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¿Por qué estamos entrando de nuevo en la guerra fría?

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Roma, 30 abril 2014 – Desde hace varias semanas, los medios de comunicación dominantes se han dedicado unánimemente a denunciar la acción de Vladimir Putin, primero en Crimea y ahora en Ucrania. La última portada de The Economist representa un oso tragando Ucrania, bajo el título de «insaciable».  La unanimidad en los medios de comunicación es siempre preocupante, porque significa que algún reflejo rotuliano está involucrado. ¿Podrá ser posible que tan sólo se esté prosiguiendo la inercia de 40 años de Guerra Fría?

Esta inercia en realidad no ha desaparecido. Si se dice o escribe: «el presidente comunista Raúl Castro», nadie se sorprenderá. Si se usa la misma lógica, tenemos que llamar capitalista al presidente Barack Obama, y veamos cómo se acepta. Aquí en Italia, Silvio Berlusconi, fue capaz de reunir durante 20 años a sus electores contra la amenaza de los «comunistas», llamó izquierdistas a los miembros del Partido Democrático, que ahora está en el poder encabezado por Matteo Renzi, un católico devoto.

Existen al menos cuatro puntos de análisis que faltan visiblemente en el coro.

El primero es que no hay nunca alusión alguna a las responsabilidades de Occidente en este asunto. Recordemos que Mikhail Gorbachov estuvo de acuerdo con George Bush padre, Margaret Thatcher, Helmut Kohl y François Mitterrand que dejaría pasar la reunificación de Alemania, pero Occidente no debería tratar de invadir la zona de influencia de Rusia; y sobre esto, existe una amplia documentación. Por supuesto, una vez que Gorbachov fue eliminado, el juego se abrió de nuevo. La docilidad total de Boris Yeltsin a los Estados Unidos es bien conocida.

Lo que es mucho menos conocido es que el Fondo Monetario Internacional (FMI) hizo un préstamo participativo de 3,5 mil millones de dólares para apoyar al rublo. El crédito fue para el Banco de América, que distribuyó el dinero a varias cuentas rusas. Nada de ese dinero llegó alguna vez al Banco Central de Rusia. En cambio, fue a los oligarcas para que pudieran comprar todas las empresas públicas rusas y jamás una palabra de protesta del FMI. Giulietto Chiesa ofrece relación detallada de esto en su libro «Adiós Rusia». Entonces llegó el desconocido Putin, colocado en el poder por Yeltsin a condición de su comprensión que cubriría todo el clientelismo de Yeltsin.

Después de Yeltsin, Putin apoyó la entonces inminente invasión de Washington a Afganistán de una forma que habría sido impensable durante la Guerra Fría. Él permitió que los aviones norteamericanos volasen por el espacio aéreo ruso, autorizó a Estados Unidos para usar bases militares en las antiguas repúblicas soviéticas del Asia Central y ordenó a su ejército compartir su experiencia en Afganistán. Luego en noviembre de 2001 Putin visitó a George W. Bush en su rancho de Texas, en un gesto de publicidad en el sentido de «Putin es un nuevo líder que trabaja por la paz mundial… trabajando en estrecha colaboración con los Estados Unidos.»

Unas semanas más tarde, Bush anunció que Estados Unidos se retiraba del Tratado de Misiles Anti-Balísticos, simplemente para lograr desarrollar un sistema en Europa del Este para proteger de la amenaza de Irán a los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una estrategia que en realidad fue entendida como dirigida contra Rusia, ante la incredulidad de Putin.

Esto fue seguido por la invitación de Bush en 2002 a siete países de la extinta Unión Soviética (incluidos Estonia, Lituania y Letonia) a unirse a la OTAN, lo que hicieron en 2004. Luego, en 2003 se produjo la invasión de Iraq, sin el consentimiento de las Naciones Unidas y las objeciones de Francia, Alemania y Rusia, convirtiendo a Putin en un crítico abierto de la alegación de los Estados Unidos,  que la acción militar se destinaba a la promoción de la democracia y la defensa del derecho internacional.

