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Una opinión sobre la película chilena «Tony Manero»

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Acabo de ver la película chilena “Tony Manero”. Me propuse verla con el ánimo, ya preconcebido, de gozar y disfrutar de esta cinta, teniendo presente que venía precedida de  una generosa  crítica y, más aún, haber recibido algunos premios y menciones  especiales en algunos festivales internacionales de cine.

Sin embargo, y con el perdón de los críticos, o pseudos críticos, muchos de ellos que escriben  artículos en revistas y columnas de cine, precedidos de la aureola de “especialistas”,  este film me dejó gusto a poco, a lo menos, en lo que dice relación con las expectativas que yo había puesto sobre la misma.

Para empezar, voy a iniciar mi crítica al revés, esto es,  comenzando por el final. En este orden, imitando al crítico de cine, Italo Pasalacua, le voy a poner a esta cinta  nota 4,5  (un  poco más que regular), y eso,  en forma bastante generosa,  si no fuera por la sobresaliente actuación de Alfredo Castro, quien es el que salva la película.

En primer lugar quiero llamar la atención, sobre este film,  señalándole  su falta de creación y poca originalidad,  una mera repetición o vulgar copia  de secuencias y acciones  vistas  hasta la saciedad en infinidad de otras películas, en lo que dice relación con temas como la marginalidad, sexo y desenfrenada violencia. Son los acostumbrados recursos de buen gancho que utilizan los realizadores contemporáneos para causar espectacularidad e impresionar al público.

En efecto, el tema de seres marginados, gente perdedora, los que buscan su destino sin encontrarlo, los que viven al día,  es un  tema que ha sido llevado al cine infinidad de veces. Me vienen a la memoria,  “Los olvidados” de Luis Buñuel, (1950), magistral cinta que muestra la evolución del surrealismo insertado, en ese entonces, en las formas tradicionales del relato, para el caso, el relato de una tragedia espeluznante que repugna al espectador al ver en la pantalla imágenes irracionales que brotan de la mitad oscura del hombre. También,  “Perdidos en la noche”, de   John Schlesinger (1969), una estremecedora mirada al sueño americano transformado en una pesadilla; dos seres perdidos en sus destinos que se encuentran y juntan para luchar  por escapar de la miseria de los bajos fondos neoyorquinos. De otra parte, “Dodes Ka Den”, de Akira Kurosawa (1970), situada su acción en los arrabales de una gran ciudad, donde se hacinan los pobres, los oprimidos, los marginados, ofreciéndonos de ellos una imagen conmovedora y palpitante,  de sus angustias, sus sueños, su soledades, su sentido de sufrimiento y resignación.  Por último,  “Feos, sucios y malos” de Etore Scola (1976), una joya del cine  en donde se presenta una  parábola del reverso de la sociedad opulenta. Cuatro notables filmes,  sin duda, que nos traen la parte fea y sucia  del ser humano, degradados al máximo, en lo que es la esencia de su propia ser.

Para que decir de “La naranja mecánica” de Kubrik (1971), o de “Tiempos Violentos” de Quentin Tarantino (1994), en que sus escenas de violencia causaron horror en los espectadores de la época, pero no por ello dejaron de ser reconocidas como filmes esenciales en su género, pasando a agregarlas al listado de las películas clásicas.

He creído necesario, previamente, hacer estas breves   referencias, atendiendo a que en los sujetos temáticos de estos filmes, al  igual que en la de Tony Manero, aparecen recurrentemente escenas de marginalidad, violencia y  sexo.

Por cierto, sería mucho pedir que la película chilena “Tony Manero”,  con  un sujeto temático, tributario de los filmes precedentemente citados, pudiera reeditar la excelencia de éstos.  Pero de ahí a recibir una crítica generosa y, peor aún, haber recibido premios y menciones especiales, quiere decir que el mal gusto definitivamente ha empezado a permear la piel en algunos  sectores de la crítica,  y alcanzado también a los jurados de prestigiosos festivales de cine.

