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Chile y Argentina en el primer Centenario

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Fiestas del Centenario en Buenos Aires
Según el censo de 1908, Buenos Aires tenía un millón doscientos treinta y un mil seiscientos noventa y ocho habitantes; si comparamos esta cifra con Nueva York, que tenía cuatro millones quinientos sesenta y cuatro mil setecientos novecientos y dos, y París dos millones ciento diez mil cuatrocientos cincuenta y uno, Buenos Aires era una ciudad bastante poblada para la época; Santiago de Chile apenas tenía trescientos cincuenta mil habitantes. Argentina tenía seis millones quinientos mil habitantes y Chile sólo tres millones trescientas mil almas. Argentina era un país muy rico, tanto en extensión, como en materias primas: en 1907 se había descubierto el petróleo en Comodoro Rivadavia, además de ser el primer exportador del mundo en productos agrícolas.

En 1910 gobernaba la nación José Figueroa Alcorta, que tenía el sobrenombre de jettatore, pues a su paso atraía la mala suerte: cuando asumió la presidencia, en 1906- ostentaba el cargo de vicepresidente- murió el presidente, Manuel Quintana, (marzo), y en ese mismo año fallecieron  Bartolomé Mitre (enero) y Carlos Enrique José Pellegrini, ( julio).  La presidencia de Figueroa Alcorta se caracterizó por ser un gobierno autoritario que, entre otros actos de poder, cerró el Congreso en 1908, y aplicó leyes represivas – como la de residencia – a los anarquistas que, en 1909, en un acto terrorista, habían asesinado al coronel de la Policía, Ramón Falcón.

El 12 de abril de 1910, desde Roma, donde ejercía como ministro plenipotenciario Roque Sáenz Peña, le fue comunicada la elección como presidente de la Nación, por la unanimidad de los Representantes – lo  que no era muy raro en las repúblicas oligárquicas de América latina- algo similar quiso hacer Simón Patiño, el rey del estaño, en Bolivia, pretendiendo dirigir  el país desde París. A Sáenz Peña lo acompañaba en la vicepresidencia el salteño Victoriano de la Plaza, a quien, irónicamente, se le llamaba el cuico, apelativo que se usaba para designar a los morenos del Alto Perú.

El reinado de la oligarquía plutocrática era indiscutido en los años del Centenario: las clases sociales se dividían en la Haute, que incorporaba a la nueva plutocracia, surgida de la riqueza de Argentina, a comienzos de siglo, la antigua aristocracia – de los apellidos históricos, que se encerraba en sí misma y comenzaba a periclitar debido a su incapacidad de incorporar a los “nuevos ricos”- y una inmensa clase media, compuesta por inmigrantes, venidos especialmente de España e Italia que, en 1910, representaba entre el 50% y el 70% de la  población.

      El año 1910 está marcado, en todo el mundo, por el paso del Cometa Halley, una estrella fugaz que atemorizaba al mundo, cuando la ciencia estaba en pañales. El Cometa era conocido, desde la antigüedad, por los astrónomos: en 1456, los turcos acababan de invadir y destruir el Imperio Bizantino y amenazaban con extenderse a toda Europa; un famoso Ave María suplicaba “líbranos Señor del demonio, del turco y del cometa”. Esta estrella fugaz había recibido su nombre de Edmundo Halley, un inglés nacido en 1656, y amigo de Isaac Newton. El astro pasó por Buenos Aires el 19 de mayo de 1910, trayendo mas bien bendiciones que malos presagios a la ciudad capital, que se aprontaba a  celebrar el Centenario.

      A comienzos de mayo de 1910 los anarquistas amenazaban con boicotear las fiestas del Centenario: la huelga revolucionaria, que se había anunciado para el 18 de este mes, fracasó completamente porque el gobierno impuso el Estado de Sitio y aplicó la ley social, mediante la cual lo facultaba para tomar presos a los principales líderes acratas; la festividad del Trabajo, el 1º.de mayo, en un día lluvioso, sólo dio pábulo a amenazantes discursos de los líderes obreros.

      Todos los miedos – al Cometa y la revolución social- estaban despejados para las fiestas del Centenario. Como principal invitada estaba la Infanta Isabel de Borbón, hermana de Alfonso XII y tía del rey Alfonso XIII; las grandes señoras de la sociedad se disputaban para agasajarlas en sus palacios, con los recursos estatales. La Prensa ofrecía avisos, tales como “alquilo balcón o alquílanse ventanas para ver el desfile…,las banderas de lana valían $3”. (J. Sáenz, B. Aires, 1976:17).

Rubén  Darío dedicó un poema al Centenario,

Desde la pampa:
"¡Yo saludo desde el  fondo de la pampa!
Yo os saludo
bajo el gran sol argentino
como un glorioso escudo
cincelado de oro fino
sobre el palio azul del viento,
se destaca en el divino
firmamento!"

      Hacia mediodía viene el desfile en la Plaza San Martín; 20.000 efectivos militares – chilenos, australianos, japoneses., portugueses, y de otras nacionalices, además de los argentinos-. En el Teatro Ópera, en la tarde, se presenta Rigoletto, cantado por el tenor Anselmo, quien representa al Conde de Mantua, y Titta Rufo como protagonista. La temporada de ópera sigue con Otello y termina con la Traviatta. En el teatro Odeón se presenta la compañía María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, con un abono de cincuenta y cuatro funciones.En el hipódromo de Palermo se corre el gran premio Centenario, sobre 2.500 metros, que equivale a $5.000 pesos argentinos. El 26 de mayo se corre sobre 3.000 metros, con un premio de $8.000 pesos argentinos.

