La verdadera muerte del Presidente Allende. Respuesta a Camilo Taufic
por Hermes H. Benitez (Canadá)
18 años atrás 18 min lectura
Estimado Camilo:
Hubiera querido escribir una respuesta inmediata a tu extenso artículo titulado “Todas las muertes del presidente Allende”, publicado, con profusión de fotografías, en la sección “Temas del Domingo”, del diario La Nación de Santiago, correspondiente a la semana del 10 a 16 de septiembre del año en curso; pero en ese momento me encontraba en Chile, lejos de mi familiar computador personal y de mi bien dotada biblioteca edmontoniana. Hoy, ya de vuelta en Canadá, procedo a contestarte.
Por cierto, no me siento, en absoluto, “dueño” del tema, pero creo que el hecho de haber escrito y publicado un libro entero sobre la muerte de Allende (1), (a cuyo lanzamiento te refieres al pasar en tu artículo), me da alguna autoridad para manifestar públicamente mi opinión discrepante de tu interpretación; en lo que ella se refiere a los principales hechos y circunstancias de este tan litigioso como fascinante episodio de nuestra traumática historia reciente.
Tu interpretación:
No revisaré la totalidad de tu artículo, sino que, a continuación, me limitaré a resumir y examinar críticamente aquellos que me parecen ser los aspectos centrales de la argumentación allí presentada.
1. Introduces la temática mediante una descripción de los detalles de lo que constituye la así denominada “versión oficial” de la muerte de Allende, que me parece fidedigna, más allá de algunos puntos menores; por lo menos hasta donde haces referencia su entierro secreto en el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar, el día 12 de septiembre de 1973. Pero a partir de allí, siguiendo a Robinson Rojas (2), tomas el camino equivocado, al intentar interpretar la cuestión de la renuncia del General Ernesto Baeza, como probatorio de que el suicidio de Allende no habría sido más que un montaje. Lo que pareces no advertir es que al seguir dicho camino has prejuzgado de antemano cuál sería el resultado de tus búsquedas. Otros, antes que tú, han tratado de hacer sentido de este oscuro incidente, como es el caso del ex embajador Nathaniel Davis en el capítulo 11 de su interesante libro(3), pero han sido mucho más cautelosos a la hora de sacar sus conclusiones. Al final me referiré a esto en otro contexto.
2. A continuación describes las circunstancias que condujeron a la realización del peritaje de los restos del Presidente muerto en el Salón Independencia. Tú te refieres correctamente al hecho de que aquella tarde se produjo un relevo del personal de la Brigada de Homicidios (inicialmente a cargo de las diligencias), por parte de efectivos de la Policía Técnica de Investigaciones, pero extraes conclusiones incorrectas de ello, pues, sostienes, que éstos habrían firmado “… ‘un acta de análisis de las muestras halladas’ de una carilla, agregando -sin reconocer su autoría- el informe truncado de la BH (otras tres carillas, que aparecen con numeración diferente y las iniciales de otro mecanógrafo, en la reproducción de todo el documento) El acta fue publicada el año 2000 por Mónica González, en su libro “La Conjura: los mil días del golpe”.
Te confieso que aquí tuve que echar mano del libro de Mónica González, porque me asaltó la duda de si acaso te estabas refiriendo al mismo documento reproducido allí, o a otro diferente. Porque si examinas con cierto detenimiento el texto del documento titulado “Acta de Análisis”, que figura entre las páginas 495 y 498 del referido libro, verás que no fue compuesto como tú lo afirmas (a partir de una interpretación equivocada de ciertos engañosos detalles de apariencias), mediante la simple sustitución de su primera página. Que esto no fue así es confirmado por el hecho de que en aquella página se encuentran ya indicados los nombres de los mismos cuatro peritos que firman al final, es decir, Jorge Quiroga Mardones, Carlos Davidson Letelier, Jorge Almazabal Mardones y Luis Raúl Cavada Ebel. Todos los cuales eran miembros de la Policía Técnica, y no de la Brigada de Homicidios.