En noviembre del mismo año en Georgia, la Revolución de las Rosas llevo al poder a Mijail Saakashvili, un presidente pro-occidental. Cuatro meses después, las protestas callejeras en Ucrania se convirtieron en la Revolución Naranja, con lo que a otro presidente pro-occidental Viktor Yushchenko, llegó al poder. En 2006, la Casa Blanca pidió permiso para aterrizar el avión de Bush en Moscú para abastecer combustible, pero dejó en claro que el presidente de EEUU no tenía tiempo para saludar a Putin. En 2008, el Kosovo emitió la declaración unilateral de independencia de Serbia, con el apoyo de los Estados Unidos, en contra de las posturas rusas.

Luego Bush pidió a la OTAN la adhesión de Ucrania y Georgia, una bofetada en pleno rostro a Moscú. Por lo que debe haber sido una sorpresa cuando, en 2008, Putin intervino militarmente cuando Georgia trató de recuperar el control de la región pro rusa de Osetia del Sur que los separatistas rusos tomaron bajo control, junto con otra región separatista, Abjasia. Sin embargo, todos recordamos cómo los medios de comunicación hablaron de una acción irracional.

Obama trató de reparar los daños causados ​​a las relaciones internacionales bajo Bush. Pidió un «reinicio» de las relaciones con Rusia, y, al principio, todo salió bien. Rusia estuvo de acuerdo en el uso de su espacio para suministros militares a Afganistán. En abril de 2010, Estados Unidos y Rusia firmaron un nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), reduciendo sus arsenales nucleares. Y Rusia respaldó las fuertes sanciones de la ONU contra Irán y desistió de la venta de sus misiles antiaéreos S-300 a Teherán.

Pero entonces, en 2011, era claro que Estados Unidos estaban expresando sus puntos de vista sobre las elecciones parlamentarias rusas. Todos los medios de comunicación occidentales estaban contra Putin, quien acusó a Estados Unidos de inyectar cientos de millones de dólares en los grupos de oposición. El entonces embajador de EE.UU. en Rusia, Michael McFaul, calificó esto una gran exageración. Explicó que de millones de dólares se habían proporcionado solo a grupos de la sociedad civil.

Putin fue elegido de nuevo en 2012, ya obsesionado con la amenaza occidental a su poder, y en 2013 le dio asilo al denunciante Edward Snowden, de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Obama canceló una reunión cumbre prevista, algo sin precedentes en los últimos 50 años de cumbres entre EE.UU. y el Kremlin. Y mientras todo esto sucedía, estalla la Primavera Árabe. Rusia da su beneplácito a la acción militar en Libia, pero sólo destinada a proporcionar ayuda humanitaria.

De hecho, esto fue usado para un cambio de régimen, y Rusia sintió que ha sido engañada, protestando en vano. Luego ocurrió lo de Siria.  Occidente trató nuevamente de obtener el apoyo de Rusia para un cambio de régimen, y se disgustó cuando Putin se negó. Y finalmente, ahora, ha habido intervención en Ucrania para lograr llevar a ese país a la Unión Europea y separarlo de un bloque económico, también con Bielorrusia, que Rusia estaba tratando de crear.

El segundo punto es que en la acción política, la falta de una guerra en realidad puede reducir a Rusia a un lugar de poder local. Tiene la masa terrestre más grande que cualquier país, está en las fronteras de la Unión Europea y se extiende hasta el Extremo Oriente. Es a la vez Europa y Asia. Es rival de China en Asia, tiene conflictos territoriales con Japón, y se ubica frente a Estados Unidos en el Estrecho de Bering. Es un productor importante de petróleo, un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y tiene un arsenal nuclear. Cualquier esfuerzo para cercarla o debilitarla, ahora que los enfrentamientos ideológicos han desaparecido, puede ser visto sólo una parte de la vieja política imperial.

Rusia no es una amenaza, como lo fue la Unión Soviética. Su PIB es 15% del de la Unión Europea, que tiene cerca de 500 millones de habitantes y representa el 16% de las exportaciones mundiales. China tiene 1,3 mil millones de personas y el 9% del comercio mundial.  La población de Rusia es de 145 millones y se está reduciendo en cerca de un millón de personas cada año y controla solo 2,5% de las exportaciones mundiales. Tiene pocas industrias, más bien porque Putin no está interesado en la modernización del país, que inevitablemente aumentaría la clase profesional ilustrada, la que ya está en su contra.

El tercer punto, por lo tanto, es que la cuestión de Ucrania se debe tomar con una pizca de sal.

