos enormemente su trabajo. Ofrecemos ahora la segunda de tres partes de dicha entrevista.
CT: Pero entremos más en detalle en este asunto: Es conocido que en Chile a fines de los años ochenta se produce una escisión en las corrientes feministas y surge lo que se conoce como feminismo autónomo…. ¿Qué nos puede decir de ese proceso?
Nadia P: En los ‘90 y centrándonos en el caso chileno, comienza a configurarse un feminismo cuyo eje articulador es una crítica a la institucionalización de las demandas del movimiento feminista, y por tanto, una resistencia a buscar soluciones para la situación de las mujeres a partir de la incorporación de compañeras al aparato estatal, más bien se denuncia ese camino como una forma de cooptación del movimiento por parte del Estado. Importante es señalar que el feminismo autónomo es un planteamiento político y social que surge en América Latina y que presenta hitos importantes en Chile. Por ejemplo, el Encuentro Latinoamericano Feminista del año 1996 en Cartagena-Chile, donde se evidencian las dos opciones que tomó el movimiento feminista; de hecho, podríamos hablar de al menos dos movimientos y no uno sólo. Aunque vale señalar que lo anterior es polémico toda vez que hay compañeras que plantean que más allá de las diferencias el feminismo es uno solo pues todas estaríamos por la lucha contra la opresión contra las mujeres; sin embargo, cuando tienes tácticas y estrategias políticas tan distintas, creo es insostenible mantener ese enunciado.
Volviendo al ‘96. El sector autónomo denuncia la cooptación del movimiento por las políticas de financiación nada menos que del Banco Mundial y la participación de ese sector en Beijing y a toda la plataforma que allí se construye en base a la noción de “igualdad de géneros”.
La crítica a la cooptación política-económica a través de la ONG’s a principios de los ‘90, a las políticas de financiamiento del Banco Mundial, y la crítica a esa categoría academicista y despolitizada de la “igualdad de género”, va alimentando un discurso anticapitalista, antineoliberal, que de manera muy temprana comienza a visibilizar que ese carácter anticapitalista exige una crítica al sistema político – investido ahora de democracia- que legitima y estimula el avance de las lógicas neoliberales. Este punto es clave, pues este “desinteresado apoyo”, mostraba que la lucha de las mujeres podía ser tomada y manipulada, sea reduciendo el problema a la emancipación individual de las mujeres, o bien, utilizarla como una herramienta de profundización del neoliberalismo mismo. Aparece, además, una crítica temprana a la lógica de depredación medioambiental, así como una preocupación por la condición indígena y migrante.
En rigor, el discurso feminista y particularmente el discurso del feminismo autónomo, da cuenta de los distintos vicios del sistema neoliberal y del capitalismo propiamente tal, y por tanto, dada la conciencia del avance arrasador del capital, se concluye una postura coherente y consistente implicaba no transar con toda esa institucionalidad que facilitaba ese avasallamiento.
CT: Y en la historia más reciente – me refiero a los tres últimos años previos al octubre de 2019; ese período que va desde las primeras luchas públicas masivas contra la violencia hacia las mujeres hasta la marcha del 8 de marzo de 2019, pasando por las prolongadas tomas universitarias feministas- ¿cómo se alineaban desde el punto de vista político-estratégico las corrientes feministas en Chile? ¿Qué posición toma el feminismo autónomo?
Nadia P: Importante situar en este punto que la masividad que logra el movimiento durante estos últimos años, particularmente a partir del año 2016 con el surgimiento de “Ni una menos” – que por lo demás, es un movimiento contra la violencia hacia las mujeres y particularmente contra el femicidio o feminicidio- no es sólo nacional sino que internacional. “Ni una menos” surge en Argentina y se expande como una demanda social feminista a nivel internacional. Esta masividad se puede explicar porque la problemática de la violencia contra las mujeres ha sido una lucha histórica del movimiento y por otra parte, una experiencia transversal en la vida de las mujeres. En rigor, el movimiento feminista lo que plantea es que la violencia es un mecanismo del sistema patriarcal y este mecanismo es fundamental para lograr la apropiación del cuerpo y de la vida de las mujeres. Es interesante entonces, ver cómo la lucha contra la violencia hacia las mujeres, contra la violencia patriarcal, no sólo es una demanda sino también enuncia un contenido teórico-político en la medida en que se desarrollan categorías que permiten profundizar en los mecanismos de opresión patriarcales.
