Alcaldes para ricos y alcaldes para pobres
por Juan Pablo Luna (Chile)
8 años atrás 10 min lectura
18.10.2016
La marcada desigualdad económica de Chile tiene un efecto político rara vez analizado. Permite a los partidos hacer ofertas distintas y en ocasiones contradictorias a votantes ricos y electores pobres. El cientista político uruguayo Juan Pablo Luna, profesor de la Universidad Católica e investigador principal del núcleo milenio para el Estudio de la Estatalidad y la Democracia en América Latina, inaugura una serie de columnas que buscan iluminar los problemas del sistema político chileno. Aquí aborda las dificultades de conocer la postura de un partido sobre algunos temas relevantes: parte de lo que dicen, varía dependiendo del sector social al que le hablan.
Ver también: Crisis de la política: “Al final, el problema de Chile sigue siendo esencialmente la desigualdad”
Chile tiene un problema endémico con los perros callejeros. A principios de los 2000, cuando investigaba el sistema político chileno, dos dirigentes de una importante colectividad que poseía varias alcaldías en la Región Metropolitana me relataron la solución que su partido implementó para este problema y que no implicaba ni esterilizar a los perros (muy costoso) ni sacrificarlos (habría generado alarma y críticas).
Lo que el partido hizo fue atrapar a los perros que habitaban en comunas centrales (las llamadas “emblemáticas” y con alta visibilidad pública a nivel nacional) y trasladarlos a municipalidades pobres donde ellos también controlaban la alcaldía. Aplicada gradualmente esta estrategia no atrajo demasiada atención pública en el corto plazo, pero contribuyó a mejorar la calidad de vida en los sectores acomodados y más visibles de la ciudad.
Mientras tanto, los alcaldes del partido que estuvieron dispuestos a recibir perros fueron compensados económicamente por el deterioro que se causaba a la calidad de vida en sus comunas. La compensación (en ocasiones pagada en especies donadas por la base social tradicional del partido; por ej. cajas de alimentos, anteojos, premios para bingos, etc.) podía utilizarse para financiar campañas electorales mediante la organización de “operativos sociales” por parte de comandos de campaña, y en ocasiones, para realizar transacciones abiertamente clientelares (por ej. el pago de cuentas de luz, agua, etc., a cambio de la promesa de adhesión electoral).
Los alcaldes de municipalidades pobres dispuestos a recibir perros también recibieron el reconocimiento de los líderes del partido, a cargo de implementar la estrategia. Mientras tanto, el alcalde de la municipalidad emblemática pudo aumentar su popularidad a nivel nacional, y proyectarse como candidato presidencial, en función de la contribución de su gestión a mejorar la calidad de vida durante su mandato (sin necesariamente hacer referencia directa a la menor cantidad de perros en el espacio público).
Esta viñeta, como los otros ejemplos y casos que se revisarán en esta serie de columnas sobre la crisis de la política chilena, no busca denunciar a un partido en particular ni incidir en la próxima elección. Lo que interesa aquí es iluminar los mecanismos de fondo del sistema político, mostrándoles a los ciudadanos las debilidades de la democracia chilena, las cuales exceden el problema de la corrupción y el financiamiento ilegal.
Un mismo partido puede proveer bienes públicos en un distrito, deteriorarlos en el otro distrito y ser electoralmente competitivo en ambos
En el ejemplo de los perros vagos está implícito un problema que se menciona poco en la discusión pública: cómo la marcada desigualdad social y territorial que hay en Chile se relaciona con los mecanismos de representación política. Dicha relación puede resumirse en siete puntos relacionados pero distintos.
Primero, los partidos políticos son capaces de implementar estrategias altamente segmentadas con el objetivo de movilizar electoralmente a distintas bases sociales, particularmente en contextos de alta desigualdad social. En el ejemplo, un mismo partido puede proveer bienes públicos en un distrito, deteriorarlos en el otro distrito y ser electoralmente competitivo en ambos.
Segundo, si la sociedad se encuentra fragmentada (con muy poca comunicación entre las distintas clases sociales), y los partidos logran simultáneamente segmentar y armonizar sus estrategias electorales, ni la prensa ni los votantes se darán cuenta de que los partidos llevan discursos distintos y a veces contradictorios a los diferentes públicos. Esto último es posible incluso si los distritos son colindantes y están separados, como en el ejemplo anterior, solo por unos pocos kilómetros.
