«Yo no miro atrás, pero no puedo imponer a los ciudadanos mi manera de ser»
por Soledad Gallego Díaz (España)
14 años atrás 12 min lectura
El presidente de Uruguay, José, Pepe, Mujica (76
años), recibe a EL PAÍS en uno de los momentos más delicados de sus 13 meses de
mandato. El Senado, gracias al voto de su grupo, el Frente Amplio, va a dejar
sin efecto la Ley
de Caducidad, vigente desde 1986, que ha permitido hasta el momento no juzgar a
los militares acusados de cometer atroces delitos durante la dictadura de 1973 a 1985. Es conocido que
Mujica, ex dirigente tupamaro, que fue brutalmente torturado y que pasó casi 15
años preso, no ha querido impulsar personalmente esa iniciativa y que intenta
mantener su presidencia al margen de la polémica.
No es el único exguerrillero que no quería que se derogara la ley de
amnistía. Otro dirigente histórico, el senador Eleuterio Fernández Huidobro,
votó, por disciplina partidaria, con su grupo y a favor de reabrir los
procesos, pero inmediatamente dimitió. Al acabar esta entrevista, el presidente
Mujica fue a visitar a su viejo amigo para darle un fuerte abrazo en público.
Al día siguiente, temprano por la mañana, en la pequeña chacra en la que el
presidente vive con su esposa desde hace más de 20 años, en condiciones
realmente muy modestas (unos 45 metros cuadrados
construidos), nos explica su gesto: "Los partidos son importantes, con
todos sus defectos; sin ellos no se puede avanzar. Por eso hay que defenderlos
y votar con disciplina. Aunque luego, por coherencia personal, este viejo
compañero prefiriera presentar su dimisión". A su lado, su compañera, la
senadora y también exguerrillera, igualmente presa y torturada, Lucía
Topolanski (67 años) asiente y arregla trabajosamente en la mesa de la cocina la
ropa recién descolgada de la cuerda.
Uruguay ha venido soslayando el
problema de si juzgar o no a los militares, al contrario de lo que decidió
Argentina.
No creo que sea así. En Uruguay hubo dos plebiscitos sobre el tema. De
hecho, no creo que ningún otro país se haya tomado tanto trabajo para resolver
esa cuestión. Lo que sucede es que, en los dos plebiscitos, el voto fue
contrario a la derogación de la
Ley de Caducidad. Lo cual no es equivalente a que la gente
haya avalado lo que ocurrió en la dictadura. En el primer plebiscito (1989), la
herida estaba demasiado fresca, había temor y racionalmente mucha gente
prefirió intentar mirar hacia delante. En el segundo plebiscito (2010) había
pasado mucho tiempo y había muchísima gente joven para la que este no era un
tema central. Insisto en que eso no quiere decir que se avalaran las decisiones
de la dictadura ni nada por el estilo. Eso sería injusto con la sensibilidad de
mi pueblo. Pero creo que una parte de la ciudadanía estaba harta de la discusión.
¿Qué ha pasado ahora para que su
partido vote en contra de lo decidido en los dos referendos?
Hay una parte del pueblo que sufrió más, y sobre todo están sus familiares,
que no encuentran consuelo con algunas cosas que pasaron en Uruguay y que no se
han ventilado desde el punto de vista jurídico. Uruguay no se diferencia en eso
de cualquier otro país. Me he enterado de que en España andan removiendo
cementerios. Hay heridas viejas que desgraciadamente permanecen en alguna gente
que integra nuestras sociedades. No les pasa a todos, pero hay gente que tiene
ese reclamo.
Existe además una decisión de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos que falló en febrero que el Estado uruguayo debía modificar
esa ley, en una demanda relacionada con el caso Gelman, la nieta del
poeta, desaparecida en 1976 y recuperada en 2000.
En efecto, estamos condenados desde el punto de vista internacional por
mantener esa ley. No es un problema sencillo. Hay caras valiosas desde los dos
puntos de vista. Es un dilema entre las decisiones que tomó nuestro pueblo y la
decisión del Parlamento, que aparece como enmendando el resultado de los
plebiscitos. ¿Por qué lo hace? A una parte del Parlamento le parece que lo
tiene que hacer.
Parece que usted, como presidente,
quiere mantenerse al margen de este tema.
El Ejecutivo rehuyó meterse en esta discusión, porque somos presidentes de
la nación. De los que nos votaron y de los que no nos votaron. Dijimos desde el
primer momento que queríamos construir, en todo lo que se pudiera, unidad
nacional. Tuvimos bastante éxito y la oposición está participando como hacía
años que no lo hacía. En realidad, nos hace un favor, porque nadie nos va a
controlar mejor que la oposición. En fin, esta discusión no le hace bien a la
unidad nacional, y por eso le pedimos al partido que dejara deliberadamente
fuera al Gobierno.
Pero es muy difícil que se mantenga
al margen. Como presidente, tiene usted la facultad de vetar las leyes.
