LA CRÍTICA A LA AUTORIDAD
Criticar a una celebridad ―y, en consecuencia, a una autoridad―no es tarea que arroje, siempre, resultados satisfactorios; por el contrario, puede ser hasta, incluso, la sepultura política, científica, artística o cultural de quien lo hace. Razones hay para que ello ocurra; y son muchas. La autoridad, la celebridad e, incluso, la personalidad, es la calidad que se atribuye a un individuo o a un grupo de individuos (organización) instalado en los más altos peldaños de la escala social como expresión de la estructura jerárquica adoptada por esa sociedad. Es comprensible, pues, que los medios de comunicación institucionales intenten acallar al osado de la manera usual a como acostumbran hacerlo, que puede ser llenándolo de vituperios o, simplemente, ignorándolo. Ambas formas cumplen la finalidad propuesta. Cuando se colma de oprobios a alguien, públicamente, es muy difícil que éste pueda recuperarse de la afrenta recibida; cuando se le ignora, los medios de comunicación le obligan a multiplicar sus esfuerzos para propagar sus ideas lo que, generalmente, resulta una empresa irrealizable para el ciudadano corriente por lo que éste desiste de sus empeños. Y es que el debate, en una sociedad organizada en clases sociales, no lo puede provocar cualquiera persona ni hacerlo en cualquier medio o lugar. La arrogante frase con la que se santifica el carácter mediador de los institutos de estudios superiores expresa con exacta transparencia el sentido de esta tendencia tan actual:
‘Es la universidad el lugar por excelencia donde ha de efectuarse el debate’.
La cultura dominante encuentra, así, el lugar preciso para reproducirse a sí misma y justificar con creces su autogeneración. Quedan excluidos del ‘debate’, por consiguiente, las organizaciones sociales, de derechos humanos, de mujeres, de los pueblos originarios, sindicatos, etc. Todas esas estructuras sociales son ‘ineptas’.
Los fundamentos de esta forma de comportarse se encuentran en lo que Tomas Kuhn denominara ‘paradigma’, elaboración teórica nacida en los institutos científicos, concebida en el carácter de verdad por el simple hecho de provenir de tales institutos y ser reconocida como tal por la comunidad científica. El paradigma levanta, por consiguiente, a una autoridad, y obliga a la comunidad nacional e internacional a doblegarse ante ella. No basta ni es necesario que su tesis sea verdad; basta únicamente el respaldo dado por la comunidad científica para que sus afirmaciones se estimen en el carácter de verdad indiscutible.
Un paradigma, sostiene Kuhn, permanece en el tiempo y no se termina sino hasta cuando otro, nuevo, diferente, se hace presente para reemplazar al anterior y sepultarlo definitivamente como tesis ‘superada’[1].
Pero un paradigma comienza a gestarse cuando determinadas voces disidentes empiezan a poner en duda las bondades del que existe. Cuando eso sucede y alguien se atreve a poner en duda la autoridad de quienes se encuentran en los sitiales más altos de la pirámide social, la atención toda se vuelca hacia el intrépido. Hay una espera que parece cortar la respiración. Y, luego, viene el veredicto, a menudo despiadado. O el principio del derrumbe del paradigma anterior.
Por eso, en el universo de las investigaciones científicas, constituye un hito el libro que, en 1994, publicara Antonio Damasio, destacado neurólogo del MIT, formulando severas críticas a una de esas celebridades. Su obra, que pasaría a constituirse en un clásico de la literatura psiquiátrica y neurobiológica, intitulado ‘El error de Descartes’, constituye una tesis diametralmente diferente a aquella que sustentaba el ilustre pensador francés, muerto en Estocolmo, Suecia, cuando aún estaba al servicio de la Reina Cristina.
Damasio sostuvo en su obra que el principio rector de la filosofía cartesiana ‘Cogito, ergo sum’ (‘Pienso, luego existo’) estaba errado. Criticaba, con ello, la base misma de la intuición sobre la cual René Descartes había construido toda su lógica.
