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Ese «temblorcito», apenas perceptible, llamado «pronunciamiento militar»

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Las declaraciones del embajador chileno en Buenos Aires, Miguel Otero Lathrop, contenidas en la entrevista que le hiciera recientemente la periodista argentina Hinde Pomeraniec, me recordaron lo que señalara hace ya tiempo Hannah Arendt (1) _en respuesta al alegato de inocencia de aquellos que, habiendo vivido bajo el régimen hitleriano, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, argumentaban haber desconocido la existencia de los campos de exterminio nazis, y los millones de víctimas de la implementación de la Solución Final, en el sentido de que la población alemana estaba sorprendentemente bien informada acerca de las así llamadas “masacres secretas” de judíos en Polonia, la preparación del ataque a la Unión Soviética, y otros supuestos secretos.   

Semejante negativa a aceptar la realidad de los hechos ocurridos en la historia reciente de Chile, alegando un supuesto desconocimiento de ellos, la encontramos en las referidas declaraciones del embajador, en lo que dice relación con el carácter del gobierno del presidente Allende, la intervención norteamericana en Chile en aquella época, y los atropellos de los DD.HH. bajo la dictadura pinochetista, que como cualquier persona bien informada sabe, se produjeron desde el momento mismo del Golpe que, por cierto, Otero llama con el ideológicamente pasteurizado nombre de “pronunciamiento militar”.

Pero no cabe duda que en el centro de las declaraciones de Otero se encuentra una suerte  de metáfora sísmica: el Golpe como un temblor escasamente perceptible, que, según nos dice el embajador derechista, ni siquiera fue sentido por la mayoría de los chilenos.    

Utilizando la misma metáfora, uno se pregunta ¿a qué movimiento telúrico se estaría refiriendo allí Otero? Porque, evidentemente, si se refiere él al ocurrido el día  11 de septiembre de 1973, fue perfectamente perceptible para todo el mundo. Como es bien sabido, sus primeros remezones se sintieron en Valparaíso, como a las 6 de la mañana, y se fueron intensificando a lo largo del día, en Santiago y en el resto de las ciudades del país, hasta alcanzar los más altos niveles de la escala de Richter, seguidos de incontables réplicas que continuarían produciéndose por 17 largos años. Quien no haya sentido aquel fortísimo terremoto social, estaba ebrio, o drogado, o ahora nos quiere hacer creer que no lo sintió porque le resulta políticamente conveniente hacerlo.    

Al afirmar que la mayoría de los chilenos habrían sentido alivio, al producirse aquel terremoto, es decir, al ser destruida la antigua democracia chilena y sus instituciones, bombardeada La Moneda, lo que precipitó la muerte del presidente legitimadamente elegido, y al perseguir y reprimir al más brutal estilo nazi, con campos de concentración incluidos, a sus partidarios y simpatizantes, Otero no hace otra cosa que proyectar sus propios sentimientos clasistas y derechistas sobre la totalidad del país. Lo que con este expediente se quiere esconder es la manifiesta realidad  de que la mayoría de los ciudadanos no sólo no sintió alivio al producirse el Golpe, sino que contempló con horror e indefensión el verdadero carácter y la magnitud de la irrupción militar, en la vida de nuestro pueblo.  

Pero ¿a qué se habría debido aquel sentimiento de alivio, supuestamente experimentado por el pueblo chileno, al producirse el golpe? Según Otero nada menos que al término del desabastecimiento de los productos esenciales que existía bajo el gobierno de la Unidad Popular. Esta es, por cierto, la justificación “Standard” del golpe, repetida hasta la saciedad por los derechistas de todos los pelajes, pero basta con examinar las propias palabras de Otero para descubrir en ellas una pista de su falsedad. Declara el embajador: [Una vez producido el “pronunciamiento”] “de la noche a la mañana Ud. empezó a encontrar lo que no había”. En efecto, a los pocos días del Golpe los chilenos pudimos constatar la casi milagrosa reaparición, en almacenes y supermercados, y a precios fechados hasta dos años antes, de aquellos mismos productos esenciales que la oposición golpista a Allende había estado ocultando y acaparando, por toneladas métricas, en sus casas particulares y en gigantescas bodegas a lo largo de todo Chile, casi desde el momento mismo de la inauguración del Gobierno Popular, con el fin manifiesto de crear las precondiciones para el Golpe, que los derechistas tuvieron in mente, igualmente, desde el principio. Según lo han demostrado documentadamente investigaciones periodísticas tales como las de Patricia Verdugo y Mónica González (2), y los propios documentos de las diferentes agencias del gobierno norteamericano, que han sido desclasificados y sacados a luz pública a lo largo del tiempo (3).  

En cuanto a la mundialmente reconocida participación del gobierno de Richard Nixon en el derrocamiento de Allende, declara Otero en la misma entrevista bajo examen: “No la conozco, no tengo idea, no me consta”. Nuevamente el embajador alega aquí desconocimiento de hechos que un hombre normal y medianamente informado -que en este momento es co-responsable de la política exterior de nuestro país- no puede desconocer. Ahora, si efectivamente Otero no supiera que Nixon movió, desde 1970, todos los resortes políticos, diplomáticos, económicos y de espionaje a su alcance en contra del gobierno de Allende, con el fin de hacer posible su caída, entonces merece que se lo remueva de su cargo de embajador, por ingenuo, ignorante, e incompetente.      

Digamos, finalmente, que aquel “movimiento telúrico” que el embajador declara haber sido apenas perceptible por los chilenos, fue en realidad un terremoto social de proporciones cataclísmicas, que afectó no sólo a la totalidad de las instituciones del país, sino también, de una u otra forma, la vida de cada uno de sus habitantes; alterando el curso histórico de una nación como la nuestra que tenía una larga tradición de lucha social, de legislación a favor de las mayorías y de defensa de sus recursos naturales. Se trató, en realidad, de un “terremoto” político-social conscientemente diseñado para impedir que una experiencia de liberación social como la de la Unidad Popular jamás volviera a repetirse en nuestro territorio; con el fin de monopolizar para siempre el control del poder y de las riquezas de Chile en manos de una elite derechista, o centroderechista, enteramente funcional y subsirviente a los intereses del Imperio; grupo minoritario al que, evidentemente, pertenece el embajador Otero, y que hoy, casi 37 años después del Golpe, continúa dominándonos, sin contrapeso, cultural, política y económicamente. 

Notas:
1. En la introducción a la tercera parte de su libro titulado: LOS ORIGENES DEL TOTALITARISMO, pág. v de la edición en inglés, publicada en 1968 por Harcourt, Brace & Javanovic, de New York. 

2. Nos referimos a: Patricia Verdugo, ALLENDE, COMO LA CASA BLANCA PROVOCO SU MUERTE, Santiago, Catalonia, 2003 y a Mónica González, CHILE, LA CONJURA. Los mil y un días del Golpe, Santiago, Ediciones B/Grupo Z, 2000.

3. Véase, por ejemplo, Peter Kornbluh, PINOCHET: LOS ARCHIVOS SECRETOS, Barcelona, Editorial Critica, 2004.

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