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Una niña recibió este viernes la más potente experiencia de aprendizaje significativo de su vida en una escuela de Chile: ¡robar es gratis!

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SEÑOR DIRECTOR O DIRECTORA

Hoy, viernes 05 de julio de 2019, me retiré de mi escuela con una pena de esas que a una la desencajan por horas.

Soy una profesora. Y en este momento que le escribo, desde mi hogar, todavía no se me quita esa pena.

Es que en el 7º básico A se aplicó una prueba, de esas que cierran el primer semestre.

Dafne, alumna de este curso, una niña de alta vulnerabilidad social, sello que marca al 80% de alumnos y alumnas de este establecimiento, cuya familia hace grandes esfuerzos para brindarle lo mínimamente necesario para que ella pueda realizarse y ser feliz como estudiante y como persona, se ciñó por completo a las indicaciones que el docente (adulto) le dio al curso antes de aplicar esa prueba.

Es decir, como hacen todos los adultos antes de aplicar una prueba solemne en este establecimiento, se les ordenó a todos y cada uno de los alumnos de este curso que dejaran su celular en un mueble de la sala. Todos lo hicieron. Este mueble se ubica al lado del adulto a cargo del procedimiento, lejos del alcance de los alumnos.  El adulto a cargo es el profesor.  Así hizo la alumna Dafne. Dejó su celular en ese mueble.

Al terminar la prueba, los alumnos corrieron a rescatar sus celulares, a retirarlos de ese mueble. Y como Dafne es de esas alumnas calladas, digamos que bastante tímida, jamás acelerada ni alocada en sus reacciones comportamentales, no corrió al mueble por su celular, lo que sí hizo la mayoría del grupo del curso, el que se arrojó como estampida a ese mueble.

El drama es que cuando Dafne llegó al mueble no quedaba ni un   solo celular. Uno de esos niños o niñas había tomado el suyo. Dafne enmudeció. Se quedó inmovilizada, huérfana de auxilio. Miraba y miraba el mueble y estalló en llanto.

El inspector general, un educador, se hizo presente en la sala de clases en vistas de lo acontecido en el 7º A: intervino, pero, desde un punto de vista auténticamente educativo, en la práctica no hizo nada. Habló de persona a persona con Dafne y la culpó a ella. Le dijo que el reglamento del colegio prohíbe los celulares en el establecimiento. ¡Caso cerrado!

Pasó fácil una hora luego del término de esa prueba y de la desaparición del celular de Dafne en esa sala de clases, tiempo durante el cual los alumnos permanecieron allí.  Dafne lloraba. Ninguna autoridad adulta, durante todo este rato, hizo nada al respecto. El inspector, como conté aquí,  interpeló a Dafne y se retiró de la sala. Solo se escuchó el típico show de que “el celular debe aparecer”, mientras la mayoría del curso se manifestaba consternada, aunque no pocos se lo tomaron como un chiste.

Los minutos pasaban.  Dafne seguía llorando. Y nuca apareció. No obstante, los adultos a cargo despacharon a todo el curso exactamente a las 13 horas del día de hoy a sus casas. Como si nada.  Dafne seguía llorando, consolada por dos compañeras amigas.

Hoy, 05 de julio de 2019, un alumno o alumna de un colegio de Chile, vale decir, un niño o una niña en formación, y que tomó ese celular ajeno, recibió la más potente experiencia de aprendizaje significativo de su vida en una escuela de Chile:  robar es gratis.

Dafne seguía llorando cuando la vi partir del colegio.

Denuncio esta injusticia (a ver si así me saco de alguna manera este dolor) porque me traje a mi casa el llanto y el rostro de esta niña humilde, alumna mía, víctima de ese robo (sí, el robo impune) de su amado celular (si hay algo que aman y adoran hoy los niños es el celular… Hay que ser profesora o profesor para constatarlo); acto ejecutado nada menos que por uno o una de sus propios/as compañeros/as de curso (¡¡niños!!). ¡Esto, de seguro, obvio, duele mucho más en la víctima, pues es una forma de maltrato o bullying escolar!

Le cuento, señor/a director/a, el celular robado a esta tranquila y tímida muchacha fue un regalo con que sus padres humildes, que viven en una zona de campo, cerca de Valdivia de Paine (NdR piensachile: Es una zona rural, en la que un celular permite a una niña comunicarse con sus padres.) la habían premiado, con mucho esfuerzo, por su buena conducta y por sus esfuerzos académicos en la escuela, y créame, no les salió para nada barato ese regalo.

Doy fe, como profesora que la evalúa procesualmente, de que esta niña destaca en habilidades no solo intelectuales sino, sobre todo, en habilidades blandas, sociales, urbanidad, buenos modales, respeto en su trato con las personas, habilidades que escasean hoy por hoy. Paréntesis: ¿No son acaso estas habilidades las que requiere nuestro país para ser un mejor país desde el punto de vista de lo que entendemos como un auténtico desarrollo humano, señor director-señora directora?

Luego de este episodio, al llegar a casa, me pregunté qué estamos educando: ¿Solo conocimientos de esos que se miden memorística y mecánicamente en una prueba estandarizada escrita y que arroja un 2.0, un 4.0, un 5.5 o un 7.0 numérico como “control de calidad”,   tales como esas marcas que se les imprimen a fuego a las vacas y a los toros en los establos industriales y, también, en los colegios, a los alumnos y a los profesores mediante dispositivos estandarizados como el SIMCE y la PSU hoy? ¿Y valores humanos, no? ¿No requieren ser evaluados estos desempeños? ¿Decencia, honradez, honestidad, respeto, empatía, compasión, amistad, solidaridad, autocrítica, en fin, principios éticos de acción, de procedimientos y de conducta, no requieren acaso ser evaluados en la escuela hoy en Chile?