      Las fiestas en honor de la Infanta y los invitados principales disfrutan con ricos menús y vinos franceses. Las damas de la aristocracia lucen sus mejores atuendos y joyas, y las señoritas casaderas son presentadas en sociedad. 

      Las principales delegaciones, además de la española – presidida por la Infanta- son la chilena, encabezada por el presidente de la república, Pedro Montt, acompañado por el orador sagrado, Monseñor Ángel Jara – cuyos discursos eran muy admirados en Argentina- y también por el joven diputado Arturo Alessandri Palma, quien pronuncia una brillante arenga, en el Parlamento argentino, siendo felicitado por don Pedro Montt, a pesar de que el diputado por Curicó era uno de los más osados opositores a su gobierno.

      A pesar de la autocomplacencia que manifestó la oligarquía en el Centenario, no faltaron los críticos “aguafiestas”, encabezados por Manuel Ugarte quien publicó, en 1910, Causas y consecuencias de la revolución americana, donde sostenía: “Son las clases sometidas las que se levantan en América y en la Península contra el absolutismo, que en ambos hemisferios nos impedía vivir. Agrega la novedosa idea de que existe entre las naciones un proletariado similar al que separa a las clases sociales de un mismo Estado, y que los países americanos integran ese proletariado. Se manifiesta partidario del nacionalismo en las jóvenes naciones de América, como una forma de llegar al internacionalismo sin fronteras. Culpa a la oligarquía temerosa y egoísta que se apropió de las riendas del gobierno en las nuevas repúblicas y de los males que ellas padecen”. (j. Sáenz, 1976: 25).

      Posteriormente, Manuel Ugarte publicó El porvenir de la América española, obra en la cual manifiesta la necesidad de nacionalizar los servicios públicos, distribuir las tierras del latifundio y nacionalizar las minas. Asegura que los anglosajones dominarán ambas Américas si los latinoamericanos no se unen. Ugarte es un nacionalista muy similar a Nicolás Palacios y a Tancredo Pinochet, a quienes analizaremos entre los críticos del Centenario en Chile.

      Si bien el Teatro Colón se salvó de los atentados anarquistas el 26 de mayo, en junio, cuando se representaba la Ópera Manón de Massenet, estalla una bomba en la platea, provocando el terror en el público. Hubo varios heridos, la mayoría pertenecientes a la aristocracia. “¡Ha volado el Colón!”. Al poco tiempo, para no demostrar miedo a los anarquistas, el Teatro Colón ofrece El Barbero de Sevilla, con Tita Ruffo y Anselmo. ( J. Sáenz, 1976:35-36).

      En julio de 1910 visita Buenos Aires una serie de personalidades famosas, como Georges Clemenceau – escribe algunos artículos muy alabanciosos sobre Buenos Aires y el país en general- Ramón del Valle Inclán – presenta su obra El jardín de las delicias- Anatole France, Vicente Blasco Ibáñez, y otros connotados intelectuales. Se confirma la idea de que Buenos Aires es el “París” de América del Sur.

      De 1910 a 1916, fechas de los cien años de la Junta de Gobierno al Centenario de la independencia, Argentina pasa de una república oligárquica-plutocrática a un país gobernado por las capas medias,  representadas por la Unión Cívica Radical y su líder Hipólito Irigoyen, elegido por el Colegio Electoral, el 11 de junio de 1916. Quien provoca esta revolución en las urnas es la famosa ley promulgada por Sáenz Peña, 13 de agosto de 1912, la cual posibilita el sufragio secreto y las listas incompletas – posibilita la existencia de minorías-; por vía de ejemplo, en las principales provincias argentinas sólo votaba el 20% de los inscritos pues se sabía, de antemano, el resultado de la elección, siempre favorable para los partidos de la oligarquía. En 1912, en casi todas las provincias se pasó, del 20%, al 80% de los inscritos en el padrón, favoreciendo a la Unión Cívica Radical y, en menor medida, al socialismo.

      En agosto de 1914 el pueblo quiso rendir homenaje a Roque Sáenz Peña en su sepelio, por haber sido el autor de la ley electoral, pero las bandas blancas de la oligarquía lo impidieron utilizando la fuerza, sin embargo, Argentina le debe  a este presidente el haber abierto el camino al triunfo de la Unión Cívica Radical, anticipando el fin del gobierno plutocrático. Las dos grandes centrales sindicales, la FORA (Federación Obrera Argentina, de tendencia anarquista) y la CORA (Central Obrera Regional Argentina, de tendencia socialista moderada), se fortalecen y logran una serie de leyes sociales que protegen a la clase obrera argentina

El centenario en Chile 

      Por cierto, cuando nuestro país celebró el Centenario, existían dos Chiles diferentes: el primero triunfante, económicamente rico, que había heredado de la Guerra del Pacífico la riqueza de las dos grandes provincias salitreras – Tarapacá y Antofagasta- la oligarquía, poseedora absoluta del poder, podía vanagloriarse de los éxitos logrados por Chile en cien años. Las damas de la aristocracia competían entre ellas para agasajar a los invitados extranjeros, con los dineros fiscales; se preparaba el clásico derby en el hipódromo, con caballeros vestidos de colero y las damas luciendo sus mejores sombreros. Se construyeron grandes edificios públicos, como el museo de Bellas Artes y la tienda Gath y Chávez, en  Santiago y el alumbrado eléctrico, pero muchas otras  inauguraciones sólo quedaron en la primera piedra.

