La UDI; moralismo acérrimo y corrupción política
por Consejo Editorial de Revista Reflexión y Liberación (Chile)
10 años atrás 6 min lectura
13 de enero de 2015
Al cumplirse una década del golpe cívico militar, el 24 de septiembre de 1983, el ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán, creaba la Unión Demócrata Independiente. Lo hacía acompañado de cuatro jóvenes: Javier Leturia, Guillermo Elton, Pablo Longueira y Luis Cordero, quienes habían conseguido consolidar el movimiento gremialista en el seno de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
La creación de la UDI era un eslabón estratégico para acompañar la vigencia de la Constitución Política de Pinochet concebida por Guzmán, aprobada en 1980 sin ninguna garantía democrática. Imbuidos de un espíritu mesiánico, sus fundadores eran los herederos del sistema político y económico impuesto por la dictadura, por lo que asumieron el objetivo de perpetuar y cautelar sus “frutos”.
El modelo económico era un bastión ideológico que había que defender. Se trataba de la versión más radical del liberalismo económico impuesto por los chicago boy´s. Un experimento social que incluía la más brutal expoliación del Estado de Chile de la que exista memoria. Para ello privatizaron las empresas públicas, mediante el llamado “capitalismo popular”. Era como el reparto de un botín de guerra que incluía una larga lista de empresas, entre ellas: sanitarias, eléctricas, telefónica, puertos, azucareras, aseguradora y muchas otras. Siguió después la privatización de la salud, la educación, la previsión social, las minas, el agua y todo. Personas naturales compraron las empresas del Estado con créditos CORFO, los que se pagaron con los dividendos que generaban las propias empresas (que supuestamente eran ineficientes) y con generosos beneficios tributarios. Baste señalar que jamás usaron ni un solo peso propio para comprar las empresas del Estado. Producto de ello, surgió una clase privilegiada convertida en los nuevos “dueños” de Chile, quienes para proteger sus negocios pasaron a militar masivamente en la UDI.
En su génesis fundacional, además del modelo político y económico, la UDI se arraigó en un catolicismo preconciliar tutelado por el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y la parroquia El Bosque de Fernando Karadima. Eran los días en que Pinochet conseguía crear un espacio propio dentro de la Iglesia, conformando a un reducido grupo jerárquico incondicional, liderado por el nuncio Angelo Sodano, obispos castrenses y algunos sacerdotes que sacralizaron los horrores de la dictadura. Así, la UDI se transformó en un partido confesional, donde muchos de sus miembros participan de misa diaria. Producto de esta relación, en ciertos círculos eclesiales, se transformaron en referentes morales y consejeros obligados.
Política, dinero y religión se constituyen en la amalgama fundacional de la UDI.
Con el sistema electoral binominal a su favor, la UDI consiguió una sobre representación política, que la llevó a controlar el Estado desde el Congreso y desde los municipios. Instalaron la farándula electoral, el pragmatismo ideológico y el moralismo social. Con un sistema electoral infausto lograron desprestigiar la política e instalar el desinterés ciudadano por los destinos de Chile.
La irrupción de Penta como un gran holding financiero comienza con el capitalismo popular de Pinochet. Sus principales inversiones se centraron en el sector de la salud y el sistema bancario. La crisis de la banca chilena en 1982 obligó al Estado de Chile a intervenirla, con lo que el sistema financiero quedó bajo control estatal. En 1985 se implementó un sistema de privatización de la banca, creando para ello el mecanismo de la deuda subordinada. Fue ahí cuando los controladores de Penta se hicieron de un porcentaje relevante de la propiedad del Banco de Chile. En el año 2000, Carlos Eugenio Lavín y Carlos Alberto Délano, junto con otros grupos económicos resolvieron vender el 35% de la propiedad del Banco de Chile al grupo Luksic, en un valor de 400 millones de dólares. Fue el momento en que el grupo Penta consolidó su fortuna. Años después volvieron al negocio bancario, creando el Banco Penta.
En la actualidad el grupo Penta es el principal controlador del negocio de la salud en Chile, donde están las isapres Banmédica, Vida Tres, las clínicas Santa María, Dávila, Vespucio y otras, además de Vidaintegra, Help y negocios en Colombia y Perú. Además participa en los negocios de seguros, previsión, inmobiliario y banca. Controla activos por 30.000 millones de dólares, y se estima que posee un patrimonio superior a los 2.000 millones de dólares. Penta es uno de los principales grupos económicos del país.
