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¿Cual es el legado de la crisis de los pedófilos en la Iglesia?

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En el siglo XVI, en pleno auge de poder de los Papas renacentistas en
Roma, envueltos en escándalos de todo tipo, surgió un clamor en toda la
Iglesia por su «reforma en la cabeza y en los miembros». Este clamor
venía del laicado, del bajo clero y de teólogos como Lutero, Zwinglio y
otros. La respuesta fue la Contrarreforma, que transformó a la Iglesia
católica en un baluarte contra el movimiento de los Reformadores,
endureciendo todavía más sus estructuras de poder.

Ahora, el escándalo de los sacerdotes pedófilos en varios países
católicos ha hecho surgir un vigoroso clamor por reformas estructurales
en la Iglesia. Este clamor no viene solamente de abajo, como en el
tiempo de la Reforma, sino principalmente de arriba, de cardenales y
obispos. En primer lugar, este pecado y este crimen fue abordado con una
desastrosa gestión por el Vaticano. Inicialmente se intentó
descalificar los hechos como «chismes mediáticos», luego se procuró
ocultarlos, usando hasta el «sigilo pontificio» con el pretexto de
salvaguardar la presumida santidad intrínseca de la Iglesia, después se
minimizaron los hechos, o se recurrió al montaje de un complot de
oscuras fuerzas laicistas contra la Iglesia y, finalmente, ante la
imposibilidad de cualquier vía de disculpa y de fuga, salió a la
superficie la desasosegante verdad.

El Papa tomó severas medidas contra los pedófilos, consideradas
insuficientes por mucha gente en la misma Iglesia, porque no basta la
«tolerancia cero» y las puniciones canónicas y civiles. Todo eso viene a
posteriori, después de cometido el delito. Nada se dice de cómo evitar
que tales escándalos se repitan y qué reformas introducir en la vivencia
del celibato y en la educación de los candidatos al sacerdocio. No se
pone como prioritaria la protección de las víctimas inocentes, muchas
las cuales revelan un tenebroso vacío espiritual, fruto de la traición
que sintieron por parte de la Iglesia, en una mezcla de culpa y de
vergüenza.

Después, las altas autoridades se hicieron mutuamente graves
acusaciones. El Card. Cristoph Schönborn de Viena acusó al Cardenal
Angelo Sodano de haber ocultado, cuando era Secretario de Estado (el
primer puesto después del Papa), la pedofilia de su antecesor en la
sede, el Card. Hans-Herrman Groër. Obispos alemanes criticaron a su
conferencia episcopal no haber sido suficientemente vigilante frente a
los notorios abusos sexuales del obispo de Ausgburg Walter Mixa,
obligado a renunciar. Igualmente con referencia al obispo de Brujas en
Bélgica, que abusó durante 8 años de un sobrino suyo.

Es impresionante la autocrítica hecha por el arzobispo de Camberra, Mark
Coleridge, reconociendo que la moral de la Iglesia concerniente al
cuerpo y a la sexualidad es rígida y de estilo jansenista, creando en
los seminaristas una «inmadurez institucionalizada», con tendencia a la
discreción y al secreto ante los delitos, para mantener el buen nombre
de la Iglesia, fruto de un triunfalismo hipócrita. El primado de
Irlanda, Diarmuid Martin, se preguntó sinceramente por el futuro de la
Iglesia en su país, tal ha sido el número de pedófilos en las
instituciones durante muchos y largos años. Reconoce que las reformas
son urgentes, pues la Iglesia «no puede quedar aprisionada en su pasado»
y debe introducir cambios fundamentales en su estructura que impidan
tales desvíos. Tal vez el documento más lúcido y valiente vino del
obispo auxiliar de Camberra, Pat Power, que reclama «una necesaria
reforma sistémica y total de las estructuras de la Iglesia». Afirma que
«en la conducción de la Iglesia, toda masculina, no reside toda la
sabiduría, y que ella debe escuchar la voz de los fieles». Reconoce
valientemente que «si las mujeres hubieran tenido más poder de decisión,
no habríamos llegado a la crisis actual».

Podríamos presentar otras voces de altas autoridades eclesiásticas, pero
lo importante es constatar que este escándalo que ha afectado al
capital de ética y de confianza de la Iglesia-institución,
paradójicamente ha dejado un legado positivo: suscitar la cuestión de
las reformas de base, aprobadas por el Concilio Vaticano II. Estas, sin
embargo, fueron boicoteadas por la Curia vaticana y por los dos últimos
Papas que se alinearon con una visión conservadora y contraria a toda
modernidad.

Quienes amamos a la Iglesia con sus luces y sus sombras, queremos
entender la actual crisis como una oportunidad suscitada por el Espíritu
para que la Iglesia-institución encuentre realmente la mejor forma de
transmitir la buena-nueva de Jesús y ayude a la humanidad a afrontar una
crisis todavía mayor, la del sistema-vida y del sistema-Tierra,
terriblemente amenazados.

2010-08-13

*Fuente:
Koinonia

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