1 septiembre 2015
El fascismo tiene diferentes dimensiones. En el caso chileno, los riesgos de fascismo propiamente político son bajos, pero hay en nuestros valores cierta dimensión de fascismo cultural. En una investigación en el CIES de la Universidad de Chile el año 2009 (proyecto Milenio), el resultado de las entrevistas empíricas realizadas a lo largo de Chile –publicado en la obra El Chile profundo (Mayol, Azócar y Azócar, 2013)– mostró relevantes rasgos de este fascismo cultural: la tendencia a construir un enemigo común para generar unidad nacional es fundamental.
Este rasgo, del cual nuestra transición democrática es cómplice, encuentra en Chile su principal objeto en la delincuencia, asociada siempre a todos los elementos que los grupos conservadores consideran condenables: marchas, protestas, paros, bombazos, garantismo jurídico, inestabilidad institucional, incertidumbre económica, decrecimiento económico y, por supuesto, nombres propios como Allende, Balmaceda (aun cuando ambos no tienen nada que ver), Partido Comunista y una serie de tipos y partidos, a menos que se hayan arrepentido y hayan hecho el camino del calvario en el purgatorio (en el caso chileno el purgatorio no es tan duro, porque se hace por directorios con salarios baratos para elite, pero extraordinarios para Chile).
Este fascismo cultural está en la base de nuestra cultura, tan heredera de la tradición del pecado y el castigo (el cáliz y la espada). Y normalmente se actualiza en la formulación política que mejor conecta con este fascismo: el llamado al orden. La traducción social de este llamado es que (supuestamente) a todos nos gustaría que ‘las cosas’ fueran distintas (por ejemplo, que hubiera igualdad o democratización), pero las cosas son como son (realismo) y siempre es mejor evitar todo intento de hacer algo distinto (por ejemplo, reformas) si ello puede suponer alteraciones (incertidumbre).
Por supuesto, el fascismo cultural aquí reza: esto no se trata de ser de izquierda o de derecha, esto se trata de realismo. La negación de la izquierda y la derecha es uno de los pilares, de hecho, del fascismo. Y la ausencia de posicionamiento en la sociedad (nadie se declara rico ni pobre) se reproduce en la ausencia de posicionamiento en la política.
He aquí algunos rasgos del fascismo cultural que habita en el Chile profundo. Lo que argumentaré a continuación es que este fascismo (con otros rasgos añadidos que iré esbozando) es lo que se ha expresado en la movilización de los camioneros. Para ello, el ejercicio central es definir, respecto al paro de camioneros, qué es lo que define o determina las acciones de esta semana.
La convocatoria original es por seguridad, a ratos delincuencia y a veces terrorismo. Entiéndase, los camioneros se sienten víctimas de delincuencia y terrorismo. Sin embargo, los conductores de camiones no están de acuerdo y rechazan la movilización. En la declaración del 27 de agosto de 2015, la FENASICOH (Federación Nacional de Sindicatos de Conductores de Buses y Camiones de Chile) es explícita en señalar su rechazo a la movilización y en denunciar que el tema no es la seguridad de la zona (de la que ellos tendrían que ser los principales denunciantes), sino una clara agenda contra posibles reformas políticas y sociales liderada por una organización llamada “Multigremial de emprendedores” cuyas acciones, denuncian los conductores, ha tomado rasgos de ‘activismo político’.
Por tanto, se trata de una movilización por la delincuencia que no tiene relación con la dimensión humana de las víctimas –no son los asaltados los que protestan–, sino con otra dimensión, que es la propiedad. Descartamos así el primer aspecto: no hablamos de inseguridad humana y con ello descartamos terrorismo. Pero efectivamente sería legítimo que un conjunto de propietarios, inusualmente afectados, decidieran protestar. Por tanto, concentrémonos en las pérdidas patrimoniales de los más de 133 camiones quemados desde 1998. Hablamos de alrededor de $9.000 millones de pesos en pérdidas repartidas en 18 años. Una cifra importante para el ciudadano común. Son alrededor de US$13 millones de dólares en pérdidas generales para los propietarios de camiones que, anualizadas, implican poco más de US$1 millón. Podemos discutir si se trata de mucho dinero o poco dinero, pero hay una unidad de medida más simple. ¿Qué costo tiene para los camioneros la movilización de la semana pasada?
