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Israel, la deshumanizacion y los judíos

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La masacre de Gaza y los inmorales intentos por justificarla nos revelan el grado de deshumanización que afecta al liderazgo y a gran parte del pueblo de Israel. Es particularmente inquietante constatar cómo está perdiendo el sentido de humanidad un pueblo que ha sido quizá el más afectado en la historia por la persecución de los poderosos. Particularmente la unión del Estado y las iglesias cristianas que se estableció en occidente desde Constantino hasta el siglo XIX tuvo entre sus víctimas predilectas al pueblo judío, esparcido en los diversos países europeos.

La discriminación social; las vejaciones públicas; las confiscaciones de bienes; los guetos; las deportaciones; los pogromos (matanzas y robos de gentes indefensas por multitudes enfurecidas); y las prisiones, torturas y muertes inquisitoriales fueron los elementos más resaltantes de una despiadada persecución que por siglos afectó al pueblo hebreo, efectuada por la “civilización cristiana-occidental”. Y por otro, la invención de la horrenda calumnia medieval de que los judíos mataban niños cristianos para utilizar su sangre en sus rituales (el “libelo sangriento”), fue el condicionante más nefasto de un odio criminal hacia ellos. El holocausto nazi representó la culminación de este odio secular inspirado en una ideología neo-pagana, pero que aprovechó un estado de espíritu ya consolidado por un largo proceso de antisemitismo cristiano.

Más allá del furioso ataque de Lutero (que en un tratado violentamente antisemita, incitaba a la represión y eliminación de los judíos, mediante la destrucción de sus libros y el incendio de sus casas y sinagogas, con el fin de que “podamos vernos libres de los judíos, esa insufrible y diabólica carga”), no hay duda que quien desarrolló de manera más sistemática y cruel su persecución fue la Iglesia Católica, tanto en tiempos medievales como modernos; y particularmente a través de la Inquisición española.

Todavía, a mediados del siglo XIX la Inquisición romana le quitaba a sus padres judíos, hijos pequeños que se suponía que habían sido bautizados por criadas católicas cuando estaban muy enfermos. Incluso, el caso del niño de 7 años, Edgardo Mortara, ¡retenido por Pío IX en el mismo Vaticano!, provocó escándalo internacional. Ni siquiera las presiones de Napoleón III (recordemos que Francia representaba el último sostén del decadente Estado Pontificio, que se oponía a la unidad italiana) lograron que el Papa devolviera el niño a sus padres (Ver John Cornwell.- El Papa de Hitler; Edit. Planeta, Barcelona, 2005; pp. 25 y 42).

Por otro lado, la Iglesia Católica recrudeció su antisemitismo luego del fin de aquel Estado. Así, los católicos se convirtieron en componente fundamental del movimiento antisemita europeo que floreció luego de la emancipación de los judíos hasta la segunda guerra mundial. Incluso L’Osservatore Romano y, especialmente, el bisemanario jesuita Civilta Cattolica (estrechamente vinculado al Papado) publicaron frecuentemente artículos de gran hostilidad hacia los judíos. Así, uno de sus jesuitas fundadores, el Padre Giuseppe Oreglia, escribía a comienzos de 1881 que un número creciente de judíos estaban abandonando su religión, pero que “todos ellos, inspirados no por Dios sino por el demonio, habían hecho eso para promover sus intereses materiales (…) Incluso si presumimos que ya no son judíos de religión, ellos no llegan a ser miembros de la raza italiana o francesa, o de ningún otro país. Debido a que han nacido judíos, ellos permanecerán judíos (…) incluso más comprometidos al odio de la sociedad cristiana (…) que absorbieron con la leche materna” (David Kertzer.- The popes against the jews; Vintage Books, New York, 2002; pp. 137-8). Y en 1890 el Padre Raffaele Ballerini afirmaba que “toda la raza judía (…) está conspirando para lograr este reino sobre todos los pueblos del mundo” (Ibid.; p. 143).

