Que vivimos días extraños es una verdad que nadie puede negar. Si usted —me dirijo a mis compatriotas en Chile— si usted, digo, tuviera el tiempo (porque sé que hoy nadie lo tiene para eso) de ponerse a meditar, pero a meditar con profundidad, como un monje tibetano aunque no tenga que sentarse por años y casi en pelotas debajo de la lluvia, y desplegara ante sus ojos todos los antecedentes de la época que vivimos, estaría de acuerdo en que la incertidumbre y la perplejidad son quizás los mejores términos para describir el espíritu que flota en estos tiempos, el “zeitgeist” como lo definen los alemanes.
Una parte importante de la humanidad —hablo en sentido numérico— no logra salir aún del aturdimiento que le provocara el derrumbe de la praxis socialista, cuando ideólogos y desheredados de la riqueza material creían haber dado con la panacea para remediar todos los males del hombre. La otra parte, minoritaria, aunque aquí el tamaño no importa, los que se sintieron triunfadores del ideal “democrático” por sobre el socialismo, que se aprestaron a plagar la tierra del libre albedrío de los negocios, es decir los que creyeron que las tribulaciones del capitalismo eran sólo culpa de la insolencia de los desarrapados, les ha tocado a ellos ahora quedarse atónitos ante el derrumbe de la otra panacea, la del dinero, que se va hundiendo allá en la cuna del capitalismo, la vieja Europa, donde naciera teniendo a la burguesía como partera.
La sociedad chilena de nuestros tiempos, aun siendo una ínfima parte del gran pastel, reproduce, sin embargo, con rigurosa fidelidad este “zeitsgeist” del que hablamos más arriba. Vivimos, sin duda, en un país de ciegos, cada uno armado de un palo, en donde cual más, cual menos, repartimos bastonazos a diestra y siniestra tratando de acertarle a un gato que, lo que es peor, probablemente ni siquiera existe. ¿Ejemplos, dice usted? Muchos, y quizás todos. Pero veamos.
Si usted pertenece al ala más honesta de la población y ha puesto sus esperanzas en el formidable movimiento social que, partiendo de los estudiantes, sacude nuestra realidad, simplemente olvídelo. Alguna vez lo dijimos: la base de una revolución no radica en las masas que se ponen en movimiento cualquiera sea su número, sino que en la ideología que las mueve, su objetivo estratégico, el derrotero que, instintivamente en la mayoría de los casos, se tiene como la meta redentora. No importa si es utopía, si es otro sueño ímprobo, dudoso de existir. “El que no puedas llegar es lo que te hace grande” decía Kant. Lo que importa es darle a la lucha un sentido trascendente que es precisamente lo que le falta a esta muchedumbre que marcha hacia ninguna parte.
Conversando con mi media naranja, con quien desmenuzamos ésta y otras realidades del mundo actual, concluíamos el otro día que el gran valor que tienen los estudiantes que marchan y marchan exigiendo sus derechos, es su juventud… y nada más. Imagínese a estos sublimes muchachos que son gaseados, mojados y apaleados por el establishment, hoy por la derecha y el próximo año por la seudo izquierda que con toda seguridad llegará a gobernar, imagínelos, decimos, en diez años más: profesionales de no importa cuál área, cargando un naipe completo de tarjetas de crédito, pagando las primeras cuotas del auto y de la casa, esperando con impaciencia el ascenso en la empresa, en la repartición pública, o instalados ya en la gerencia de la industria de papá o en el directorio del “retail”, que es el nuevo y eufemístico nombre de los piratas del comercio.
“Es la ley de la vida” dirá usted, como lo dijera también un personaje de la película “Los Tramposos” de Marcel Carné que, observando a los jóvenes rebeldes de la década de los cincuentas, afirmaba moviendo la cabeza dubitativamente: ¡Imagínese, si hasta yo fui socialista en mi juventud! Este “pecado”, el haber sido revolucionario durante la adolescencia, es justamente el baldón que cargan los socialistas de hoy, así como los comunistas de Teillier que corriendo desaforados, alcanzaron a subirse al último carro del tren de los reformistas y hoy están apoltronados a la sombra voluminosa que proyecta la que será inevitablemente la futura presidenta de Chile.
Pero qué le vamos a hacer, ¿verdad? Lo malo es que nos estamos curando de espanto y eso es grave porque comenzamos a aceptar las inmundicias de nuestros políticos como parte de la cotidianeidad de la vida. Por ejemplo, casi nadie reparó en las declaraciones que hizo hace unos días un otrora furibundo ultraizquierdista, Este “revolucionario”, convertido ahora en un mofletudo señorón, advertía hace menos de una semana del peligro, léalo bien, que existía que algunos quisieran “izquierdizar” a la coalición y al programa de gobierno que desarrollará Bachelet si es elegida presidenta.
“La tentación del izquierdismo no hará sino potenciar la resistencia de las fuerzas opositoras a todo cambio… Estoy convencido que radicalizar artificialmente el programa que se propondrá al país como alternativa de gobierno, sólo redundará en el fortalecimiento de las fuerzas más conservadora.” El autor de estas advertencias contra la izquierda, es el “honorable” senador Camilo Escalona, detestado hoy a todos los niveles, al que ni la derecha a la cual se está enajenando, aceptaría más que para dañar a la izquierda, “víbora que las víboras odiaran” como dice Neruda.
