El ciclo salitrero y la defensa obrera
por Iván Vera-Pinto Soto (Iquique, Chile)
8 años atrás 10 min lectura
Una vez concluido el conflicto bélico, como bien sabemos, las tierras de Tarapacá y Antofagasta quedaron en manos de Chile o mejor dicho bajo el dominio de los empresarios salitreros, en su mayoría ingleses.[1] Con ello, el conjunto de obras patrióticas mutó hacia nuevos antagonistas, esta vez encarnados en una clase política ajena de ética, y en las desigualdades originadas por la crisis social delatada desde el inicio de la industrialización del salitre (Donoso y Huidobro).
En esa línea del tiempo, ¿cómo era Iquique? Dejemos que Francisco Vidal Gormáz, El puerto de Iquique (1880), nos lo cuente: “La ciudad posee una iglesia católica, el club Iquique, varios hoteles i casas de aposentadurías, restaurant, un teatro i Iujosas tiendas de todo jénero. Hai también un matadero i un excelente mercado, un hospital i cementerios católico i para disidentes, etc.
En principios de 1879 la población de la ciudad era de 11.700 almas, dominando el elemento extranjero, mui especialmente el chileno; pero con motivo de la guerra de la alianza Perú-boliviana contra Chile, ha disminuido notablemente, no alcanzando a 5,000 habitantes en marzo de 1880.” (13)
En medio de ese escenario poco prospero que representa este capitán de fragata, se produce un primer punto de inflexión el que sobrevino con la industrialización del salitre. Efectivamente, el crecimiento de la industria salitrera, no sólo provocó un impacto económico para los dueños de estas industrias, también significó un cúmulo de cambios económicos y sociales tanto para empresarios, trabajadores, sus familias y para Chile, en general. Estos impactos se reflejaron en varias esferas.
En el campo financiero, permitió al Estado chileno contar con enormes recursos provenientes del impuesto cobrado a la exportación del salitre. En 1880, el Estado recaudaba menos de un millón de dólares por estos impuestos. En 1918 llegó a recibir cerca de cuarenta millones de dólares anuales. Las ganancias salitreras llegaron constituir más del cincuenta por ciento del presupuesto nacional, en la época del esplendor del salitre. Las exportaciones también crecieron. Tales hechos crearon un clima de optimismo tal que se terminaron los impuestos a la renta y el aplicado a los haberes y herencias. Si bien el Estado no participó directamente de la industria salitrera, pues ésta quedó en manos del empresariado extranjero; sin embargo, asumió la administración de los recursos generados a partir de los impuestos aduaneros. Los recursos provenientes del salitre fueron aprovechados para modernizar la infraestructura del país: Mejoramiento de las condiciones de vida urbana mediante la instalación del alcantarillado, el agua potable, tranvías, teléfonos y la pavimentación de calles. También permitió impulsar la educación, en especial la primaria. Todas estas obras contribuyeron a impulsar la modernización de las ciudades y a plasmar, en definitiva, el modelo de desarrollo capitalista.
Este proceso de crecimiento económico cimentado en la expansión de las exportaciones del salitre implicó la consolidación del Norte Grande como un polo de desarrollo excluyente, hacia donde convergieron el capital y la mano de obra de diferentes centros urbanos, en menoscabo de otras áreas productivas. Donoso, en El ocaso de la dependencia salitrera (1914-1926) (2014) afirma: “Esto creó un vínculo de dependencia, que aumentó el factor de riesgo ante contracciones del mercado, y frente a la competencia de proveedores más eficaces al momento de producir a menor costo, con rendimientos equivalentes. Esto también posibilitó la gestación de un nexo cuestionable del Estado con la industria, en donde el primero se constituía en un mero generador del ordenamiento jurídico esencial, destinado a institucionalizar y regular el nuevo sistema de relaciones económicas” (98)
Diversas investigaciones demuestran que el creciente aumento de la riqueza generada por la industria salitrera favoreció el fortalecimiento de la clase dominante que, desde la Independencia, había ostentado la dirección política y económica del país. A la rancia aristocracia terrateniente, heredera del sector criollo colonial, se sumó un nuevo grupo, la burguesía, compuesto por empresarios y comerciantes que durante estos años amasaron importantes fortunas. Además, introdujo un nuevo sistema de producción de carácter capitalista, lo que generó un nuevo sistema de relaciones sociales que produjo materialidades particulares.
