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Exhortación a la desobediencia

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19/10/12
Quiero ser muy sincero. Quiero hablaros con el corazón abierto sin perder el control de los sentimientos por mi componente racional; soy una persona emotiva y hasta apasionada, que se exalta, pero al mismo tiempo soy un ser que cree en la razón y que nunca dejó de ejercer la razón en la medida de su posibilidades. Y quiero dirigirme a vosotros desde el terreno de mi generación: la generación que recogió el testigo directamente de los supervivientes de la generación Nós y del Partido Galeguista, e incluso de las Irmandades da Fala y también a través de la conexión con quienes empezaron a montar los dispositivos de lucha cultural posible bajo el franquismo en torno a la Editorial Galaxia en los años 50.

Esa generación, con rigor, lo que tiene para mí como definiciones primordiales, es que es una generación de personas que nos movíamos por valores, y nunca por intereses; que teníamos la ética como fundamento de la política, y primordialmente, la ética de la fraternidad, la ética de la hermandad, de la hermandad en el sentido de la noción histórica de las hermandades de los Irmandiños y por tanto de la auténtica revolución bajo­­-medieval de las capas de siervos y de la burguesía de las ciudades y de la hidalguía frente al poder despótico y oligárquico del Estado, de la Corona de Castilla, y de la nobleza “aventurera y bárbara”. Ese es el sentido que tiene para nosotros la noción de hermandad y por lo tanto de fraternidad, equivalente al de hermandad, no en el sentido patriarcal, sino en el que le confirió la izquierda del bloque revolucionario francés de 1789; la fraternidad como principio de democracia horizontal, como principio necesario para integrar en el proceso revolucionario de emancipación al ‘cuarto estado’, a los ‘sans culottes’, a quienes no tenían bienes ni medios propios para vivir. Ese es el sentido que tiene en las Irmandades da Fala; al cabo habla de los oprimidos y desposeídos, y el sentido con que está inserto en el ideario del nacionalismo galego, desde los precursores del Partido Galeguista.

Por eso siempre me acuerdo de las cartas cruzadas entre los galeguistas, tanto los que estaban en el exilio o en ultramar como en los de aquí. Se trataban de ‘irmáns’ (hermanos), y no en el sentido patriarcal, insisto, sino en el antitético de la “ley de familia”: en el sentido de la “ley civil”, en el de la fraternidad, en la que nosotros seguimos insistiendo porque es la única base posible de formulación ética de un movimiento que ha de ser un movimiento de la nación en su conjunto; es decir, del común ciudadano en su conjunto.

Porque no hay movimiento de emancipación nacional de un pueblo expoliado, de un pueblo sometido, de un pueblo colonizado, que pueda prosperar, sino es un movimiento de fraternidad en el que vayan por delante los ejes vertebradores de un proyecto común de emancipación nacional y social. No puede haberlo. Si hablamos de los buenos y generosos…algunos, muchos y muchas, creemos en lo que decimos cuando cantamos el Himno nacional galego. Algunos, muchos y muchas, seguimos descodificando conscientemente lo que significan las palabras de Pondal cuando habla de los “buenos y generosos”, y cuando, al contrario define a los “imbéciles y oscuros, cerriles y duros”. Y sabemos perfectamente que por eso, “buenos y generosos” significa “fraternidad”. “Hay sitio para todos”, dijo Castelao: es preciso que este país reorganice su capacidad de ser mediante un amplio encuentro fraternal de todos los ciudadanos de buena fe, de todos los descolonizados para descolonizar a los demás. Y es la única forma de articular un proyecto alternativo del común, frente a un poder oligárquico y despótico, que es la metamorfosis actual del fascismo. Estamos padeciendo la metamorfosis actual del ‘Atila en Galiza’, y vamos camino de una ‘Galiza mártir’, aunque sea o parezca incruenta: hay muchas formas de ser mártir, y muchas formas de destrozar el país. Lo están haciendo, dándole vueltas por el forro al sentido que tenían las precarias instituciones de auto gobierno. Están apalancados en San Caetano, convertidos en brigada de demoliciones, limpieza étnica, ecocidio y socialicidio. Los que, incluso cuando ocupan una institución denominada Valedor do Povo, se transforman en mutantes que convierten al ‘defensor’ en ‘agresor’ del pueblo, de su cultura y su idioma. Estamos ante una subversión total de las instituciones creadas en la democracia. Y frente a esto, o bien hacemos profesión de la ética de la solidaridad, de la fraternidad, de la igualdad; es decir, o bien hacemos profesión y práctica de los principios republicanos de una sociedad, en clave de nuestra nación y nuestro pueblo, o seremos falsos y mentirosos y no seremos ‘buenos’ ni ‘generosos’, y estaremos, mal que bien, traicionando las luchas de los Bóvedas y los Castelaos que invocamos; de los Faraldos, de las Rosalías y de todos y todas las demás. También las de la multitud de hombres y mujeres comunes represaliados y olvidados, incluso de las mujeres que estuvieron en el maquis con sus compañeros, como es el caso de las recogidas en el último libro de Aurora Marco, las mujeres silenciadas, de las que nunca se habla, pero que fueron un factor fundamental para la resistencia frente al fascismo en el monte durante los años 40 y 50.