Podemos usar sus propios datos: el paro portuario de 2014 implicó, a los 15 días, una declaración de los camioneros señalando pérdidas de US$65 millones (enero de 2014). Es decir, estimando que básicamente la movilización actual implicó una semana, estamos hablando de alrededor de US$ 30 millones. Por supuesto, en realidad es más, porque no solo hay camiones que van a puertos, hay siempre mucho más que eso (y por tanto esta movilización es más costosa que el paro portuario). Esto implica que las pérdidas del sector son mayores en la semana de movilización que todas las pérdidas (para las cuales hay seguros además) durante 18 años.
¿Por qué una discusión tan altisonante por un asunto patrimonial cuya protesta cuesta más que la quema de camiones? El tema del dinero es siempre sospechoso cuando se trata de empresarios que buscan pérdidas. Sobre todo considerando que los mismos camioneros, por muy convencidos que estuvieran en 1972 de realizar su paralización, recibieron apoyo norteamericano para financiar esa acción (los archivos desclasificados del gobierno norteamericano lo señalan). Es decir, eso de perder plata por expresar ideas no es algo que les parezca demasiado interesante. De hecho, no se ha visto que hagan foros académicos.
Varios de los operadores políticos del empresariado han trabajado en este paro tal y como trabajaron en la reforma tributaria, para hacerla caer y transformarla en un chiste; en la reforma laboral, para obstaculizarla; y han sido protagonistas de la impugnación al ex intendente Huenchumilla, que perdió su cargo por tener un plan concreto sobre la cuestión mapuche. Esas personas se levantan cada mañana a defender algo más (pero no mucho más) que su patrimonio. Se levantan a defender algo más (pero no mucho más) que el patrimonio futuro de sus hijos.
La irracionalidad de los argumentos es siempre una fuente de interés para quien investiga. ¿Qué hay de fondo? La pregunta debe mantenerse presente. Sabemos ya que no es la delincuencia, sabemos que no es el terrorismo. ¿Es una crítica a la violencia? Un examen simple de ese argumento cae por su propio peso: la misma CNTC (Confederación Nacional de Transporte de Carga) destaca en su página web, específicamente en su portada, la afirmación de su Presidente respecto a la posibilidad de que sea necesario armar a los choferes. No es la violencia el centro de su crítica.
Hemos descartado la delincuencia, la violencia, el terrorismo. Sigamos buscando en la propia convocatoria las respuestas (no hemos buscado ninguna respuesta fuera de ellos mismos). La página web de la CNTC destaca los temas de delincuencia, pero también otorga mucho espacio a la discusión por la reforma laboral. Entre los referentes citados permanentemente por la CNTC respecto a la necesidad de modificar la reforma laboral está el factótum de la reforma tributaria, Bernardo Fontaine, cuya negociación tributaria fue aplaudida por los empresarios aun cuando hoy la nueva reforma sea inaplicable. Pero se aplaudió porque se había dejado atrás la anterior. Fontaine se erige como el desarticulador oficial de las reformas, el lobbista de la destrucción.
Por otro lado, con un rol más secundario, Juan Pablo Swett fue muy activo en la reforma tributaria, está siendo muy activo en la laboral y se sumó a la movilización de los dueños de camiones. Una revisión somera, entonces, muestra que hay un particular interés de los movilizados propietarios de camiones en tomar medidas para frenar la reforma laboral, configurando un bloque monolítico con el resto del empresariado (porque, como usted sabrá, la reunión de muchos trabajadores en sindicatos es nociva, pero la reunión de muchos gremios empresariales no).
La CNTC convocó este año la creación del Observatorio +Productividad365, donde se han sumado la Sofofa (Sociedad de Fomento Fabril) y Asoex (Asociación de Exportadores de Frutas). Es así como Sergio Pérez fue integrado en las grandes ligas de Von Mühlenbrock y Bown. El discurso fascista no podía faltar: el presidente de la CNTC, Sergio Pérez, declaró que “en los difíciles momentos que enfrentamos en el país (…) la comunidad multigremial de Chile es la reserva moral, con solidez institucional, que puede dar luces de confianza y optimismo en el futuro de nuestra nación. Los transportistas de carga de Chile, una vez más, daremos muestras del compromiso férreo y permanente que tenemos con la defensa de la libertad, de la transparencia y de la institucionalidad de nuestro país”. La idea de un sujeto histórico (los empresarios aquí) que será la reserva moral es una fórmula clásica del fascismo, por cierto. Pero esto no es más que una nota al pie. De momento, seguimos reconstruyendo la escena del paro: en el mismo encuentro señalado entre las tres asociaciones empresariales, el tema central fue la reforma laboral.
