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Las interpelaciones son inútiles en la monarquía presidencial

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Sólo Raquel Argandeña puede convertirse en una niña de diecisiete años gracias a las cirugías estéticas. Con la Constitución no ocurre lo mismo: a una monarquía presidencial electiva, Ud. no puede aplicarle instituciones que son propias de los regímenes parlamentarios: es el caso de la interpelación. En el parlamentarismo el Primer Ministro o el ministro del Ramo es cuestionado por su contraparte, en el llamado “gabinete en la sombra”; las preguntas son concretas, muy bien informadas y atingentes al tema en cuestión; de no ser respondidas convincentemente pueden significar la salida del gabinete en pleno o del ministro interpelado.

En Chile, como siempre, este es un ridículo implante parlamentario en la más absolutista de las monarquías. Los ministros son secretarios de Estado y su cargo sólo depende del Presidente, que lo nombra y lo puede remover, por consiguiente, la interpelación no tiene más sentido que ser un circo de mala muerte donde la oposición aprovecha un tema de connotación pública para dejar en ridículo al ministro del ramo; a  su vez, el secretario interpelado intenta responder lo más vagamente posible a las invectivas y provocaciones del diputado interpelante.

La oposición de derecha es bastante deficiente y carente de capacidad de convicción. En caso de la última interpelación al ministro Edmundo Pérez Yoma debemos convenir que el diputado Cristián Monckeberg demostró poca experiencia para formular las preguntas y provocar respuestas coherentes; para los pocos televidentes del canal del Congreso parecía como un diálogo entre el señor Corales y el Tony Caluga- en general, en el circo los golpes que se propinan unos a otros constituyen una simpática simulación -. En este caso, el irascible diputado, Gonzalo Arenas, se sobrepasó en la procacidad y los insultos al ministro del Interior, tal vez en defensa de la propiedad privada de sus parientes, que es el único dios que la derecha adora.

La derecha siempre ha sido partidaria de la aplicación de las leyes liberticidas, es decir, la de Seguridad Interior del Estado y la Antiterrorista. Para estos cavernícolas los terroristas a menudo son quienes luchan por la igualdad y la justicia; en el caso del pueblo mapuche, por su derecho a ser reconocido como nación y, además, por las tierras que les fueron robadas por los chilenos en la pésimamente llamada “pacificación de la Araunanía”, que no fue más que un genocidio contra los primitivos habitantes de ese territorio, empleando la tortura y el abuso de esa despreciable raza que son los leguleyos y notarios.

Si la Presidenta dijo que en su gobierno no aplicará la ley antiterrorista, no puedo más que expresarle mi absoluto apoyo; esta ley, junto a la de Seguridad Interior del Estado me parecen, desde el punto de vista moral, inaceptables; a diferencias de los reaccionarios, no creo que la democracia deba salvaguardarse con el recurso de la coerción, por el contrario, con la convicción y el respeto a la libertad de asociación y, sobretodo, de opinión.

Creo que Chile necesita más libertades, más ciudadanía, menos coerción, y estos preciados bienes nunca podrán provenir de la derecha, que siempre ha despreciado la soberanía popular y condenado a los araucanos y a pobres del campo y de la ciudad a la exclusión y, en muchos casos, a la represión.

Creo que es torpe limitar el tema mapuche  sólo a analizar la pobreza de las regiones VIII y IX – la última ostenta el récord de cesantía en el país – se requiere, necesariamente, un cambio fundamental en la Constitución que plantee a Chile como un país multicultural, es decir, que reconozca a las etnias originarias como una nación, algo similar a lo que se ha hecho en Canadá y en Nueva Zelanda. Las lenguas originarias deberían ser declaradas como oficiales, al igual que el castellano, y las propiedades expoliadas deben ser devueltas a sus primitivos dueños, además, debe existir un porcentaje de diputados, representantes del pueblo mapuche.

El circo de la interpelación vuelve a plantear el tema fundamental: sin una nueva Constitución, que ojalá consagre un régimen semipresidencial, jamás saldremos de esta eterna transición, cuyo eje siempre será la segregación de pobres y mapuches.
20/08/09    

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