14 de julio de 2022
A partir de la carta de Ricardo Lagos donde aparenta favorecer el rechazo a la nueva constitución, el periodista Freddy Stock analiza a la élite política chilena y su costumbre de «mantener firme el timón del poder, sea con la mano que lo esté tomando».
Interesante analizar a Ricardo Lagos. No por lo que pueda significar ya a estas alturas su figura política desdibujada por convicciones contrarias a las que se suponía debía representar, sino para situarlo en el contexto histórico de lo que estaría por nacer o de aquello que se niega a morir este 4 de septiembre.
Analizar, por ejemplo, el delirio y el mesianismo que destila su carta donde redacta su desprecio a una nueva forma de entender una convivencia republicana. Apuntalado por un “ghost writer” del Rechazo concertacionista, como Jorge Correa, Lagos pretende equiparar el ethos de esta Constitución salida en democracia con la de una dictadura que alguna vez tuvo el coraje de apuntar con el dedo. La trata de “partisana”, de ilegítima en el reencuentro ciudadano y, claro está, dice que debe hacerse otra que interprete a la mayoría y él entrega las tablas de salvación republicana bajándose del monte con esas respuestas. De esta forma, Lagos terminó apuntando con ese mismo dedo al más importante proceso social desde la recuperación de la democracia y uno inédito en nuestra historia. Denigró un texto que salió de una movilización legítima e inorgánica de la ciudadanía y que obligó a un acuerdo transversal parlamentario; un texto al que se le exigió un plebiscito de entrada; fruto de una asamblea electa, paritaria y con pueblos originarios y cuyo articulado fue aprobado con altísimo quórum de 2/3 y que, ahora, necesita otro plebiscito de salida para ser ratificada. Y lo denigró porque sencillamente no le gustó el resultado.
Lagos ve su opción de volverse a erigir como personaje público y figurar como protagonista tomando el camino en que mejor le ha ido como líder: defender los intereses de la élite. Esta vez, entregando su pecho desnudo a los sables en pro del statu quo.
Claro, a los que votamos por Lagos y se nos hizo un nudo en la garganta al verlo entrar como presidente a La Moneda podremos sentir el frío estilete de traición en la memoria. Pero viéndolo sin sentimentalismos su caso no es distintivo en la historia de Chile, a la que siempre recurrimos para entender el presente y proyectar el futuro de este país tan telúrico. Acá, mi amigo e historiador Gonzalo Peralta me ayuda a enfocar las luces. “La carta de Lagos está en medio de muchas pugnas conceptuales e ideológicas”, me dice. “Pero, más que las tradicionales de izquierda o derecha, la verdad es que es la lucha de las élites de los partidos políticos por recuperar su poder ante un estallido social inorgánico que los atropelló dejándolos fuera. Y ante eso se han visto atacados en sus fueros. Los senadores, por ejemplo, sienten miedo a perder sus cargos y ahí entra Lagos a defender al antiguo régimen. Porque a Lagos también lo desplazó el estallido pese a que ya antes había sido desahuciado por una nueva generación y en su propio partido”.
Lagos ve su opción de volverse a erigir como personaje público y figurar como protagonista tomando el camino en que mejor le ha ido como líder: defender los intereses de la élite. Esta vez, entregando su pecho desnudo a los sables en pro del statu quo.
“Evolucionó como Arturo Alessandri hacia el conservador amante del orden que beneficia a los poderosos”, dice Gonzalo Peralta. “En su primer mandato, hace exactos 100 años, Alessandri revolucionó la política chilena llevando las banderas del cambio social, de la lucha de las clases trabajadoras, apuntando con el dedo a la aristocracia chilena que llamó `la canalla dorada´”, señala. En esta refriega, el joven Alessandri llamó a una asamblea constituyente para redactar una nueva Carta Fundamental que dejara atrás la conservadora de 1833. Pero, en el camino, Alessandri torció el proceso y, bien sabemos, la redacción terminó en una élite, “en una comisión que había armado para que los políticos retomaran el control desdeñando esta participación ciudadana”, concluye Peralta.
