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Los siete pecados capitales de la Nueva Mayoría

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Publicado el 26 Julio 2015

A estas alturas hasta el más indulgente oficialista reconoce que la Nueva Mayoría enfrenta horas complejas. Las cosas no marchan bien en La Moneda, se ha complicado el curso político de la agenda de reformas y la popularidad presidencial parece entrar en una fase terminal. Para colmo, se ha iniciado un proceso de involución programática, que recortará el alcance y profundidad de una agenda de cambios ya bastante menguada.

Los conflictos sociales no amainan y el descrédito de los parlamentarios se agudiza de forma sistemática, en buena parte por obra de su propio cretinismo y arrogancia. No es extraño que la opinión pública esté más desconfiada que nunca, ya que siente que ha sido defraudada por el incumplimiento de las grandes promesas de la campaña presidencial.

Más que quedarse en la denuncia, parece importante identificar las causas de esta catástrofe política, para evitar que su agravamiento nos arrastre a todos al abismo. Desde tiempos inmemoriales, distintas sociedades han elaborado listas de vicios, pecados, errores, sombras o faltas recurrentes para examinar la conducta, identificar los fallos y así enmendar el rumbo en el futuro. Por ejemplo, Aristóteles opone una serie de virtudes y vicios en su Ética a Nicómaco, y los aymaras sintetizan su moral en tres ideas fuerza: ama sulla, ama qulla, ama yuya (no robar, no mentir, no flojear). En la tradición cristiana se hizo célebre un famoso listado de los siete pecados capitales, que Dante usó para ilustrar el infierno en La Divina Comedia: soberbia, avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia e ira. Asumiendo ese listado vamos a revisar la ruta de la Nueva Mayoría, tratando de identificar lo que ha ido mal en catorce meses de gobierno, que partieron en medio de gran esperanza popular que hoy aparece sumida en un infernal laberinto.

Soberbia: sin duda, el principal pecado de la Nueva Mayoría. No se trata de catalogar como arrogancia haber planteado un programa necesario, mínimo, y que al menos en apariencia buscaba cambios urgentes: nueva Constitución, reformas educacional, laboral y tributaria. El problema es haber pensado que este proyecto complejo se podía hacer sin apoyarse, o incluso yendo en contra de los movimientos sociales. Así terminamos con una reforma universitaria enfrentada a los universitarios, una carrera docente rechazada por los profesores, una reforma laboral a la que se oponen los sindicatos, y una reforma tributaria que recauda menos de lo esperado, y que no tocó a las grandes fortunas que utilizan el FUT como mecanismo para evadir sus obligaciones. Pero la verdadera soberbia se nota a la hora de escuchar al gobierno hablar de la ciudadanía movilizada. Si la derecha patentó la noción de los “inútiles subversivos”, ahora el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy, nos ha comunicado que el 30% de quienes acuden a una manifestación son delincuentes. Si la mayoría de las marchas de la Confech reúnen a cien mil personas, tenemos, según sus cálculos, a treinta mil delincuentes marchando cada jueves por la Alameda. La voz de la sociedad civil es reducida una y otra vez a una “masa amorfa”, para usar la famosa frase del DC Genaro Arriagada. Por eso no sorprende que el “proceso constituyente” se haya ido reduciendo poco a poco, hasta quedar limitado, en palabras de la presidenta Bachelet, a “conversaciones con las juntas de vecinos y clubes del adulto mayor”(1). Una conversación “incidente”, para que quede en acta. Tal como ocurre hoy con el cumplimiento formal de la ley 20.500, que constituyó los “consejos de participación ciudadana”, que sirven para escuchar las preciosas cuentas públicas de los Ministerios y servicios públicos, que narran a un grupo de organizaciones las maravillas de su gestión y luego las envían a descansar hasta el año que viene. La pequeña División de Organizaciones Sociales pelea por hacer un poco más, pero aparece minimizada, sin visibilidad ni presupuesto, abandonada a la tarea de repartir afiches y las miserias del escuálido Fondo de Desarrollo de la Sociedad Civil.