Al fin y al cabo,  debemos reconocer, que “contra gustos no hay nada escrito”, pero no debemos olvidar también que se está confundiendo  (sobre todo hoy), lo popularidad con la  calidad, siendo que ambos referentes presentan  dos mundos muy separados y muy distintos. También se ha estado confundiendo la espectacularidad con la calidad (típico en las cintas norteamericanas), y así sucesivamente, hasta llegar a degradar a lo que podríamos llamar “el buen gusto”. Pero, sobre todo, cineastas y críticos, salvo contadas excepciones,  han parecido olvidar el significado que tiene la  palabra estética en el cine.

Ahora bien, para seguir en mi análisis trataré  de vencer mi propia subjetividad y mi propio gusto, para no caer en una crítica que caiga en los  padrones de mis propios  prejuicios. Una amenaza siempre latente que acecha a quienes nos atrevemos a incursionar por el  mundo de la crítica. En las condiciones presentes, resulta  obvio decir que ser imparciales   en una crítica de cine, es una tarea que se hace cada vez más  difícil. Al fin y al cabo, al margen de consideraciones técnicas, o de valores estéticos, o de guiones mejores o peores, etc., siempre meterá sus narices de por miedo la subjetividad y el propio  gusto de quien está haciendo  la crítica. De eso nadie puede escaparse. Que  arroje la primera piedra quien crea encontrarse exento de aquello. Así y todo, metido ya en este  tráfago, no me queda más  remedio que correr  el riesgo de seguir aventurándome en mi visión crítica sobre esta  película.

Aclaro, que no es que la sordidez del ambiente que rodea el entorno de la película, o la misma degradación a que han sido arrastrados sus personajes,  son las que acarrean mi crítica. Sobre todo, me han desagradado  las escenas de sexo que allí se presentan las que, en una palabra, me han parecido chocantes y, sobre todo, de muy mal gusto. Con la vulgaridad de estas escenas el director del film ha creído, supongo yo, mejor recrear el ambiente de degradación y promiscuidad en que vive el conjunto del grupo protagonista del film; un ambiente sórdido y vulgar en donde habitan grupos humanos muy cercanos al  lumpen. Como imagen de reafirmación de dicho ambiente, -violencia irracional y vulgaridad en las escenas de sexo- no me parece  del todo una mala idea,  mi crítica en verdad tiene que ver más bien, y lo reitero,  con el hecho  que las escenas de sexo llevadas a la pantalla se hayan presentado en forma tan vulgar, tan grotesca  y,  fundamentalmente, de tan mal gusto.

Más de alguien podrá acusarme de que una oleada de moralina me ha invadido repentinamente horrorizado por las escenas de violencia y  sexo reflejadas en esta película. Sin embargo, nada hay más alejado de eso. En un sentido general, lo que si me molesta es que los realizadores, a veces sin nada que ver,  meten de relleno, a como de lugar,  escenas de sexo en sus películas y exagerada violencia. Expedientes y recursos que creen necesario  para hacer más atractivas sus realizaciones, o mejor aún, empleadas como ganchos para estimular  los morbos que todos llevamos adentro. Y a no olvidar…, también, para asegurar una buena taquilla.

Ahora bien, no hay modo mejor  de entender el fondo de la crítica de una determinada película, que comparar aquello que se critica  con  referencias  similares  que mejor vengan al caso. En mi opinión, y por mi experiencia,  este es un expediente casi infalible que muy pocas veces  falla. Por eso, para que bien se entienda mi idea, en el sentido ya indicado,  voy a  comparar Tony Manero con otras dos películas, en donde el sexo aparece como tema recurrente,  incluso, más radicalmente, y si se quiere,  en forma más cruda y fuerte (a lo menos en una de ellas), como las que aparecen en Tony Manero.