En el capítulo sexto de mi libro, conjeturo que la participación de dos diferentes grupos de la policía civil en el peritaje realizado en el Salón Independencia, habría sido motivado por la desconfianza de los golpistas hacia el personal de la B.H., al que consideraban como proclive al Presidente y a la Unidad Popular; y por el hecho de que el solo nombre de esta repartición pudo ser interpretado, dentro y fuera de Chile, como un reconocimiento tácito de que Allende había sido asesinado por los militares que bombardearon y asaltaron La Moneda. Pero lo central aquí es que el relevo de la B.H. por la Policía Técnica de Investigaciones, en los peritajes realizados en La Moneda, quedó registrado en el documento bajo examen, donde se menciona al Inspector Pedro Espinoza de la B.H, y se alude colectivamente al resto de los detectives bajo su mando como a “los peritos informantes”. Es decir, allí donde tú vez los vestigios documentales de un montaje del suicidio del Presidente por parte de los golpistas, yo veo las manifestaciones de un cambio en la repartición a cargo de los peritajes; y a partir de una lectura cuidadosa del texto del “Acta de Análisis”, identifico la verdadera naturaleza de la falsificación a la que fue sometido, no el documento, sino al escenario de la muerte del Presidente, según explicaré más abajo.
Por cierto que todas las observaciones acerca del supuesto carácter truncado, o falsificado, del referido documento forense, tienen el propósito de descalificar y rechazar las observaciones, conclusiones y autoridad última del éste, sin haberte dado el trabajo de examinar una sola línea de su texto. Procedimiento muy poco recomendable para un investigador serio.
3. Una vez descartada sumariamente la veracidad, o confiabilidad, del “Acta de Análisis”, vuelves a retomar la cuestión de la renuncia del General Baeza, que como se ve constituiría el hecho central a partir del cual crees poder resolver el enigma de la muerte del Presidente. La supuesta renuncia de Baeza probaría, de acuerdo con tu interpretación, que los golpistas habrían hecho un montaje del suicidio de Allende, lo que, por cierto, no es otra cosa que la vieja y no demostrada tesis de Robinson Rojas bajo un nuevo ropaje. Los dudosos testimonios de Propper, Davis o Scherrer no consiguen, sin embargo, darle mayor credibilidad a esta tesis, de allí que procedas a examinar, a continuación, ciertas declaraciones del General Baeza en las que éste describe la postura en que fue encontrado muerto el Presidente, las que comparas con una foto de Allende muerto (la No. 1416/73-W) que, se nos dice, sin hacer referencia a su ubicación exacta, podría encontrarse hoy en Internet, “sin indica[ción de] su procedencia y de autor anónimo”. A tu juicio aquella foto mostraría la verdadera posición en que fue encontrado muerto el Pre
sidente. En dicha foto éste no aparecería sentado, como lo afirma Baeza, sino más bien tendido sobre un sofá. Acerca de esto conjeturas que tal posición sería indicativa de que el Presidente fue arrastrado hasta el Salón Independencia, “cargado sobre una frazada doblada puesta bajo su espalda.”. Si te entiendo bien, al mencionar estos detalles lo que tratas de hacer es dar plausibilidad a otra de las tesis de Robinson Rojas, a saber, que luego de su muerte Allende habría sido sacado del lugar de su deceso y trasladado al Salón Independencia, donde se simuló su suicidio.
4. En seguida sorprendes a tus lectores con una extraordinaria afirmación: el supuesto “descubrimiento” de que el fusil AK del Presidente, contrariamente a lo que han declarado el ubicuo general Baeza y otros testigos, “no tenía culata de madera”, y por lo tanto si es que se ha afirmado que sobre ella se encontraba adosada la placa con la inscripción de Fidel Castro, el arma que se dice fue encontrada en La Moneda no podría ser aquella que le obsequió el líder cubano. Curioso razonamiento que se refuta en un minuto con solo mirar la foto de Allende y Eduardo Paredes disparando en El Cañaveral con el fusil AK del Presidente (reproducida en las páginas finales no foliadas del libro de Mónica Gonzalez), al pie de la cual aparece dicha arma, con una burbuja de aumento, que muestra claramente como la placa con la referida inscripción no se encontraba fijada en su culata, sino en su empuñadura.
