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Tolerancia Cero y otras paradojas

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(APe).- Caroline Giuliani (20), hija del ex alcalde de Nueva York
Rudolph Giuliani (66), fue detenida el pasado 6 de agosto al salir de
una tienda con productos que no habían pasado por la caja. El título,
para las agencias, fue: “Hija del zar de la Tolerancia Cero sorprendida
robando cosméticos”. La especie duró un par de minutos en las
carteleras. Donna Hanover, primera o segunda esposa de Giuliani, logró
retirar a Caroline de la comisaría, con el compromiso de estar más
atenta en el futuro a sus movimientos.

Dijimos “primera o segunda esposa” por la curiosa anulación de su primer
matrimonio que gestionó Giuliani ante la Iglesia católica, tras
advertir -luego de 14 años de convivencia- que Regina Peruggi, su esposa, era a
la vez su prima. Esa astucia le permitió tener segundas primeras nupcias
con Donna, pareja de la que nacerían Andrew y Caroline. Aunque a poco
de andar, una investigación periodística reveló que el Alcalde de Nueva
York mantenía una relación extramatrimonial con la enfermera Judith
Nathan. Para blanquear la situación, Giuliani le dijo a la prensa que en
ese mismo momento estaba tramitando el divorcio con Donna (sólo que se
había olvidado de avisarle, acotamos) y que pensaba casarse con Judith.

La psicología social norteamericana, tan rápida y eficaz para explicar
las conductas, podría publicar ahora un tratado sobre lo que les pasa a
las hijas veinteañeras de los ex alcaldes de Nueva York, especialmente
cuando éstos practican -diría Savater- una doble militancia erótica.

¿Ventanas? ¿qué ventanas?

En 1969, el gabinete de Psicología Social de la Universidad de Stanford,
conducido por Philip Zimbardo, desarrolló un experimento social en dos
conjuntos urbanos diferentes de los Estados Unidos: el Bronx neoyorquino
y un área residencial de Palo Alto, en California. Dejaron abandonados,
en uno y otro sitio, dos automóviles de la misma marca y modelo, en
perfecto estado. Como era de prever, en el Bronx desarmaron rápidamente
el vehículo y quemaron los restos. Pero en Palo Alto, nadie tocó aquel
automóvil estacionado. Para la segunda fase del experimento, los
estudiantes rompieron un vidrio del auto estacionado en Palo Alto. A
partir del vidrio roto -que connotaba abandono- el auto sí comenzó a ser
desarmado y vandalizado, a pesar de estar en un barrio de clase alta.

Una primera lectura de aquel experimento le permitió a Zimbardo
fundamentar la llamada Teoría de las Ventanas Rotas, base sobre la que
se construyó la doctrina de Seguridad llamada Tolerancia Cero.

La experiencia “exitosa” del alcalde Giuliani en Nueva York, aplicando
la Teoría de las Ventanas Rotas y la Tolerancia Cero, convirtió aquella
nueva doctrina en producto exportable al sur del río Bravo. Claro que,
como sucede con los artículos llegados del extranjero, a veces hay
problemas de idiosincrasia, problemas de contexto político y cultural,
problemas de normativa eléctrica, civil, religiosa, en fin, problemas.
Porque ¿cómo es la teoría de las ventanas rotas en lugares donde no hay
ventanas? ¿Cómo aplicar la tolerancia cero en ámbitos donde la misma
policía es incapaz de cumplir con las normas?

No obstante, cíclicamente, aparecen en nuestro país dirigentes políticos
y sociales que proponen importar la doctrina de los psicólogos de
Stanford, traducida y adaptada por las consultoras internacionales de
Seguridad (una de las cuales, sugestivamente, pertenece al ex alcalde
Giuliani).

Ocurrió en Nueva York

Quien primero aplicó la Tolerancia Cero (entendiendo por ello la sanción
de toda pequeña infracción cometida, aún a los menores de edad) fue el
citado Giuliani, al llegar a la Alcaldía de la Gran Manzana en 1994,
acompañando el reverdecer del Partido Republicano.