Tercero, aunque la segmentación electoral (es decir, la implementación de estrategias diferenciadas para distintos sectores sociales) es promisoria para los partidos políticos, puede también generar dilemas y tensiones. En el ejemplo eso habría ocurrido si la estrategia del partido hubiese sido conocida a nivel público, y/o si los alcaldes de las municipalidades pobres no hubiesen estado de acuerdo con implementarla.
Cuarto, para minimizar dichas tensiones, los líderes del partido deben lograr armonizar las distintas estrategias segmentadas. Dicha armonización requiere que los líderes del partido posean recursos materiales y simbólicos para disciplinar y movilizar a los miembros y activistas del partido. Dicho en breve, requieren mucho dinero o en su defecto, de un liderazgo legítimo que logre movilizar a las bases.
Esto ayuda a entender mejor cómo se articula el financiamiento ilegal de la política con las estrategias de representación. Aunque los medios han simplificado el tema como un asunto de “venta de conciencia”, en la viñeta se muestra que los líderes del partido necesitaban contar con acceso a bienes materiales para distribuir entre los alcaldes de las municipalidades pobres, pues dichos recursos harían viable, más adelante, el éxito electoral de los alcaldes que competían en comunas populares. Al mismo tiempo, los líderes del partido jugaron un rol clave en potenciar la imagen pública del alcalde de la comuna emblemática al que querían potenciar como candidato presidencial para las siguientes elecciones, evitando vulnerar, además, las preferencias ideológicas de la base tradicional del partido. Era esa base tradicional la que aportaba los recursos materiales que financiaban las campañas.
Si la sociedad se encuentra fragmentada y los partidos logran segmentar y armonizar sus estrategias electorales, ni la prensa ni los votantes se darán cuenta de que los partidos llevan discursos distintos y a veces contradictorios a los diferentes públicos
Quinto, el orden institucional refuerza la segmentación socioeconómica y territorial de la población. Por ejemplo, el hecho de que haya distritos marcadamente de pobres y otros marcadamente de sectores altos facilita a los partidos que usen distintos discursos y estrategias. Resulta bastante evidente que “la solución” dada al problema de los perros vagos no hubiera sido factible en distritos socialmente heterogéneos.
Sexto, las estrategias segmentadas producen resultados distributivos tangibles. En nuestra viñeta, quienes viven en municipalidades de clase alta se benefician de la provisión de mejores bienes públicos (la reducción de quiltros en el espacio público). Mientras tanto, los habitantes de municipalidades pobres ven deteriorada su calidad de vida. Aunque invisible para este último grupo social, el crecimiento geométrico de las jaurías callejeras aumentó, en el corto plazo, su acceso a regalos (anteojos, tortas para bingo, etc.) entregados por sus candidatos durante el periodo electoral.
Finalmente, dado que estas estrategias segmentadas y su necesidad de recursos frescos son una constante en todo el sistema, resulta evidente que el establishment político se colocó en una “relación de dependencia” con sus financistas, los cuales se beneficiaron de un acceso privilegiadoal ámbito legislativo. Dicho acceso ha limitado la capacidad del Estado chileno de regular la actividad privada, generando oportunidades masivas para el “lucro” y la inversión (un ejemplo clásico son las conocidas irregularidades que aparecen en los contratos de basura de los municipios).
Así, si bien la inversión privada estimuló durante varias décadas un pujante crecimiento económico que permitió la reducción masiva de la pobreza, lo hizo manteniendo y profundizando desigualdades sociales y territoriales. Incluso en un contexto de despliegue de la agenda de “protección social”, la influencia del sector empresarial permitió la mantención de brechas significativas respecto a la provisión de bienes públicos tales como la salud, la educación, las pensiones, la infraestructura urbana, y la seguridad ciudadana.
La viñeta sugiere también dos extensiones relevantes. Por un lado, enciende una alerta sobre un objetivo político que parece tener un amplio respaldo: la descentralización política. En un contexto de desigualdad social y territorial esta descentralización puede contribuir a empeorar la situación, abriendo la puerta a dinámicas de movilización política fuertemente locales y personalistas, que arriesgan reproducir la desigualdad (social y territorial), más que mitigarla.