En el pensamiento de Damasio, existe una estrecha relación entre la forma de pensar y de sentir y la estructura biológica del individuo. Una ligera variación en la estructura cerebral del sujeto puede ser determinante para terminar con su sensibilidad o para desencadenar sentimientos de los cuales adolecía. Por lo mismo, a su juicio, la frase de Descartes contiene un tremendo error de apreciación al colocar el pensamiento antes del cuerpo, debiendo ser, en verdad, ‘Sum, ergo cogito’ pues sin ser lo que se es nadie puede pensar. El alma no es, por consiguiente, una estructura separada de la masa biológica del individuo; en otras palabras, sin cuerpo el alma no podría existir.
LA VIGENCIA DE DARWIN.
Aquello que Damasio hizo con Descartes no ha podido aún realizarse respecto de Darwin, a pesar que las modernas ciencias biológicas han ido dejando obsoletos ciertos principios suyos. La propia sociología no acepta ya algunos de esos postulados. Sin embargo, nadie se atreve a formular una crítica a aquel gigante. Y sus ideas no sólo se siguen reproduciendo y aceptando como verdades irrefutables, sino se acomodan como soporte a los postulados que arrastra el nuevo patrón de acumulación. Es más: la generalidad de quienes muestran discrepancias con sus ideas, siguen atribuyendo a sus seguidores algunas de las tesis que son propias del investigador inglés. Nils-Olof Franzén, que prologara el libro de Piotr Kropotkin ‘Ayuda mutua’[2], sostiene que el anarquista ruso
“[…] quiso y debió refutar científicamente tales interpretaciones de Darwin que Huxley y otros hicieron[3]”.
Y, en el mismo sentido, Josef H. Reichholf:
“A partir de allí, una generación después de la publicación de El origen de las especies de Darwin, los matemáticos hicieron calculable el proceso evolutivo. Fueron ellos quienes mostraron que la selección no sólo arranca del medio ambiente ―es decir, del tiempo, el clima o las condiciones de la tierra y el agua potable― sino también en gran medida, de las demás criaturas vivientes, o en otras palabras, de la competencia[4]”.
Una serie de autores contemporáneos, que han enarbolado la bandera de la cooperación como forma de vida natural de los seres humanos, contrariando con ello la idea de la competencia como ley universal, también se expresan con un respeto, a menudo, casi religioso, frente a la autoridad de Darwin. Citemos, entre otros, a Patricia S. Churchland con su obra ‘Braintrust’, a Martin Nowak con su libro ‘Super cooperators’, a Åke Daun y Hans Norebrink con ‘Snällare än du tror’, a Tor Nǿrretranders con ‘Den generösa människan’, y así, sucesivamente. La generalidad de estos autores exime a Darwin de toda responsabilidad en la formulación de sus tesis y pone de cargo de sus seguidores las aberraciones posteriores.
Uno de los darwinistas más acérrimos en las últimas décadas ha sido Richard Dawkins, el título de cuya obra cumbre (‘El gen egoísta’) pone de manifiesto hasta qué grado puede llegar la defensa irrestricta del individualismo como forma de vida adecuada a los rigores del mercado.
Para introducirnos en la temática, permítasenos dar una idea bastante general acerca de cuáles han sido los grandes postulados de Darwin.
LAS TESIS CENTRALES DE LAS IDEAS DE DARWIN
Como bien lo indica Reichholf, contrariamente a lo que se cree vulgarmente, Darwin no descubrió la evolución. Varios otros antes que él habían hablado de ella. Se acostumbra a citar a Johann Wolfgang Goethe, a Jean Baptiste Lamarck y al propio colega de Darwin, Alfred Rusell Wallace; el innegable mérito del autor de ‘El origen de las especies’ fue descubrir ciertos mecanismos a través de los cuales la evolución pudo ser posible; por eso, su teoría puede resumirse en tres conceptos fundamentales que son variación, selección y tiempo.
En realidad, la tesis central del investigador inglés se encuentra en la transmisión de los caracteres adquiridos como origen de la evolución; en otras palabras, las características de un individuo, adquiridas durante el período de su interacción con el medio, se van a transmitir a su descendencia. Esta tesis también la extendió a los seres humanos en su obra ‘El origen del hombre’, publicada en 1871.