La primera comparación la voy hacer  con la película “Perversa luna de hiel” de Roman Polanski. Sus personajes principales, Mimí y Oscar, se entreveran en una fuerte atracción sexual, un  tanto paranoica. En esta relación, Mimí da rienda suelta a sus juegos sadomasoquistas, y  Oscar,  da curso a sus desenfrenados impulsos hedonistas. Se desarrolla a través del sexo una relación de mutua dependencia, digna para un  análisis de especialistas. Es tan fuerte  la pasión de esta   pareja, que deciden encerrarse por varios días en un departamento nada más que para hacer sexo. Allí dan rienda suelta a sus juegos sexuales de un modo que haría ruborizar hasta el más tolerante de los libertinos. Sin embargo, y aquí está la diferencia, todas las escenas supuestamente degenerativas, eróticas y sadomasoquistas que se ven en la pantalla,  no chocan al espectador como las escenas sexuales que se ven en la cinta objeto de mi comentario. Perversa Luna de hiel muestra todas estas parafilias de una manera muy elegante y cuidada, sin caer en la vulgaridad y simpleza del porno, ni convirtiéndose en una película de carácter erótico, ni nada parecido a eso,  aún pese,  a la crudeza y realismo de las escenas de sexo. En una palabra, se nota aquí la mano de un gran maestro del cine,  como  sin duda lo es Polanski, quien nos enseña que hasta  los más atrevidos juegos sexuales, más allá de su animalidad,  también tienen ciertos componentes estéticos

Una  segunda comparación. Sin necesidad de recurrir a los grandes clásicos del cine mundial, aquí mismo en Chile tenemos un muy buen ejemplo de cine en donde el sexo tiene un muy buen y delicado tratamiento. Me refiero a “En la cama”, un acierto del realizador  Matías Bize. Sí, un acierto, porque poner a dos personajes en una habitación, alrededor de hora y media, completamente desnudos,  para ir a hacer sexo a un motel,  es una empresa para la que hay que tener oficio  para  no caer en lo chocante, lo vulgar y  lo grotesco como sucede en las secuencias de la película Tony Manero.

Ambos filmes, dan cuenta del encuentro de una pareja, encerrados entre cuatro paredes,  para dar rienda suelta a  desenfrenos sexuales como realidad íntima motivada  por   irrefrenables  impulsos que existen al interior de sus cuerpos. En ambos casos, una realidad que el cine no puede ocultar, mejor aún,  las debe dar a conocer en toda su cruda realidad. Pero  para que eso sea posible, si es que queremos hablar de cine,  hay que hacerlo y presentarlo dejando de lado la vulgaridad y el mal gusto y, en lo que se pueda, presentarlo también con grados de elementos estéticos, caso contrario, modestamente, opino yo, no estaríamos hablando de cine, sino de cualquier  cosa. En definitiva, tanto “perversa luna de hiel” como “En la cama” son dos claros ejemplos de cómo el sexo no debe ser materia tabú en el cine, sólo que para aventurarse en ello, los realizadores tienen que mostrar un muy buen oficio.

Pero, por cierto, toda película presenta  varios planos a través de los cuales pueda analizarse. En este orden quiero  destacar también la pobreza de su guión. Un guión que nunca pudo adaptar bien los diálogos entre los protagonistas para hacerlos  atractivos o interesantes. Diálogos sordos, insípidos y sumamente planos son su  tónica lo que, a la postre, impidió  que dos excelentes actrices,  como lo son, sin duda,  Elsa Poblete y Amparo Noguera, no hayan podido lucir todas sus dotes histriónicas que las han hecho señeras en las tablas del teatro chileno,  y en las misma películas en que les ha tocado participar.

Para mejor análisis de este punto, compare el espectador (en este caso el lector),  por ejemplo, la magnífica actuación de Amparo Noguera en una reciente película chilena “Padre nuestro”, en su  papel de hija  anoréxica, con  el papel que le tocó representar en la cinta Tony Manero. Por cierto, un mundo de diferencia, sin ninguna posibilidad de comparación, y no por culpa de Amparo Noguera, sino por la simple razón, que la pobreza del guión y los diálogos que de allí deben desprenderse, no daban para  lucirse ni a la mejor de las actrices.

Ahora bien, si hay algo rescatable en esta película, me  quedo con la magistral actuación de su principal protagonista, Alfredo Castro, el Tony Manero chileno, para algunos, para otros, el Al Paccino en versión criolla. También, considero todo un acierto del  film, su escena final,  cuando Tony Manero, después de perder el concurso de baile, se sube a una micro sin rumbo fijo, quedando reflejada simbólicamente en la imagen, el destino de un ser humano, siempre perdedor, aquel que nunca sabe, por decirlo en término popular, “hacia donde va  la micro”.