Por otro lado, muestra que es relativamente falaz esperar que en sociedades desiguales como la chilena, en que los partidos pueden segmentar sus estrategias de campaña, la democracia contribuya progresivamente –vía la manifestación electoral de las preferencias del votante promedio– a disminuir la desigualdad socioeconómica. En realidad lo que ha ocurrido, durante mucho tiempo, es que las estrategias segmentadas permitieron esconder el problema distributivo y reducir la conflictividad.
La aguda segmentación que exhibe Chile da cuenta de la desaparición casi completa de lo que alguna vez caracterizó a los partidos: una plataforma programática, una identidad partidaria, un mensaje claro hacia los votantes. Las personas se pueden preguntar hoy en qué cree un partido que, por ejemplo, le habla a la elite de la urgencia de flexibilizar el trabajo, pero que en los distritos populares, donde viven las personas cuyo trabajo será flexibilizado, compite en función de otras temáticas y estrategias de campaña, sin hablar de la flexibilización laboral.
El ejemplo de los perros vagos muestra que es relativamente falaz esperar que, en sociedades desiguales como la chilena, en que los partidos pueden segmentar sus estrategias de campaña, la democracia contribuya progresivamente a disminuir la desigualdad socioeconómica.
Lo cierto es que no se puede saber en qué cree el partido, porque su discurso varía según el escenario y porque los escenarios no se comunican. Cada uno vive en un universo paralelo y nadie está atento a lo que pasa en una comuna donde las personas tienen más o menos recursos que uno.
Con el correr de los años y la fuerte localización y personalización de las campañas, los partidos han perdido cohesión y coherencia programática. No es que escondan su programa, simplemente no tienen uno que sea estructurado y consensuado. Y esto no es solo un problema de cara a los ciudadanos sino también a nivel interno, pues abre la puerta a la indisciplina interna y al surgimiento de “díscolos” (en un contexto, como se verá en las siguientes columnas, en que cada uno es dueño de sus votos y no le debe nada al partido).
Así, los pocos electores que los partidos lograrán movilizar en la elección municipal, votarán por una suma de motivos válidos, pero que poco tienen que ver con el apoyo a una plataforma programática o a la adhesión a una identidad colectiva. Entre muchos otros, pesarán: la simpatía de cada candidato/a, y promesas bien concretas como viajes a la playa, sistema de bicicletas municipal, farmacia popular, nueva piscina, los avances o retrocesos en salud y educación comunal, las gestiones del alcalde o alcaldesa a favor del club de fútbol, el comité de vivienda, el centro de madres, el club de huasos, o el centro de adultos mayores, la cesión de algún terreno a la iglesia evangélica, el nuevo plan regulador comunal, la gestión de la basura, las nuevas áreas verdes, y las iniciativas para mejorar la seguridad pública. Tal vez “la ciclovía” o algún escándalo local, carguen también la suerte de uno que otro incumbente.
Algo crucial, sin embargo, desaparece en medio de esta oferta concreta y segmentada. La construcción de partidos programáticos, capaces de articular plataformas y liderazgos que logren forjar coaliciones sociales amplias (más allá de regiones, circunscripciones, distritos, y municipalidades particulares) es fundamental para superar los desafíos de la representación política en contextos de alta desigualdad.
La ausencia de ese tipo de partido es patente en el caso chileno. No obstante, las condiciones necesarias para la emergencia y construcción de partidos programáticos están largamente ausentes, tanto en la política tradicional, como (¿todavía?) en los nuevos movimientos. Esto es clave para entender los alcances de la crisis de representación que hoy vive Chile, y lo incierto de su “solución”. Mientras tanto, cada municipalidad funcionará como un universo paralelo. Los dirigentes de partido seguirán también, viviendo en un universo paralelo al de la mayoría de los potenciales votantes.
El autor, Juan Pablo Luna, es profesor de la Universidad Católica e investigador principal del núcleo milenio para el Estudio de la Estatalidad y la Democracia en América Latina.
*Fuente: CiperChile
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