“Existen organismos que se reproducen y la progenie hereda características de sus progenitores, existen variaciones de características si el medio ambiente no admite a todos los miembros de una población en crecimiento. Entonces aquellos miembros de la población con características menos adaptadas (según lo determine su medio ambiente) morirán con mayor probabilidad. Entonces aquellos miembros con características mejor adaptadas sobrevivirán más probablemente”.
Las ideas centrales, sin embargo, no conforman toda una teoría. Ni, mucho menos, hablan sobre las ideas del propulsor de aquellas. Reducir el pensamiento de un autor al esqueleto de sus afirmaciones es eximirlo de su responsabilidad política y social; en suma, es presentar una imagen falsa de lo que realmente es (o fue) y piensa (o pensaba) verdaderamente.
Hay un hecho cierto, y ese no es otro que el siguiente: una enorme legión de personas tomó en sus manos el legado de Darwin y lo acomodó convenientemente para conformar con ello la defensa a ultranza del sistema capitalista vigente. Uno de los artífices de esa obra fue Thomas Huxley que, en 1880, publicó su manifiesto intitulado ‘Struggle for existence and its bearing upon man’ de cuyo contenido señaló Piotr Kropotkin en la introducción a su libro ‘Mutual Aid’:
“[…] a mi entender fue una muy equivocada presentación de sucesos de la naturaleza, apoyados en muestras extraidas de bosques pequeños o arboledas, por lo que me dirigí al editor de Nineteenth Century y le pregunté si podría utilizar el periódico para publicar allí un trabajo fundamental en contra de las más destacadas opiniones darwinistas, y Mr. James Knowles tomó la proposición con excelente voluntad. ‘Por supuesto que eso es darwinismo’, fue su respuesta. ‘¡Es espantoso cómo han entendido a Darwin! Escriba los artículos, y cuando estén impresos, enviaré a Ud. una carta que también puede publicar’[5]”.
¿PUEDE CONSIDERARSE INOCENTE A DARWIN DE LAS ABERRACIONES POSTERIORES?
Personalmente, no estoy muy convencido que Darwin rechazase las ideas que se atribuyen a sus seguidores. Por el contrario, la generalidad de sus afirmaciones, cuando no lo dice directamente, conduce a la aceptación de una sociedad en donde la competencia se encuentre elevada al rango de ley fundamental, y el derecho al saqueo y al despojo ajeno aparezca como una ley natural que justifica todo tipo de vejámenes.
Es posible que estas afirmaciones parezcan un tanto duras. No obstante, para quienes siguen aún creyendo en Darwin como un erudito varón de avanzada edad, incomprendido en su tiempo, jovial, dotado de grandes virtudes ciudadanas, vaya esta cita que hemos extractado de una de sus obras, en donde recurre la exaltación de la competencia y a su santificación como forma de superación de quienes buscan avanzar por el camino de la perfección.
“La selección natural no puede producir nada en una especie exclusivamente para ventaja o perjuicio de otra, aun cuando puede muy bien producir partes, órganos o excreciones utilísimas, y aun indispensables, o también sumamente perjudiciales, a otra especie, pero en todos los casos útiles al mismo tiempo al posesor. En todo país bien poblado, la selección natural obra mediante la competencia de los habitantes, y, por consiguiente, lleva a la victoria en la lucha por la vida sólo ajustándose al tipo de perfección de cada país determinado. De aquí el que los habitantes de un país ―generalmente los del país menor― sucumban ante los habitantes de otro, generalmente el mayor; pues en el país mayor habrán existido más individuos y formas más diversificadas, y la competencia habrá sido más severa, y de este modo el tipo de perfección se habrá elevado[6]”.
En este párrafo, repite Darwin un concepto que va a ser central dentro de su obra: la competencia perfecciona la obra de la naturaleza. Piotr Kropotkin, que leyese las conclusiones del naturalista inglés, intentó comprobar tal aserto. Sus conclusiones fueron diametralmente opuestas.
