La multiplicidad lingüística y cultural de América Latina
por Alex Ibarra (Chile)
9 años atrás 13 min lectura
Entrevista a Ana Pizarro (A.P), docente e investigadora de IDEA-USACH, realizada por Alex Ibarra Peña (A.I) del Colectivo de Pensamiento Crítico palabra encapuchada.
A.I: Anita, muchas gracias por aceptar la entrevista. Conocí tus trabajos hace algunos años mientras estaba interesado en la obra de Gabriela Mistral. Eran años de emergencia en la valorización de la obra de nuestra Premio Nobel. Creo que podemos ver que hay varios estudios que abordan la obra de la Mistral (Eduardo Devés, Susana Munnich, José de la Fuente, Luis Vargas Saavedra, Soledad Falabella, incluso me incluyo en el listado, etc), pero que sigue siendo una autora desconocida en cuanto a la centralidad de su pensamiento para el latinoamericanismo. ¿Cuándo abordaste la obra de esta escritora en tu publicación del año 2005 titulada “Gabriela Mistral: el proyecto de Lucila” que elementos centrales tenías como motivación? ¿Te parece que Gabriela y/o Lucila Godoy es una figura importante para el pensamiento nuestroamericano contemporáneo?
A.P: Te agradezco Alex, es importante lo que estás haciendo. Te agradezco también porque encuentro que hay pocas mujeres entrevistadas y sé que no es una decisión tuya. Cuando percibo que no se considera el pensamiento desde el “otro” me pregunto ¿no será que por pensamiento crítico y por pensamiento en general estamos abordando sólo una dimensión occidental que apunta a la racionalización? ¿No es que cuando apuntamos a las formas de interpretar la realidad no consideramos por ejemplo la aproximación mítica o cosmogónica? ¿Eso que producen por ejemplo los que Pierre Clastres llamaba los “filósofos de la selva”? Pienso en esto porque justamente Mistral es una de nuestras pensadoras, y esta es una dimensión poco trabajada en ella. Creo que en ella el pensar es también un “sentir” y este es un ejercicio que se ha perdido para llegar a la racionalización desvitalizada que impera ahora. Ella comenzó a interesarme cuando la evolución histórica de la crítica y nuestro mismo desarrollo nos dieron las herramientas necesarias para ver en ella cuestiones que intuíamos y no lográbamos verbalizar. Cuando pudimos leer a esa vieja profesora primaria, ícono del deber ser, de nuestra escuela de infancia no como nos la presentaban sino como la persona interesante que es, con sus contradicciones, sus máscaras, sus desvíos y sus aciertos. Ella pertenece con plenitud a su momento histórico, y con ello al pensamiento de hoy: es la primera intelectual que nos vincula con el mundo y con el mundo latinoamericano de la creación. Ella se relaciona en los hechos o en las preocupaciones con el grupo del Río de la Plata, el de la Storni, Delmira Agustini, con la venezolana Teresa de la Parra, la cubana Dulce María Loynaz, las brasileñas Cecilia Meireles y Henriqueta Lisboa. Las primeras en nuestro siglo que reivindicaron la validez de una sensibilidad diferente. Ella, digo Mistral, establece una relación, antes que nadie, con la intelectualidad brasileña de distintos grupos y también con los del Modernismo, movimiento crucial que marca a esa cultura. Lo importante de Mistral es que piensa en grande, se atreve a pensar el continente y el mundo, lo que era entonces patrimonio adquirido de la masculinidad.
A.I: En tus estudios sobre Mistral también has hablado de ella como una figura puente que se abre incluso a un latinoamericanismo que supera el problema de la lengua, me refiero a que ella hizo algunas apreciaciones sobre la importancia de estudio de la lengua portuguesa. En este sentido tu has dado algunos avances significativos aportando en el estudio de la literatura brasileña. ¿Qué apreciaciones nos puedes hacer, de manera breve, sobre la literatura brasileña?
A.P: Cuando uno piensa en el continente aparece como un absurdo que hablemos de literatura latinoamericana al referirnos sólo a la hispanoamericana y no consideremos a la brasileña, una literatura con una historia tan potente en sus distintos sistemas. Por una parte con tremendos escritores, como Machado de Assis en el siglo XIX -doblemente marginalizado a nivel internacional por ser latinoamericano y por escribir en portugués-, como Drummond de Andrade, Mario de Andrade o Clarice Lispector, en el siglo XX, por no citar los contemporáneos como Marcio Souza o Milton Hatoum. Por otra parte con una historia fuertísima de literatura popular –el cordel entre otros– y con literaturas indígenas. Estas últimas con textualidades que han comenzado a salir al ámbito occidental -como la dessana Antes el mundo no existía o la yanomami La caída del cielo- que están recién en estudio. Por no hablar de la calidad de la crítica literaria de ese país que tiene, sin duda, algunos de los mejores grupos intelectuales del continente. Lo increíble, es que Mistral, en una época muy temprana, antes que nadie en este país, se vinculó con el gran desarrollo cultural del Brasil y con algunos de sus mayores intelectuales, como Mario de Andrade, Henriqueta Lisboa, Cecilia Meireles, Vinicius de Moraes entre otros. Ella tenía una perspectiva de continente.