A su vez, en 1893, el Padre Saverio Rondona escribía que el judío “no trabaja, sino que trafica con la propiedad y el trabajo de otros; no produce, sino que vive y engorda con los productos de las artes e industrias de las naciones que le dan refugio. Es el pulpo gigante que con sus inmensos tentáculos lo envuelve todo. Tiene su estómago en los bancos (…) y sus órganos de succión en todas partes: en contratos y monopolios (…) en las compañías de telégrafos y de servicios postales; en los barcos y en los ferrocarriles, en los tesoros de la ciudad y en las finanzas del Estado. Representa el reino del capital (…) la aristocracia del oro (…) Domina sin oposición” (Ibid.; p.145).

El mismo L’Osservatore Romano señalaba en 1892 -a propósito de pogromos efectuados en Rusia contra judíos- que “no estaríamos muy lejos de la verdad si decimos que los más bien torpes golpes que el Imperio Moscovita ha dirigido a los hijos de Judá le han hecho el juego al judaísmo, dado que han generado compasión a los judíos, contra quienes los cristianos y el mundo civil han empezado, por buenas razones, a rebelarse” (Ibid., p.147).

El movimiento católico antisemita se expresó con toda su crudeza con ocasión del caso Dreyfuss -oficial de Ejército, de origen judío, condenado injustamente por espionaje y traición a la patria- en Francia. Así, “en 1895 la Asamblea General de los Católicos del Norte llamó a un boicot de todos los negocios judíos; en 1898 el Congreso Nacional Católico aprobó una propuesta similar. Antes, ese año, organizaciones católicas locales de todo tipo ayudaron a conducir disturbios antisemitas que se difundieron por toda Francia, con los gritos ‘Muera Dreyfuss, Mueran los judíos’. En efecto, en los primeros dos meses del año, 69 disturbios antisemitas estallaron en Francia. Las multitudes destruyeron tiendas judías, atacaron sinagogas y asaltaron a los infortunados judíos con que se encontraron” (Ibid., pp. 183-4).

En consonancia con lo anterior, L’Osservatore Romano expresaba, en diciembre de 1897, que “la raza judía, el pueblo deicida, errando por el mundo trae consigo siempre el pestífero aliento de la traición”; “y así también en el caso Dreyfuss es difícilmente sorprendente si de nuevo encontramos al judío en primera línea, o si encontramos que la traición del propio país ha sido obra de una conspiración judía y de una ejecución judía”.

Además, el diario oficial del Vaticano agregaba que el antisemitismo está creciendo rápidamente “entre las masas que están siendo excesivamente oprimidas por el espíritu judaico, un espíritu que es el contrario al espíritu cristiano” (Ibid., p.184).

Por otro lado, ante el renacimiento en publicaciones católicas –incluyendo L’Osservatore Romano- de las infamantes acusaciones medievales de asesinatos rituales de judíos a niños católicos; organizaciones judías británicas, con el apoyo de autoridades y católicos connotados, le pidieron en 1900 al Papa León XIII que las desaprobara. El Vaticano se negó a hacerlo; y en 1914 ante otra petición similar, la revista Civilta Cattolica publicó varios artículos antisemitas del Padre Paolo Silva, uno de los cuales sostenía que “el judío bebe sangre todo el tiempo” y que “la cuestión importante que el judío debe tener en cuenta, es que no solo debe matar al niño cristiano, sino también asegurarse de que el niño muera de la forma más dolorosa posible”… (Ibid.; p. 236).

Este contexto, nos permite entender perfectamente por qué ni la Iglesia alemana ni el Vaticano manifestaran siquiera una mínima preocupación por la creciente persecución que sufrieron los judíos en Alemania desde la ascensión de Hitler al poder en 1933 hasta el comienzo de la guerra mundial. Ni por qué tampoco el Vaticano o la Iglesia alemana hayan expresado alguna condena del nazismo por su genocidio contra los judíos durante la guerra. Esto, además, contrasta con la condena expresada por el obispo de Münster August von Galen, el 3 de agosto de 1941 (esto es, en plena guerra), al exterminio de deficientes mentales que estaba desarrollando paralelamente el régimen criminal de Hitler; condena con la que, incluso, se obtuvo una suspensión temporal de la eutanasia masiva (Ver Ian Kershaw.- Hitler. 1936-1945; Edic. Península, Barcelona, 2000; pp. 420-4).