Avaricia: ¿Cómo entender que la Nueva Mayoría haya terminado comiendo de la mano de Julio Ponce Lerou, el yerno de Pinochet? ¿O los truculentos negocios especulativos de la nuera de la presidenta, con un grupo de militantes de la UDI y ex colaboradores de la Dina? ¿O las “donaciones” de Corpesca? ¿O cómo interpretar que tantos parlamentarios de la Nueva Mayoría hayan rechazado rebajar su dieta, teniendo en cuenta que los diputados chilenos son los mejor pagados en los países de la OCDE, y sus sueldos superan en 12 veces el PIB per cápita y 40 veces el ingreso mínimo? Esto se llama avaricia, ese deseo excesivo por la búsqueda de riquezas y estatus que atrapa la voluntad humana y apaga su capacidad de compasión, empatía y prudencia. Las pistas que van entregando por etapas Giorgio Martelli y Michel Jorratt apuntan a una verdadera montaña de boletas y facturas que no se podrán justificar bajo la lógica perversa de financiar la competencia electoral. Los montos y las formas de recaudación apuntan a algo que va mucho más allá. El dinero no se gastó solamente en “palomas”, avisos radiales o afiches. En parte se fue a bolsillos particulares, y si el gasto electoral ya es un asunto irracional, que además sea ocasión de lucro privado parece absolutamente inadmisible. Seguramente el proceso judicial del ex ministro Rodrigo Peñailillo va a mostrar algunas de las facetas menos conocidas de las elecciones, y de la insaciable avaricia del ser humano.

Gula: en la vida cotidiana la glotonería es la sutil diferencia entre disfrutar la buena mesa y la voracidad sin sentido, de quién come sin medida y sin reparar en las consecuencias de su avidez. Así, la gula política es la incapacidad de controlar el hambre de poder. La distinción entre avaricia y gula es sutil. En este caso no siempre hay dinero de por medio. Lo que impera es la vanidad, el ego, el deseo de figuración, y sobre todo el apetito desmedido de poderío. Es lo que se da en estos días en Iquique, con la disputa despiadada e impúdica por el cupo senatorial entre Fulvio Rossi y Hugo Gutiérrez. Pero, a menor escala, la gula política atraviesa a la Nueva Mayoría de forma creciente, afectada por formas de “cainismo” similares. Como la soterrada guerra de posiciones del grupo Balmaceda Arte Joven, que terminó desbancando a la ex ministra de Cultura, Claudia Barattini.

Lujuria: este pecado tiene que ver con la infidelidad en el amor. Se supone que la Nueva Mayoría contrajo en la etapa electoral un pacto de convivencia con algunos actores sociales. Por ejemplo, con la CUT, con el movimiento estudiantil en un amplio sentido, y con la gran “mayoría” en oposición a los “poderosos de siempre”. Pero a un año y medio de distancia este enlace se ha hecho incestuoso porque el gobierno en reiteradas ocasiones ha sido adúltero a sus amores oficiales. La CUT a estas alturas aparece como esa chica cornuda que no se entera, o no se quiere enterar, que su novio le pone los cuernos con la CPC a cada rato, y cada vez más ostentosamente. La reforma laboral, que se suponía debía emparejar la cancha entre trabajadores y empresarios, se está convirtiendo en una pista de esquí, con los dueños de Chile en la cumbre y los trabajadores en el valle mirando la competencia. Lo único que está claro es que tanta lascivia política se termina pagando caro, especialmente cuando la pareja traicionada recupera un poco de dignidad y decide cortar con los abusadores y los fornicarios.

