Primer día hábil: el terremoto escondido
por Lagos Nilsson (Sur y Sur)
16 años atrás 5 min lectura
Se los define: desalmados, delincuentes, turba fuera de control. Las llamas del incendio de una tienda por departamentos en el centro de Concepción se distinguen de lejos. Los vecinos se arman como pueden para rechazar a los malvivientes que, se asegura, saquean los hogares ya no contentos con desvalijar al comercio. En tres ciudades el toque de queda se extendió desde las 20 hasta el mediodía del martes… ¿Un Chile anómalo? La respuesta es no: es el quiebre de Chile normal bajo circunstancias anómalas.
La Presidencia de la República anuncia una suerte de Teletón solidaria para el próximo viernes; se quiere reunir unos 15.000 millones para ayudar a terminar con el estado de catástrofe. Algunos expertos en las cosas de la televisión experimentan dudas de que pueda lograrse: falta tiempo. Hay una logística y una mecánica para esas maratones.
El alcalde de Hualpén –una de las comunas del Gran Concepción, la segunda ciudad del país– llora y los micrófonos de la principal cadena radial noticiosa, oriunda de esa ciudad, recogen su llanto. Pide a su amiga querida, Michelle Bachelet, que envíe más tropas porque en esos mismos momentos, casi las 16.30 del lunes, bandas armadas han entrado a saco en las dependencias municipales. "Se roban todo", dice. La imagen del caos. Una sociedad en la anomia.
Las cosas –agrega– no son como se aprecian desde los helicópteros en los que los funcionarios sobrevuelan el mayor desastre de la historia de América del Sur –y ciertamente uno de los mayores del mundo.
Personal del Hospital Regional de la capital del Bío Bío –el mayor del país– abandonan, se informa, sus trabajos: deben partir a defender sus casas y familias en peligro. El ministro de Defensa –apegado a la legalidad– afirma en otro informativo que ante situaciones extremas el gobierno so siempre puede hacer lo que se quiere hacer, pero que los vándalos serán reprimidos.
Cientos de kilómetros a norte, a poco más de una hora en automóvil de Santiago, en la pequeña ciudad costera de Llo-Lleo, parcialmente destruida por el mar que la azotó luego del temblor, algunos vecinos reclaman con amargura: ahí –dice uno, señalando un amasijo de maderas y objetos revueltos con arena– puede haber una familia entre los escombros. Otro señala que sus padres están un poco más allá, bajo otros restos. Y todos parecen no mentir cuando aseguran que a tres días del sismo no han visto la cara de autoridad alguna.
Como en otras ciudades, pueblos, poblados y aldeas –y barrios de la capital– carecen de agua, energía eléctrica, atención médica, comida. Son, en general, pobres. Como no se adscriben a los sectores más pudientes de la sociedad aquellos que palparon y vieron su sueño de la casa propia desvanecerse en los barrios santiaguinos cuando, poco después de las tres y media de la madrugada del sábado, los edificios en los que habían comprado un departamento quedaron a punto de derrumbe –con sus pertenencias adentro–; muchos duermen todavía esta noche en la calle.
El ojo sanador del Estado no ha llegado todavía a decenas o centenares de lugares donde hay quienes sufren, padecen frío, les llueve y no tienen vituallas, pueblos o asentamietos que no distan más de 150 kilómetros de la carretera central que corre de norte a sur el país continental.
Pero el ministro de Obras Públicas –y los concesionarios de las autopistas– afirman que la "conectividad" está asegurada desde "Arica a Puerto Montt" –claro, con pequeños desvíos –los llaman "bye passes"– que logran que un viaje de cuatro horas en automóvil se prolongue por 10. No obstante una brigada de infantería motorizada a bordo de sus vehículos armados se las ingenió para llegar a Concepción a "reforzar" la seguridad.
Talca, la capital de la zona maulina está en ruinas. Como una ciudad iraquí o un pueblo afgano bombardeados. O como Dresden tras el paso de la aviación aliada cuando la II Guerra Mundial. Y ese es, con matices, el panorama de las áreas que soportaron el peso del terremoto. Probablemente ninguna sociedad hubiera podido permanecer incólume ante un cataclismo de esta naturaleza. El desastre es mayor.
Las autoridades, así, tienen razón: hay que preservar el "orden público". Vender edificios y casa no antisísmicas parece normal; no se les ha oído a esas autoridades calificar a quienes vendieron edificios hechos como castillos de naipes a cientos de familias, entre Santiago y La Araucanía, que no tendrán cómo exigir resarcimiento por la estafa de la que fueron víctimas. El rumor este lunes, primer día hábil desde el terremoto, en Santiago, sede de inmobiliarias y constructoras, era de que preparaban ya su declaración de quiebra… Vale más prevenir que curar.
El terremoto –y el maremoto consiguiente– no pone en primer plano equivocaciones ni errores técnicos o de autoridades políticas. Pone en evidencia el espíritu rapaz e inmoral del capìtalismo como sistema y de quienes, desde la función pública, a él se vendieron. Son capitalistas primarios los saqueadores; si les dan tiempo serán "capitanes de empresa".
La sociedad chilena se ha quebrado –o ha quedado en evidencia que estaba quebrada–; ninguna teletón reparará el mal causado desde 1973 a esta parte. Y que la necesidad de resguardar el orden entierre a sus muertos. Ése es el terremoto escondido.
* Fuente: Sur y Sur
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