Como se ha señalado, uno de los rasgos de la política fascista es su negación como acción política en tanto tal. El paro de camioneros es un reflejo directo de esta fórmula: Swett señaló que era un movimiento ciudadano. Sin embargo, fueron dirigentes de la UDI los que presentaron recursos y buscaron mecanismos para permitir el ingreso de los camioneros a Santiago. Y es el mismo Pérez, presidente de la CNTC, quien ha señalado que “la intervención militar del 73 ordenó el país” (radio Sonar), lo que no fue dicho hace muchos años y no es algo fuera de contexto, sino que es una declaración en plena movilización.
Y es que han sido los camioneros han instalado de modo sistemático el fantasma de la movilización de 1972. Son ellos mismos quienes no cortan esa horrible historia cual cordón umbilical. Y son ellos los que insistieron hasta el cansancio en llegar a La Moneda, pero no como dirigentes, sino con la puesta en escena. No era su interés entregar el documento, sino situar camiones quemados frente al Palacio de Gobierno. ¿Es representativo de Chile, cuya imagen-país obsesiona a estos mismos empresarios, la fotografía del Palacio de La Moneda con un conjunto de camiones quemados a su alrededor? ¿Es ese el símbolo del llamado al orden? Para nada. En nombre del orden, apuestan al caos, como forma de destruir cualquier proyecto de futuro.
El punto no es qué Chile construir, sino qué Chile dejar caer. Varios de los operadores políticos del empresariado han trabajado en este paro tal y como trabajaron en la reforma tributaria, para hacerla caer y transformarla en un chiste; en la reforma laboral, para obstaculizarla; y han sido protagonistas de la impugnación al ex intendente Huenchumilla, que perdió su cargo por tener un plan concreto sobre la cuestión mapuche. Esas personas se levantan cada mañana a defender algo más (pero no mucho más) que su patrimonio. Se levantan a defender algo más (pero no mucho más) que el patrimonio futuro de sus hijos. Se levantan a defender la desigualdad, a impedir que Chile deje de ser una isla extravagante de la ausencia de derechos, a defender una herencia autoritaria y fáctica.
Los propietarios de camiones han obtenido, con sus acciones del pasado (como el paro de 1972), un conjunto de prebendas. Los gobiernos de Pinochet y la Concertación destruyeron el tren y casi toda la carga, absurdamente en un país con forma de vía férrea, se mueve en camiones. Por otro lado, la ley de cabotaje de Chile, que data de 1978, restringe el transporte marítimo nacional de corta distancia a buques que lleven la bandera chilena. Las naves con banderas extranjeras pueden hacer escala en diferentes puertos chilenos, pero no pueden abastecer al mercado nacional (es decir, pueden recoger contenedores en Valparaíso y Antofagasta, pero no pueden transportar un contenedor desde Valparaíso y descargarlo en Antofagasta). En tanto, el número de naves con bandera chilena disponibles para transporte marítimo de corta distancia es limitado. ¿Resultado? La carga entre ciudades se mueve en camiones. Por otro lado, el sistema tributario les permite operar con renta presunta, un beneficio específico (y no explicado en su racionalidad) a los camioneros. ¿Es comprensible, en este escenario de beneficios, la protesta realizada? ¿De qué protestan? El país les ha dado todo, claramente más de lo aconsejable para el bien del país. Nuevamente nos persigue la inquietud: ¿qué hay detrás de todo esto?
Este asunto no es la llegada de La Araucanía a Santiago, no es un asunto sobre la delincuencia, no es un problema de terrorismo. En Francia, hace diez años, los migrantes quemaron 2000 autos en protesta (en pocos días 600). Ni siquiera Sarkozy dijo ‘terrorismo’ y todos en Francia supieron que la cuestión social en juego había llegado para quedarse. El punto es ese. La quema de camiones como protesta tiene ciertos significados y no tiene otros. Entender el punto, en sus detalles, es la clave y la responsabilidad de los gobiernos.