Poseedor de un imperio económico, el grupo Penta se convirtió en el más grande operador político de la derecha, arista que si bien era conocida, se ignoraba la magnitud de sus operaciones, sus beneficiarios, el modus operandi y su influencia en la agenda legislativa, que incluye los graves delitos económicos y tributarios que investiga la justicia chilena.
Penta se transforma de holding financiero en una maquinaria económica para ejercer poder político, con el objeto de cuidar y proteger sus intereses, operando con la UDI como un brazo político. Surge así el incestuoso vínculo entre el dinero y la política, que en la relación entre Penta y la UDI llegó a convertir a Chile en la cuna de aquel “capitalismo salvaje” denunciado por el papa Juan Pablo II. Consecuente con ello, la UDI, en su actuar político y social ha testimoniado:
- Una tenaz oposición a todo proyecto de reforma que pretenda hacer justicia social y mejorar la democracia. Prueba de ello es su visceral oposición a las reformas a la educación, a la reforma tributaria, a la constitución y al sistema electoral binominal.
- Una falta de responsabilidad política por su protagonismo, ya sea como artífices, colaboradores y beneficiarios, en la cruenta dictadura de Pinochet.
- La imposición de un moralismo rígido e intolerante en lo sexual; mientras en la ética de negocios practican un liberalismo desenfrenado.
- Un paulatino y sostenido proceso de corrupción eclesial, amparado en el dinero con el que han convertido a la Iglesia en acreedora de favores.
- Un flagrante desprecio por los derechos humanos fundamentales, porque anteponiendo el lucro en sus negocios han mercantilizado la salud de sus compatriotas, la educación del pueblo, el derecho a la vivienda digna, el derecho a una previsión social justa, contradiciendo en la práctica todo el magisterio social de la Iglesia.
- Una codicia sin limites, que los ha llevado a apropiarse de gran parte del territorio nacional. Consecuente con ello han arrebatado tierras ancestrales a los pueblos originarios, han comprado a vil precio las modestas propiedades de viudas, huérfanos, ancianos y de gente sencilla para obtener la anhelada plusvalía.
- La construcción de una sociedad fracturada y amurallada, con múltiples segregaciones sociales y políticas, que ha llevado a desconfiar a unos de otros, especialmente de los pobres.
- Una defensa irrestricta de la vida, pero niegan el derecho a vivir con dignidad a sus hermanos y hermanas, especialmente a los trabajadores y a los pobres.
Los hechos que han escandalizado al país obligan a tomar conciencia ciudadana de la inmoralidad que encierra la relación entre el dinero y la política, por lo que es necesario que los tribunales investiguen con plena libertad y se haga justicia. Asimismo, y asumiendo que es urgente dignificar la noble función social de la política, es urgente legislar para recuperar la decencia en el servicio público. Para ello es fundamental eliminar el germen corruptor de la política chilena, cual es Sistema Electoral Binominal y establecer una Nueva Constitución Política. Junto con ello, se debe perfeccionar la Ley de Financiamiento de los Partidos Políticos y de las Campañas Electorales.
“¡El dinero debe servir y no gobernar!”: (Papa Francisco, Audiencia en el Palacio Apostólico del Vaticano, 16 de Mayo de 2013).
Consejo Editorial de Revista Reflexión y Liberación – Chile.
*Fuente: Reflexión y Liberación
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El caso Penta que nos escandaliza a todos, donde nadie puede permanecer indiferente por la gravedad de lo sucedido, nos obliga como trabajadores a tomar plena conciencia de lo que pasa en nuestro país, de la inmoralidad que encierra la relación entre el dinero, la política y la religión, tres ámbitos que constituyen los principales pilares sobre los que se funda y sostiene el partido ideológicamente más representativo de este sistema político, a saber: la UDI.
El gremialismo es el hijo predilecto de la dictadura. De hecho, nace para salvaguardar la «obra» de Pinochet que fue el ejecutor de las políticas neoliberales que con su libertinaje del mercado saquearon Chile, lo convirtieron en un país profundamente desigual, violento, segregacionista, racista, explotador a más no poder, antidemocrático, increíblemente autoritario, soberbio y también prepotente. Todo eso es la UDI y la clase política que nos gobierna desde hace más de cuatro décadas.