Surge por ejemplo, un nombre para el asesinato de mujeres: feminicidio o femicidio; se evidencian dimensiones y expresiones cuando se habla de violencia contra las mujeres, se complejiza lo que vamos a entender como violencia sexual; el continuum de la violencia patriarcal; la violencia como una cuestión estructural en tanto mecanismo que mantiene y reproduce el orden patriarcal, la violencia institucional, entre otras categorías van aportando en la comprensión de la condición de opresión y subordinación de las mujeres en distintas sociedades. Hay, por tanto, un acumulado conceptual y político social que permite al movimiento irradiar a toda la sociedad ese conocimiento construido específicamente sobre la violencia.
En Chile, “Las Clorindas”, “Memoria Feminista”, “Ni una menos-Chile”, «La Huacha Feminista» en Valparaíso, han sido organizaciones relevantes en este acumulado. En esa línea, el trabajo de la Red chilena contra la violencia hacia las mujeres ha sido fundamental, desde los ‘90 esta organización toma como objetivo central visibilizar la violencia y las formas en que ésta se presenta en los distintos espacios donde las mujeres nos desenvolvemos, la Red hace un aporte sustantivo que permite difundir la idea de que la violencia no sólo se vive en el espacio doméstico sino también en otros espacios, visibiliza el sexismo en la educación, en el trabajo, entre otros aportes relevantes.
Gracias a todo ese recorrido y al carácter transversal de la experiencia de violencia, ocurren las movilizaciones del 2016 y las tomas universitarias del año 2018. Rompiendo con un silencio histórico, así como con la naturalización de las prácticas violentas.
Centrándome en lo que pasó con las tomas feministas del año 2018, considero que las jóvenes en esos espacios no sólo denunciaban su propia experiencia de violencia sino que, de alguna manera explícita o implícita, eran portadoras de la experiencia y los silencios de mujeres de generaciones anteriores, de sus madres, abuelas y otras mujeres. Desde ahí la radicalidad de este momento. Se reconoce una experiencia histórica de sometimiento que tiene como mecanismo opresivo fundamental la violencia patriarcal, machista, esa radicalidad se traduce en la necesidad de generar espacios separatistas donde no se pueden aceptar a aquellos que por su asignación sexual y de género portan la responsabilidad de esa violencia; se habla de espacios seguros, y esos espacios seguros, sólo están constituidos por mujeres. En este punto, creo es importante comprender por qué se da ese carácter excluyente en este movimiento.
Son décadas de silencio, de naturalización, de incomodidades, de limitaciones en nuestras posibilidades de desarrollo pleno como seres humanos, que son producto de relaciones jerárquicas donde los hombres ocupaban el lugar de poder y nosotras las objetualizadas; es una historia larga, densa, llena de inseguridades y temores y cuando irrumpe como conciencia colectiva, cuando el esclavo se da cuenta de su situación, se genera una fuerza arrasadora.
En rigor, cuando el pueblo no solo se da cuenta sino que siente en su propio cuerpo la explotación, quiere, necesita derribar todo aquello y a todos aquellos que han sustentado y justificado dicha explotación; allí se encuentran el derrumbe de monumentos, el saqueo y nada menos que la guillotina, una violencia reactiva que en el caso de este movimiento tuvo como expresión la expulsión de los hombres y la intolerancia con toda acción que pudiera tener tintes violentos.