Yo no estoy lanzando un mitin: os estoy hablando con la voz de una generación. De una generación en sentido muy amplio: no sólo estrictamente de quienes nacimos entre 1930 y 1940, generación que se integra por quienes decidimos abordar la práctica política emancipadora organizada en en un Consello da Mocedade que se difuminó inmediatamente, pero que muy pronto daría lugar al nacimiento del PSG y de la UPG. No sólo, digo, la generación nacida en ese estricto período, sino una más amplia que abarca desde los años veinte hasta mediados de los cuarenta. Es la generación que , en definitiva, logra alcanzar masa crítica que en aquella fecha tiene en toda Europa un color rojo; que es el 68, del Mayo francés, pero también en América es el 68 de los asesinatos del Che y de Luther King y de los movimientos de protesta contra la guerra de Vietnam y de la eclosión de las luchas por los derechos civiles y contra el racismo y el colonialismo imperiales. Como ahora los movimientos cívicos de protesta y denuncia contra la tiranía de los banqueros, de la plutocracia que controla y manipula los mal llamados ‘mercados’ financieros. Y no olvidemos que, antes del mayo francés del 68, en febrero-marzo, estalló la rebelión del 68 en la Universidad de Santiago de Compostela, muchos de nosotros estábamos allí. Esa generación que hizo masa crítica y que supo lanzar todo un proyecto común ya entonces, de organización de las fuerzas cívicas frente al fascismo para ir hacia una ruptura democrática, eso que fue robado desde arriba por un contubernio de organizaciones internacionales erigido en directorio en la sombra y presidido por el Departamento de Estado de los EEUU, allá por los 70.

Nuestra generación, insisto, se movía por valores y no por intereses, tenía la ética por fundamento de la política y además el respeto y la veneración a nuestros antepasados y anticipadores, desde los Precursores en la generación Nós y el Partido Galerista. Practicábamos lo que en el arte está tan absolutamente demostrado: que no hay vanguardia sin tradición; las vanguardias surgen en la artes cuando hay detrás una tradición dialéctica entre vanguardia y tradición. Y la vanguardia que fue nuestra generación en la lucha cultural y cívica, con nuevas formas de hacer lucha cultural, como ha relatado Manolo Caamaño, y en la lucha social con la gestación y creación de organizaciones propias en los movimientos sindicales, el SOG como germen de lo que después serían la ING, INTG y así sucesivamente, y las Comisions Labregas convertidas después en el actual SLG, o incluso de organizaciones precursoras y pioneras en la defensa ecológica de nuestro país, como ADEGA en 1976, nada menos. Esa generación fundamentalmente, fue vanguardia; pero lo fue porque supo perfectamente conocer , estudiar y reconocerse en una tradición existente desde la Revolución galega de 1846, incluso más: desde los propios ilustrados galegos del XVIII, hasta la bestial irrupción de Atila en la Galiza de 1936.

Y porque peleamos siempre por una nación de iguales, una nación de ciudadanos, y por lo tanto por los principios y valores republicanos.

