Payo y Kreiman: dos ángeles democráticos
por Esteban Valenzuela (Chile)
11 años atrás 4 min lectura

13 de enero de 2014
En los años del silencio más duro en la historia de Chile –similar al mutismo obligado de Infante y el Valdiviano Federal en 1830 tras la derrota federal en manos de los portalianos– hubo dos voces que no tuvieron miedo y cambiaron Chile, dos personajes que partieron en su último viaje en estos días.
Payo Grondona fue el cantautor mapucista coqueto con la realidad, comprometido sin resentimiento, con una canción revolucionaria pop, poética, cotidiana, amorosa, ferozmente amorosa. Su canción La Nelly y el Nelson, de dos pobladores que querían amarse en la precariedad, no logra la épica del Pueblo Unido o la Muralla, pero se dispara en la lírica de la pareja de pololos obreros que se sacaban la cresta en la semana para buscar un parque el domingo donde amarse… en tiempos de sueños de revolución convertida en cuestiones simples: tomarse una bebida, aspirar a una casa, tener los sueños prohibidos para los pobres.
El Payo nunca, nunca, nunca, tuvo miedo para estar en miles de peñas y cantares en dictadura, tramar las redes de resistencia, subirse a una micro en Valparaíso, Santiago o Rancagua, para ser acogido en un sindicato, una parroquia o el Café del Cerro, la Casona de San Isidro de Pedro Gaete, los lugares emancipados que lo vieron con su guitarra impecable y la voz de un trovador que regaló a Chile la valentía de un toqui y la poesía de un juglar provenzal de los cerros mirando el Pacífico.
Payo Grondona fue un MAPU cultural, libertario, popular y transformador, lejos del dinero, el acomodo, el transformismo y la vida elitista. Fue a muchos actos verde y rojo con su sonrisa ancha, perfecta, entre lo mejor de Víctor Jara y Antonio Skármeta.
El alma buena de Chile sobrevivió porque hubo gente con alas, conectada con el Misterio innombrable, aquel que le hacía denunciar sin enojarse a Payo Grondona, y predicar en la Sinagoga, la Catedral y los pasillos de los tribunales de justicia, al amable e iracundo Kreiman, cuando le tocaban a un hermano conflictivo, un desconocido torturado.
El otro angelito de nuestra difícil democracia se llamaba precisamente Ángel Kreiman, el rabino judío que se atrevió, con el cardenal Raúl Silva Henríquez, en la peor hora de Chile, en el pre-Holocuasto que intuyó, a crear el Comité Pro Paz y luego la Vicaría de la Solidaridad. 1973, octubre, 1974, Guerra Fría desatada, estadios, islas y desiertos martirizan a los derrotados… Kreiman no se lava las manos como Pilatos, no es colaboracionista, no huye, no se esconde, no niega a su Dios valiente, relee los Salmos y sabe que el manso va al matadero silente ante los que lo trasquilan, pero decente, digno, defendiendo al prójimo aunque se corra el riesgo de la muerte.
No todos los hombres tienen un precio y flaquean a la hora del amanecer del día trágico. El judío valiente, entre otros –pienso en el incansable Isaac Frenkel, en tantos–, en la hora de la peste sobre Chile, se llamó Ángel Kreiman. No tuvo miedo en el patíbulo evidente, como los cómplices que siguen vociferando y aún no tienen su Nuremberg. Kreiman dijo NO, NO, NO.
Con su “hermano” católico, el inteligente y mordaz cardenal Silva, duro y controvertido como el propio Kreiman en su vida, crecieron en la hora de los “quiubos”, donde muchos no respondieron, demasiados.
El alma buena de Chile sobrevivió porque hubo gente con alas, conectada con el Misterio innombrable, aquel que le hacía denunciar sin enojarse a Payo Grondona, y predicar en la Sinagoga, la Catedral y los pasillos de los tribunales de justicia, al amable e iracundo Kreiman, cuando le tocaban a un hermano conflictivo, un desconocido torturado.
Son los benditos ángeles que nos cuidaron como especie. No los olvidaremos, como no ocurrió en el acto de Eduardo Yentzen recordando la revista La Bicicleta, en que Grondona fue ovacionado, y la carta del rabino Feldman que me alargó Guillermo, en que Kreiman vuelve en su perfecta imperfección como el héroe que fue en la hora más difícil de toda vida ante la historia.
– El autor, Esteban Valenzuelas, es Director Dpto. de Ciencia Política y RRII de la Universidad Alberto Hurtado. Doctor en historia y cientista político.
*Fuente: El Mostrador
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