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El falso poder del “sistema” y lo que realmente nos impide ser libres

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Coincido con Jacob Klatzkin cuando dice que “el poder dominante es una cosa mítica, que debe su existencia a la imaginación. En esencia, es un fenómeno psicológico: toda su realidad es de carácter ilusorio. Vemos a una persona rigiendo un pueblo, dominando a una nación entera. Multitudes de seres humanos le sirven con temor. ¿A quién temen? En fuerza real los esclavos son inmensamente superiores a su amo. Pero cada esclavo se ve a sí mismo como un individuo contra sus compañeros de esclavitud. Aunque se sientan impelidos a rebelarse, se temen mutuamente. A veces se rebela uno de ellos; entonces sus compañeros se ven forzados a castigarle, aunque en sus corazones deseen o proyecten hacer lo que él. No es al dictador a quien temen, sino a la hueste de esclavos que ejecutan sus órdenes. En otras palabras, se temen a sí mismos. Su debilidad es una ficción, un error, un error de esclavo. El dictador obtiene su fuerza agregando la de otros a la suya. Lo hace borrando de la conciencia de sus esclavos el hecho de sus intereses comunes. La multitud se ve como individuos opuestos entre sí. Cada criatura esclavizada se considera esclavizada por la comunidad de sus compañeros de esclavitud. Por este error común, error de muchos, se mantiene el poder de uno. Los muchos recobran la fuerza que les es propia en cuanto advierten este secreto del temor recíproco. La abolición del error en los corazones de esclavo señala el fin del ficticio poder de la tiranía.”

Hoy no existe la esclavitud y nadie se considera esclavo; pero la inmensa mayoría de las personas piensa que son los poderosos los que influyen sobre el curso de los acontecimientos, y que los individuos “comunes y corrientes” carecemos de poder y estamos sujetos a las decisiones que tomen aquellos. Muchos dicen que no pueden cambiar sus vidas dependientes, ni realizar las transformaciones sociales que desearían, a causa del “sistema imperante”, que no nos permite vivir como quisiéramos ni actuar conforme a nuestros principios y valores.

En realidad, lo que entendemos como “sistema imperante” es, igual que el “poder dominante”, no más que una ficción, un mito, cuya existencia ilusoria reside solamente en nuestra propia conciencia. Al decir esto no estamos negando la existencia de la dominación ni de la concentración del poder, sino des-cubriendo, o sea sacando el velo que oculta lo que es constitutivo del poder y de la dominación, a saber, que se trata siempre de una relación social, en la que participan activamente todas las personas que se encuentran vinculadas en dicha relación. Y que dicha relación se encuentra siempre mediatizada por la conciencia de cada participante. El poder y la dominación existen en la medida en que quienes lo sufren se someten y obedecen, por temor, por comodidad, por cobardía o por cualquier otra causa.

Vemos a la gente consumiendo y endeudándose y compitiendo y comportándose y estudiando y trabajando, de la manera en que lo exige el mercado, como lo requiere “el sistema”, como lo dictan los poderosos y lo exigen los que mandan. Se dice que “el sistema castiga” a los que se marginan y se liberan de sus exigencias y normas. Con esta idea, muchos justifican el permanecer en el “sistema” que no quieren y que incluso dicen que quisieran cambiar. ¿A quién, a qué le temen?

A veces vemos que alguno “se sale” del sistema y actúa siguiendo sus propias convicciones, sus valores e ideales. Entonces son muchísimos los que salen a castigarlo, a criticarlo, a hacerlo “entrar en razón”, a convencerlo de que “le irá mal”, aunque en sus corazones desearían hacer lo que él. No es el “sistema” el que lo castiga, sino cada uno de nosotros, cada uno de aquellos que siguen actuando en conformidad con lo que requiere el mercado, la publicidad, la política, “el sistema”. El “sistema” adquiere existencia y poder por “la hueste de esclavos que ejecutan sus órdenes”.

Muchos se quejan y critican el poder de las grandes empresas multinacionales. Pero pocos se preguntan dónde reside el poder y la riqueza que tienen. Ni el poder ni la riqueza son algo intrínseco o inherente al que los posee. Pensemos, por ejemplo, en el poder inmenso que ejerce la empresa Coca-Cola a través de la publicidad y otros medios. Tiene tanto poder que nos hace comportarnos de ciertas maneras, incluso diariamente, cuando vamos a comprarla, al servirla, el beberla y compartirla. No queremos decir que haya algo malo en eso, pero sí que comprendamos el origen del poder que ejerce sobre nosotros. ¿Quién le otorga poder y riqueza, sino cada uno de nosotros que le transferimos una pequeña cuota de poder y de riqueza, o sea una parte de nuestra voluntad, cada vez que la compramos y consumimos?

Y ¿cómo es que nos domina? Introdujo en nuestra mente, en nuestra conciencia, un deseo, que se nos ha ido convirtiendo en una necesidad. ¡Así ocurre con todo lo que ejerce poder sobre nosotros! Es la instalación de un mito en nuestra conciencia, un mito que puede tener la forma de un deseo, o de un temor, o de una creencia, o de una expectativa. Un mito que se refuerza cuando está en la mente de muchos, que lo reproducimos sin darnos cuenta al hablar de él y al compartir nuestra creencia, deseo, expectativa, temor, o el que sea su modo de estar en nosotros. ¡Si queremos liberarnos de tal dominación, es preciso identificar esa presencia extraña que actúa en nuestra conciencia, y extirparla.

Parafraseando a Klatzkin, nuestra debilidad es una ficción, un error, un error de esclavos. No es al “sistema” a quien tememos, nos tememos a nosotros mismos. El “sistema” adquiere su fuerza sumando las fuerzas nuestras. Lo hace borrando de nuestras conciencias esos valores, ideas, proyectos en que verdaderamente creemos y que quisiéramos (o que algún día quisimos) realizar.

Por este error de muchos, de creer que “el sistema existe y nos domina”, el “sistema” se mantiene y se hace fuerte. La abolición de este error en nuestras conciencias señala el término del ficticio poder del “sistema”. Es por esto que la liberación respecto de cualquier forma de dominación, y cualquier transformación social que nos propongamos, tienen un solo lugar donde pueden comenzar: nuestra propia conciencia y nuestras propias decisiones.

www.luisrazeto.net

*Fuente: El Ciudadano Nº132, primera quincena septiembre 2012

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