Otro aspecto asociado a todo este movimiento feminista universitario tiene relación con que la universidad en tanto institución venía y viene enfrentando una crisis dada la pérdida de sentido producida por la mercantilización del conocimiento, y este movimiento hace frente a esa universidad, es decir a una institución que carece herramientas para enfrentar la ola feminista y probablemente, para enfrentar cualquier otra problemática profunda de las sociedades actuales. Las denuncias a docentes connotados, las denuncias a estudiantes, y la exigencia de medidas radicales, la deja por lo menos por un buen tiempo perpleja; además, aparece como cómplice de todo lo denunciado y por tanto, como una estructura de poder patriarcal más. Se pone en tensión a todo el espacio universitario. No obstante, este momento que pudiera haber dado paso a una crítica hacia otros aspectos de las universidades mercantiles, se queda enclaustrada en la violencia hacia las mujeres… Con esto quiero decir que la potencia radical del movimiento feminista universitario, no adquiere nuevos causes por diversas razones, entre ellas:
Primero. Pienso que se produjo una tensión importante que tiene relación con el lugar de las víctimas. Guardando las proporciones, durante la dictadura varios y varias autoras han reflexionado y planteado que la victimización de los y las sobrevivientes -situarlos en ese lugar de víctimas- implicó la invisibilización y anulación de su activismo político pues no fueron solo víctimas sino también militantes que lucharon contra un sistema… las Transiciones reconocen a los y las sobrevivientes solo como aquellos que sufrieron la violencia terrorista de Estado. Algo similar ocurre en este caso: es el lugar de víctimas lo que permite un reconocimiento por parte de las y los pares, de la institucionalidad inclusive. Así, es la victimización se transforma o se comprende como un lugar de visibilización y reconocimiento para las mujeres. Espero que esto se comprenda bien. La paradoja es que es la condición de víctima de violencia lo que nos permite aparecer, ser reconocidas, tener un lugar, y lo tremendo es, además, que ese reconocimiento es patriarcal, toda vez que la victimización se asocia a un lugar pasivo, a la carencia de poder, a un sometimiento que no se subvierte con la denuncia, con romper el silencio, y eso es lo tremendo, se necesita no solo hablar, sino que revertir ese lugar de victimización.
CT: Perdón, si le entiendo bien, lo que usted afirma es que las mujeres se visibilizan en tanto víctimas y no en tanto mujeres, o para decirlo más brutalmente: que el sistema patriarcal cuando reconoce a las mujeres – obligado, por cierto- sólo lo hace si éstas mantienen su lugar subordinado, de sometimiento….
Nadia P: Para tratar de ser más clara, otro paralelo: Esta victimización, también se presenta en el tratamiento que los medios de comunicación han hecho de la violencia. Las mujeres aparecen en los noticiarios como víctimas de un agresor, como mujeres sin voluntad alguna, sino apretadas aún por los grilletes patriarcales. Esto es, lo que podríamos llamar la espectacularización del sufrimiento, de la que han profitado muchos medios de comunicación. Contrariamente con esto, las feministas hemos tratado de legitimar la autodefensa frente a los ataques machistas y el categórico y efectivo rechazo social contra cualquier conducta violenta. La espectacularización de la violencia y este reconocimiento social a partir del lugar de víctimas, acentúa además la individualización de la experiencia, del problema, despojándolo del carácter estructural. Entonces hay algo de esto que ocurre en este movimiento, esto claramente es una hipótesis. Creo falta profundizar en esta experiencia y ojalá sean las mismas compañeras las que revisen a cabalidad lo que aconteció.
Segundo, la forma de abordaje que hubo desde la institucionalidad Universitaria, como también desde muchas de las compañeras que estaban movilizadas en las universidades, fue la elaboración de protocolos como forma de prevenir la violencia, pero también de sancionar. Una lógica punitiva se instala de manera predominante y de alguna manera, tiene relación con esta compulsión y victimización que se menciona en el párrafo anterior.
Se puede plantear, por una parte, que la lógica protocolar, de normar conductas a partir de su castigo, tiene probablemente relación con que no hemos tenido experiencias distintas en torno a la justicia, al ejercicio de una justicia diferente. Hemos nacido y nos hemos educado en un sistema sancionador, sancionador de la conducta del individuo, que invisibiliza los contextos y las características sociales asociadas a un delito. Insertos en esa lógica, en esa comprensión de lo justo igual a sanción y condena, es difícil pensar alternativas. Ir más allá entonces parece imposible. No obstante, un sector del movimiento feminista venía desde antes, criticando fuertemente la lógica punitiva, pero en el abordaje en las distintas universidades lo que primó fue la elaboración de protocolos y una salida institucional al conflicto.