Una hermosa metáfora-imagen de cierre, reminiscencia de aquella otra, pero en sentido inverso, de Truffaut, en los “400 golpes”,  cuando el niño protagonista,  siempre  excluido,   violentado por sus  padres y la escuela, al final logra escaparse hasta el mar, desconocido para él, en una imagen esplendorosa  y brillante, que le indica un camino hacia adelante llena de posibilidades, desde el momento mismo que logra salir del estado  asfixiante en que  ha vivido. Para el caso del niño de Truffau, un final abierto, luminoso y límpido, presentándole una salida, para el caso de Tony Manero, un final oscuro y cerrado, sin ninguna posibilidad de salida.

Como última referencia debo confesar que, en un principio, me resistía a escribir esta nota, quizá  por encontrarme  un poco cansado de tener que ir siempre  a  contracorriente de la opinión generalizada que hoy día se ha hecho carne en el  imaginario de la gente. No olvidemos que, entre otros,  este film ha sido aclamado en el Festival de Cannes, y fundamentalmente, galardonada  como el Mejor Largometraje del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, y la mejor actuación masculina de Alfredo Castro. Más aún, se rumorea, muy fuertemente,  que iría como candidata al Oscar a la Mejor Película Extranjera. Sin duda, el galardón otorgado a Alfredo Castro, como mejor actuación masculina, no tendría por qué tener reparo de nadie, pero en lo que respecta al mejor largometraje, tengo mis razonables dudas, más sobre todo, teniendo a la vista el fundamento que se dio para premiarla: “por su arriesgada y singular aproximación a la vida durante la dictadura chilena”.

Creo sinceramente que para este caso, la política metió su cola en el jurado. No me parece que ese sólo expediente sea mérito suficiente para entregar un galardón de esta envergadura, más cuando, otros elementos que deben considerarse en la apreciación de un film, se muestran débiles y menesterosos en la película galardonada. Y aclaro, no es que esté en contra de la visión política para inclinar finalmente un galardón, como lo fue, por ejemplo, el caso de la  Batalla de Chile, de lo cual no puede haber ninguna objeción. Pero un caso es un caso,  y otro caso es otro caso. Así de simple, en esto no podemos llamarnos a confusión. Ahora, en cuanto a la posibilidad de obtener el Oscar, mejor ni lo comento,  porque ya se sabe que en esa premiación puede pasar cualquier cosa.

Quiero agregar una última referencia, que dice relación que cuando se presentó “En la cama” en el Festival de La Habana, en versión anterior, sólo ocupó  el 3ª  lugar, cuando en verdad no hay ninguna comparación entre ésta y la de Tony Manero. En una apreciación del conjunto de los elementos que deben considerarse en un film, para ser calificado en sus méritos (guión, diálogos, estética, dirección, actuación, originalidad, secuencias, etc.), en mi opinión no hay donde perderse, un mundo de diferencia entre las dos.

Bueno, pero en fin, que le vamos hacer, cuando sabemos que en el mundo de  Premios y Jurados en todas partes se cuecen habas, al punto que los  errores (u horrores) se dan hasta en las mejores familias. En efecto, hemos sabido de algunos controvertidos casos hasta en el otorgamiento del Premio Nóbel de Literatura. Sí, porque los errores en los premios, involucran también inexcusables omisiones. …¿Qué argumentos pudieran existir, por ejemplo,  para que no se les hubiera otorgado el Premio Nóbel de Literatura a esos dos monstruos de las letras hispanas como lo son Jorge Luis Borges y Julio Cortázar?… ¿Y qué decir de los premios Oscar que se otorgan, preferentemente, a aquellas películas que han invertido una mayor cantidad de millones de dólares?… ¿Acaso llenar de ruidos y parafernalia con una sobrecargada tecnología es mérito suficiente para otorgar el Premio Oscar?…

Pareciera ser que la estética y el buen gusto fueran elementos que ya no se consideran en los jurados para discernir las premiaciones. La orden del día parece ser  harta truculencia, sexo, violencia, espectacularidad, tecnología sobrecargada, parafernalia, y toda esa clase de cosas. Así, en este orden de cosas,  los premios de los jurados ya no los pueden sorprender. Los realizadores que envían sus cintas a los festivales internacionales,  ya no tendrían mucho que preocuparse si sus películas tienen estética o son de mejor o menor calidad, sólo tienen que cruzar los dedos para informarse,  finalmente, como les fue en esa especie de juego de tómbola.

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