     Este era el Chile contento y saciado, que vivía de las riquezas del salitre y, ni siquiera, pagaba impuesto a renta, sólo algunas desgracias nublaban este claro panorama: en agosto de 1910 moría el presidente Pedro Montt, en Bremen, Alemania y, a causa de un resfrío moría también su sucesor, don Elías Fernández Albano. Chile se encontraba sin presidente a días de la celebración del Centenario. Quién podría ocupar el cargo? Normalmente le correspondía al ministro más antiguo – considérese que la duración media de los secretarios de Estado, en la república plutocrática no superaba los cuatro meses; la única persona que reunía las condiciones preestablecidas era don Luís Izquierdo, pero una dama enamorada de don Emiliano Figueroa  solicitó a don Luís dejar el paso a Emiliano Figueroa. Nada más adecuado que este personaje para presidir las fiestas del Centenario: hombre de mundo, galante y afortunado, era el perfecto dandy para recibir la visita del mandatario argentino, Figueroa Alcorta y demás invitados. 

      El otro Chile vivía en la miseria: en el norte los obreros del salitre trabajaban más de doce horas diarias, sin ninguna seguridad en  el empleo y con el riesgo de caer, permanentemente en esas tinas hirvientes que eran los cachuchos; ganaban un salario entre cuatro y seis pesos, que se devaluaban continuamente a causa de la implantación del papel moneda. Por lo demás, a mayoría recibía el salario en fichas que eran canjeadas sólo en la pulpería de la oficina salitrera. En general, el kilo de carne no era tal, sino tres cuartos, pues las pesas eran arregladas a su antojo por los pulperos. Las habitaciones eran verdaderas barracas, hirvientes durante el día y heladas en la noche. Los habitantes de las grandes ciudades vivían en conventillos, en las famosas piezas redondas, que hacinaban hombres, mujeres y niños, con el riesgo de la promiscuidad permanente.  Diez años después, la novela El Roto, de Joaquín Edwards Bello, desató el escándalo por relatar, al estilo realista, la vida prostibularia de Esmeraldo, protagonista de dicha obra, cuya historia se desarrolla en los prostíbulos de la calle Matucana.

      En la época del Centenario, un tercio de los niños moría antes del año de vida; la tuberculosis, el tifus y otras epidemias derivadas de la situación de pobreza, diezmaban a la población. En un ensayo de María Angélica Illanes, nos relata cómo se desarrolló la gota de leche y los primeros intentos de medicina social, producto de la constatación del estado miserable de la salud, (Illanes, 2002). Tan alta tasa de mortalidad llevó a afirmar a Tancredo Pinochet – escritor y periodista -, que Chile era un verdadero matadero. Incluso hubo años, a comienzos del siglo XX, en que población disminuyó ostensiblemente.

       El Mercurio, del día 18 de septiembre de 1910, decía en su Editorial: “Se cumplen hoy cien años desde el día en que los ciudadanos de Chile iniciaron el movimiento de la emancipación de la Metrópolis…Un siglo hemos vivido como nación libre, y podemos sin falsa vanagloria y sin exageraciones de amor propio nacional mirar hacia atrás con satisfacción íntima… ciertos de que el primer siglo termina para nosotros en condiciones que hubiera satisfecho el patriotismo de los fundadores de la República. En el orden material hemos dado vigoroso impulso a las industrias…En la instrucción pública hemos levantado al nivel de los países más adelantados nuestros métodos y programas y estamos esforzándonos para levantar la educación en un sentido práctico que se armonice con las instituciones democráticas que nos rigen…Nuestra justicia tiene prestigio y goza dentro y fuera del país de fama y honrada y prudente… El cuadro de nuestra situación presente es risueño y sólo nos falta entrar con planta segura en el segundo siglo de la vida libre… ¡Excelsior! Es el grito que escapa de nuestra alma en este momento. La mirada hacia atrás sólo debe servirnos para infundirnos una enérgica seguridad en el porvenir”. (Reyes, Soledad, 2004: 287-288). Para la oligarquía plutocrática chilena no podría ser más autocomplaciente su visión del Centenario.

     En el mes de septiembre de 1910 se convocaba a una convención de todos los partidos políticos, salvo los conservadores, para nominar al candidato a presidente de la república. Los postulantes eran muchos, entre ellos, Enrique  Mac Iver, por los radicales; Agustín Edwards, por los liberales; Juan Luís Sanfuentes, por los liberales democráticos; Javier Ángel Figueroa, por el sector doctrinario de los liberales; Ángel Guarello, por los demócratas. Incluso se pensaba en incluir al ex presidente Germán Riesco y al anciano Ramón Barros Luco. Al final, la lucha se centró en dos millonarios, Sanfuentes y Edwards, pero como ninguno logró el porcentaje para ser elegido, se recurrió a nominar, por unanimidad, a don Ramón Barros Luco, quien desde 1873 había ocupado distintos cargos en la administración pública – desde ministro hasta vicepresidente- ; Chile había tenido en dos meses cuatro presidentes de la república, dos de ellos fallecidos.

     Las fiestas del Centenario tuvieron una duración de diez días – del 12 de septiembre al 22 del mismo mes- en las cuales se realizaron todo tipo de ceremonias, concursos y festejos varios. La delegación principal era la argentina, presidida por el primer mandatario, José Figueroa Alcorta, acompañado por su ministro de Relaciones Exteriores, damas de la sociedad, además de una delegación del Colegio Militar. La delegación española estaba encabezada por dos representantes de la realeza; la de Alemania, por un grupo militar; la de Italia, por un marqués; la de Inglaterra, por el ex ministro Sir James Brice y por un descendiente de Lord Cochrane; Bolivia, representada por su vicepresidente; también había representantes de los demás países latinoamericanos. En su mayoría, las delegaciones eran alojadas en los palacios de las familias aristocráticas.

