El vuelo de los cuervos sobre Pluna
por Emilio Cafassi (Argentina)
12 años atrás 8 min lectura
Los gobiernos progresistas de América Latina vienen recibiendo –y resistiendo, varios de ellos- una andanada de expresiones y maniobras políticas hostiles mediante diversas formas y metodologías. Algunas hasta logran sus propósitos destituyentes como en Honduras o Paraguay. Otras simplemente desgastan, sofrenan o impiden las reformas y cambios. Las tácticas y metodologías son heterogéneas aunque en general se expresan a través de los interlocutores políticos más rancios con representación parlamentaria, quienes en algunos casos pueden recibir además el auxilio, probablemente involuntario, de luchadores sociales u organizaciones de la sociedad civil. Uruguay no es la excepción, aunque la consistencia de su sistema político representativo le ponga algunos límites a los alcances de las maniobras. Aunque esto también le pone límites a la profundidad de las transformaciones.
El personalismo, el caudillismo y el paternalismo son una herencia reaccionaria no suficientemente rechazada aún por los progresismos y las izquierdas, que producen la plena personalización de la actividad política bajo la forma de un culto a la personalidad y prohijan dos creencias convergentemente expropiatorias del poder popular. Por un lado la de la existencia de líderes insustituibles que facilita la perpetuación y concentración de poder expandiendo la brecha entre dirigentes y dirigidos. Por otro la de la existencia de roles jerárquicos que facilitan la burocratización (y con ella la corrupción), que infunde la superioridad imaginaria del “dirigente profesional” y la constitución de una “sociedad política” separada de la “sociedad civil” con mecanismos de cooptación y de autodefensa de sus usufructuarios. El fenómeno excede al Estado y es también analizable en los partidos, en las organizaciones civiles, etc. Luchar contra el personalismo y repensar la arquitectura política de las sociedades es también un modo de plantearse la profundidad y perdurabilidad de las reformas que se quieran introducir. Y así como el personalismo constituye un atajo esterilizante a largo plazo de las estrategias de cambio, la reacción lo amplifica allí donde tiene raigambre –por ejemplo en los regímenes populistas- o se propone inventarlo en formaciones sociales más formalizadas y con sujetos políticos más colegiados, como Uruguay.
En esta semana la víctima de este invento -por partida doble, como veremos más adelante- fue el Vicepresidente Astori, luego de tener un gesto infrecuente de firme honestidad intelectual a través de una intervención pública escrita, reconociendo un error que luego fue refrendado y asumido por el ex Presidente Vázquez. Desconozco si se equivocaron respecto a la decisión de Pluna. Me excede tanto la complejidad y movilidad del mercado aeronáutico y sus opciones como la magnitud de la información necesaria para evaluarlo, sin que se me escape lo gravoso que sería para el Estado tener que asumir deudas privadas. Pero desde el punto de vista lógico-formal sólo es dable afirmar indubitablemente que estamos ante un error, aunque aún incierto. Puede que sea verdadero lo que sostiene Astori, tanto como lo contrario. El hecho de que alguien afirme haber errado no significa que efectivamente así sea, porque puede estar errando en la evaluación de su accionar. Pero es uno u otro en este nivel de simplismo expuesto. O se equivocó en el asesoramiento de entonces o ahora en considerarlo errado. En alguno de los dos casos hay un error. Obviamente un juicio detenido de todas las variables en juego no será ni tan simple ni binario. Lo que en ningún caso es un error es haberse manifestado ante la ciudadanía, sus electores, asumiendo la responsabilidad y expresando sus primeras conclusiones personales. Esto sí es simple y taxativo. Supone un modo de rendir cuentas ante quien realmente corresponde: la ciudadanía, que será quién juzgue políticamente sus actitudes, responsabilidades y decisiones. Exactamente lo contrario del disimulo fiduciario del lazo representativo que autonomiza a los representantes. Un verdadero ejemplo a imitar, cualquiera sea la evaluación posterior de lo actuado.
Supe leyendo este diario que el ex Presidente Lacalle le había dedicado una columna a su texto. Mi primera reacción fue de indignación con el medio. ¿Cómo era posible que se la glosara de un modo tan infantil y reiterativo? Fui a leer la noticia a otros diarios uruguayos y me encontré con el mismo estilo. Entonces, o bien el periodismo uruguayo todo entró en una seria crisis de estilo o bien se reflejaba fidedignamente la columna que, ante esta duda, salí a buscar para mi asombro una vez hallada. Alguna crisis refleja porque llamar columna a una composición escolar que ni alcanza los 900 caracteres, con estructura de cuasi plegaria religiosa en la que cada párrafo-oración termina siempre con “guardó silencio”, es como mínimo exagerado. Son 5 o 6 sentencias separadas por puntos aparte. Tal vez el autor quiso ser irónico. Pero además de la concisión y la sintaxis, refleja concepciones políticas que el medio elegido para publicar refuerza con otros columnistas y no deja mucho lugar a dudas.