Analizada desde los derechos humanos y los derechos civiles, la gestión
Giuliani fue un regreso a la mano dura policial, que se descargó
especialmente sobre las minorías negras y latinas, sobre los vendedores y
artistas ambulantes, sobre los talleres barriales y los programas
heredados del Welfare State (Estado de Bienestar) que habían impulsado
las gestiones comunales anteriores. Más de 70 mil demandas civiles
contra el Gobierno de Nueva York se tramitaron durante los ’90. Abusos
policiales, desalojos compulsivos y acoso a los inmigrantes
indocumentados, todo mezclado con miles de actas de infracción por
cruzar la calle fuera de la línea peatonal.

Católico prácticante (por lo menos, en su imagen pública), Giuliani
eliminó los sex-shops y boliches nocturnos de Times Square y los
reemplazó por un estudio de la MTV, una tienda de artículos Disney y
salas de cine y teatro “para la familia”.

Pero, detalles al margen, fue la creación de 450 mil puestos nuevos de
trabajo -gracias al apoyo de las corporaciones empresarias- la clave
para la mejora general de los índices sociales y económicos.

Un hecho histórico y traumático -el atentado terrorista contra las
Torres Gemelas, en 2001- ha impedido hasta hoy hacer un balance de la
gestión Giuliani, en materia de Seguridad. A partir del 11-S, el control
y la prevención en los grandes centros urbanos pasó a ser un tema
federal, monitoreado desde Washington.

El único remedio
Una carta abierta difundida por estos días, que lleva la firma de Gastón
Chillier, León Arslanian y Hugo Cañón (todos funcionarios o ex
funcionarios judiciales, a nivel nacional y provincial) apunta a
diferenciar los problemas de Seguridad y sus posibles soluciones, de las
campañas políticas en marcha.

“Los hechos de violencia ocurridos en los últimos días -leemos- han
vuelto visibles, una vez más, las demandas de seguridad de la población
y, al mismo tiempo, desnudaron la falta de respuestas políticas frente
al problema. Distintas voces se han limitado hasta el momento a replicar
con una serie de lugares comunes acerca de la necesidad de restringir
las excarcelaciones o aumentar las prisiones preventivas, que van de la
mano de la idea de presionar a los jueces porque ‘son permisivos’ y hace
falta ‘ajustar las clavijas’. Estos argumentos ponen en evidencia una
alarmante falta de diagnósticos sobre los fenómenos concretos que
producen los hechos de violencia y una carencia absoluta de
planificación en políticas públicas para abordar el problema en sus
múltiples niveles. Pero lo más preocupante es que estas ideas refuerzan
el paradigma que establece que la problemática de la seguridad sólo
puede resolverse con la acción de la justicia penal y las policías.
Apelar a la ley, la justicia y la policía, en términos generales, sin
explicar con claridad por qué se producen los hechos de violencia que
estremecen a la sociedad, demuestra que las políticas de seguridad se
debaten y, peor aún, se implementan a ciegas. La seguridad no es apenas
un problema legal, ni mucho menos judicial o policial”. (…)

“Los funcionarios de gobierno, los referentes de la oposición, los
legisladores, los jueces y los fiscales no pueden hablar desde la
indignación porque son responsables directos, cada uno según sus
competencias, de establecer las líneas de planificación estratégica,
diseño e implementación de políticas públicas para prevenir esos hechos.
Esta es una responsabilidad indelegable de los poderes del Estado”.

Aunque podamos compartir algunos conceptos de esa carta, constatamos con
tristeza la repetición de una paradoja: el funcionario que ya no está
en funciones reclama a los que sí lo están “políticas de Estado” y una
visión integradora del problema de la Seguridad.

Al mismo tiempo, una corporación mediática está reclamando al Gobierno
porteño y también al gobierno nacional (vaya a saber con qué intereses)
la urgente adopción del “modelo Bogotá” (un aggiornamento de la
Tolerancia Cero, hecho en Colombia con participación de las
organizaciones civiles).

De cualquier modo, a los viejos y nuevos impulsores de la tolerancia
cero les falta lo mismo que le faltaba a aquel Alcalde de la hija
veinteañera y los matrimonios simultáneos: autoridad moral.

El día que haya tolerancia cero para el hambre y el abandono de la
infancia, pensamos, el día que haya tolerancia cero para la pequeña y
cotidiana corrupción de los funcionarios, recién entonces el Estado será
capaz de medir -y ser medido- con la misma vara. Porque el remedio
infalible contra ese mal que llaman inseguridad es uno solo: la
justicia.
18/08/10

*Fuente: Agencia Pelota de Trapo

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