     Después de tantas festividades, al fin llegó el gran día: en la mañana sonaron las campanas de las iglesias de Santiago, las calles del centro se llenaron de personas, que querían celebrar el Aniversario de la Junta de Gobierno; todo estaba preparado para el Te Deum, cuya homilía fue pronunciada por el arzobispo de Buenos Aires, Mariano Espinoza, pues en Santiago, el prelado Juan Ignacio González se encontraba enfermo; después de esta ceremonias, vino el desfile militar y, a las 14:55 horas, el alcalde de Santiago ofreció un almuerzo de honor a las personalices invitadas. En la tarde, en el Teatro Municipal, se presentó la Ópera Aída, en homenaje al cuerpo diplomático. En la noche se lanzaron fuegos artificiales, en el Cerro Santa Lucía. 

     El 19 de septiembre se realizó la Revista militar, donde se lucieron los cadetes del Colegio Militar –de Buenos Aires- y los Granaderos – de San Martín. El Centenario chileno fue una expresión de gran amistad entre Chile y Argentina; el público coreaba el himno de San Lorenzo, al igual que el chileno; el 21 de septiembre se corrió, en el Club Hípico, el premio del Centenario, cuyo monto era de 40.000 pesos –contra todo pronóstico, ganó el caballo chileno Altanero, contra los favoritos argentinos. Finalmente, hubo una fiesta en el Club de la Unión, ofrecida por la aristocracia chilena al presidente argentino. Para algunos fueron demasiados días de fiesta en un país que estaba en duelo, a raíz de la muerte de dos presidentes, en menos de un mes y medio…

     Por último, junto a las ceremonias, cenas y ferias, hubo algunos concursos importantes, como la Exposición Internacional de Bellas Artes que, curiosamente, no se invitó al pintor chileno más famoso de esa época, Juan Francisco González quien, dolido y humillado, preparó una muestra en el Salón llamado de los “rechazados”. También se realizó una exposición histórica del Centenario y una muestra nacional e internacional sobre agricultura e industria. En el concurso de novela ganó Ansia, de Fernando Santiván – perteneciente al famoso Grupo de los Diez- que consistía en un relato autobiográfico sobre las dificultades de un escritor de clase media en su inserción en la sociedad chilena; el segundo premio lo obtuvo Senén Palacios, hermano del también escritor nacionalista, Nicolás –quien relata la vida de una familia de clase media. La Revista Zig Zag publicó un número especial de las bellezas del Centenario, que en cada una de sus páginas mostraba, de cuerpo entero, a las mujeres más lindas de 1910, entre ellas Sara del Campo, la señora del extinto presidente Pedro Montt; Delia Matte de Izquierdo y Olga Budge de Edwards, entre otras.

     El pueblo participó del Centenario desde lejos, mirando los desfiles y demás actividades; la municipalidad de Santiago preparó, en algunas plazas, como la del roto chileno, en el barrio Yungay, proyecciones gratuitas de cine – en esa época se llamaba Biógrafo- y carreras de sacos, que en ese tiempo eran populares, incluso para los adultos; hubo una feria del Centenario que tenía tiro al blanco, rayuela y otros juegos, así como danzas populares y zarzuelas. Las fiestas del Centenario fue más una celebración de la oligarquía plutocrática que un acontecimiento con participación popular. Como veremos a continuación, Luís Emilio Recabarren, sostenía que “el pueblo no tiene nada que celebrar”.     

Temas del Centenario

      Entre las materias más importantes del Centenario estuvo, sin duda, el famoso debate educacional, que centró la polémica sobre la pésima  instrucción  publica, desde 1900 a 1920, fecha de la promulgación de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria y Gratuita. Los problemas centrales de la educación chilena eran el alto índice de analfabetismo, la baja cobertura y, sobretodo, la deserción escolar, el conflicto entre la enseñanza laica y religiosa, el Estado docente y la libertad de enseñanza , las prestaciones de las municipalidades , la pésima formación y salario de los profesores, formación económica contra el  humanismo enclopedico temas todos que fueron abordados por grandes  pensadores y políticos , como Diego Barros Arana, Valentín Letelier, Alejandro Venegas, Enrique Molina, Darío Salas, Alberto Edwads, Claudio Matte Francisco Encina y connotados políticos como Manuel Rivas Vicuña, Pedro Aguirre Cerda, Carlos Walter, Abdón Cifuentes, Rafael Luís Gumucio Vergara, entre otros.

      El segundo tema debatido en el Centenario dice relación con la disputa entre papeleros y oreros. El papel moneda favorecía la inflación, que era aprovechada para pagar créditos baratos a los oligarcas, propietarios de latifundios, y oficinas salitreras. Los grandes defensores del padrón oro fueron Alejandro Venegas, Alberto Edwards, Agustín Ross y Guillermo Subercaseaux, entre otros. El peso se devaluó de 1878 al 1910 de 48 peniques  a 14 peniques. El padrón  oro perdió actualidad en 1936 cuando el Banco de Inglaterra decidió abandonarlo.  

     El tercer tema es el de la crisis moral de la República que, según sus críticos, se debía al enriquecimiento súbito de la oligarquía, que le hacía perder los valores morales y éticos de la época de los decenios. Chile había recibido del Perú un regalo envenenado – el nitrato – que conducía al país a una decadencia en todos los planos: la enseñanza, la administración pública – considerada como botín de los partidos políticos y un régimen de asamblea que corrompía la política- y el crecimiento económico, que estaba estancado. Los principales denunciantes de esta crisis valórica fueron, entre otros, el líder radical Enrique Mac Iver, el profesor Alejandro Venegas y, en cierto sentido, dirigente obrero Luís Emilio Recabarren.

     El cuarto tema dice relación con el fracaso del parlamentarismo. Según la apreciación de estos autores, el régimen de asamblea consagraba el inmovilismo de la llamada “república veneciana”: se había corrompido el sistema electoral a causa del cohecho, ausencia del poder presidencial y corrupción generalizada. El principal representante de esta tendencia crítica fue el historiador Alberto Edwards, autor de la Historia de los partidos políticos y de La fronda aristocrática.