Se trata del semanario digital “Patria”, que desconocía hasta el momento, y que parece ser una publicación oficial u oficiosa del herrerismo, ya que allí escribe además el senador Heber (Presidente del directorio del Partido Nacional) y el senador Penadés, aunque también el senador Francisco Gallinal, líder de la Correntada Wilsonista. Algo así como buena parte del ala derecha de la estirpe política blanca. El tratamiento que hace de la coyuntura tiene deslices terminológicos y giros que no desentonarían demasiado en la macabra página de los genocidas “envozalta.org”. Un artículo de Michael S. Castleton- Bridger sostiene que “en todos los países gobernados por la horda de neo-populistas que hoy padece nuestro continente la democracia se erosiona”. Recuérdese el uso del término “horda” por parte de la propaganda de la dictadura para referirse a sus víctimas. En el artículo de tapa, Ricardo Puglia presenta al FA como “la coalisión de los grupos de izquierda marxistas, comunistas, tupamaros, socialistas y otros”, que posiblemente por tener esas inclinaciones ideológicas “no entienden la Constitución ni entienden la Democracia”. Lo presenta al ex Presidente Vázquez como una especie de autoritario: “al mejor estilo marxista no permitió que ningún integrante de la oposición integrara los cuadros de gobierno” (¿los gobiernos previos, sí?). La comparación no es tan exagerada. En la portada de “envozalta” su foto está titulada “el verdadero rostro del comunismo”. Unos y otros parecen muy preocupados por el legado de Marx y también la democracia. Pero veamos su concepción implícita de esta última.
El planteo fundamental de la llamada “columna” de Lacalle es justamente el reclamo de autonomía y camarillismo de la clase política. El senado que concibe es antes bien un cenáculo. Cree en cada renglón de la notita que Astori le debe explicaciones al senado y no a la sociedad. Se queja Lacalle de que “En un documento entregado a la prensa dio su versión, pero se la negó a sus colegas del Senado, cara a cara. Guardó silencio”. ¿Los senadores le pidieron una copia de su versión y Astori se la negó? ¿Los senadores son colegas entre sí? ¿Los senadores son, en consecuencia, todos contadores? Tal vez las prácticas “opositoras” de convocar en forma casi cotidiana a las autoridades a dar informes, por poco como única actividad parlamentaria, refuercen la pretensión de los otrora mayoritarios integrantes de la clase política uruguaya de exigir el retorno de la antigua “cosa nostra” con linajes prestablecidos. Casualmente el propio ex Presidente Lacalle tuvo que intervenir sobre Pluna en su gestión y en general ha guardado el silencio que le reprocha al Vicepresidente, tanto en forma escrita como oralmente, más allá del recurso retórico de considerarse embestido por la gestión que lo sucedió. No es algo sorprendente.
Sí lo es la lamentable movilización al domicilio particular de Astori de ex empleados de Pluna para entregar una carta. No por la movilización ni por la carta en reclamo de atender el perjuicio que sufren (que dicho sea de paso tiene algunos aspectos interesantes) sino por la malversación y obliteración del recurso del “escrache”. Este método político, originalmente introducido en Argentina por la agrupación “HIJOS”, consiste en la manifestación en -o hacia- un domicilio privado, y sólo es concebible cuando el denunciado es un delincuente que goza de impunidad ante la justicia. Por ello su potencia radica en la advertencia hacia la sociedad y los vecinos de que allí vive algún criminal impune. Una de sus consignas era, “si no hay Justicia, hay escrache”. Es un recurso político extremo que viola -tanto como viola la propia justicia cuando interviene- un derecho civil básico como es el derecho a la privacidad que sólo considero legítimo allí donde haya total impunidad. En la Argentina actual en la que afortunadamente se van juzgando a los genocidas, ya no se practica el escrache con toda razón. Inversamente en Uruguay donde hay actualmente aún miles de criminales impunes, debería volver a utilizarse el recurso (tal vez los ex funcionarios de Pluna participen) para señalar a la sociedad y a los vecinos quiénes son y dónde viven.
Pero no es el caso de Astori, cuya carta merece reconocimiento por su honestidad y valentía, pero sobre todo por dirigirla a la sociedad y no sus “colegas de cenáculo” como le reclama Lacalle. Si decidió bien o mal sobre Pluna no modifica esta conclusión. No es un criminal sino uno de los tantos luchadores contra la barbarie y el terrorismo de estado. No está escondido en el anonimato vecinal sino que tiene actividad y domicilio públicos. No reprimió movilizaciones sino que fue parte de ellas.
No merece escrache alguno sino masiva solidaridad.
– El autor, Emilio Cafassi, es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
http://hipersociologia.org
Skype: emilio.cafassi
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