Los beneficios de la expansión económica no tuvieron los mismos resultados para todos los grupos sociales. Los sectores populares, compuestos por obreros y campesinos, que constituían el cincuenta y siete por ciento de la población nacional en 1907, se mantuvieron al margen de los beneficios reportados por la economía del salitre.
- Las organizaciones de defensa obrera.
Al interior de las de las industrias salitreras operaron sistemas laborales injustos y sobreexplotación de la mano de la obra trabajadores. A saber: jornada laboral extensiva, los sueldos se cancelaban con fichas, las condiciones de trabajo eran paupérrimas, malos condiciones de seguridad laboral, no tenían derecho a educación, las fichas solamente eran canjeables en la pulpería de la misma empresa, no contaban con ningún resguardo jurídico legal, las relaciones entre obreros y patrones eran reguladas libremente por mutuo acuerdo, no contaban con contratos de trabajo lo que se prestaba para muchos abusos y los castigos eran el pan de cada día por parte de los capataces.
Estos graves problemas que afectaban a los obreros los impulsaron a crear organizaciones de defensa, ejemplo, las mutuales. El objetivo fundamental de ellas fue mejorar las condiciones de vida que enfrentaban los trabajadores y sus familias.
La primera mutual que surge en Iquique es la que agrupa a los trabajadores marítimos y es dirigida por Abdón Díaz, el año 1900. A ésta se pliegan posteriormente organizaciones de otros gremios y adquiere entonces una connotación regional. En 1909 el movimiento mutualista crea la primera central sindical de carácter nacional, la Federación Obrera de Chile (FOCH), la que años más tarde será conquistada por el Partido Socialista y Recabarren asumirá la presidencia, convirtiéndose de esta manera en una organización sindical clasista. Por otro lado, el movimiento sindical orientado por el anarquismo estableció otra central: Obreros Industriales del Mundo, filial chilena de la Central Internacional Industrial Workers of the World, de matriz anarco-sindicalista.
En la apertura del siglo XX nacieron entre los obreros salitreros y portuarios de la zona norte las mancomunales, verdaderos centros sociales y culturales que asumieron los objetivos de las sociedades mutualistas, pero, además se arrogaron la defensa de los trabajadores frente a los patrones en temas como mejoras salariales y las condiciones laborales generales. Ciertamente, uno de los factores más valiosos en ese momento fue el desarrollo societario.
Nicolás Castillo, en su tesis Nación y clase social en la identidad pampina- tarapaqueña 1907-1912 (2010), señala que frente al escenario de sobreexplotación que vivía el trabajador pampino, surge en estos actores la “necesidad de organización, unión y solidaridad entre las bases sociales para mejorar de alguna manera las condiciones de vida, dentro de un mundo social heterogéneo y recalcitrantemente multicultural y pluriétnico” (13-14).
En ese entorno social, tomaron relevancia organizaciones de diferentes naturalezas: las mutuales, la prensa obrera, cajas de ahorro, bibliotecas populares, cooperativas, escuelas de artesanos, clubes sociales y deportivos, mancomunales, sindicatos, partidos políticos “obreristas” como el partido demócrata, centros y sociedades de resistencia, filarmónicas y otras formas de asociación y organización popular que respondían a distintos fines, vertientes, grupos, sectores e ideologías.