     El cuarto tema es el reparo contra la inmigración de personas venidas de los países latinos – españoles e italianos principalmente- que restaba puestos de trabajo a los obreros chilenos. Muchos de estos autores eran partidarios de la nacionalización de las riquezas básicas, especialmente el salitre – en manos de los ingleses – y, posteriormente, el cobre – en manos de los americanos-. Francisco Encina, Tancredo Pinochet, Guillermo Subercaseaux y Alberto Edwards fundaron un partido nacionalista, que no logró la elección de ningún diputado.

     El quinto tema se refiere a la relación entre los negocios y la política. Los parlamentarios, en su mayoría, eran abogados de empresas salitreras que privilegiaban la defensa de sus intereses económicos a legislar a favor del bien común. En general, los principales escritores que tratan este tema son los mismos  detractores de la crisis moral: Mac Iver, Venegas, Edwards y Encina. Se puede agregar, también, a Emilio Rodríguez Mendoza.

Los ensayistas de la crisis del Centenario

      Los hay de todas las clases sociales: aristócratas, como Agustín Ross, Guillermo Subercaseaux, Alberto Edwards; entre los de clase media figuraban Alejandro Venegas y Tancredo Pinochet; Luís Emilio Recabarren procedía del artesanado. También de distintas profesiones y tendencias ideológicas : Enrique Mac Iver, un político radical, de tendencia liberal en economía; Alberto Edwards, historiador y político; Francisco Antonio Encina historiador; Nicolás Palacios médico en las salitreras , de tendencia nacionalista; Alejandro Venegas era un profesor, de clase media, partidario de Balmaceda, que generalmente votaba a favor de la Alianza Liberal, a pesar de sus diatribas contra el Chile oligárquico; Luís Emilio Recabarren, dirigente obrero claramente de formación marxista y, posteriormente, fundador del Partido Comunista. Autores de origen social y de tendencias tan disímiles coincidieron en la censura al Chile satisfecho del Centenario.   

     En 1900, el líder radical Enrique Mac Iver, pronunciaba una conferencia en el Ateneo de Santiago, sobre la crisis  moral de la República. Para Mac Iver, Chile había heredado la pócima letal de las ricas provincias de Tarapacá y Antofagasta. La misma corrupción que llevó a la derrota al Perú, se repetía en Chile: “Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de quienes lo habitan. La antigua holgura se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”. (Mac Iver, 1900, cit. por Gazmuri, 2001:33). Después de detallar los pocos avances logrados, Mac Iver critica la paralización de la agricultura, de la manufactura, y que Chile sólo vive de la riqueza del salitre. Por último, termina constatando la decadencia moral de la República, donde las grandes banderas de lucha de la revolución de 1891 han caído en el más completo descrédito.  La famosa idea de la comuna autónoma se ha transformado en guarida de intereses espúreos. Los ideales de la libertad electoral se han corrompido, las virtudes republicanas se han perdido. La administración, antes capaz y eficiente, se demuestra inútil. El discurso de Mac Iver fue como el primer campanazo de alerta ante la autocomplacencia del Chile parlamentario.

     Quizás, uno de los más interesantes críticos del Centenario fue el profesor secundario, formado en el primer Instituto Pedagógico, Alejandro Venegas quien, desgraciadamente, es aún desconocido por el gran público. Venegas nació en Melipilla, a fines del siglo XIX. Su padre fue alcalde de esa ciudad y su hermano luchó en la Guerra del Pacífico. A pesar de su anticlericalismo declarado, tuvo una hermana monja. Siendo profesor en Chillán, se enamoró de una dama quien, a consecuencia de los chismes de las amigas, lo abandonó. Venegas, enloquecido, intenta suicidarse, pero se le aparece un mendigo, barbudo y maloliente, que lo convence de no abandonar esta vida y dedicarla al servicio de los pobres. El diálogo está relatado en su primera obra La procesión de Corpus. Posteriormente, Venegas ocupa varios cargos en distintos Liceos del país: EL Almendral, en Valparaíso, vicerrector del Liceo N.1, de Talca, cuyo rector era Enrique Molina, condiscípulo del Pedagógico y primer rector de la Universidad de Concepción. Venegas era un sabio profesor que dominaba, al menos, cinco idiomas, y desde las academias literarias, con nuevas metodologías pedagógicas, logró formar un importante grupo de intelectuales, entre los que se cuentan Armando Donoso, Francisco Encina, y otros. Sus alumnos lo admiraban y apreciaban e, incluso, no dejaron nunca de visitarlo, cuando fue exonerado y enviado a vivir a Maipú. Aprovechando unas vacaciones, Venegas se disfraza para no ser reconocido por sus alumnos y recorre todo el país, en tren, en carros de tercera clase. El relato de Venegas constituye un documento insustituible para comprender, desde el terreno, la realidad el país, por ejemplo, en Iquique denuncia los abusos de los tinterillos, quienes se aprovechan de la ignorancia  de los mineros en beneficio propio. También visita la Escuela Santa María, escenario de la matanza de 1907, donde un profesor le muestra las manchas de sangre aún grabadas en los muros. Al beber el agua de esta ciudad constata el insalubre estado del vital elemento, a cargo de la empresa monopólica de North. En Chillán visita los baños públicos, notando la asquerosidad y desaseo en las que se mantenían. En Lota duerme con los obreros, en las “camas calientes”, en Temuco denuncia el abuso respecto a la expropiación de tierras de los mapuches…