Esta lógica protocolizadora se instala también en organizaciones políticas y sociales. Por ejemplo, en muchas asambleas también se elaboraron protocolos frente a la violencia machista que pudiera ocurrir o denunciarse en sus espacios. Entonces la violencia patriarcal y particularmente aquella contra las mujeres, se reduce a una normativización y sanción de conductas; nuevamente se potencia el carácter individual y no el estructural. Lo que no aparece como opción o emerge con menor fuerza, es la elaboración de procesos reflexivos y críticos colectivos. Algunas compañeras señalan que la educación es la herramienta y sin duda es fundamental, pero esto no sólo tiene que ver con aprendizajes y contenidos. Hay una dimensión que tiene relación con la comprensión profunda de lo humano, con la valoración de ciertos prototipos, con la internalización de valores, creencias que producen además sentimientos, afectos y eso no sólo se aborda de manera educativa. Pienso que emerge una dimensión de lo humano que tiene relación con lo ético y ese es un elemento de construcción revolucionaria importante. Si nos armamos, si construimos un marco ético para nuestras relaciones, para nuestras vidas y para la emancipación que anhelamos, creo que vamos apostando por un proceso de transformación profunda. Por ejemplo, las prácticas y el trabajo de cuidado -respecto del cual se piensa solo en términos de su reconocimiento dentro de las lógicas del mercado- tiene esa potencialidad ética profundamente revolucionaria, en otras palabras, ¿qué más contrario a la individualidad liberal, a la violencia destructiva, que cuidar de otros de otras, que cuidar nuestro espacio y las formas de vida que nos rodea?
En consecuencia, se puede plantear que la protocolización en las universidades nuevamente apuesta a la institucionalidad, esa institucionalidad en crisis se levanta como opción para abordar el problema. Y con esto paso a un tercer aspecto que creo limitó las potencialidades de este movimiento. Creo que una articulación real y potente entre académicas y estudiantes, podría haber avanzado hacia una crítica generalizada a la institución universitaria, de manera también de comenzar a pensar otra universidad. Es así, que este proceso de denuncia de las violencias silenciadas, naturalizadas no solo por los sujetos sino también por la misma institución universitaria, podría haber profundizado la crítica, justamente ampliando el cuestionamiento a otros aspectos de la realidad académica. En esa línea probablemente una mirada autónoma habría sido un aporte, toda vez que la perspectiva autonomista por definición se libera de los compromisos institucionales, de las alianzas implícitas con el orden.
Vinculado con los llamados a huelga feministas de los últimos 8 de marzo, solo me queda decir que irrumpió como un movimiento creativo y potente pero al carecer de un horizonte realmente transformador, como ya lo he dicho, finalmente se institucionaliza y las compañeras, particularmente quienes lideraron esas acciones, terminan hoy incorporadas al circuito trazado por la institucionalidad. Todo sin contar con otra crítica que se ha presentado desde los feminismos indígenas y decoloniales, a quienes tensiona los llamados a una huelga pues señalan que este llamado no considera las características del trabajo de cuidado y doméstico y/o de aquellos trabajos productivos precarizados que justamente por su importancia para la vida cotidiana no pueden parar, la situación de mujeres migrantes e indígenas.
Considerando aquello, de todas maneras, el llamado a huelga de los 8 de marzo ha tratado de contemplar esa diversidad –“para como tu puedas”- pero esta “solución”, por otro lado, le quita radicalidad al sentido histórico detener la producción o al menos obstaculizarla, arma propia del movimiento de trabajadoras y trabajadores. Por lo tanto, el llamado a huelga se ha quedado como mera consigna agitativa. Queda el desafío -creo que para todas- en torno a qué acciones políticas y subversivas, qué acciones de protesta pueden ser innovadoras y radicales que incorporen a la mayoría de las mujeres.
CT: La coyuntura de octubre 2019, sin embargo, cambia el panorama: emerge un actor inesperado y multiverso, una configuración que podríamos llamar “pueblo” que engloba cientos de miles de personas que irrumpen en la escena políticas sin mediaciones, es decir, que asumen la protesta social y la acción directa con independencia de su filiación tradicional (sindicatos, gremios, federaciones estudiantiles, etc.). Ciertas voces del feminismo ven esa irrupción como una mera continuidad de sus luchas e incluso asumiéndose como la fuerza dirigente de este estallido… ¿Comparte usted esa apreciación?