El es sólo un ejemplo del “zietgeist” que aludíamos más arriba. Puede que, incluso, los haya peores camuflados con un barniz rojizo en el amplio espectro de la política actual, que incluye a ciertos dirigentes que alguna vez estuvieron a la cabeza del movimiento estudiantil. Pero hay que votar, ¿verdad? Aunque sólo sea para poner en una esquina del voto la sigla “AC” porque la abstención jamás ha resuelto nada, salvo en la ficción de una de las novelas de Saramago.
El problema de este país del fin del mundo, es que se ubica entre una de las sociedades más tuteladas de América Latina. El ordenamiento básico del capitalismo, hoy elevado a su más reaccionaria expresión que es el neoliberalismo, en nuestro país es una de los estamentos más difíciles de cambiar, rayando casi en lo imposible. No existe hoy en el vapuleado espectro político nacional nadie, ni siquiera los comunistas que se insertaron ya en la maquinaria tan bien aceitada por los poderosos, que se atreva a plantear un cambio radical, revolucionario de este status económico que exhibe en el papel una borrachera de cifras exitosas que sólo un demente, a juzgar por esta rara unanimidad de los políticos, podría siquiera insinuar como destronable.
El programa de todos los candidatos, sin excepción, parte de la base que los monolíticos cimientos de la economía, llámense los grandes consorcios que se han fortalecidos a niveles increíbles, pueden ser demolidos sin apostar a un suicidio. Sobre esta base intocable, los proyectos de cada candidato y sus respectivas coaliciones compiten sólo en la manera cómo hermosear a este mamotreto cuya rostro implacable e inhumano, aparece de vez en cuando sacudiendo el adormecimiento bucólico de toda la sociedad.
Desde la derecha que otorga reformas impensadas para este sector hace menos de una década, hasta la llamada Nueva Mayoría que, como se sabe es la Concertación más el PC, ofrecen un recetario destinado a taponar las rendijas del sistema que amenazan con ampliar las vías de agua que pudieran mañana hundir este idílico bote. ¿Protestan los estudiantes? Ofrezcámosle desde la lluvia de becas de la derecha a las promesas de educación gratuita de Bachelet. ¿Qué eso puede horadar el negocio de los agiotistas de la educación? ¡Un pelo de la cola que ni siquiera roza la epidermis acerada de los verdaderos capitalistas! ¿Qué aumentan las quejas por el negocio de las AFP que pudiera derivar en el peligro de nuevas protestas? Cero problemas: creemos una AFP estatal y con ello salvaguardamos a las privadas que seguirán existiendo haciendo en poco tiempo ineficaz a la pública que no contará con recurso de un estado debilitado al máximo económicamente cuando más del 70% del cobre ya está en manos privadas. Extranjeras, otra vez.
Incluso, fíjese usted bien, hasta la asamblea constituyente podría aceptarse siempre que se cautele desde ya cualquier salida de madre que quieran hacer sus integrantes. ¿Y la receta para ello? ¡La vieja receta, pues, los militares! ¿O no ha escuchado usted este último tiempo aparecer el vocablo “golpe de estado” cada vez más reiterativo? Claro, tiran a la palestra primero a los más tontitos, como Hermógenes Pérez de Arce, Hermojón como se le conoce en el ámbito circense al que pertenece. Este tontorrón lo dijo sin tapujos: “Si se intenta una asamblea constituyente los militares no lo aceptarán. No aceptarán que se destruyan los cimientos democráticos de la nación”. Y fíjese que Hermojón está absolutamente en lo cierto.
Asamblea Constituyente es sinónimo de Chávez. También de Correa en Ecuador. Incluso de Colombia aunque ahí está estrechamente vigilada por el ejército más reaccionario del continente, ese mismo que pretende ahora ser parte de la OTAN. Decimos que el distinguido Pérez de Arce tiene razón porque nosotros poseemos las fuerzas armadas más clasistas de nuestra atribulada América Latina. Fueron y continúan siendo el más poderoso as en la manga de la derecha para situaciones que se hagan indominables como podría ser la de una asamblea constituyente.
Por eso, mi querido lector, que a estas alturas quiere asesinarme por andar poniendo dedos en la llaga, no tenemos por ahora por donde caminar. Sin embargo la interrogación del título de este artículo me la respondo yo mismo: sigo confiando en que nuestro Antonio Machado no se ha equivocado en su bello poema. Hay que reiniciar la marcha desbrozando un duro camino que efectivamente no está, pero que habremos de construir algún día cuando echemos a andar de verdad.
Por ahora, para distender el dejo amargo del artículo, riámonos un poco con la genial Mafalda y su amiguita Libertad, que grafica muy bien el momento eleccionarios que estamos viviendo:
Mafalda: “¿Tu papá ya tiene candidato en las próximas elecciones?
Libertad: “Sí, ¡y anda con una cara el pobre!
Mafalda: “¿Por qué? ¿Cree que no va a ganar?
Libertad: “Sí, Cree que va a ganar…¡y anda con una cara el pobre!
Mafalda: “¿Acaso cree que no lo van a dejar gobernar?
Libertad: “Sí. Cree que lo van a dejar gobernar…¡y anda con una cara el pobre!
Mafalda: “¡Pero, bueno, si tanto le fastidia ese candidato, ¿no ha pensado votar por cualquiera de los
otros?
Libertad: “Sí. Lo pensó. ¡y anduvo con unas caras el pobre!
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Y aunque me puedan acusar de sedición, el grueso de la milicada, son de nuestra extracción, o sea, del populo, y aunque este ejército es la continuación del ejército mercenario que armó el pelota de Diego portales allá por 1830, y que derrotó al ejército patriota, si, ese que echó a los españoles, sea tan pero tan jerarquizado, no vaya a ser cosa que los pelaos se despabilen.