Pero, ¿acaso es ésta, hoy, una generación derrotada? Os confieso que, en los momentos del más negro pesimismo, en los últimos tiempos, con frecuencia he dicho, y confesado a mis íntimos, la gente joven con quien trabajo en Encontro Irmandiño, y no sólo jóvenes, compañeras y compañeros de diferentes hornadas, incluso a mis propios hijos, que creo que pertenezco a una generación derrotada. Porque creo que era, o parecía ser una generación llamada a dirigir, a liderar, a protagonizar legítimamente el post-franquismo, en un proceso constituyente de construcción ‘ex-novo’ de una forma democrática de Estado plurinacional basado en el ejercicio combinado de la soberanía popular por los ciudadanos y de su propia soberanía nacional por los pueblos que decidiéramos articularla. Pero al cabo hemos sido una generación suplantada por otra gente que no tenía tras sí esa trayectoria de combate antifascista en favor de los derechos y libertades democráticas de los ciudadanos y de los pueblos. Verdaderamente este no fue un fenómeno que aconteciese sólo en Galiza. Se dio en el conjunto del Estado Español, con variantes y en medidas diversas. Se dio también en otras transiciones. Lo estamos viendo. Incluso en transiciones como la que se dio en la reunificación alemana, cuando uno descubre que la tan neoliberal ‘kaiserina’ Merkel, no sólo fue jefe de las juventudes del partido en el poder en la RDA, sino que operaba como confidente de la famosa Stasi, la policía política de aquel régimen, y que ‘mudó de chaqueta’ en un pis-plás, como hizo aquí Fraga: no sólo hay ‘fragas’ en Galiza.

Pero ¿es realmente la nuestra una generación derrotada? Pues no, no. No lo somos, únicamente nos tocó vivir ahora, con todas y todos vosotros, un final de ciclo histórico. Estamos presenciando y viviendo este final. A escala mundial, del sistema-mundo, el final de un ciclo sistémico, de un ciclo de hegemonía, una ‘crisis de hegemonía’. Que deriva en un período de ‘caos sistémico’. Está bien a la vista, es evidente. Un ciclo también en Europa, el callejón de sal-si-puedes en el que está metido el proyecto institucional de la UE, de una UE deformada y convertida únicamente en una unión monetaria que ahora hace aguas por ambos lados, que está abocada al fracaso, que ya fracasó. Una UE en donde instancias que no tienen ningún aval democrático, son las que dictan consignas a los inquilinos de las instituciones políticas de los Estados, organismos que son testaferros de los poderes plutocráticos que deciden si un presidente de gobierno, griego pongo por caso, elegido mal que bien por sufragio popular, puede o no convocar a un referéndum a los ciudadanos. Una UE donde esos mismos jerarcas de la llamada ‘troika’, BCE, FMI y Comisión de la UE, pueden revocar un gobierno y ponerle en la cabeza a los agentes de los Goldman Sachs de turno, que fueron en otro momento los causantes de la tragedia que hoy está padeciendo el ciudadano del común, ya sea griego, portugués, irlandés ,italiano, galego o euskaldún. Estamos viviendo el final del ciclo iniciado después de la II Guerra Mundial en el 45, y de una UE ‘kaput’ que, o bien conseguimos entre todos reconstruir pieza a pieza y paso a paso, desde las bases de la Europa de los pueblos, de la Europa de los ciudadanos, o evidentemente no hará más que derivar en un neo-totalitarismo de facto, cada vez menos camuflado. Y estamos, en el contexto del Estado español, en el estertor final del régimen nacido de la ‘modélica’ Transición, quiere decirse modelo de fraude político, que naturalmente está acabando, de forma análoga a como estaba acabando la Iª Restauración borbónica a finales de los años 20, de manera análoga, digo análoga y no igual, porque la Historia no se repite, está finalizando esta IIª Restauración en el segundo decenio del siglo XXI. Un régimen que se descompone, está pudriéndose ‘a la intemperie’, como el cadáver de Polinice en la tragedia de Antígona en la recreación de Anouhil que traducimos al gallego Franco Grande y yo mismo, hace ya más de medio siglo.