También dicho contexto nos permite comprender por qué el Vaticano solo criticó las leyes antijudías que estableció el fascismo italiano en 1938, en lo que afectaban a los judíos convertidos al catolicismo. Y que, incluso, ¡luego de la deposición de Mussolini por el mariscal Badoglio en agosto de 1943!, solo le pidió al nuevo gobierno italiano la derogación de tres cláusulas de las leyes raciales que afectaban a los católicos de origen judío, pese a las peticiones de una delegación de judíos italianos de que intercediera por la abolición total de dichas leyes. Justificando su proceder, el delegado del Vaticano al gobierno italiano, el Padre Tacchi Venturi, declaró que “me preocupé de no pedir la total abolición de la ley (racial) las que, de acuerdo a los principios y tradiciones de la Iglesia Católica, tiene ciertamente algunas cláusulas que deben ser abolidas, pero que claramente contiene otras positivas que debieran ser confirmadas” (Kertzer; p. 289).

Asimismo, nos permite entender porque la Compañía de Jesús eliminó solo en 1946 de sus reglamentos, una cláusula antisemita de ingreso a la Orden (Ver John Padberg S.J. y otros.- For Matters of Greater Moment. The First Thirty Jesuit General Congregations; The Institute of Jesuit Sources, Saint Louis, 1994; pp. 12 y 204). Y lo que es más elocuente, nos permite comprender por qué ¡Pío XII nunca condenó públicamente el Holocausto después de la guerra! Y, además, porqué colocó en cargos claves del Vaticano para el tratamiento de refugiados alemanes y croatas, al reconocido obispo pro-nazi Alois Hudal y al también reconocido sacerdote pro-ustacha (denominación que tuvo el salvaje régimen fascista de Croacia, títere de Hitler) Krunoslav Dragonovic; quienes ayudaron a huir a Sudamérica a muchos de los peores criminales antisemitas como Adolf Eichmann, Ante Pavelic y Franz Stangl (Ver Michael Phayer.- The Catholic Church and the Holocaust, 1930-1965; Indiana University Press, 2000; pp. 165-75).

Tuvo que llegar al papado Juan XXIII y efectuarse el Concilio Vaticano II para que la Iglesia Católica comenzara a revertir su milenaria hostilidad a los judíos; tanto en términos doctrinarios (eliminó el fatídico y falaz concepto de “pueblo deicida”) como prácticos…

Al constatar el terrible sufrimiento del pueblo judío padecido por siglos de hostilidad y persecución y que culminaron en una política de total exterminio desarrollado por la principal potencia europea y que contó con la indolencia de la principal autoridad espiritual del continente, llama más la atención cómo la generalidad de los judíos de Israel y una significativa mayoría de los judíos del mundo se han comprometido con políticas que han causado tanto daño, persecución y sufrimiento -desde hace décadas- a un pueblo completamente inocente de aquel horror: el pueblo palestino.

*Fuente: El Clarin I Parte

 

La despiadada persecución histórica y el hecho que la emancipación de los judíos que tuvo lugar en la Europa del siglo XIX no significara una merma en el antisemitismo, suscitó una creciente idea en los judíos de volver a la tierra de sus orígenes. Esta corriente de opinión culminó con la publicación del libro El Estado Judío de Teodoro Herzl en 1896 y la subsiguiente creación del movimiento sionista.

Lo que podría haber sido un proceso pacífico y beneficioso para judíos y palestinos –que residían milenariamente en esa tierra- fue, sin embargo, diseñado de tal manera que no podía sino tener un resultado fatídico. El sionismo pretendió –tal como lo señalaba el propio título del libro de Herzl- crear un Estado con base racial y, complementario con ello, ignorando absolutamente a la población local.

De este modo, en todo el libro de Herzl ¡ni siquiera se menciona que en Palestina vivía ya un pueblo establecido hace generaciones: el pueblo palestino! Es más, incluso cuando Herzl pondera si el Estado judío debiera establecerse en Palestina o Argentina, rechaza esta última opción porque constata que la emigración de judíos no ha sido bien recibida por la población local: “La actual infiltración de los judíos ha provocado disgusto: habría que explicar a la Argentina la diferencia radical de la nueva emigración judía” (Teodoro Herzl.- El Estado Judío; La Semana Publicaciones Ltda., Jerusalén, 1979; p. 59).