“Y finalmente vi entre el ganado semisalvaje y caballos en la tierra oriental de Bajkal, entre los rumiantes salvajes sobre todo, entre las ardillas, etc. que, cuando los animales deben luchar por falta de alimento, las dificultades hacen que todo el grupo de la especie sacudida por esa desgracia se debilite de tal manera en fuerza y salud que ninguna mejora de la raza puede realizarse en semejantes períodos de dura competencia”[7].
Insistimos. Darwin no estaba enteramente ajeno a las exageraciones que se desarrollaron al amparo de sus tesis. La competencia fue y continúa siendo parte integrante de su elaboración teórica pues tanto el fenómeno de la variación como el de la selección natural no pueden concebirse, en sus obras, sin aquella.
Elisabeth Sahtouris[8], que fuese una de las primeras personas en criticar directamente a Darwin, atribuye a la generalidad de las tesis planteadas por el investigador inglés el carácter de producto de la época en que vivió. En forma especial lo hace respecto de la competencia como ley universal. Para la investigadora griega, Darwin fue hombre de su tiempo, de su época y representó los valores vigentes en ese momento. Como tal, debía y quería defender el sistema dentro del cual vivía, con todos sus valores, con todas sus creencias. Darwin era súbdito en un país que, habiendo roto los vínculos religiosos que lo unían al Vaticano, permitía al rey asumir en calidad de sumo sacerdote del anglicanismo.
El naturalista británico, sin embargo, no sólo miraba los fenómenos desde el punto de vista de la religión, sino necesitaba creer en la verticalidad de la sociedad, en su jerarquía, en la superioridad de unos y en la inferioridad de otros. Y es que nació y se desarrolló en pleno período del liberalismo, en donde la competencia, elevada al rango de ley universal tanto por David Ricardo como por Adam Smith, constituía el más excelso modo de vida para las clases dominantes. No era ni debía ser extraño que Darwin absorbiera todo ese bagaje cultural en una época de pleno triunfo del individualismo. Y, lo más terrible, en una época de pleno sometimiento de la mujer al hombre. Porque fueron los ingleses quienes inventaron el lema de ‘las tres c’ que debían identificar la labor de la mujer: ‘cook, child and church’ (‘cocina, niño e iglesia’).No debe extrañar, por ello, que Darwin considerara a los habitantes de África y América como ‘salvajes’ o seres ‘primitivos’ ni a la mujer como ser inferior.
En suma, podemos mirar a Darwin, de esta manera, como un individuo de su tiempo ―un gigante, sin lugar a dudas―, pero con toda la carga de prejuicios de su época, con todo el acervo cultural que le legaba una Inglaterra desigual, jerárquica, en vigoroso avance hacia un capitalismo a ultranza, con reyes y corte, con clases sociales y apetitos de dominio universal. Por eso, no deben sorprender algunas de sus afirmaciones como las que siguen a continuación, por ejemplo, ésta, relativa a la mujer, contenida en el capítulo 1 de su obra ‘El origen del hombre’ que aparece en www.bibliotecavirtualuniversal.com :
“El hombre difiere de la mujer por su talla, su fuerza muscular, su velocidad, etc., como también por su inteligencia, como sucede entre los dos sexos de muchos mamíferos”.
En ‘El origen del hombre’, basta solamente citar los títulos de sus primeros capítulos para constatar la dicotomía entre seres superiores e inferiores (o primitivos y civilizados) que impregna su obra:
CAPÍTULO I Pruebas de que el hombre desciende de una forma inferior.
CAPÍTULO II Facultades mentales del hombre y de los animales inferiores.
CAPÍTULO III Las facultades mentales del hombre y de los animales inferiores (continuación).
CAPÍTULO IV Modo como el hombre se ha desarrollado de alguna forma inferior.
CAPÍTULO V Desarrollo de las facultades morales e intelectuales en los tiempos primitivos y en los civilizados.
La idea que tenía Darwin de los habitantes originarios de América es lapidaria. Así, en el Capítulo 2 de su obra ya citada ‘El origen del hombre’, señala lo siguiente:
«[…] los habitantes de la Tierra del Fuego son contados entre los salvajes más inferiores; pero siempre he quedado sorprendido al ver cómo tres de ellos, a bordo del Beagle, que habían vivido algunos años en Inglaterra y hablaban algo de inglés, se parecían a nosotros por su disposición y por casi todas nuestras facultades mentales”.