Para fines del siglo XIX esta cultura obrera naciente en el norte salitrero (Tarapacá, Antofagasta y Taltal), caminaba a la par con la toma de conciencia clasista del movimiento obrero, quien luchaba por sus reivindicaciones y que se expresaba a través de su privativa prensa y literatura, especialmente, en folletos doctrinarios, obras teatrales y periódicos de lucha. González, en La pluma del barretero La cultura obrera ilustrada en Tarapacá antes de la masacre de 1907 (2008), glosa:
Del mismo modo, llegaron a sus costas dirigentes que fundaron organizaciones obreras, educadores que crearon escuelas para obreros, tipógrafos que organizaron periódicos, dramaturgos que fundaron teatros, intelectuales que dieron vida a Centros Culturales como el Ateneo. Entre ellos llegó Osvaldo López a fundar en 1899 el periódico El Pueblo, perteneciente al partido Demócrata. (68)
El discurso mutualista se divulgó rápidamente entre los asalariados, procurando la dignificación de los mismos a partir de su propio esfuerzo mancomunado, en otros términos pretendía enaltecer lo que podría llamarse el orgullo obrero. Julio Pinto, Desgarros y utopías en la pampa (2007), asevera: “Pero de lo que no cabe duda es que el hilo conductor tanto de su praxis como de su discurso pasaba por el reconocimiento de su condición obrera, y por la voluntad de forjar a partir de ella la capacidad de actuar como sujeto histórico, con o sin la ayuda de elementos ajenos a su clase.” (42) A criterio de este historiador, esta modulación en la autonomía de clase fue lo que permitió al obrerismo imaginar la posibilidad de transformarse en una sociedad de ayuda mutua de los trabajadores con carácter nacional. Lógicamente, la primera expresión orgánica del movimiento de los trabajadores fueron precisamente estas sociedades mutualistas. Los objetivos en sus inicios no se diferenciaron mayormente de las sociedades de socorros mutuos o de las mutuales, pero su originalidad estuvo en que, más adelante, asumieron características de centro de vida social y cultural. La mancomunal no estuvo al margen de los marcos del sistema capitalista, pero luchó en contra del sector patronal y postuló la transformación de las relaciones productivas.
Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia Contemporánea de Chile (1999-2002) argumentan:
El desarrollo polifacético de la sociedad civil del siglo XIX se corporizó en miles de organizaciones y redes. En las sociedades mutuales de obreros y mujeres trabajadoras, en la proliferación de organizaciones de caridad, en los clubes sociales y políticos, en sociedades literarias, en gremios patronales, etc. y en la formación de partidos políticos de base ‘societal’: el Radical y el Democrático. Las Mancomunales de Luis Emilio Recabarren –concebidas como poder sociocrático- epitomizaron ese desarrollo. De allí subió una marejada de movimientos sociales: unos de tipo proletario, otros de mujeres, de arrendatarios, de clases medias, de ingenieros, profesionales, militares e industriales. En la atmósfera así creada brotaron, casi por generación espontánea, ideas corporativistas, socialistas y comunistas, que no debieran atribuirse de modo exclusivo –como se ha hecho- a los supuestos “agitadores profesionales” venidos del exterior, sino, más bien, a la floración ideológica brotada de tal proliferación societal. (94)
En estas organizaciones sociales y laborales que fueron estableciéndose, los trabajadores adquirieron una conciencia de clase y, conjuntamente, internalizaron conocimientos sobre la sociedad, ya que sus dirigentes comprendían que la cultura era fundamental para la evolución humana y material de los trabajadores, especialmente si se quería lograr una emancipación integral, no sólo económica, sino política, espiritual e intelectual.
Podría decirse que las mutuales fueron auténticas “escuela cívicas” de democracia social, donde era posible la realización de las utopías y un principio idóneo de instaurar la política sobre las bases sociales, diametralmente opuesta a las leyes del mercado o al modelo de un Estado capitalista. Por lo demás, la escuela al interior de estas organizaciones era entendida como instrucción técnica y artesanal. Por lo menos esto último ocurrió hasta fines del siglo XIX, consecutivamente, en 1904, la escuela es ubicada dentro y fuera de la organización mutualista, pero se da mayor importancia al periódico como órgano de instrucción.
–El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Cientista Social, Pedagogo y escritor.
Notas:
[1] Cuando la guerra llegó a su punto final, el capital inglés quedó con el 60% de las zonas salitreras. John Thomas North fue uno de los industriales más favorecido, ya que durante el conflicto compró los certificados de propiedad de dicha área salitrera al gobierno peruano en un valor depreciado. Posteriormente, concluidas las hostilidades estos certificados adquirieron un precio considerable, convirtiéndose en el principal magnate de la época. Es por esa razón que se le denominó el “rey del salitre”.
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Hay un libro estupendo de Volodia Teitelboin, sobre la vida de Elías Lafertte, obrero del salitre que fue uno de los fundadores de las JJCC, llamado El Hijo del Salitre. Ahí se retrata la vida social y cultural de los obreros que formaban Mutuales y Filarmónicas, ahí intercambiaban ideas y se cultivaban como podían.