Hay varias interpretaciones para el punto de quiebre de Alessandri. Para Lagos, también. Entre los principales están los escándalos de corrupción que afrontó en su gobierno siendo el “Caso Inverlink” el principal de ellos. Cosas del destino, al igual que Pinochet, Lagos también coincidió con su yerno a la cabeza de la Corfo mientras era presidente de la República. Don Gonzalo Rivas, casado con la hija mayor del presidente, tuvo que poner el cargo a disposición cuando estalló el escándalo del poderoso grupo de inversiones Inverlink que significó una millonaria pérdida al fisco por dineros retirados de Corfo. Los periodistas de El Mostrador, Sandra Radic e Iván Weissman, lo narran magistralmente en el reportaje, “El día en que el sistema financiero chileno estuvo a punto de quebrar y nadie lo supo”. Les dejo el link acá.
Y nadie lo supo porque se actuó rápido y en “acuerdos” cupulares teniendo Lagos que transar con la derecha, entre los principales Longueira, para que estos escándalos no terminaran antes con su administración que estaba, literalmente, en las cuerdas. Fueron acuerdos entre la élite política que años después veríamos repetidos en el apartado de la historia contemporánea conocido como del “financiamiento irregular de la política chilena”.
Porque, a fin de cuentas, la cúpula tradicional del país ha sabido mantener firme el timón del poder, sea con la mano que lo esté tomando. Y si en el rumbo se encabrita el oleaje, me ha contado el profesor Peralta, el fuego de la milicia ha estado atento para seguir el curso.
Cosas que han cambiado en Chile para que nada cambie. Para que, nuevamente, una élite se reúna como una casta frente al temor de perder la manija dorada del poder ante la ciudadanía. Una legión política, mediática, económica de pelucones y pipiolos acariciados por el modelo que tiene a Lagos como un estandarte que señala creer en que la derecha ayudará a impulsar un cambio constitucional si gana el Rechazo, porque “el ser humano aprende”… O que -vaya frivolidad pasmosa en un punto de inflexión de nuestro país- “no importa que gane el Apruebo o el Rechazo en esta vuelta”.
Esta hermandad en las diferencias la explicó muy bien el intelectual liberal Santiago Arcos hace exactos 170 años. Desde la cárcel de Santiago, donde fue enviado bajo el gobierno de Manuel Montt, Arcos escribió también una carta. Fue a su amigo y compañero de ideales, Francisco Bilbao, con quien formó La Sociedad de la Igualdad, primer chispazo de lo que sería el surgimiento de la real izquierda chilena. En ella, el 29 de octubre de 1852, Arcos -hijo de un banquero millonario- definía a la aristocracia chilena como, “ignorante y apática y (que) admite en su seno al que le adula y la sirve” (…) “no la diferencia de principios o convicciones políticas. No las tendencias de sus prohombres hacen que los pelucones sean retrógrados y los pipiolos parezcan liberales. No olvidemos que tanto pelucones como pipiolos son ricos de la casta poseedora del suelo, privilegiada por la educación, acostumbrada a ser respetada y acostumbrada a despreciar al ‘roto’”.
El gatopardismo de nuestra historia es deslumbrante, diría Arcos si 100 años después de su carta a Bilbao hubiera podido leer la novela de Giuseppe T. DiLampedusa. Cosas que han cambiado en Chile para que nada cambie. Para que, nuevamente, una élite se reúna como una casta frente al temor de perder la manija dorada del poder ante la ciudadanía. Una legión política, mediática, económica de pelucones y pipiolos acariciados por el modelo que tiene a Lagos como un estandarte que señala creer en que la derecha ayudará a impulsar un cambio constitucional si gana el Rechazo, porque “el ser humano aprende”… O que -vaya frivolidad pasmosa en un punto de inflexión de nuestro país- “no importa que gane el Apruebo o el Rechazo en esta vuelta”.
*Fuente: Interferencia
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