En cambio sobre Palestina ni siquiera se constata la existencia de alguna población autóctona: “Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. El solo oírla nombrar es para nuestro pueblo un llamamiento poderosamente conmovedor. Si Su Majestad el Sultán nos diera Palestina, nos comprometeríamos a sanear las finanzas de Turquía”. Además, expresando una congruencia con el espíritu imperialista de la Europa de la época y con el desprecio a la generalidad de los asiáticos, incluyendo a los árabes, Herzl agregaba: “Para Europa formaríamos allí parte integrante del baluarte contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie” (Ibid; p. 59).

Y como prueba de que esto no era una muestra de imprevisión de Herzl, tenemos en seguida un riguroso diseño sobre el tema de los lugares sagrados del cristianismo: “En cuanto a los Santos Lugares de la cristiandad, se podría encontrar una forma de extraterritorialidad, de acuerdo al derecho internacional. Montaríamos una guardia de honor alrededor de los Santos Lugares, respondiendo con nuestra existencia del cumplimiento de este deber. Tal guardia de honor sería el gran símbolo de la solución del problema judío, después de dieciocho siglos llenos de sufrimiento para nosotros” (Ibid; p. 59).

La última constatación mencionada no puede ser más trágicamente paradójica: Dieciocho siglos de padecimientos no permitieron avizorar el tremendo sufrimiento que los mismos judíos, con tal predicamento, le infligirían al pueblo palestino…

Por otro lado, la tónica imperialista del sionismo la vemos reforzada en Herzl al ver los modelos en que se inspiró. Así, planteó que la migración a Palestina debía sustentarse en una entidad política de los judíos que aceptaran la idea del Estado judío, la Society of Jews; y en otra económica –la Company of Jews- que “se encarga de la liquidación de todas las fortunas de los judíos emigrantes y organiza la vida económica en el nuevo país” (Ibid; p. 55). A su vez, “la Jewish Company está concebida en parte según el modelo de las grandes compañías colonizadoras: una Chartered Company judía, si se quiere. Sólo que no tiene facultad para el uso de los derechos de soberanía, y no persigue solamente fines colonizadores” (Ibid; p. 65). Y “la Society procurará también que la empresa no resulte como la de Panamá, sino como la de Suez” (Ibid; p. 68).

Asimismo, se reconocía crudamente que el objetivo era “tomar posesión” de Palestina: “Necesitamos, ante todo, inmensas multitudes de unskilled labourers (judíos) para los primeros trabajos en la toma de posesión del país, construcción de carreteras, saneamiento de bosques, obras de terraplén, construcción de ferrocarriles y telégrafos, etc. Todo esto se hará de acuerdo con un gran plan preestablecido” (Ibid; pp. 77-8); “Se debe explorar el nuevo país de los judíos y tomar posesión del mismo con todos los recursos modernos. Tan pronto como esté asegurado el país, se dirigirá a él el primer buque destinado a la toma de posesión de aquél. En el buque van los representantes de la Society, de la Company y de los grupos locales. Estos hombres que toman posesión del país tienen que cumplir tres tareas: 1) la investigación exacta, científica de la naturaleza del país; 2) la organización de una administración rigurosamente centralizada; 3) la repartición del país. Estas tareas se encadenan entre sí y han de llevarse a cabo sin dilación y con eficiencia” (Ibid, p. 123).

A la casi increíble “negación” de la existencia de habitantes preexistentes en la región, se une en Herzl una ferviente fe –propia del siglo XIX- en la ciencia, la razón y el progreso: “Todo será establecido previamente y conforme a un plan. A la elaboración de este plan, que yo puedo trazar solo a grandes rasgos, cooperarán nuestros hombres más sagaces. Se han de tomar en cuenta para este fin todos los adelantos en los órdenes social y técnico, tanto los de la época en que vivimos como los de las épocas cada vez más desarrolladas en que se ejecute el plan, lenta y penosamente. Se han de utilizar todas las felices invenciones que ya existen y las que se hagan más adelante. De esta manera se podrá realizar, en una forma sin precedentes en la historia, la toma de posesión de un país y la fundación de un Estado con probabilidades de éxito que hasta ahora nunca se han ofrecido” (Ibid; p. 125).