A.I: Un libro importante en tu trayectoria intelectual, considerando que es un libro conocido, divulgado y premiado es el que escribiste sobre la amazonía. Aquí planteaste un ejercicio en contra de la invisibilización de la amazonía, en el título incluiste la sugerente frase “el río tiene voces”. ¿Cómo llegaste a la preocupación por esta parte de América? ¿Ves algún elemento político importante en la inclusión de las américas invisibilizadas?
A.P: Bueno, en relación a ese interés hay varias cosas que me hicieron acercarme a la Amazonía. Por una parte ella no me había sido ajena en la medida en que yo viví parte importante de mi exilio en Venezuela y allí la Amazonía es una presencia latente. No es el caso de Chile en donde es un tema que prácticamente no existe. Por otra parte, luego de haber trabajado durante años sobre América Latina me di cuenta que la Amazonía no existe tampoco para el latinoamericanismo. Que no sabemos nada de ella y sin embargo abarca casi la mitad del continente. Entonces algo tendría que haber allí de interesante desde un punto de vista cultural y había que entrar a verlo. Me atreví porque soy aventurera y eso me valió una Beca Guggenheim. Paralelamente a esto en mi interés está el problema político ambiental. Se trata de una de las mayores reservas de biodiversidad del planeta, con enormes recursos hídricos, con riquezas minerales de todo tipo que han despertado el apetito de grandes potencias, de empresas metalúrgicas, de grandes capitales que han llevado adelante proyectos energéticos gigantes: allí se está construyendo una de las mayores hidroeléctricas del mundo, Belo Monte, a costa de un sacrificio ambiental, social, cultural enorme, en el río Xingú, tributario del Amazonas. Después, ya al entrar, me fascinó su diversidad humana, vegetal, animal y la relación que circula entre ellos mientras no entra el consumo y lo pervierte todo.
A.I: Tuve la suerte de participar en un curso que diste en IDEA-USACH sobre literatura caribeña. Recuerdo que en ese curso utilizabas siempre como fuente primaria la literatura, pero la entiendes como una herramienta que va entregando distintos aspectos culturales no sólo estéticos, sino que también políticos, históricos, económicos, sociológicos y filosóficos. ¿Cuál es tu presupuesto metodológico en este tipo de cursos e investigaciones en que abordas una mirada amplia de la cultura?
Sí, yo entro por la literatura o algunos elementos de la cultura en tanto estética y en tanto símbolo. Creo que adquieren su pleno sentido como tales al situarlos en los imaginarios de la sociedad, que es de donde surgen: ya cuando pronunciamos de niños las primeras palabras, es la sociedad que se expresa en nosotros. A partir de allí lo histórico, lo económico, lo político: ¿cómo entender al caribeño Derek Walcott sin saber lo que es la esclavitud o al africano Amadou Kourouma sin el colonialismo? Se trata de una perspectiva interdisciplinaria. Pero además porque somos sociedades transculturales en donde los elementos de cada cultura pugnan por hegemonizar el discurso. El acercamiento puramente disciplinario, que aporta mucho sin duda, nos parece demasiado estrecho para explicarnos situaciones de la cultura, que está en movimiento permanente. En la sociedad caribeña, como en todo el continente en mayor o menor medida el colonialismo y la historia posterior de colonialidad han generado una cultura “imbunche”, una mezcla disímil pero articulada que se está permanentemente rehaciendo. Esa es justamente su originalidad, su maravillosa posibilidad creativa.
A.I: En este curso volvías a cruzar el tema de la lengua aprovechando la diversidad lingüística del Caribe. En la historia de las ideas se suele buscar los elementos comunes entre los países de nuestro continente y tu has propuesto como una estrategia novedosa que parte de un reconocimiento a esta diversidad. ¿Podrías hablarnos de tu visión de la Latino América diversa?
A.P: Primeramente, respecto de América Latina, la noción que manejo es la de una articulación por la cultura, como bien sabes. Somos un continente que se comunica en cientos de lenguas indígenas y algunas metropolitanas, de las cuales sólo apuntamos en general a dos, o a una. De hecho si pensamos en las lenguas de nuestra colonización debemos considerar no sólo el español y el portugués, sino también el francés, el holandés, el inglés. Entonces la noción de América Latina no puede construirse a partir de la lengua, que es múltiple y disímil (¿qué tiene que ver el español con el yanomami o el mapudungun con el francés?) pero sí de la cultura. Porque poseemos culturas muy cercanas, marcadas por el episodio concreto o por la lengua en su diferenciación, pero el tronco, lo que articula esta diversidad es una historia común de colonización, que organiza discursos culturales similares en estructura y también por momentos en contenidos. Son culturas complejas que surgen de lo que el boliviano René Zavaleta llamó “sociedades abigarradas”, unas más, otras menos. Es por esto que he trabajado sobre una diversidad de áreas culturales del continente, en proceso, evidentemente, en movimiento, que expresan las diferencias entre un argentino y un mexicano, pero al mismo tiempo se trata de áreas articuladas por un común proceso cultural de colonización que hace que nos sintamos cercanos.
