La tragedia de México: La desaparición de 43 estudiantes de Iguala
por Hugo Farias Moya (Chile)
10 años atrás 4 min lectura
Ya se cumplió más de un mes desde la desaparición y muerte de los estudiantes de la Escuela rural de Iguala en México. Son 43 hijos de campesinos que se aprontaban a realizar una protesta contra la corrupción en el municipio de Iguala, estado de Guerrero. Son 43 hijos de México que hoy no aparecen. De a poco se ha sabido la escalofriante verdad de la muerte de ellos, hechos desaparecer y enterrados en una fosa común clandestina. Todos ellos fueron heridos a balas, torturados hasta morir y otros agonizantes fueron quemados vivos por la policía municipal conjuntamente con los sicarios del narcotráfico. Dos días duró la carnicería, que ahora remece a México y en menor medida al mundo.
Son días terribles para los familiares de los estudiantes y también para la escuela rural de Ayotzinapa. Los maestros no enseñan, en los patios no se juega, se llora o también se comparte la pena con los otros estudiantes. El tiempo se ha detenido en el pueblo. Se vive como zombies, la tragedia se respira constantemente. A algunos de los sobrevivientes que lograron escapar a la masacre cuentan que los estudiantes fueron baleados, lanceados y casi moribundos llevados en camiones y vehículos municipales al sitio de la matanza. Cuentan los que escaparon que durante días deambularon para no ser alcanzados por la policía. Esa policía que debía defenderlos se convirtió en su peor enemigo.
De los 43 desaparecidos, otros 6 habían sido asesinados el día anterior. Incluso hay un menor de 15 años entre ellos y varios heridos. Los heridos y testigos son protegidos ahora por una guardia comunitaria para impedir que los secuestren y evitar la justicia. En la entrada de la Escuela hay un letrero colocado en honor a los estudiantes desaparecidos: “Todos somos uno”. Esto es en respuesta a la solidaridad de otros estudiantes que han llegado en masa desde otros estados mexicanos. En el patio de la escuela y en la Plaza de Iguala se leen a cada instante mensajes de apoyo y solidaridad de otros estudiantes de México y del mundo. No solamente mensajes de estudiantes sino que de organizaciones de Derechos humanos. De hecho la Comisión Interamericana de DDHH solicitó a México, aparte de buscar la verdad a las desapariciones, protección integral a los familiares y víctimas de la represión.
Como dato no menor, consulté vía correo si de los mensajes llegados en solidaridad a la escuela venía alguno de Chile, me contestan con una gran pena que de Chile no ha llegado nada, mas aun que ellos siempre solidarizaron con la causa de Chile cuando reinaba la dictadura de Pinochet. Consulté además, si algún político de Chile, llámese de la Derecha y La Concertación y que tanto alardean por los derechos humanos de Cuba o Venezuela, y me vuelven a contestar con pena, que nada ha llegado. Es decir, la tragedia es triple, se lucha por encontrar los cuerpos de los estudiantes, se lucha contra el tiempo y se lucha con la indiferencia de la comunidad internacional.
En el pueblo de Iguala, donde los familiares esperan y desesperan llega todo tipo de donaciones, mientras esperan noticias de sus hijos. Les hace bien la solidaridad de su clase, porque los padres están dedicados exclusivamente a la búsqueda de sus hijos, han dejado sus trabajos por la tarea urgente. Nada los detiene, por ahora, de esta triste labor. Sus otros hijos los cuidan sus vecinos o miembros de la comunidad.
La autoridades federales mexicanas han entregado una serie de datos falsos y contradicciones que van en el claro objetivo de no asumir su responsabilidad y de ocultar a los verdaderos asesinos. La fiscalía tardó nueve días en asumir la investigación del crimen ocurrido la noche del 26 de septiembre. El Alcalde de Iguala, que ahora es el principal sospechoso de ordenar el ataque, tuvo tiempo de escapar con su mujer dos días después de las desapariciones.
La tragedia de México como Estado narco se repite en el tiempo. En la búsqueda de los restos de los estudiantes se han encontrado varias fosas comunes clandestinas, que contienen cadáveres con restos torturados, mutilados o quemados. Esto da cuenta del terror que se vive. Los desplazamientos humanos se repiten y ya el temor lacerante hace que ya los habitantes de los pueblos indígenas del interior ya no reclamen sus muertos.
Como repite una madre: “La indiferencia del mundo es nuestra mayor tragedia”
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