De Carranco a Carrán:Las tomas que cambiaron la historia
por Alberto Magnet (España)
12 años atrás 8 min lectura
De Carranco a Carrán
Las tomas que cambiaron la historia
José Manuel Bravo Aguilera
LOM Ediciones, 2012
En las páginas de esta crónica, escrita sin grandes pretensiones literarias por uno de sus protagonistas, quedan recogidos unos cuantos problemas que parecen endémicos de muchos intentos de cambios, no sólo en Chile sino en numerosos países de América Latina, durante los años implacables y maniqueos de la Guerra Fría. En la relación de los hechos ocurridos en las tierras cordilleranas de Valdivia, territorio de gigantescos predios forestales en manos de unos pocos terratenientes, entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, que corresponden a la época crítica que marca el gobierno de Allende, quedan de manifiesto los dos grandes caminos por donde intenta discurrir la lucha de liberación de los pueblos: el camino de las políticas institucionales, dominado por las instituciones del Estado y los partidos políticos y sus estrategias, y el camino del pueblo, que llegado el momento se dota de sus propias organizaciones y políticas y establece sus propios objetivos y metas. Esta amplia dicotomía es el punto de partida –y el triste y cruel desenlace del punto final- que marca el devenir de este relato testimonial. En él se repite, con escasas variantes, el clásico enfrentamiento entre las clases trabajadoras que, tras décadas y siglos de explotación, ven ante sí el futuro posible de liberarse del régimen de esclavitud para reivindicar y alcanzar una condición humana libre y digna, y el poder puro y duro del Estado que no duda en aplicar el recurso del manu militari.
En el caso de Chile, ese futuro posible comienza a ser inventado por las grandes masas de obreros y campesinos en todo el país que vieron en el triunfo de la izquierda parlamentaria, liderada por Salvador Allende, una puerta abierta para iniciar una lucha que les granjeaba la posibilidad de acceder realmente a una vida diferente. En aquellos años, todos los sueños y aspiraciones más básicos y universales se dieron cita en las propuestas de acción del pueblo chileno, propuestas que nacieron avaladas por ese respaldo institucional, anclado en la lejana capital. Por una vez no se respondía a la protesta con medidas arbitrarias, con extrañamientos y desalojos y, si era necesario, con la fuerza pública, siempre lista para acudir en ayuda de los poderosos. Aquellas reivindicaciones y aspiraciones de las masas obreras y campesinas, largo tiempo postergadas por el uso de la más implacable violencia y crueldad inherentes al sistema de explotación capitalista, pudieron por fin encontrar una vía de expresión y, en algunos casos, de solución de sus seculares conflictos. En otros, se recorrió un arduo camino que nunca llegó a fraguar y materializarse en un verdadero triunfo porque la historia corría a pasos agigantados y, con la consumación del golpe de Estado del ’73, barrería a sangre y fuego todas las legítimas reivindicaciones de pan, justicia y libertad.
En el corazón de ese conflicto, narrado muy escuetamente en las primeras páginas de CaC, encontramos a una casta de terratenientes que basan su supremacía en métodos de expoliación y explotación, que se prolongan a lo largo del tiempo, para configurar un sistema de tenencia de la tierra que, como bien sabemos hoy, más claramente que nunca, beneficia a sólo unos pocos y deja en la indigencia y la necesidad a las grandes mayorías. Con un estilo llano y escueto, Bravo Aguilera narra el cúmulo de prácticas en boga en aquellos años que permitían mantener un sistema que no acordaba a sus trabajadores más que el pan necesario para mantenerlos vivos, y no más que el espacio destinado a cobijarlos de las inclemencias y permitirles la reproducción de la mano de obra que alimentaba indefinidamente la máquina de la producción. En aquellas condiciones de dominación que en poco o nada se diferenciaban de las usanzas medievales, y a pesar de todas las adversidades, germinó y creció una esperanza que iría poco a poco sumando individuos y confluyendo en las ideas y proyectos necesarios para alcanzar la liberación que prometía la izquierda chilena.
Cuando llega el momento de las tomas de fundo, empieza a verse una realidad fundamental, y es que cuando se trata de pasar de la palabra a la acción, los hombres y mujeres que sufren la inquina de la explotación van muy por delante de los dirigentes políticos, de los burócratas y falsos revolucionarios. Si bien en el relato de estos hechos el MIR figura como un apoyo inicial que da el impulso necesario para la embrionaria organización de aquellos obreros forestales, muy pronto vemos que las voluntades e ideas de éstos van muy por delante de las capacidades y de los proyectos de aquel movimiento. No hay medias tintas, porque la Democracia Cristiana queda retratada desde el principio como un partido que nunca se decantó por la solución de las necesidades de los trabajadores sino por la alianza con los terratenientes que se habían arrimado a ella como sustituto de los clásicos partidos de la derecha. En el otro lado de la trinchera está ese movimiento de izquierdas que interpretó el curso de los acontecimientos con más claridad y determinación que los partidos que apoyaban a Allende. Más aún, estos últimos quedan retratados como los timoratos de siempre, con sus legiones de burócratas y técnicos que, una vez consumadas la tomas, pretendieron adueñarse de la situación mediante subterfugios técnicos y discursos políticos de dudosa sinceridad. Ante la necesidad estratégica de Allende y sus partidos de mantener las cosas dentro de determinados cauces legalistas e institucionalistas, se alza la alternativa del hecho consumado de los trabajadores que señalaban otros caminos y otras soluciones.