Unida a dicha fe, se da en Herzl, pese a sus visiones más bien laicas, una concepción de la identidad judía que une lo religioso a lo étnico. Así, menciona varias veces el término “Tierra Prometida” para referirse a Palestina, valora el rol de los rabinos en la promoción del sionismo (Ver Ibid., pp. 101-2) y plantea incluso que “nos reconocemos como pertenecientes al mismo pueblo solamente por la fe de nuestros padres” (Ibid; p.128). Sin embargo, postula muy claramente –como lo hará la generalidad del movimiento sionista- un Estado laico: “¿Tendremos, pues, una teocracia? ¡No! La fe nos mantiene unidos, la ciencia nos hace libres. No dejaremos, por tanto, que surjan veleidades teocráticas en nuestros sacerdotes. Sabremos retenerlos en sus templos, como retendremos nuestro ejército profesional en sus cuarteles. El ejército y el clero deben ser respetados tanto como lo exigen y merecen sus nobles funciones. En el Estado, que los trata con distinción, no deben entrometerse de ninguna manera, puesto que ellos provocarían situaciones delicadas, tanto respecto al exterior como al interior” (Ibid; pp. 128-9).

A tal punto lo anterior, que si no fuese por la negación absurda y “genocida” de la existencia de palestinos en Palestina que se constata en todo El Estado Judío, y de la idea de establecerse en Palestina como baluarte europeo contra Asia y la “barbarie”; uno estaría tentado de ensalzar la tolerancia del siguiente texto de Herzl: “Cada cual es tan libre de profesar su opinión religiosa o irreligiosa, como lo es en lo que se refiere a su nacionalidad. Y si se da el caso de que vivan entre nosotros gente de otra religión y de otra nacionalidad, tendremos a mucho honor brindarles nuestra protección y la igualdad de derechos. Hemos aprendido la tolerancia en Europa. No lo digo con ironía. Sólo en contados lugares se puede equiparar el antisemitismo moderno a la antigua intolerancia religiosa. Generalmente hablando, el antisemitismo ha de considerarse como un movimiento con que los pueblos civilizados tratan de defenderse contra el fantasma de su propio pasado” (Ibid; p. 129). (Continuará)

*Fuente: El Clarin II Parte

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3 Comentarios

  1. olga larrazabal

    Muy interesante y bien documentado. Y muestra las paradojas de los seres humanos, sus costumbres, sus amores y sus odios. Una gran paradoja es que el cristianismo es hijo absoluto del judaísmo, pero pasado por la mentalidad de los europeos, con lo que se logró un menjunje que nadie entiende mucho.
    Como ser, tengo entendido que Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús no era en particularmente antisemita. La Compañía era la única orden religiosa donde podían entrar hijos de conversos, y su primer general, me parece que justamente era hijo de conversos. Con el tiempo y la garuga, el espíritu de Ignacio se anduvo perdiendo para caer en el fanatismo antisemita, o quizás en la envidia que provocaban las cualidades intelectuales y las dotes financieras del Pueblo de Israel. También el espíritu de San Francisco se fue al tacho, siendo los Franciscanos croatas pistola al cinto, grandes persecutores de judíos y ortodoxos.
    Y en paralelo, la sabiduría y el dolor de la persecución convierte a muchos judíos en elementos enfermos del alma, que imitan a sus torturadores. Y siguiendo las modas europeas de trasladar pueblos e inventar estados para que las grandes potencias pudieran manejar más fácilmente los recursos energéticos que necesitaba el desarrollo industrial, los grandes barones judíos Rothschild,de Montefiore, Hirsch y Teodore Herzl dispusieron la creación de un Estado habitado y comandado por judíos europeos con una ideología muy europea de limpiar el recinto para instalarse y tener un Estado propio. Igualito que lo hicieron los alemanes durante mil años con las tierras del este de Europa, donde a Polonia la desarmaban cada cierto tiempo entre Alemania, Austria y Rusia, considerando que los polacos no contaban en las decisiones.
    Porque la verdad es que la única explicación de que sea Inglaterra la «protectora» de Palestina después de la caída del Imperio Turco, es la frescura y descaro en el uso del poder que ostentaba y la avidez de petróleo, insumo energético que se avizoraba como imprescindible.
    Y todo sigue igual, solo que a nivel global.