     Alejandro Venegas utilizará un seudónimo, Dr. Julio Valdés Cange, para escribir sus cartas, en primer lugar al Presidente Pedro Montt, en 1909 y, posteriormente, a Ramón Barros Luco, 1910. Las primeras se titulan Cartas al Excelentísimo Sr. Pedro Montt, y las segundas Sinceridad, Chile íntimo, 1910,a Barros Luco. En las cartas a Pedro Montt le recuerda al presidente que él fue elegido por una gran mayoría nacional y representó las esperanzas de muchos, en el sentido de realizar una Reforma en el sistema parlamentario. Con Claridad, le pregunta cómo ha respondido a estas esperanzas, qué ha hecho para realizarlas, y termina manifestando su decepción: el país sigue siendo dominado por los banqueros y los agricultores, que se han aprovechado del papel moneda para enriquecerse a costa de la devaluación e inflación. Los diputados y senadores se han transformado en gestores administrativos y defensores de los salitreros. El único afán es acumular riquezas, el país está podrido. Más allá, cuando habla de los pobres: “nuestro pobre roto, entre tanto, víctima de la ignorancia, del fanatismo y de la miseria, se embrutece cada día más en las tabernas, y su raza degenera con una rapidez asombrosa que sólo los ciegos no pueden ver…”(Valdés Cange, 1909, cit. por Cristián Gazmuri, 2001:150).

     Valdés Cange no se traga las palabras al vilipendiar a nuestra clase “decente” que, cubierta de oropeles, vive una existencia frívola y llena de mentiras e hipocresía Las tres cuartas partes de las personas que se presentan en público con “elegancia y lujo” no disfrutan en su hogar de verdaderas comodidades, ni se pueden proporcionar una alimentación sana y abundante: tienen que descuidar la higiene para mantener su aparente condición social. “ (Valdés Cange, 1909, cit, por Gazmuri, 2001:150).

     Al igual que Mac Iver, Valdés Cange constata una crisis moral: “Es la falta de moral el síntoma más alarmante de esta sociedad enferma; casi me atrevería a decir que más que un síntoma es la dolencia misma, en efecto, si se buscan las causas primeras y las prevaricaciones, los robos, los escándalos, las grandes caídas, la prostitución de familias de buen tono, encontramos como principal y casi único origen la cobardía moral, en unos, para afrontar la adversidad, en otros, para resignarse a la condición modesta que le cupo en suerte, y en los demás, para censurar los actos que repugnan su conciencia” (Valdés Cange, 1909, cit. por Gazmuri, 2001:153).

     La raíz de estos males, denunciados por el profesor Venegas, surge del famoso papel moneda, que devaluaba permanentemente el costo de la vida. Esta medida fue necesaria en la crisis económica de 1879, que estuvo a punto de derrumbar al gobierno de Aníbal Pinto y de arruinar a los bancos. La inflación creciente perjudicó, principalmente a los pobres, a quienes Venegas les dedica su labor pedagógica. Mucho antes que Ramírez Necochea, el profesor Venegas descubrió la raíz de la guerra civil de 1891, en la defensa de los intereses de abogados de las salitreras, agricultores y banqueros. Dentro de los alumnos del pedagógico, Venegas se encuentra en una posición solitaria de adhesión al presidente mártir.

     Chile íntimo, 1910, fue una obra de denuncia que causó un tremendo impacto en la sociedad chilena. Un desconocido “doctor” se atrevía a desnudar, con durísimas palabras, la lacerante realidad del Chile del Centenario. La oligarquía no pudo más que reaccionar con rudeza. Por ejemplo, el senador Gonzalo Bulnes, conocido como patriotero y militarista autor de una historia de la guerra del pacífico, en una sesión del parlamento, acusa a Venegas de antipatriota y pide su inmediata expulsión de la administración pública. Las ideas populares y antimilitaristas y, sobre todo, antioligárquicas, parecían inaceptables a una clase que se sentía llamada por Dios al poder. Se investiga por todos lados quién el famoso Dr. Valdés Cange e incluso un crítico literario descubre en su estilo al profesor ante el terror de que la acusación se extienda a su amigo Enrique Molina, Venegas confiesa al gobernador la autoría de semejante obra revolucionaria. Como puede imaginarse, se acoge inmediatamente a jubilación y se retira al campo de Maipú, donde ordeña vacas y vende leche, en un pequeño almacén de abarrotes. Antes de morir viaja por América Latina y escribe un libro dedicado a la unidad del continente.

      Para Venegas, en Chile sólo existen dos clases sociales: los ricos y los pobres, los explotadores y los explotados; la clase media no tiene ninguna importancia y, en general, tiende a aliarse al más fuerte. La educación, que constituía la tarea principal de nuestro profesor, es criticada ácidamente. Los profesores de instrucción primaria carecen de todo conocimiento pedagógico y son nombrados por influencias políticas; por ejemplo, la historia era enseñada por los abogados, las ciencias naturales, por los médicos y no faltaban ignaros carniceros que en los campos enseñaban a hacer disecciones; incluso, cuenta Venegas que una dama reprochó a su cónyuge diputado por haber votado a favor de la creación de una escuela, en el campo, diciéndole que por ello las “chinas se van a rebelar y ya no obedecerán las órdenes de sus patrones. Al igual que Belén  de Sárraga, Venegas fustiga a la educación privada acusando a los sacerdotes y monjas de enriquecerse con la pobreza.