Movida por los sentimientos de tristeza e indignación que me embargan a esta hora  y a fin de hacer algo de justicia en favor de Dafne (y de todas las Dafne de Chile), niña tímida y humilde, pero de gran calidad humana,  y que seguramente llora a esta hora en su hogar por su amado celular desaparecido (cuyo costo no es para nada bajo), pongo aquí mi dedo en la llaga nombrando al establecimiento educativo en donde acaeció este antieducativo episodio (antieducativo porque los educadores adultos a  cargo no hicieron nada… Quizás están imposibilitados para hacer algo en casos como este… No sé… pero, creo yo, para los educadores verdaderos todo lo que pase en una sala es una ocasión para   educar… ¿O no?)…

Digo, decía, nombraré a este establecimiento ahora y para que NUNCA MÁS suceda en Chile algo así…  (Ya lo nombro…).

Antes de ello permítame agregar que lo que denuncio se trata de un episodio demasiado triste para una niña socialmente humilde del país; episodio demasiado triste también para el 99% de sus compañeros de curso, los que solidarizaron con el dolor y el llanto de su compañera hoy; niños honestos que de alguna manera fueron burlados por una sola persona que en ese curso hace trampas; persona-niño-niña- que, en tanto menor de edad, y por inimputable que sea, ejecutó el reprochable acto de llevarse sin remordimiento un celular ajeno a su casa, acto del todo reprobable. Seguro que para este/a infante “pillo” (o “pilla”),  “vivo/a”,   como dicen por ahí,  el celular de Dafne en su manos  constituyó un trofeo conquistado gracias a la “inteligencia” suya, pero que en la educación y en las  escuelas que forman integralmente a las personas (escuelas que no abundan en este país) no es más que indecencia, deshonradez, pillería, incluso maldad y crueldad pues el autor o la autora material de este robo (sí, fue un robo, y por más que los niños sean inimputables ética y jurídicamente, hay que decirlo: fue un robo) salió lo más campante, sin culpa, del colegio exactamente a las 13 horas de hoy con el celular de su humilde y  destrozada compañera de curso escondido entre sus pertenencias quizás riéndose. ¡Para llorar!

¡Dafne no fue ni es ni será nunca la culpable de la “desaparición mágica” de su celular en la sala de clases de un el 7º básico de una sala de clases en un procedimiento solemne de evaluación gestionado por adultos aquí ni en la quebrada del ají en Chile, imputación que le hizo injustamente el inspector general del aludido establecimiento a esta muchacha.

¡Dafne fue y será siempre la víctima! ¡Víctima de la trampa y la pillería que se imponen como lógica de acción en no pocas personas hoy en el Chile del portonazo! ¡Y lo trágicamente lamentable es que educadores no hagan nada al respecto!

¡Todas las Dafne, personas honestas, humildes, tímidas, que no pueden defenderse, en casos como este u otros similares (y que reflejan la indefensión de la gran mayoría de este país) son y serán siempre, en situaciones como las que acuso aquí,  las víctimas de la  “la ley del más fuerte”,  del “pillo”, de la trampa, del dolo, de una cultura que hace años impera en Chile al parecer; cultura que se traduce en malas mañas y que se educa desde el ejemplo de las elites dominantes (jerarcas del Ejército, de Carabineros, eclesiástica, empresarios, políticos y parte de la judicatura inclusive)  y que, como se las ve  como lo más normal desde lo que informan los medios de comunicación y lo que cantan los ídolos de la narcocultura (adorados por no pocos niños hoy), lamentablemente algunas personas imitan, aprenden, e inclusive inculcan, naturalizan y reproducen en las conductas de no pocos niños en algunos hogares del país; mañas que, como vemos en el caso del robo impune del celular de Dafne, se replican inclusive en la escuela.  ¡Lamentable! ¡Para llorar!

Muy triste, a riesgo de ser despedida, pero solidarizando a morir (como dijo un cantante) con mi admirable y querida alumna Dafne (ya quisiera multiplicarla por mil a esta alumna), se despide muy atentamente de usted (nombrando ahora al establecimiento en que ocurrió lo que denuncio),

Profesora NN
Colegio Alto del Maipo, Isla de Maipo, Chile

 

Más sobre el tema:

En el silabario con que aprendíamos a leer en Chile, hasta fines de los años 50, venía una poesía, que para muchos niños, fue la primera poesía aprendida, que transmitía valores que hoy no interesan a las autoridades, preocupadas, supuestamente, en «modernizar» la educación:

La Tentación
J.A. Márquez  (colombiano)


Que linda en la rama
la fruta se ve!
Si lanzo una piedra
tendrá que caer.

No es mío este huerto
no es mío lo sé:
más yo de esa fruta
quisiera comer.

Mi padre está lejos,
mamá no me ve,
no hay otros niños…
¿quién lo ha de saber?
más no, no me atrevo;
yo no sé por qué;
parece que siempre unos ojos me ven…

Papá no querría
besarme otra vez,
mamá lloraría
de pena también.

Mis buenos maestros
dirían tal vez:
qué niño tan malo,
no jueguen con él!.

No quiero, no quiero;
yo nunca he de hacer
sino lo que haría
si todos me ven.

Llegando a mi casa
caricias tendré,
abrazos y besos,
y frutas también.

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