«[…] cierto que muchos animales inferiores admiran con nosotros los mismos colores y los mismos sonidos. [En] los salvajes, podría afirmarse que sus facultades estéticas están menos desarrolladas en ellos que en muchos animales, [… Así,] los gustos dependen de la cultura de asociaciones de ideas muy complejas.»
«[…] han existido y existen aún numerosas razas que no tienen ninguna idea de la Divinidad ni poseen palabra que la exprese en su lenguaje. […] Si bajo la palabra religión comprendemos la creencia en agentes invisibles o espirituales, entonces todo cambia al respecto, porque este sentimiento parece ser universal entre todas las razas menos civilizadas. […]»
«[…] Es probable, conforme demuestra M. Taylor, que la primera idea de los espíritus haya tenido su origen en el sueño, ya que los salvajes no distinguen fácilmente las impresiones subjetivas de las objetivas. […] La tendencia que tienen los salvajes a imaginarse que los objetos o agentes naturales están animados por esencias espirituales o vivientes puede comprenderse por un hecho que he tenido ocasión de observar en un perro mío. […]»
Las ideas políticas de Darwin se encuentran en estricta correspondencia con las ideas sociales imperantes en esa nación y algunas de ellas se encuentran contenidas en el Capítulo 5 del libro ya citado. No puede decirse de ellas que sean de avanzada. Veámoslas:
«[…] una forma cualquiera de gobierno es preferible a la anarquía. Los pueblos egoístas y levantiscos están desprovistos de esta coherencia, sin la cual nada es posible. […]»
«[…] la acumulación moderada de la fortuna no causa ningún retardo a la marcha de la selección natural. […]»
«[…] los hombres ricos por derecho de primogenitura pueden escoger de generación en generación por esposas las mujeres más bellas y más encantadoras, y probablemente las que estén dotadas a la par de una buena constitución física y actividad intelectual. […]»
Insistir en el hecho que Darwin sí tuvo mucho que ver con la exacerbación de sus ideas no está demás. Tiene, por el contrario, enorme relevancia. Ideas basadas en la defensa irrestricta de la competencia como forma de vida e, incluso, en su santificación o, simplemente, en reconocerla como ley universal, conducen a desastrosas consecuencias; innumerables atrocidades encuentren, así, plena justificación. En primer término, el fenómeno de la guerra. Y es que la guerra, por definición, no es sino la más alta expresión de la competencia. Y Darwin, en forma indirecta, la justifica, según lo vimos en un párrafo citado más arriba, cuando afirma que
“De aquí el que los habitantes de un país ―generalmente los del país menor― sucumban ante los habitantes de otro, generalmente el mayor; pues en el país mayor habrán existido más individuos y formas más diversificadas, y la competencia habrá sido más severa, y de este modo el tipo de perfección se habrá elevado”.
Pero también, en segundo lugar, el fenómeno de la superioridad racial. La idea de la raza superior estuvo presente en la Alemania nazi y en la Italia fascista; pero no sólo en ellas. El ‘paladín de la libertad’, Estados Unidos, estuvo largo tiempo aplicando la segregación entre la descendencia africana nacida en ese país y la descendencia europea; también lo hizo respecto de los habitantes originarios de la misma. En el mismo sentido Sudáfrica, Francia, Italia, España, Portugal, en fin. El desprecio que los pueblos conquistadores sienten por los pueblos conquistados, generalmente, pueblos originarios de esas regiones, no encuentra su fundamento sino, precisamente, en los conceptos de superioridad e inferioridad de los seres vivos.
Darwin tenía ideas curiosas. Podría creerse que el naturalista inglés era un libre pensador. Sin embargo, tenía fuertes creencias religiosas. Y bastante inexactas, como la que indicamos a continuación:
«[…] La forma religiosa más elevada —la idea de un Dios que aborrece el pecado y ama la justicia— era desconocida en los tiempos primitivos.»