Sí. Es verdad que no logramos sacar al Gobierno del asunto. Nos dicen que
por qué no vetamos. Nos presionan para vetar. Pero nosotros ya habíamos
declarado, cuando asumimos, que éramos contrarios al ejercicio del veto
presidencial.
Su antecesor, Tabaré Vázquez, vetó la
ley que despenalizaba el aborto.
Sí, pero yo aclaré que no iba a aplicar el veto en mi mandato. Creo que el
Parlamento tiene una enormidad de defectos, también una virtud trascendente. Es
la cosa más representativa que tiene un país y por eso creo que el Ejecutivo no
debe enmendarle la plana. Lo debe respetar, le guste o no.
Ha habido mucho nerviosismo entre los
militares retirados que afirman que mantuvieron conversaciones con usted en los
años noventa para dejar solucionado este asunto.
A lo largo de estos años hemos conversado muchas veces con los militares y
tendremos que seguir conversando otras tantas. Yo le doy mucha importancia al
factor militar. No son el motor de la historia, pero suelen ser la puerta que
se abre y que se cierra. Una democracia republicana debe cultivar la fidelidad
de sus fuerzas armadas. Nunca se va a tener la fidelidad de aquellos a los que
uno desprecia. Esta es la paradoja. Esta herida que traemos del pasado hace
que, subjetivamente, mucha gente de este país esté inculpando a los militares
de hoy por los que lo eran ayer. Y esto es un error que cometemos para con el
futuro.
Si todo hubiera dependido de una
decisión estrictamente suya, ¿qué habría pasado?
Como persona, no soy adicto a vivir mirando para atrás, porque la vida
siempre es porvenir y todos los días amanece. Pero esa es mi manera de ser. No
se la puedo imponer a mis conciudadanos.
Hablemos de otro tema. ¿Cree usted
que existe una izquierda latinoamericana democrática, que ha dado nuevas
esperanzas a un importante sector de la población?
Parecería que la izquierda que queda en el mundo se refugia en América del
Sur. Pero no. La izquierda es vieja como el hombre. También la derecha. El
hombre tiene una cara conservadora y tiene una de cambio; es parte de la
condición humana. El hombre va a vivir con esa contradicción. La cara
conservadora, que tiene sus razones muy serias, porque no se puede vivir
cambiando todos los días, cuando se hace crónica y cerrilmente cerrada, deja de
ser conservadora y se hace reaccionaria. La cara de izquierda, cuando es
tremendamente radical, se hace infantil. El partido lo resuelven quienes están
en el centro, que son la mayoría.
Para arrastrar a ese centro, ¿ha
tenido que atemperar sus propias ideas?
Hay que aprender del centro también. Cuando éramos jóvenes, lo veíamos
lleno de pequeños burgueses. Cuando lo miramos ahora, con la perspectiva del
tiempo, lo vemos como una expresión del amor a las cosas pequeñas de la vida,
que al final son muy importantes. Precisamos ese centro. Si vamos tan apurados
que lo perdemos, quedamos solos.
¿El primero que vio claro eso fue
Lula?
Sí. Es probable que, de la gente moderna, haya sido Lula el primero. A Lula
lo criticaron mucho desde la izquierda por ser demasiado conservador. Sin
embargo, logró imprimirle a Brasil cambios muy importantes. También ha dejado
una serie de interrogantes. De caminar uno por la izquierda, se aprende una
lección: con la gente no se hace lo que uno quiere. A la gente hay que tratar de
ayudarla y, hasta donde se pueda, conducir los fenómenos que ayudan hacia el
porvenir. Pero nunca hay que creer que vamos a construir a la gente como se nos
antoja a nosotros.
¿Siente usted que le critican por
demasiado moderado, como a Lula?
Sí, eso va a estar ahí, inevitablemente. Lo que sucede es que nosotros
queremos repartir mucho, por eso vamos despacio. A nosotros, filosóficamente,
no nos gusta el capitalismo, ni por asomo. Desde ese punto de vista, tenemos
una concepción socialista del hombre. Pero pienso que no es posible construir
el socialismo con sociedades de semianalfabetos. El capitalismo tiene que
cumplir un ciclo importante, multiplicar los medios, multiplicar el
conocimiento y la cultura y va a terminar siendo sepulturero de sí mismo,
porque también nos va a hartar con sus despropósitos y con la cantidad de
injusticias que comete.
Por eso aconseja usted ir despacio.
Estoy apurado por tener buenas
universidades, sueño con multiplicar la riqueza, lo que no es equivalente a
multiplicar la igualdad. Va a seguir habiendo injusticia, porque el capitalismo
no es justo, es explotador y crea diferencia, pero tiene una energía
formidable. Hay dos fuerzas que están en la cabeza humana, el egoísmo y la
solidaridad. La afirmación del individuo y la afirmación de lo colectivo.