Nadia P: No para nada. Si bien el movimiento feminista y su masividad durante los últimos años ha sido muy relevante, justamente porque las mujeres se volcaron y se apropiaron de las calles, de ese llamado “espacio público” hace tan poco denegado para todas nosotras -curiosamente hoy frente a un Estado policial sanitario nuevamente se vuelve a restringir- debemos reconocer que ha habido otros movimientos. El estudiantil que desde principios del 2000 viene levantando acciones políticas y que de alguna manera han sido los y las actividorxs del malestar contenido del pueblo. También, recuerdo la resistencia que llevaron a cabo durante varios días los estibadores y trabajadores del puerto en Valparaíso el año 2018; movimientos territoriales como el de Aysén; movimientos de defensa socioambientales y qué decir del movimiento mapuche, particularmente el autónomo. Todo eso, toda la organización que allí se forjaron, son antecedentes relevantes de la revuelta de octubre, son lo visible de un proceso de acumulación por abajo que cuenta con muchas manos, cabezas, con muchos esfuerzos que, anónimos y pacientes, han sido fundamentales. Lo que se venía dibujando en las calles desde el 2006, incluso desde antes, va mostrando los diversos rostros de este pueblo.
El movimiento feminista sin duda aporta, pero claramente no es el único y creo que no tiene sentido entrar en una disputa por la conducción o una disputa de corte vanguardista, o plantear que el sujeto de la transformación hoy son las mujeres, me parece inmadurez política.
Es claro para todos y todas lxs que pertenecemos a esta franja de activistas y militantes sociales que hemos estado presentes, revolviendo el status quo de una sociedad adormecida, que la revuelta popular no tuvo conducción y que el sujeto que allí se manifestó fue múltiple, expresando también las diversas experiencias de opresión y explotación; fue el o la joven cuya infancia fue institucionalizada, fue aquel pueblo cansado de los abusos y doble moral eclesial, policial, cansado del sistema político, de los poderosos en general; fue una manifestación contra todos los brazos del poder de este sistema capitalista, patriarcal y colonial. Allí su profundidad.
Comparto que hoy urge proyectar horizontes, propuestas, y eso claramente no lo hará el movimiento feminista sólo, sino en articulación con esas otras fuerzas del pueblo que hoy se plantean este desafío, superando también -y esto es muy importante- las ortodoxias que no permiten ver ni escuchar a los/las otras y creo que ese es uno de los desafíos fundamentales que se propone el Referente Político Social, RPS, en el que participo y que actualmente está compuesto por más de una veintena de organizaciones de distintos tipo, con diversas trayectorias en la lucha por la emancipación.
Cómo articulamos, entrelazamos las distintas experiencias, miradas y luchas, considerando que hay a lo menos algunos elementos centrales que nos agrupan: primero, una perspectiva autónoma crítica radical a la institucionalidad de este orden político social y económico: segundo, nuestra raigambre popular y territorial, nosotras, nosotros no hablamos desde cualquier lugar, sino desde aquel que se ha construido a partir de la rebeldía y resistencia de tantos y tantas, de una lucha histórica de hombres y mujeres que se organizaron en las mutuales y mancomunales de principio de siglo XX, de aquellas que sufrieron la brutal represión del ejército y de los gobiernos serviles de la oligarquía…
Somos parte de la lucha de las mujeres textiles, de las mujeres que se organizaron para tomarse terrenos y construir sus viviendas, de aquellos hombres y mujeres que se tomaron los campos y las industrias, que pelearon en la calle en la llamada revolución de la chaucha, de aquellos y aquellas que escucharon el llamado a la unidad de Clotario, que se armaron frente al avances de sectores sociales fascistas en los ‘70 y de aquellos y aquellas, que resistieron en plena dictadura, queremos ser parte de la historia que ellos y ellas escribieron.
Fin segunda parte. 30-04-2021.
Primera parte de la entrevista
Chile profundo: Por un feminismo anclado en las luchas populares
Fuente: CCTT
…
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