Es un Estado muy frágil, donde la corrupción controla la política, y tiene problemas económicos estructurales. Su parte occidental es más rural, mientras que la más industrializada es la región oriental. Los trabajadores allí saben que entrar en la Unión Europea significaría la eliminación gradual de muchas fábricas. En la parte occidental, durante la Segunda Guerra Mundial, muchos se pusieron de parte de los nazis, y en la actualidad existe un fuerte movimiento nacionalista, cercano al fascismo. Ucrania es un asunto muy complicado y costoso.

Está claro que intervenir sólo para desafiar a Putin y ofrecer dinero (que es básicamente lo que ha hecho la Unión Europea), parece un razonamiento muy superficial. ¿Estamos realmente dispuestos a cambiar los criterios de la Unión Europea, aceptando a un país totalmente fuera de sintonía con estos criterios y asumir una carga enorme, sólo para aparecer que se ha triunfado contra un hombre fuerte?

Lo que nos lleva al cuarto y último punto. Putin es un ex oficial de la KGB, que siente que Rusia recibió un trato injusto después del colapso de la Unión Soviética. Todos los esfuerzos para llegar a una entente con Occidente han sido traicionados de forma continua, con la sucesiva ampliación de la OTAN, la red de bases militares que rodean a Rusia, el constante y claro apoyo occidental a todos sus oponentes y el tratamiento mezquino al comercio. (Como aquí no hay espacio para los detalles, adjunto a mi artículo un análisis más detallado de la intrusión occidental a Rusia escrito por Andrew Gavin Marshall).

Él sabe que sus sentimientos sobre declive ruso son compartidos por una gran mayoría de sus ciudadanos. Pero él es también un autócrata arrogante, por decir lo menos, que no está haciendo nada para fomentar la modernización de la economía, ya que manteniendo en sus manos la producción y el comercio, puede conservar el control.

Para él, Ucrania era políticamente inaceptable. Otro autócrata, Viktor Yanukovich, el presidente de Ucrania desde febrero de 2010 hasta febrero de este año, es muy al estilo de Putin. Fue depuesto por las protestas masivas en las calles, patrocinadas y apoyadas por Occidente.

Cualquier posible contagio debería haber sido detenido en seco. Por lo tanto Putin está desempeñando el papel de salvador de los ciudadanos rusos, que le permite actuar donde quiera que haya minorías rusas. La pregunta es: si Putin se va, ¿vamos a tener una sociedad democrática, participativa, limpia, no corrupta en Rusia? Los que conocen bien a Rusia, piensan que no.

La historia está llena de ejemplos de que la eliminación de los autócratas por sí mismo, no necesariamente conduce a la democracia. Por lo tanto, la política es continuar para rodear Putin en nombre de la democracia.  Pero, ¿estamos seguros de que esto no es jugar su juego, al convertirlo en el defensor del pueblo ruso? También cuentan con la inercia de la guerra fría y ven a Occidente no exactamente como un aliado. Hoy, Putin es la única fuerza vinculante en Rusia. Si se va, muy probablemente habría un largo período de caos.

Es evidente que esto no es de interés para los ciudadanos rusos… Siempre es peligroso jugar el juego del poder, sin mirar la estabilidad de Europa como tal. Por supuesto, este no es el pensamiento de los estrategas de Occidente, que les encantaría eliminar cualquier otro poder.

Como escribe Naomi Klein, los únicos ganadores en este asunto son las empresas de energía. Ellos están empeñados en una campaña mundial para lograr la independencia del petróleo ruso. Así que, vamos a acelerar la producción de petróleo en Estados Unidos, sin considerar lo que suceda con el medio ambiente. Y los europeos vamos a dejar de usar el gas ruso, vamos a exportar toneladas para ellos. El problema es que no hay estructuras para hacer eso, y tardaría varios años para construirlas. Cuando todo el mundo está debatiendo cómo lograr el control del cambio climático y reducir el uso de energía fósil, una estrategia global importante, se está relegando este tema a un segundo plano.

Tarzie Vittachi, periodista de Sri Lanka, una vez dijo: «Todo es siempre sobre otra cosa”… y no hay muchos ejemplos de petróleo y democracia que vayan tomados de la mano.

Roberto Savio es Fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service y publisher de Other News.
*Fuente: AlaiNet

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