A.I: En las entrevistas que he venido haciendo siempre he tratado de incluir alguna pregunta ideológica o relacionada a las militancias de los intelectuales latinoamericanos. Un aspecto biográfico tuyo tiene que ver con la militancia, ¿cumpliste alguna función política de vocera del MIR en Francia? ¿Consideras que el intelectual es un agente político? ¿Es posible la relación entre el intelectual y la militancia?
Respecto de la primera parte de tu pregunta hay un error: yo no he sido vocera de nada en Francia. Me asusta un poco el papel, que no corresponde a mi personalidad. Lo que viste es una entrevista que me hizo la televisión francesa en 1971 y que fue muy difundida en el mundo francófono respecto del MIR durante la Unidad Popular cuando este movimiento dirigía la Federación de Estudiantes. Fue en la Universidad de Concepción y en Temuco. En ese momento éste planteaba que el gran capital no dejaría pasar de ningún modo los cambios que proponía la Unidad Popular en el gobierno y que había que estar preparados. Eran otros tiempos, otras condiciones nacionales e internacionales. Bueno, se puede o no estar de acuerdo, todo está en discusión, pero vimos la actitud de Estados Unidos, el golpe militar, la participación de la gran empresa, el horror. Después las cosas cambiaron, pero aquéllos eran momentos de una juventud generosa, que creía en la posibilidad de cambiar la vida para superar la desigualdad, que puso la cara de frente a la dictadura y para ello dio todo, con un ejemplo de ética que hoy no conocemos. Yo creo en el intelectual crítico. Creo que ese es su papel dentro de la sociedad, sea cual sea la situación. Ahora bien, siempre se habla y se piensa desde un lugar, decimos, desde un lugar de enunciación. Lo que se llama la objetividad es una fantasía que avala el statu quo. Hoy incluso las ciencias duras incorporan la indeterminación. Siempre se habla desde un lugar, lo que no quiere decir desde una politización partidista burda: hablo de la gran política, la de las grandes opciones vitales, desde la coherencia de valores que tengan que ver con una relación equilibrada entre el ser humano, la sociedad y la naturaleza. Porque respecto de esta última, siempre pensamos que teníamos que dominarla y hoy nos damos cuenta que más bien tenemos que pedirle permiso. La concepción antropocéntrica está en crisis y el cambio climático entre otros nos está empujando a reconocer una realidad biocéntrica.
A.I: Finalmente, quería llevarte a los años de tu formación inicial fuera del ambiente capitalino. Tuviste la suerte de formarte en una de las principales Universidades chilenas y fuiste parte de un movimiento literario domiciliado en provincia. ¿Tienes un análisis sobre el aporte intelectual que hacen las provincias en nuestro país? ¿Nos puedes dar una semblanza del ambiente literato y político en torno a la Universidad de Concepción en esos años?
La Universidad de Concepción que conocí entonces en los años sesenta hasta el golpe militar en donde expulsó a la mayor parte de sus grandes intelectuales y científicos, era una gran universidad. Era la universidad que había organizado a través de Gonzalo Rojas los primeros encuentros de intelectuales de América Latina. Allí vi por primera vez y desde la platea a Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Marta Traba, Ángel Rama, Carlos Fuentes, mucho antes de que fueran intelectuales reconocidos internacionalmente. Hoy se estudia y se publica sobre ese período con admiración. Allí surgió un grupo importante de poesía, llamado Arúspice con nombres señeros hoy de la historia literaria del país. En Concepción surgió el gran teatro chileno, el grupo del TUC con Delfina Guzmán y Jaime Vadell por ejemplo. Era una universidad de alto nivel, con reconocimiento internacional. De hecho el grupo de profesores de ella que salieron al exilio tuvo un desempeño mayor en prestigiosas universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina: el caso de Jaime Concha o Gonzalo Rojas por nombrar sólo a un par de ellos. Concepción era para nosotros el centro del mundo, donde pasaba todo. Era el Concepción de la gran cultura. Tenía una identidad universitaria y minera. Recuerdo las marchas de los mineros de Lota y Coronel en la ciudad, era impresionante. Todo esto mientras mi padre –a quien tengo un gran respeto- iba en las tardes al Club Concepción, el de la élite penquista. Uno se daba cuenta allí que vivíamos un país de ámbitos muy diferentes. Muy segmentado. Y esto explica también que el movimiento político radical que surgió de allí haya estado dirigido por jóvenes médicos -por lo demás brillantes- de la pequeña burguesía de Concepción. Creo que se desconoce mucho en nuestro universo centralizado de lo que pasa en las regiones. Me parece que hay universos literarios y culturales importantísimos que con prejuicios capitalinos consideramos de un regionalismo parroquial, y de pronto, como en el caso de Coloane, el reconocimiento del primer mundo nos golpea la cara. Sin ir más allá y a propósito de este autor, lo que sucede en la Patagonia hoy en ese ámbito es muy interesante.
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