EL ‘DARWINISMO SOCIAL’. SUPERIORIDAD E INFERIORIDAD EN LA LUCHA SOCIAL
Así, pues, no debe sorprender que las ideas de Darwin se expandiesen con tanta rapidez y comenzasen a ser el arma predilecta de quienes se sentían predestinados a gobernar la tierra. Hablamos, aquí, de las clases y fracciones de clase dominantes. Por lo demás, Darwin no estaba en contra de aquellas pues era producto de las mismas. Así, entonces, nació el llamado ‘darwinismo social’. Esta corriente, basada en la premisa del mayor derecho que asiste al más fuerte y al más apto para sobrevivir, ha permitido justificar todo tipo de atropello a los derechos humanos, entre otros, el moderno colonialismo, pues sólo el más fuerte y más apto tiene derecho a sobrevivir, no el débil. Como lo acota Reichholf, las más extremas ideologías no son sino expresión de esa locura por estimar que los más fuertes y más aptos han de gozar de la plenitud de los derechos.
No parece innecesario aquí señalar lo que, para el reconocimiento de los derechos de la mujer, significó la llamada ‘selección natural’. A diferencia de las modernas tendencias de la Biología en donde la hembra aparece eligiendo al macho con el que se va a aparear, en las tesis de Darwin la mujer no se representa sino como una simple presa codiciada por los machos que se enfrentan entre sí para disputársela. Es esa idea la que permitió a ciertos caricaturistas mostrar a un hombre primitivo (un cromagnon, un neanderthal, en fin) conquistando a golpes a una mujer para llevarla, luego, a su cueva, arrastrándola por el pelo.
Las diferencias entre los sexos femenino y masculino no aparecen simplemente como funciones biológicas en Darwin, sino conllevan una carga ideológica de proporciones.
Como ya lo hemos afirmado, Charles Darwin no solamente fue un individuo amante de la competencia como ley de la naturaleza, sino también una personalidad fuertemente influida por las ideas de autoritarismo y verticalidad. No hay que olvidar su condición de súbdito de un país en donde los títulos y las jerarquías constituían ―y constituyen aún hoy― una forma de vida. Creía, pues, que existían especies inferiores y superiores, y que el ser humano representaba la más alta expresión de la superioridad en el mundo animal. En el libro que hemos citado anteriormente se puede leer, a propósito de lo expresado, lo siguiente:
“Vemos, pues, que no es necesario separar por parejas, como hace el hombre cuando metódicamente mejora una casta; la selección natural conservará, y de este modo separará, todos los individuos superiores, permitiéndoles cruzarse libremente, y destruirá todos los individuos inferiores[9]”
No sólo la competencia ha sido puesta en tela de juicio hoy en día, sino además los conceptos de superioridad e inferioridad animal, que son fuertemente criticados por quienes defienden la diversidad de las especies, entre otros, por quien fuese presidente de la AAAS y destacado paleontólogo Stephen Jay Gould[10]. Para las modernas teorías acerca de la diversidad, no existen, por consiguiente, en la naturaleza seres inferiores y superiores, sino individualidades que cumplen funciones dentro de una estructura mayor que se denomina Gaia. Las especies son, en suma, partes necesarias de un gran todo que es el planeta viviente.
POR QUÉ HACER UNA CRÍTICA A DARWIN
Si buscamos hoy formular una crítica no sólo a los darwinistas, sino al propio naturalista inglés, es porque los movimientos sociales contemporáneos, organizados bajo la nueva forma de acumular impuesta por el sistema capitalista mundial, a partir de la década de los 90, han ido derrumbando mitos y creencias en la búsqueda de un paradigma que refleje con mayor propiedad los cambios de la época. Y la generalidad de esos movimientos, consciente e inconscientemente, han enarbolado como fundamento de sus reivindicaciones principios que se contraponen a las ideas darwinianas ya enunciadas. Recurrir a la santificación de Darwin, como lo hace Richard Dawkins actualmente (y otros investigadores), implica dejar abierta la puerta para que los dominadores vuelvan, con mayor ímpetu, a reivindicar el derecho que asiste al más fuerte (o más violento) para exigir privilegios y prebendas que los demás no tienen, tesis que los nuevos movimientos sociales rechazan.