De aquella falsa consideración extraes la siguiente conclusión: “aparentemente, del fusil-ametralladora dedicado por Fidel Castro no salió ningún tiro el 11 de septiembre, ni el arma estuvo en La Moneda, al menos mientras Allende vivió. Desapareció ese mismo día, y nunca más se la ha vuelto a ver, aparentemente destruida –junto a todas las otras pruebas físicas de las armas y proyectiles que pudieron intervenir en la muerte de Allende- por orden del general Javier Palacios, siguiendo instrucciones de la Junta Militar”.
En prueba de ello traes a cuento un nunca antes conocido, pero de ser cierto, extraordinario testimonio de Joan Garcés, según el cuál, “La metralleta obsequiada por Fidel Castro a Salvador”, como le ha confirmado Garcés a su amigo Victor Pey (el dueño del diario El Clarín), “nunca salió de El Cañaveral, siempre estuvo allí, expuesta en una pared del living”. Y en seguida agregas un nuevo dato: “La noche del 10 a 11 de septiembre, tanto Joan Garcés como el periodista Augusto Olivares pernoctaron en Tomás Moro. En la madrugada (4) se trasladaron a La Moneda, tras los autos que llevaban al Presidente y su escolta, armados cada uno de sus integrantes con fusiles ametralladoras AK S. Estos eran 20 o 30, según distintas fuentes, pero el arma obsequiada por Fidel Castro seguía en El Cañaveral.”
Y a continuación concluyes:
“Así, en el mejor de los casos, la metralleta de Fidel quedó secuestrada en la Intendencia, aunque lo más probable es que “nunca haya salido de El Cañaveral”, como sostiene Joan Garcés. Pero desde la Intendencia o desde El Cañaveral pudo ser fácilmente trasladado ese AK a La Moneda, una vez concluida la batalla, disparar los dos balazos a la muralla, atravesando el gobelino, e inventar la fábula del “suicidio de Allende con el obsequio de Fidel” que propagandísticamente asociaba –y en forma subliminal- el final de la vía pacífica al socialismo con el castrismo”. Hasta aquí las citas de tu artículo.
Continúe leyendo la II Parte: Continuación
Mis respuestas:
Supongamos ahora, con fines argumentales, que la interpretación que tú haces de todos los hechos y testimonios antes referidos sea la correcta. Es decir: a.) que la renuncia, o supuesta renuncia, del general Baeza el día 12 de septiembre hubiera estado motivada por su molestia ante los intentos del Servicio de Inteligencia Militar de hacer un montaje del suicidio de Allende en el Salón Independencia. b.) Que el reemplazo de los peritos de la BH por personal del Laboratorio de Policía Técnica de Investigaciones, así como la (también supuesta) interferencia y adulteración realizada en el “Informe de Análisis”, fueran indicativas de que habría existido tal montaje. c.) Que el cuerpo del Presidente no fue encontrado en posición sentado, sino que su verdadera posición habría sido la de tendido sobre aquel famoso sofá de color granate ubicado entre las ventanas del Salón Independencia. d.) Que el fusil AK del Presidente no hubiera salido nunca de El Cañaveral, y que por lo tanto no pudo haber sido utilizado por aquél para darse muerte en La Moneda; sino que fue llevado allí, posteriormente a su asesinato, por los golpistas para simular su suicidio.
Ahora bien, ¿cuáles serían las implicaciones que tendrían que extraerse en caso de que todo lo anterior fuera verdadero?. En primer lugar que la totalidad de las declaraciones y testimonios del doctor Guijón, el testigo clave del suicidio del Presidente, así como del resto de los sobrevivientes del combate de La Moneda, serían absolutamente falsos. Es decir, las declaraciones y testimonios de La Payita (la primera en hacer público el suicidio), del doctor Jirón, Enrique Huerta, Arsenio Pupin, el doctor Soto, Henrique Ruiz Pulido, Patricio Arrollo, del doctor Alejandro Cuevas, Victor Hugo Oñate y del doctor José Quiroga. Y no sólo eso. Serían igualmente falsas las declaraciones más recientes de este último, hechas en su casa de Los Angeles, California, el 31 de diciembre del 2002, y publicadas en La Nación, en las que el médico confirma la veracidad de las declaraciones del doctor Guijón respecto del suicidio de Allende, y hace su mea culpa en cuanto al hecho de no haberlo respaldado públicamente, cuando su testimonio fue impugnado por los sostenedores de la tesis del asesinato del Presidente.