Hasta aquí la descripción del problema en términos teóricos. Ante la ausencia de verdaderos dirigentes que estuvieran dispuestos a establecer alianzas con las masas de obreros y campesinos que creían llegada la hora del cambio de sistema, éstos optaron por seguir adelante por sus propios medios. Nunca quedaron más huérfanas esas masas que cuando aquella izquierda parlamentaria y acomodaticia que había nutrido tantos ideales se paró en seco, amenazada por las ofensivas lanzadas por la derecha en todos los frentes posibles, una derecha que utilizó toda su capacidad de chantaje, toda la logística que facilitaba su dinero, todos los medios de comunicación que relataban su sarta de mentiras e invenciones con que alimentar el miedo de una gran franja de indecisos. Llegó un momento, en efecto, en que la encrucijada nos decía que no se podía seguir dando al César y a dios al mismo tiempo, y en la indecisión de Allende y los suyos se gestó parte del monstruo que después del 11 de septiembre lo arrasaría todo por la fuerza de las armas.
Aquellos trabajadores de los predios forestales no sabían que la venganza se desataría con tal despliegue de barbarie. De otra manera, se habrían apresurado a tomar medidas que garantizaran su supervivencia, que en este caso se jugó en un terreno de puro poder logístico y militar. El capítulo del intento de toma del retén de carabineros de Neltume retrata con triste claridad la ingenuidad de quienes creyeron en la alianza de trabajadores y fuerzas policiales o militares. Con dos fusiles Garand, unas cuantas pistolas y unos cartuchos de dinamita frente al fuego graneado de las ametralladoras de los carabineros, en un par de escaramuzas que no alcanzan a durar una noche, se da por saldado el enfrentamiento por la vía de las armas. Desde ahí en adelante, sólo quedará la caza al hombre, perpetrada por las fuerzas de seguridad y los comandos del ejército con una implacable dureza, tan grande como la sed de venganza que la inspira. Cuando viene la desbandada de los primeros que habían enarbolado las consignas de libertad y que también serían los primeros en caer y ser vilmente ejecutados, asistimos a sus intentos de supervivencia a lo largo de meses, internándose en la espesura cordillerana para burlar a sus futuros verdugos. Hay pasajes que recuerdan los diarios del Ché en Bolivia, cuando sabiendo que el fin esta cerca, éste pretende mantener alta la moral de la tropa, condición indispensable para su unidad. Pero la comparación no va más lejos. Ante la abismal superioridad del ejército, el destino de los fugados está escrito antes de que comience la propia fuga. Los últimos capítulos narran la incansable caza llevada a cabo por los militares en aquellas regiones, una campaña que no llegará a su fin antes de haber acabado hasta con el último vestigio de resistencia, aún cuando la “resistencia” a esas alturas no era sino huir y buscar refugio para guarecerse de las balas enemigas.
Es el triste final de la aventura en las tierras de Neltume y sus aledaños. Pero lo que ahí queda contado es la crónica de una derrota que sufrieron miles de chilenos y chilenas en todo el territorio, de norte a sur. La sangre que los militares derramaron, la crueldad y la ignominia a la que se libraron era una forma de garantizar que nunca más se volviera a alzar una voz para reclamar justicia. Cuarenta años después, la historia, tozuda como es, ha vuelto a demostrar que las generaciones de pobres y desposeídos no se rendirán, y que también el miedo tiene sus horas contadas.
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Según la información publicada por The Clinic online en su edición del 23 de mayo, 2013, “los abogados querellantes en un juicio por el asesinato de tres militantes del MIR a manos de militares en 1981 pidieron hoy el desafuero del diputado RN Rosauro Martínez, quien según la denuncia, como capitán del Ejército comandó la acción en el sector de Neltume, en el sur de Chile.” Es la misma operación en la que fue ejecutado el hermano del autor del libro, René Bravo Aguilera. A pesar de la abundancia de pruebas de que el diputado Martínez dirigía el comando que ejecutó a los miristas a sangre fría, este señor sigue ocupando un escaño en un parlamento que se dice democrático.
http://www.archivochile.com/Archivo_Mir/experiencia_neltume/mirneltume0019.pdf
El libro me parece mucho mejor que el análisis que el autor del artículo pretende dar, que se inscribe en una visión bastante clásica. De CaC es bastante más complejo en las contradicciones, más moderno y más libre. “escrita sin grandes pretensiones literarias”, “narrado muy escuetamente », « Con un estilo llano y escueto”… José Manuel Bravo Aguilera escribe de lo mejor, yo diría que forma parte de la mejor literatura que he leído este último tiempo… Una especie de Céline del sur de Chile… Y más popular… De verdad, ese libro es excelente.