Solamente la cultura puede hacer primar la solidaridad. Pero nos falta, está
verde, y corremos riesgo de caernos en un pozo.
¿Y mientras tanto?
Los hechos demostraron que es posible instrumentar cambios que podrán considerarse
relativos, pero que son cambios a favor de lo que siempre considerábamos, desde
el punto de vista de la izquierda, que era una deuda. Nosotros no hemos hecho
ningún Gobierno revolucionario en estos años. Sí hemos disminuido muchísimo la
pobreza y la indigencia, hemos mejorado considerablemente el acceso a la salud
pública, el aporte a la enseñanza, hemos gastado mucha plata en cuestiones
sociales.
¿Esos avances son solo posibles con
Gobiernos de izquierda?
En última instancia, y aunque resulte esquemático, los Gobiernos
progresistas de izquierda tienden a favorecer a los sectores más amplios y de
menos recursos. Pueden tener muchos defectos, pero tienden a repartir. Los
Gobiernos conservadores tienden a concentrar más. Esa es la diferencia. Es
posible que a Lula le hagan muchas críticas, pero lo cierto es que 40 o 50
millones de brasileros dejaron de ser pobres crónicos y hoy componen eso que
podemos llamar "pequeña clase media". Para el que come todos los días
le podrá parecer demasiado poco, pero para el que ha pasado hambre es bastante.
¿Cree usted que en su periodo de 13
meses en la presidencia se ha acelerado ese reparto?
Nosotros le dimos continuidad a ciertas políticas que venían del Gobierno
anterior, que era del mismo signo, y hemos tenido algunos resultados. Por
ejemplo, la mortalidad infantil bajó dos puntos; la desocupación en el Uruguay,
que era un flagelo, esta ahora en un 5,5% o un 6%. Hemos disminuido
notablemente la cantidad de indigentes, nos quedan 35.000 y los vamos a ubicar,
uno por uno. Hemos disminuido bastante la pobreza. ¿Es suficiente? No, no es
suficiente; por ejemplo, tenemos problemas de seguridad más graves que antes.
¿Por qué ha aumentado tanto la
delincuencia juvenil?
Estamos pagando la consecuencia de cosas que pasaron en el año 2000. Una
gravísima crisis que afectó al tejido social de nuestra sociedad. Estamos
cosechando el fruto amargo de aquellos años de crisis y tenemos que remontar
esta situación. El problema juvenil es para nosotros una de las prioridades más
importantes. Una franja de chicos que no se ven motivados para trabajar ni
estudiar.
¿Eso cómo se arregla?
Tenemos que dar respuestas sociales, no las hemos encontrado y, como todo
el mundo, le estamos achacando falencias a la enseñanza. Va a tener que haber
grandes cambios. Se me ocurre que la enseñanza en el futuro va a tener que ser
muy distinta. Tenemos que enseñarles a los muchachos a levantarse cuando
fracasan. El conocimiento esta allí, lo van a encontrar si lo buscan, pero necesitan
las cuestiones básicas para la vida, a las que les damos muy poco tiempo.
En su país hay una polémica muy
fuerte a propósito de la posibilidad de bajar la edad de imputabilidad.
No arregla nada porque no conozco ningún delincuente, sobre todo joven, que
cuando va a delinquir piense en lo que le puede pasar. En general pertenecen a
familias fracasadas. Que hagan lo que quieran, que bajen la edad, que la suban,
el problema está en otro lado.
Volviendo a América Latina, ¿cuáles
son los mayores interrogantes en este momento?
Creo que Brasil tiene una enorme responsabilidad respecto al futuro de
América Latina. Puede acometer dos caminos: tratar de colonizarnos, aunque
sería un error, porque ya no es la época de Inglaterra, o tratar de asociarnos
y juntarnos. ¿Qué hacemos los latinoamericanos divididos en un montón de
repúblicas? La sintonía de Brasil con la Argentina es clave para que este fenómeno pueda
cristalizar. No es fácil y podemos fracasar, porque siempre están los intereses
cortitos y el patriotismo. Nosotros, los uruguayos, somos muy claros en este
discurso, levantamos esta bandera de unión y asociación.
¿Qué le parece Ollanta Humala y su
posible victoria en Perú?
Es un país muy importante, grande y con muchas reservas. No conozco a
Ollanta Humala en profundidad, pero creo que debe de haber aprendido mucho en
estos años, porque los hombres aprendemos mucho más de las derrotas que de los
triunfos.
¿Comparte la teoría de que existen
dos polos en América Latina, uno que sería representado por Brasil y otro que
representaría Venezuela?
No. Nosotros estamos luchando porque Venezuela entre en el Mercosur. La
antinomia que puede haber con Hugo Chávez es de patas cortas porque se olvida
de que los Gobiernos pasan y los pueblos quedan. Y Venezuela es un gran país,
estratégico. Quiero ver qué hace Europa el día que Rusia vaya a golpear en la
puerta y quiera entrar.
*Fuente: El
País
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