Es difícilmente creíble que ni uno solo de los referidos testigos, todos valientes y leales partidarios de Allende, hubiera revelado nunca la verdad acerca de su muerte. Es imposible pensar que ellos pudieran haberse puesto de acuerdo en una verdadera conspiración para mentir de manera tan craza y prolongada acerca de un hecho de tanta importancia humana e histórica para Chile. En realidad el propio doctor Quiroga sostiene que tal acuerdo nunca existió, sino que luego del Golpe los involucrados decidieron, independientemente el uno del otro, guardar silencio sobre las verdaderas circunstancias de la muerte. Es igualmente imposible creer que en más de 30 años, y cuatro gobiernos concertacionistas, ninguno de los testigos indicados haya hablado o revelado la supuesta verdad del asesinato del Presidente.
¿Qué significaría, por otra parte, que el fusil AK no hubiera sido utilizado por Allende en la defensa de La Moneda, ni servido de arma suicida? ¿Significaría, como tú crees, que esta arma fue introducida posteriormente en el escenario de la muerte para hacer un montaje del suicidio del Presidente una vez que éste fue asesinado por alguno de los soldados que penetraron al segundo piso del viejo edificio diseñado por Toesca? En eso también discrepamos. 
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En realidad creo que aquí viene a manifestarse en su verdadera dimensión la debilidad, e insostenibilidad última, de la hipótesis de Robinson Rojas, que tú adoptas de modo tan acrítico como punto de partida. Porque no necesitamos recurrir a la explicación de un montaje del suicidio para poder dar cuenta de todas las oscuridades e incertidumbres que rodean el uso y paradero del fusil ametralladora del Presidente. Así como aquellas que se refieren a la curiosa renuncia del general Baeza. En cuanto al fusil AK obsequiado a Allende por Fidel Castro, por de pronto, te diré que mientras no tenga yo una confirmación independiente del propio Joan Garcés, suspenderé mi juicio acerca de lo que afirmas, en el sentido de que aquél habría quedado en El Cañaveral el día 11 de septiembre. Aunque parece inconcebible que el Presidente, o algún miembro de su escolta, no hubieran tratado llevar aquella excelente arma a La Moneda, dada la limitación del armamento con que contaban sus defensores. Pero, por cierto, esto pudieron haber intentado hacerlo los gaps, quienes junto con La Payita y su hijo, fueron detenidos por Carabineros antes de poder ingresar al Palacio, como tú indicas.
En realidad toda esta nueva información y elementos de juicios hechos públicos en tu artículo, de ser ciertos, pueden ser fácilmente explicados mediante la hipótesis que presento y argumento en mi libro(5), pues allí sostengo que el Presidente, aunque se quitó la vida, como lo afirman la totalidad de los sobrevivientes del combate de La Moneda, no lo hizo con su fusil AK, sino con una arma corta que debió haberse encontrado a su alcance aquella trágica tarde. La interferencia y adulteración del escenario de la muerte por obra del general Palacios y sus hombres, que quedó registrada en el propio informe del acta de los peritajes realizados en el Salón Independencia por personal de la BH y de la Policía Técnica de Investigaciones, habría tenido por objeto ocultar aquella arma corta y convencer al mundo de que Allende se había dado muerte con el fusil que le obsequiara Fidel Castro; y no como Robinson Rojas y tú creen, para simular el suicidio del Presidente. En otros términos, el “montaje” no habría consistido en crear la apariencia de un suicidio, sino en ocultar el arma empleada efectivamente en él, y reemplazarla por el fusil AK; porque, como lo señalo en mi libro, ello le suministraba a los golpistas un poderoso simbolismo de derrota, que les servía para deslegitimar a quien, con su valerosa conducta, los había hundido moralmente ante la faz del mundo; pero que, además, hacía aparecer a Allende como una suerte de castrista inconsistente. Que el fusil AK del Presidente pudo haber sido introducido en el escenario de la muerte por los propios golpistas, es algo que no estoy en condiciones de determinar. Pero es manifiesto que de comprobarse la veracidad de esta información, mi hipótesis del suicidio con arma corta adquiriría una fuerza aun mayor.