Y por lo tanto también, el fin de un ciclo histórico en Galiza: el final de la Autonomía. Cuando la Autonomía se transforma en su contrario. Cuando se convierten las instituciones autonómicas en una especie de Diputación supra provincial: no deja de ser un sarcasmo que, cuando el nacionalismo galego llevaba todo el siglo XX reclamando inútilmente la supresión de las Diputaciones provinciales, sean ahora sus enemigos y recalcitrantes boicoteadores de tal medida ,quienes digan que convendría suprimirlas, y no precisamente, es claro, con las mismas razones y objetivos.

Así pues, el ciclo histórico en que estamos viviendo es el final de una época. Pero simultáneamente estamos percibiendo como comienzan a engendrarse las bases de una época nueva. La subversión reaccionaria de las instituciones políticas; la metamorfosis del fascismo, metástasis en el caso español, puesto que de ahí nunca fue erradicado; la especie de IVº Reich que se está imponiendo; el poder obscenamente ubicado fuera de las instituciones políticas está exento de cualquier tipo de control democrático; los muñecos del ventrílocuo en que se han convertido los representantes elegidos de los ciudadanos, que los dejan de representar ya desde antes de que los voten y están simplemente al servicio de los poderes que les marcan las pautas antidemocráticas de actuación; la contumaz práctica de gobernar contra los ciudadanos; la impunidad de los crímenes del poder; y en fin, lo que digo, una ‘soberanía de cartón’, un Estado en un proceso de liquidación a precios de saldo: he ahí el panorama que contemplamos en nuestro entorno inmediato. Y sin embargo, ni nosotros como generación, ni vosotros como ciudadanos, ni este pueblo, ni los pueblos del mundo, estamos derrotados. Simplemente precisamos recuperar el protagonismo como pueblos y como ciudadanos.

Es la hora de la ciudadanía ejerciente como tal. Es la hora de la soberanía popular en el sentido prístino de la palabra. Es la hora de la reconquista de los derechos y las libertades cívicas y políticas efectivas. Es la hora de una nueva ruptura democrática con este régimen putrefacto y con un sistema aberrante y homicida, que va camino de acabar con la biosfera, y por ello, con la existencia del planeta mismo. Es la hora de la rebelión cívica como motor de la emancipación de los individuos, las clases y los pueblos oprimidos. Es la hora de la asunción de los principios y la práctica de los valores republicanos. Es la hora de la lealtad al ciudadano del común y no de la obediencia a las organizaciones, incluso de aquellas de las que formamos parte, si resultase imposible ser leal con los ciudadanos por obedecer a las directrices de las organizaciones.

Este es el momento en el que estamos, y por mi parte sólo quiero ser, en esto, el espejo de todas y todos vosotros. Sólo quiero exhortaros a la desobediencia, a ejercer la dignidad y practicar la indignación. A ser la conciencia activa y combativa de esta nación de Breogán, dado que nos corresponde ahora a los ciudadanos del común asumir la responsabilidad que teníamos delegada en nuestros representantes elegidos. Y en esa lucha me tendréis con vosotros, mano a mano, en el proyecto común de toda la ciudadanía galega, excepto las oligarquías y los puntos de apoyo de los poderes que nos expolian, nos alienan y nos quieren borrar del mapa y de la Historia.

Con estos principios, con ese proyecto, en ese combate estaré con vosotros mientras tenga aliento. Porque una vez, hace ya mucho tiempo, escribí, en uno de esos bloc de notas que en la adolescencia y en la primera juventud llevaba siempre conmigo y que después dejé, y al final desaparecieron, muchas veces escribía en ellos cosas propias de viejos y no del muchacho que era, algo que decía así: ‘lucho sin esperanza, e incluso por eso es bien cierto que nunca jamás desertaré’.

Gracias.

Xosé-Manuel Beiras, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es el más destacado dirigente de la izquierda nacionalista gallega. Ahora milita en Anova. Profesor de economía en la Universidad de Santiago de Compostela, ha sido uno de los políticos más sólidos, imaginativos e independientes de la izquierda durante la transición política en el Reino de España.

Traducción para www.sinpermiso.info: Ramón Sánchez Tabares

*Fuente: Sin Permiso

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