En algún sitio Karl Marx escribió que el capital es tan espantadizo como un cervatillo: a la menor señal de peligro sale abriendo a toda pastilla. La “liquidez” del capital no es otra cosa que la posibilidad de recuperar el billete tan rápidamente como sea posible, para colocarlo en las antípodas –o donde sea– con tal escapar al impuesto, a un aumento de sueldo, a una huelga, a una disminución de la rentabilidad, o peor aún, a una eventual confiscación.
Los grandes industriales del siglo XIX cayeron en desuso y le cedieron el paso a los financieros dientes de sable: no es lo mismo poseer y administrar fábricas e instalaciones industriales con su cortejo de miles de obreros y empleados, que pilotar desde un computador la compraventa de acciones, obligaciones y otros instrumentos financieros que tienen la incomparable ventaja de cambiar de dueño y de localización geográfica a la velocidad de la luz.
Frédéric Lordon escribió un libro (“Capitalismo, deseo y servidumbre – Marx y Spinoza”) para mostrar que el riquerío planetario busca ahora darle a la mano de obra la misma liquidez que pudo otorgarle al capital: ya no hay ningún lazo contractual con los trabajadores: se les sub-alquila, se les subcontrata, se los “terceriza”, se los “multirutea”. De ese modo, en un santiamén, desaparecen, no existen ni existieron jamás. “A esta gente no la conocemos señor juez, nunca trabajaron para nosotros, que se vayan al pedo…”.
El capital financiero suele no producir ni un cuesco, aparte dinero. Es dinero que crea dinero sin producir nada útil para la sociedad: se contenta con aplicarle una suerte de impuesto a los beneficios de aquellos que sí producen. Una “renta” que Thomas Piketty no fue el primero en denunciar como injustificada, socialmente inútil y dañina: ya en el año 1936, John Maynard Keynes –que pasa por ser el economista más destacado del siglo XX– abogaba en su Teoría General por la eutanasia de los rentistas. En claro, liquidarlos, hacerlos desaparecer. ¿Cómo? No matándoles, desde luego, sino a golpe de impuestos: una casta de zánganos que vive del esfuerzo de los capitalistas industriales y de la mano de obra que estos hacen trabajar es absolutamente perniciosa, infértil, pestífera. No hay ninguna razón para tolerar su existencia en el seno de una sociedad que eleva la productividad al rango de virtud sacrosanta.
Algunos economistas estadounidenses serios (sí, sí, ¡existen!) descubrieron con pavor que en algunas décadas la remuneración de las finanzas parasitarias se había multiplicado casi por seis: si en diciembre de 1947 el sector financiero obtenía el 8% del total de beneficios corporativos, en diciembre de 2001 había alcanzado una parte inimaginablemente alta: ¡un 45,80%!
Remuneración exagerada que no guarda ninguna proporción con los pijoteros “servicios” que el mundillo de las finanzas le presta a la economía.
A estas alturas te estás preguntando por qué diablos te cuento lo que dista mucho de ser una novedad. Muy simple: pasa que una agencia de valores me ha enviado un comentario relativo a la micro reforma tributaria que impulsa el gobierno. Como sabes, una agencia de valores es un almácigo de enteraíllos que saben donde invertir la plata para hacerse ricos. Como son generosos, no se enriquecen solitos, y buscan tu plata para hacerte rico a ti también, a cambio de una modesta comisión. Como en todo tipo de estafa, hay giles que pican.
Estos sabios anuncian una era de esplendor para los rentistas, y aseguran que el régimen tributario que viene es un primor.
“¿Por qué la Reforma Tributaria es más conveniente?” preguntan, y se apresuran en responder: “Porque define un impuesto único del 10% sobre las utilidades propias de los Fondos Mutuos. Hoy, el inversionista tributa por el mayor valor obtenido al rescatar las cuotas, monto afecto al Impuesto Global Complementario”.
Previendo que puedes ser algo asopado, agregan algunas explicaciones respondiendo a la siguiente pregunta: “¿Para quién es más conveniente?”.
Lee la respuesta con atención porque ella ilustra para donde va la lancha en materia tributaria: “Es más conveniente para toda persona, natural o jurídica, que esté afecta a una tasa de impuesto igual o superior al 10%, ya sea por Impuesto de Primera, Segunda Categoría y/o Global Complementario. Las personas jurídicas para el año comercial 2014 tributarán una tasa del 21%, 22,5% en el 2015, 24% en el 2016 y 25% en el 2017. Por lo tanto, cuando la reforma esté en régimen, tributarán solo 10% sobre los ingresos (por ejemplo intereses) que perciba el fondo mutuo en lugar del 25% si invirtieran directamente en el instrumento que generó dichos intereses (por ejemplo un depósito a plazo). Para las personas naturales ocurre lo mismo, recordando que la Reforma Tributaria cambia el modo de tributar desde la base percibida (caja) a devengada”.
Hablando en cristiano, los especuladores, los dueños del capital, los “inversionistas” que cambian su billete de un sitio para otro gracias a la liquidez que ofrecen los mercados financieros, van a pagar menos de la mitad de los impuestos que pagan ahora. ¿Te queda claro?
Bonanza para las agencias de valores, cuyo negocio consiste en hacerte picar para que les confíes tu capitalito, que ellos se encargan de hacer fructificar.
Los capitalistas deben estar celebrando con un abrazo de gol… No seas boludo: monta una agencia de valores.
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