En efecto, afirmar que el sistema capitalista mundial hace su ingreso a una fase de expansión implica asegurar que su acción e influencia ha de extenderse a todos aquellos lugares en donde, hasta ese momento, no funcionaba o, de hacerlo, estaba condenado a actuar dentro de un marco de referencia que impedía su pleno desarrollo. Dicho marco, formado por valores culturales inadecuados o estructuras jurídico-políticas anquilosadas y rígidas, no se corresponde ni es armónico a las exigencias de la nueva forma de acumular; debe, pues, ser derribado y reemplazado por estructuras nuevas, ágiles y más actuales. La tarea para realizar tales cambios corresponde a las clases dominantes, como es de suponer, pues son ellas las más interesadas en adecuar las estructuras de una nación a los requerimientos del sistema capitalista mundial. Pero esta circunstancia crea, a la vez, una nueva situación para los sectores dominados que, súbitamente, ven derrumbarse ciertos valores, vigentes hasta ese entonces, y transformarse, en consecuencia, la sociedad entera. Entonces, cuando deben actuar en defensa de lo suyo o intentan hacerlo, comprueban, in situ, cuán poco efectivas resultan las organizaciones y formas de lucha empleadas hasta ese momento para enfrentar las nuevas condiciones sociales. Por lo mismo, se les hace imprescindible descubrir y adoptar otros criterios de organización y de funcionamiento.
En este sentido, ha sido de enorme importancia el aporte de numerosos teóricos que vienen planteando la conveniencia de ligar el desarrollo de las luchas sociales a los avances de la ciencia. Y es que la propia ciencia ha ido realizando innovaciones vigorosas en ese sentido, especialmente en el campo de la biología. Porque, más que cualquier otra disciplina, ha sido el avance incontenible de la biología lo que ha permitido dar respuesta a muchas de las interrogantes que otras ciencias, más ‘exactas’ no han podido entregar.
Las palabras precedentemente expresadas nos permiten, incluso, suponer que un nuevo paradigma comienza a hacerse presente con innegables rasgos de carácter biológico, en donde la competencia aparece como una opción que sólo puede tener cabida donde la cooperación no es posible. Y es que ha sido la biología misma quien nos ha ido enseñando que los seres inferiores y superiores no existen, sino se trata, simplemente, de formas diversificadas de vida dentro de un entorno que es natural a todas ellas. Pero todas estas materias constituyen parte de una materia que nos gustaría abordar en un nuevo artículo referido a la cooperación. Dejamos, pues, abierta la puerta para introducirnos en otro interesante a la vez que fascinante universo de las luchas sociales.
Estocolmo, septiembre de 2011
Notas
[1] Véase de Tomas Kuhn: “La estructura de las revoluciones científicas”. La versión más conocida en castellano es la que hizo el Fondo de Cultura Económica, de México.
[2] Algunos autores lo llaman Peter Krapotkin; nosotros preferimos referirnos a él con su nombre ruso de Piotr Kropotkin.
[3] Krapotkin, Peter: ‘Inbördes hjälp”, Tryckeri AB Federativ, Stockholm, 1978, pág. 9.
[4] Reichholf, Josef H.: “Stabila ojämvikter. Framtidens ekologi”, pág. 31.
[5] Krapotkin, Peter: Obra citada en (3), pág. 15.
[6] Darwin, Charles: “El origen de las especies”, en www.cervantesvirtual.com págs. 178 y 179.
[7] Kropotkin, Peter: Obra citada en (3), pág.16. La letra cursiva es del autor.
[8] Véase de Elena Sahtouris su libro “Gaia, la tierra viviente”.
[9] Darwin, Charles: Obra citada en (6), pág. 190.
[10] Stephen Jay Gould escribió numerosas obras, siendo la más célebre de todas ellas ‘La estructura de la teoría de la evolución’. Las siglas de AAAS corresponden a la American Association for the Advance of Science, organismo que agrupa a la casi totalidad de científicos norteamericanos.
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