El asunto efectivamente está en un sitio: en el patrimonio y en la legitimidad del patrimonio, en la distancia simbólica entre la propiedad privada y la pertenencia. En ese lugar hay que buscar explicaciones a la quema. Y a la protesta de camioneros, hay que buscarlo en un sitio mayor: la Historia. Es el ataque conservador, una y otra vez reiterado, en forma de fascismo cultural, reivindicando la irracionalidad, la violencia, poniendo en jaque el poder político, intentando hacer caer un gobierno debilitado, buscando destruir la política y eliminando los límites lógicos mínimos.
Por eso es que Carlos Peña se confunde cuando se obsesiona en buscar en Freud los errores del gobierno y la izquierda. Se equivoca porque su psicoanálisis, además de barato, es selectivo (misteriosamente no analiza a la Concertación ni a la derecha con Freud). Y se equivoca porque se queda con una teoría de la sospecha sin Nietzsche y sin Marx, que vaya que sirven en momentos como este. El fantasma de los camioneros en 1972 existe, por cierto. Los mismos organizadores lo buscaron, él mismo Peña cayó en la trampa intelectual de los camioneros y saca a relucir a Allende como el emblema del momento (como si la Nueva Mayoría fuera allendista), mientras niega que un paro tenga de imagen fantasmagórica el otro (aquí el psicoanálisis se le perdió).
Y otros lúcidos analistas, como Cayuqueo, festejan que La Araucanía haya llegado a Santiago después de años de exclusión gracias a este paro. Sin embargo, es él mismo, activista mapuche, el que cae en la trampa más vieja de la historia de dominio sobre el pueblo mapuche. No se da cuenta de que efectivamente lo que llegó a Santiago fue La Araucanía y no el pueblo mapuche. Y que entre esas dos palabras está toda la diferencia que él debiera ver. Por eso, la sugerencia frente a este tema es comprender que los camioneros convocaron mucha energía (psíquica sobre todo) y produjeron una confusión. Pero es cosa de pensar, de ordenar los datos. A todo analista es un consejo que servirá.
Pues bien, el saldo de estos días es que los chilenos nos hemos vuelto más violentos, más insidiosos, más ignorantes, más sediciosos. Hemos despertado al fascista que llevamos dentro del alma nacional, esa alma nada pura y perfecta, esa alma llena de defectos que nuevamente nos queremos negar a cambiar. Siglos coloniales, militares y dictatoriales pesan en el fondo de nuestro ser social. Y nos devuelven a ese fascismo cultural que inunda desde el dictatorial Guzmán hasta el demócrata Lagos. Sí, es cierto, subyace a esta escena el 1972. Solo que ahora es una comedia, una mera exposición fotográfica. Antes, detrás de los camiones estaba Estados Unidos y la Guerra Fría, el liberalismo y el socialismo reñidos hasta la eternidad. Ahora, son unos tipos que, mientras defienden la globalización, no quieren sacar sus ojos de su empresa rentista cuya productividad solo puede existir por no pagar salarios adecuados y comprar políticos corruptos esperando las múltiples formas de apoyo estatal.
¿Cuál es el centro de la movilización de los camioneros? Uno muy simple: que nada cambie. El tema es la ausencia de reformas, es que este Gobierno se limite a marcar el paso y deje el camino para otro Gobierno que haga más de lo mismo realizado en los 25 años de transición. Pero ¿por qué los camioneros habrían de estar interesados por un asunto tan alejado de su trabajo? La respuesta no es fácil. Yo no la tengo. Solo puedo pensar algo que me han sugerido: “No te olvides que la labor fundamental de todo camión es llevar carga”. Y en esa carga me quedo pensando, mientras el fascismo anda sobre ruedas, tratando de recuperar tiempos que no volverán.
*Fuente: El Mostrador
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En Chile todos los mercados tienden al monopolio garantido por el Estado manejado este por los que defienden la ideología liberal cuando les conviene, pero en sus actuaciones interfieren en la economía llevando las aguas a su molino. Destrucción de Ferrocarriles,trabas al cabotaje marítimo, pagar impuestos como si tuvieran un carrito de maní y no 60 camiones. Es decir todo para que los camioneros ganen dinero a costa de la falta de competencia y el país se desangre trayendo piezas y partes para el rodado, porque en Chile ya no se fabrica nada.
Nunca el país había tenido tanta falta de competencia por proteccionismo, no del Estado, sino de un grupo de personas que manejan el Estado a su favor mientras predican las ventajas de la libre competencia a quien les quiera escuchar.