Creo que tu error, Camilo, así como el de Robinson Rojas, ha sido tratar de encontrar la punta del hilo de la madeja por el lado equivocado: el oscuro incidente de la renuncia del general Baeza, cuando debiste haber empezado por un examen de los testimonios de los sobrevivientes de batalla de La Moneda, cuya veracidad rechazaste a priori, tal como lo hace Rojas. Todo lo que tanto él como tú deducen o conjeturan a continuación no es más que la consecuencia lógica de este error metodológico inicial.
Una última observación: al costado de la amplia fotografía de La Moneda ardiendo que aparece en la parte superior de la página 27 de La Nación, se incluye la siguiente frase que me imagino suscribes: “Lo que nadie supo hasta el Año 2003 –al menos públicamente- es que en el momento de morir; Allende estaba en presencia de al menos ocho personas, la mayoría de ellos médicos”.
Esto es manifiestamente incorrecto. Como lo muestro en detalle en mi libro, en su parte dedicada al examen de la entrevista reciente al doctor Quiroga, (págs. 218 a la 221) tales declaraciones inducen la creencia de que se tratara de una gran revelación, lo que en realidad no son, pues mucho antes se sabía que varios sobrevivientes de la batalla de La Moneda se encontraban muy cerca del Salón Independencia en el momento de la muerte del Presidente. Pero, además, aquellas declaraciones deben ser adecuada y correctamente entendidas. Porque si bien las personas indicadas por Quiroga (Enrique Huerta, Arturo Jirón, Arsenio Poupin, Hernán Ruiz Pulido, más Patricio Guijón y el propio José Quiroga; y algunos otros detectives que allí no se mencionan), se encontraban cerca del lugar donde Allende se quita la vida -el pasillo que lleva a la escalera de Morande 80- sólo los doctores Quiroga y Guijón vieron efectivamente cuando aquél se dispara. El resto de los “testigos” no sólo no presenciaron el alzamiento del cuerpo del Presidente por efecto del disparo, en medio del humo y la oscuridad, sino que tampoco ingresaron posteriormente al Salón Independencia. El único que tuvo la presencia de ánimo, y el valor, para hacerlo, fue el doctor Guijón, por lo que continúa siendo el testigo clave de la muerte del Presidente Allende.
Quiero manifestarte, finalmente, Camilo, que a pesar de no compartir tus opiniones sobre el modo como habría muerto el Presidente, tu artículo me ha parecido sumamente estimulante, y ha tenido la virtud de incorporar, a tan complejo caso, varios potencialmente útiles y valiosos elementos de juicio; y así, al poner al alcance de los estudiosos del tema nuevos materiales con los cuales trabajar, has enriquecido el debate y hecho avanzar la investigación. Por cierto, poder dar respuestas más definitivas a cada unas de las tantas interrogantes que aún quedan por dilucidar, demandará el esfuerzo de gente como tú y yo, todavía por muchos años más.
Atentamente, se despide,
Hermes H. Benítez.
Notas.
1. Hermes H. Benítez, Las muertes de Salvador Allende, Santiago, RIL Editores, 2006, 260 pp.
2. Es manifiesto que tu artículo se apoya fuertemente en la interpretación de la muerte de Allende presentada por Robinson Rojas en su libro Estos mataron a Allende, publicado originalmente en 1974 por Ediciones Martínez Roca, de Barcelona. Curiosamente, tú no haces la menor referencia a esta fuente. Yo critico los planteamientos de Rojas en varias notas, a lo largo de mi libro, pero al final ( págs. 200 a la 206) le dedico una sección especial.
3. Me refiero, por cierto, a The Last Two Years of Salvador Allende, publicado en 1985 por Cornell University Press.
4. En realidad el Presidente no se trasladó a La Moneda “de madrugada”, el día 11 de septiembre, sino entre las 7:15 y las 7:30 de la mañana. Véase la cronología adjunta a mi libro, pág. 228.
5. Hermes H. Benítez, Op. Cit., Epílogo. Dudas finales y una hipótesis, págs. 207 a la 215.
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