      Si bien Venegas no pertenecía a ninguna corriente socialista y más bien votó y participó en las campañas de los candidatos de la Alianza Liberal, especialmente se sintió motivado con la candidatura de Pedro Montt. En el fondo, sus Cartas son un grito de decepción ante el fracaso del Resurgimiento, que era la promesa del candidato Pedro Montt, en el sentido de terminar con los escándalos financieros del período de Germán Riesco, y realizar reformas al sistema parlamentario que, ya en ese tiempo, olía a podrido

      La Carta Quinta está dedicada a la decadencia y corrupción e los partidos políticos: el Partido Liberal, mayoritario, ha perdido toda concepción doctrinaria, lo dominan los caudillos, cada caudillo constituye una fracción; el Partido Radical, que antes despertó esperanzas, ha plegado sus banderas doctrinarias y se ha sentado en el banquete  común de los comilones de los bienes fiscales. Venegas critica la apropiación indebida de la educación, por parte del radicalismo. El antiguo Partido Liberal Democrático es hoy una vergüenza, se ha transformado en una agencia de empleos para los suyos, dando la espalda al presidente mártir. Llega a decir Venegas que “ese Partido mercantil y logrero que ha tomado el nombre sarcástico de liberal democrático…obtuvo el predominio de la dirección de la república de una manera definitiva el peor elemento de todos, el elemento oligárquico” (Valdés Cange,1910:76). Para Venegas todos los partidos son lo mismo: liberales democráticos, nacionales, radicales e, incluso, los demócratas, carecen de programas e ideas, lo único que interesa es lograr cargos en la administración pública para sus militantes. 

      Otro crítico importante fue Luis Emilio Recabarren quien, a comienzos de siglo, se convirtió en un apóstol y educador de los trabajadores. Por desgracia, la imagen de Recabarren ha sido muy manipulada por el autoritarismo estaliniano, dejando en el olvido sus etapas como líder demócrata e, incluso, sus ideas ácratas del comienzo de su vida política. Para entender bien el contexto en que se desarrolla la lucha social de Luis Emilio Recabarren es necesario recurrir al estudio de la prensa popular, en la región salitrera, que tiene un papel fundamentalmente organizativo y educativo: se trata de moralizar las costumbres populares atacando el alcoholismo, el abuso contra la mujer y enseñando la solidaridad como arma de lucha contra el capitalismo. Por ejemplo, periodistas populares como Osvaldo López, quien desde Diarios como El demócrata, La igualdad, El pueblo, van denunciando las injusticias del sistema salitrero. La fuerza de los periódicos populares, aunque esporádicos, tuvo un poder provocativo para la burguesía de Iquique. Oswaldo López, un día fue asaltado con el fin de acallar su voz, pero lo siguió una serie de payadores populares, que en base a rítmicos versos, fueron construyendo la memoria popular. (Illanes, 2002 39-40).

      En Rengo, el 3 de septiembre de 1910, Recabarren dicta una conferencia cuyo sugestivo título llama la atención, Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana. Recabarren sostiene que si bien la burguesía tiene muchos motivos para regocijarse con los cien años de vida republicana, los pobres sólo han sido víctimas y no han podido aprovechar en nada la evolución económica del país. Recabarren relata la situación miserable de las cárceles, por las cuales él mismo pasó tantas veces, al decir que son verdaderas escuelas del delito, que el joven que entra a la cárcel termina, finalmente, abusado sexualmente, por los más avezados; el poder judicial no lo hacía mejor: “Yo he llegado a convencerme de que la organización judicial sólo existe para conservar y cuidar los privilegios de los capitalistas. ¡Ojalá para la felicidad social estuviera equivocado! La organización judicial es el dique más seguro que la burguesía opone a los que aspiran a la transformación del actual orden social” (Recabarren, 1910, cit. por Gazmuri 2001:268). (Pareciera que nada hubiera cambiado hasta la actualidad: el poder judicial es, sin duda, el que menos ha evolucionado a través de nuestra historia). Recabarren da a conocer la miserable vida de los conventillos y la pauperización del pueblo. Como Mac Iver, Valdés Cange y Recabarren desde el punto de vista proletario, hacen la misma denuncia de corrupción, propia del régimen plutocrático.

      Los  otros críticos del centenario pertenecen a una tendencia nacionalista: les importa, sobre todo, liberar a Chile de la dependencia extranjera, especialmente británica. Tancredo Pinochet publica un libro llamado La conquista de Chile en el siglo XX donde hace una defensa, no sólo de nuestras riquezas nacionales, sino también del sentido histórico de la chilenidad. Disfrazado de peón visita el fundo del presidenta Juan Luis Sanfuentes, en Camarico, pueblo cercano a Curicó; en su relato cuenta la vida miserable que llevan los campesinos, empleados de su Excelencia: trabajan más de trece horas, comen sólo una galleta al día y son maltratados por los mayordomos. Pinochet Lebrun afirma que los peones ignorantes no son liberales, ni conservadores, ni radicales, son sólo seres condenados a una vida miserable y sin esperanzas.

      Quizás, el más extraño de estos autores el Centenario fue Nicolás Palacios: la lectura de autores europeos lo llevó a un racismo muy sui generis: sostiene que la raza chilena se formó de la mezcla entre los españoles góticos y los araucanos, a quienes admiraba. El colmo de los males que estaba destruyendo a Chile era la inmigración de la raza latina, en especial, españoles e italianos. Evidentemente, tan locas teorías despertaron la antipatía de escritores como Miguel de Unamuno, y otros; hasta hoy causa sonrisa creer que los chilenos son altos y rubios como los primeros habitantes de España. A pesar de este aspecto desagradable de las teorías racistas de Palacios, hay una parte de su vida que lo hace sentirse solidario con el roto chileno: siendo doctor decide ir a trabajar a las salitreras del norte grande y es ahí donde manifiesta su admiración por los explotados trabajadores del salitre; incluso, en un famoso artículo, publicado en el diario  El chileno, periódico católico de gran circulación en los sectores populares; se le llamaba el diario de las empleadas domésticas. En un artículo famoso, Palacios denuncia el crimen cometido contra los obreros, en la Matanza de Santa María de Iquique. Cuando todos callaban o justificaban el crimen cometido por el gobierno de Pedro Montt, Nicolás Palacios da cuenta veraz de lo ocurrido en Iquique, en 1907.