Pereza: es la negligencia y el descuido en cumplir con el deber. Esta desgana en hacer lo que se debe se ha hecho patética. Por ejemplo, la desidia para cumplir con el proyecto que despenaliza el aborto en tres causales. O las declaraciones de Osvaldo Andrade acerca de que “no hay suficientes condiciones políticas para reformar de manera estructural las AFPs”. Se supone que si no hay condiciones, hay que crearlas, para eso se les paga abundantemente, se les ha dado un mandato, se les ha confiado una misión institucional. Pero la pereza muchas veces es interesada. Se mezcla con la avaricia, la gula y la soberbia y se transforma en desgana calculada. Tal vez la mayor pereza de la Nueva Mayoría se ha notado en el tema constitucional. Haber prometido una nueva Constitución y haber postergado esta tarea hasta septiembre de 2015 es de una pereza imperdonable. Especialmente si se entiende que el mayor recurso de un gobierno es el factor tiempo. En un mandato de cuatro años, perder la mitad para alcanzar una meta tan compleja es de una desgana y apatía sospechosas. La pereza es lo contrario al ocio creativo, que sirve para salir de la cotidianeidad y pensar mundos nuevos. Es un tiempo muerto, desperdiciado, del que no nace nada más que la negación, el miedo, la represión de la imaginación y la creatividad. Es algo así como un discurso de Ignacio Walker, celebrando en cámara lenta cada retraso y cada postergación del programa presidencial.

Envidia: la RAE la define como “tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee”. Y el sicoanálisis ha explorado este sentimiento, ligándolo a los celos, los afanes posesivos, y con las pulsiones agresivas y masoquistas. En el fondo el sicoanálisis nos explica la envidia en relación a la dificultad para realizar una autocrítica, para ceder en las propias posiciones, para reconocer un error evidente, porque ello implica ceder ante un adversario al que se teme y se admira a la vez. ¿Por qué se ha tardado tanto en retrotraer la discusión sobre la carrera docente, reconociendo que está mal formulada y no tiene la menor legitimidad entre sus directos destinatarios? Creo se trata de esta envidia freudiana, ligada a complejos de inferioridad que impiden dar vuelta la página y reconocer que hay que empezar de nuevo la discusión. Lo mismo ocurre en muchísimas leyes, mal formuladas y peor comunicadas, que aunque todos los actores especializados rechazan, permanecen en el Congreso por la tozudez de una envidiosa autoridad que no está dispuesta a otorgar un triunfo a quienes considera como un adversario. Sólo para recordar un par de botones de muestra: la nueva Ley de Glaciares, y la ley que crea el Servicio Nacional de Biodiversidad y Areas Protegidas.

Ira: Para algunas escuelas sicológicas se la debe vincular a una sobrerreacción ante lo que se percibe como amenaza. Si bien es cierto que existen efectos dañinos cuando se la reprime totalmente, la ira descontrolada es peligrosa, sobre todo si el iracundo es alguien que tiene poder y autoridad, y puede canalizar esta pasión de forma despótica. Para Freud este sentimiento se relaciona con una necesidad afectiva no satisfecha o frustrada, como un amor no correspondido, que se transforma en venganza. Algo de ello es lo que empieza a trasuntar la Nueva Mayoría, en la medida en que el desamor social gatilla prácticas sicosomáticas autodestructivas, y estallidos de furia gubernamental. El senador Alejandro Navarro ya recibió una muestra de esa ira al ser censurado por sus pares luego de publicar una lista con los legisladores que recibieron aportes reservados, exigiendo que se transparentara quién de ellos recibió financiamiento de empresas pesqueras. O la rabia desbocada del canciller Heraldo Muñoz o del diputado Jorge Tarud cada vez que Bolivia hace alguna referencia a su demanda marítima.

Pero si bien hay que cuidarse de las iras de los gobiernos, más fuertes aún son las iras populares. Un sentimiento que no parece estar lejano, tal como van las cosas. Mejor sería que la Nueva Mayoría asumiera cuanto antes la necesidad de pasar por el sicoanalista para revisar las raíces de sus impotencias y la naturaleza profunda de sus afecciones. Nunca es tarde para reconocer y enmendar los pecados capitales.

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 833, 24 de julio, 2015

*Fuente: El Clarin

Notas;

(1) Radio Universo. 14/07/15 “Michelle Bachelet en La Hora del Taco”.

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