  2. Mauricio Abramson

    Don Felipe; su muy completo resumen de la historia del antisemitismo promovido por la Iglesia Católica desde sus albores es digno de una alta calificación, no obstante no logra esconder el suyo.
    No así la interpretación del Sionismo, la creación del Estado de Israel y la situación actual en la zona, totalmente errada y desfigurada.
    1.- La gran diferencia entre la organizacion terrorista Hamas y el ejercito de Israel es que la primera tiene como finalidad declarada el matar cuantos mas israelíes puedan, sin diferenciar entre civiles, militares, niños, viejos etc.. para destruir el Estado de Israel y la finalidad del segundo es defender a su población, como lo haría cualquier país normal. El empleo de la palabra «masacre» implica que Israel antes que nada pretende matar civiles inocentes, no así, el IDF trata de eliminar a quienes lanzan cohetes a su población civil. El «pecado» de Israel es haberse preocupado y haber sido capaz de desarrollar un sistema de defensa contra cohetes bastante eficiente, sin el cual habría miles de bajas israelíes.
    2.- Comparar el Sionismo con el Nazismo es comparar peras con manzanas. Israel esta luchando por subsistir, la existencia de Alemania nunca estuvo en duda.
    3.- Parece que Herzel tenia algo de profeta si escribió hace mas de un siglo “Para Europa formaríamos allí parte integrante del baluarte contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie”. Eso es Israel, la vanguardia contra el Islam extremista, que pretende liquidar la civilizacion occidental, basta con informarse de lo que esta pasando en Irak, Siria, Libano, Libia, Sudan… para entenderlo.
    4.- En su critica al proceder de Israel Ud. habla solo del efecto, la muerte de civiles palestino, lo cual desde luego es muy lamentable, pero no menciona en absoluto la causa; el asesinato de tres muchachos israelíes a manos de Hamas y la lluvia de cohetes (cientos al día) sobre las ciudades de Israel, lanzados por efectivos de Hamas desde el corazón de la población civil de Gaza. Y la existencia de túneles que entran a Israel para raptar y/o matar a civiles israelíes.
    5.- Cuando Hertzel escribió «El Estado Judío» a fines del siglo XIX, en lo que hoy es Israel que era desierto y pantanos la población tanto «árabe» como «judía» era muy escasa. La inmigración judía desde Europa Oriental que empezó a desarrollar el país creando fuentes de trabajo atrajo a muchos «árabes» de la zona, lo que hoy es Libano, Siria ?, Jordania, Irak, Egipto. La mayoría de los que hoy se dicen palestinos son los descendientes de estos.

  3. José Maria Vega Fernandez

    Respecto de …» “no trabaja, sino que trafica con la propiedad y el trabajo de otros;
    no produce, sino que vive y engorda con los productos de las artes e
    industrias de las naciones que le dan refugio. Es el pulpo gigante que
    con sus inmensos tentáculos lo envuelve todo…..».
    Probablemente, una raza, que desde tiempos inmemoriales se ha gestado principalmente en zonas semi desérticas, haya tenido forzosamente que aprender a sobrevivir trabajando lo mínimo indispensable y especulando lo máximo posible….
    Imagino que tanto árabes como judíos y otras etnias de esos arenosos predrescales, aprendieron en su nómade estilo de vida a transportar desde este a poniente, y sur a norte, entre oasis y valles verdes separados por cientos de millas desérticas, las mercancías que los ricos necesitaban. Y como cualquier mortal, procuraron sacar ganancia e ello.
    Además, gran parte de la capacidad intelectual de los judíos y algunos árabes de hoy, se debe a crudas ganancias de sus abuelos, fríamente obtenidas por un matrialismo utilitario tan viejo como las secas y mustias pieles de sus rostros.
    Muy distinto es el panorama racial ario en praderas y valles opulentos de una europa portentosa, aunque fría en invierno, donde otra raza aprendiera a sobrevivir conservando, guardando y resembrando cada primavera.
    Pero todos aprendimos a trabajar más con la cabeza que con la musculatura, aunque algunos lo hagamos con cierta tristeza, ya que el cuerpo humano se hizo mas para caminar que para estar sentado revisando facturas pendientes de cobro…
    Revisemos ese odio que los no judíos solemos poner de manifiesto con aparentemente justificadas razones, cuando nuestras ideas son mas de reacción instintiva que de análisis profundo de nuestra inevitable marcha hacia una universalidad generosa y participativa.

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