      Joaquín Edwards Bello, en sus Crónicas del Centenario, hace una pintura de Chile original y picaresca: Pedro Montt es el presidente con mala suerte, pues apenas comienza a gobernar, un terremoto destruye Valparaíso, (1906); casado con una de las más bellas damas chilenas, Sara del Campo, está permanentemente en la boca de los mal pensados, con la acusación de cornudo; cuando viaja a Argentina, en mayo de 1910, con  ocasión del centenario de la vecina república, muere su secretario, aplastado por un ascensor; tiene que cargar con la culpa de la matanza de Santa María de Iquique y, por último, muere en agosto del mismo año, en Alemania. Otro personaje pintoresco de esta época era Vicente Balmaceda, pariente de  don José Manuel, que dilapidó toda su fortuna en juergas y calaveradas. Jorge Cuevas, amigo de Edwards Bello, se decía que era un poco afeminado y, por ello, gozaba del cariño de las matriarcas chilenas, con quienes conversaba de vestidos y buena mesa. “Cuevitas”, como le llamaban despectivamente sus contemporáneos, se convirtió por el azar en el marqués de Cuevas, al casarse con una mujer millonaria, en Francia, y se daba el lujo de invitar a su casa a los más connotados personajes de la realeza europea, ante la envidia de los que antes lo despreciaban. Otro personaje extraño, del período, era el avarísimo Federico San María, quien arruinó a la bolsa de Francia con el monopolio del azúcar; cuentan que un día, un señor que lo llamaban “Cachiporras” invitó a Santa María a tomar el té en una tetera de oro, quien picado, devolvió la atención recibida encendiendo, con billetes de mil francos, el fuego de la chimenea. Por último, Edwards relata las interminables anécdotas del presidente Ramón Barros  Luco.

      El historiador Alberto Edwards es quizás el crítico más implacable de la república parlamentaria: en su obra, La fronda aristocrática, la llama “la república veneciana”; son los mismos personajes y los mismos escenarios; incluso, llega  a decir, cuando le proponen ser parlamentario, que él prefiere estar entre los apaleadores, que entre los apaleados. Edwards terminó colaborando con la dictadura de Ibáñez, que se amoldaba muy bien a su concepción autoritaria de la política.

      Francisco Antonio Encina, conocido por su Historia de Chile, fue diputado del partido nacionalista en el período parlamentario. Quizás, el aporte más interesante de este autor es el la crítica al sistema educacional, que formaba alumnos letrados, candidatos seguros a la administración pública, pero incapaces de realizar una tarea útil al país; por esta razón plantea realizar un reforma a los liceos, que privilegien la formación económica. Su libro, Nuestra inferioridad económica, despertó una importante polémica entre quienes defendían las humanidades, como Enrique Molina, y quienes planteaban una reforma educacional que privilegiara la formación para la vida práctica. Por ejemplo, quien defendió con más ahínco esta posición fue el historiador Luís Galdames.

      En épocas posteriores, uno de los críticos más radicales de la manera de ser chilena fue el genial poeta creacionista Vicente Huidobro, quien con su pluma y una corta participación, en el año 27, como candidato presidencial, atacó virulentamente a la clase política: en su obra El balance patriótico, propone enviar a los viejos al cementerio y que gobiernen los jóvenes, recordando que los héroes de la Independencia no superaban los 30 años de edad. Sostenía que en la cámara de diputados se ofrecía rico té y se pronunciaban pésimos discursos; que a los apellidos vinosos le sucedieron los apellidos bancosos: los primeros, al menos, tenían cierta decencia, mientras que los segundos se movían solamente por la rentabilidad del dinero. Sin duda, Huidobro tenía gran auto- concepto de sí mismo que lindaba con la egolatría.

     La critica de los  ensayistas del centenario se anticipo en 14 años la crisis y el  colapso del parlamentarismo plutocrático. Primero vino el “cielito lindo” y el triunfo de Arturo Alessandri y su querida chusma, después el golpe militar de septiembre de 1924  y la Constitución de 1925, de carácter presidencialista. Otro chile se impone, donde surgen las capas medias y, posteriormente, los partidos de izquierda Comunista y Socialista. 
 
Bibliografía

Edwards, Alberto, (1927), La fronda aristocrática en Chile, Ed. Universitaria, Santiago, 1991

Edwards, Bello, Joaquín, Antología de familia, (2002), Sudamina, Santiago

Blasco, Ibáñez, Vicente, Argentina y sus grandezas, (1910), Ed. Española América, Madrid

Clemenceau, Georges, Notes de voyage dans l´Amerique du Sud- Argentine, Uruguay, Brésil, (1911), ed. Hachette, Paris.

Gazmuri, Cristián, (2001)), El Chile del Centenario. Los ensayistas de la crisis, Inst. de Historia, U. Católica de Santiago.

Illanes, María Angélica, (2002), La batalla de la memoria, Planeta/Ariel, Santiago

Portales, Felipe, (2004), Los mitos de la democracia chilena, Catalonia, Santiago.

Reyes, del Villar, Soledad, Chile en 1910, (2004), Sudamericana, Santiago.

Rivas, Vicuña, Manuel, (1930), Historia política y parlamentaria de Chile, Edic. Biblioteca Nacional, Santiago, 1958.

Sáenz, Jimena, Entre dos Centenarios, (1976), Ed. La Bastilla, Buenos Aires.

Valdés, Cange, (Alejandro Venegas), (1910), Sinceridad, Chile íntimo, 1910, Ed. Cesoc, Santiago, 1998.

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